“El hambre es un problema de riqueza”

“La lucha contra el hambre es uno de los grandes lugares comunes, uno de los clichés más habituales… Es lo primero que recuerda Miss Venezuela cuando acaban de elegirla Miss Universo”. Encontrar una forma adecuada de abordar el relato era la principal preocupación del escritor y periodista Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) a la hora de tratar a fondo el hecho de que aún hoy casi 800 millones de personas no comen lo suficiente. Insiste Caparrós en su empeño en evitar “la pornografía de la miseria”, y también en hablar de personas. “Uno piensa en hambre y piensa en cifras y porcentajes. No en personas. Así se abstrae para quitarle su potencial de violencia”, critica.

El autor de El hambre (Anagrama, 2015), considera este libro un fracaso desde el arranque: “Una exploración del mayor fracaso del género humano no podía sino fracasar”. Sin embargo, el impacto y alcance de la obra sugieren que ha encontrado la tecla adecuada para tratar la cuestión. Es su aportación en la lucha contra “el hambre más canalla de la historia”. Esa que hoy día no depende de la capacidad humana de obtener alimento —anualmente se produce más del doble de la comida necesaria para alimentar a todo el planeta sino de voluntad política o prácticas económicas. Por ejemplo, de las operaciones que se llevan a cabo en el mercado de futuros de Chicago “pura especulación, pura burbuja” que el periodista visitó para escribir el libro y que de una manera u otra tiene efectos en los precios a los que compra el pan un campesino egipcio.

 

“El hambre actual es el más canalla de la historia. Ya no es un problema técnico, sino político”

Por todo ello, opina que este “no es un problema de pobreza, sino de riqueza” y de la concentración de la misma. Si hay tanta gente que no come, en su opinión, es porque otros lo hacen de manera “absolutamente desproporcionada e injusta”. Sin ir más lejos, el escritor, ponente en el curso de verano Hambre cero: es posible organizado por la Universidad Complutense y la FAO, destaca que en el mismo Chicago había 500.000 personas cuya alimentación dependía de cupones o de beneficencia. Y también llama la atención sobre cómo los más pobres de una sociedad como la estadounidense empiezan a sufrir un creciente problema derivado de esa distribución de los alimentos como es la obesidad. “Los desnutridos son los malnutridos de las sociedades ricas, y muchas veces los obesos son los malnutridos de las sociedades pobres”. Porque, afortunadamente las hambrunas se han reducido mucho en los últimos años. Los peores efectos de la inseguridad alimentaria no son hoy las muertes por inanición. Es la malnutrición, con todas las enfermedades y debilidades derivadas de ella. Desde la falta de desarrollo físico y mental hasta la propia pérdida de ilusiones y metas.

Caparrós, que lleva años escribiendo sobre temas relacionados con este, recuerda un momento “definitorio” cuando valoraba escribir El hambre. “Fue en un pueblito de Níger, donde encontré a una mujer que comía mijo. Desde mi visión occidental, le pregunté: ¿pero comes lo mismo todos los días?”. Bueno, cuando puedo, respondió la mujer. Cuando el argentino quiso saber qué le pediría a un mago que le diera cualquier cosa, ella contestó que una vaca que le diera leche. “¡Pero puedes pedir todo lo que quieras!”, insistió él. Pues bueno, dos vacas, repuso ella. “Así, no solo te jode la vida, también los sueños”, reflexiona el también autor de novelas como Valfierno.

“Nadie está a favor del hambre: pero lo que marca la diferencia es qué se hace cuando se está en contra de algo”

El hambre es un recorrido por distintos países el mundo, de Chicago a Níger o de Bangladesh a Argentina, para revisar las causas y los efectos de la falta de alimento. En su país natal, Caparrós analizó esa paradoja actual por la que países que producen comida para entre 300 y 400 millones de personas tienen entre un 5% y un 10% de hambrientos entre una población de algo más de 40 millones. “Es un ejemplo clarísimo de que el problema no es que no haya, sino cómo se distribuye”. E insiste en que no se entienda distribución como transporte, sino en sentido económico. “No es que no llegue verdura a ciertas zonas, es que hay gente que no tiene dinero para comprarlas”.

En sitios como Bangladesh, Caparrós observó como “la capacidad disciplinadora” del hambre sigue vigente y sirve para que mucha gente acepte condiciones y formas de trabajo que de otra forma no habría aceptado. “Cuando compramos la camisita a 10 euros, estamos beneficiándonos de eso”, apunta. Aunque no se beneficia igual el que compra la ropa que el empresario que la produce. “La generalización de la culpa, a veces es la disolución de la culpa”, señala.

Y eso que se declara contrario al propio concepto de culpa. “Es la reacción más esterilizante y paralizante que conozco”. Él se la sacude pensando en que trabaja sobre ello y pone de su parte para acabar con el hambre.  Es su forma de pelear contra ese sentimiento. Porque opina que lo único que puede dar frutos es que cada uno asuma el asunto “como una cuestión propia”. Y subraya que la poca presencia social y mediática del problema. “Hoy no te puedes presentar a alcalde de Villatripas sin tratar el tema medioambiental… ¿por qué no ocurre lo mismo con el hambre?”, plantea antes de llamar a que los ciudadanos, cada uno en lo que pueda y sin desanimarse por el tamaño del reto —“hay que hacer las cosas porque uno las cree necesarias, no porque esté convencido de que va a conseguir todo lo que se propone”— impulsen ese interés. “Porque nadie está a favor del hambre, es obvio. Pero qué se hace cuando uno está en contra de algo es lo que marca la diferencia”.

 

Fuente: http://elpais.com/elpais/2016/07/07/planeta_futuro/1467917036_253697.html

Share

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.