MIGRAR EN EUROPA: ¿CÓMO JUZGAR LA HISTORIA CON OJOS DEL PRESENTE?

Migrar en Europa: ¿cómo juzgar la historia con ojos del presente?

¿Cómo se abren los resquicios por donde crecen y se expanden las extremas derechas? El tratamiento refractario a los y las migrantes es sin dudas uno de ellos. Una mirada sobre viejas tecnologías y nuevas estrategias de deshumanización.

Muchas veces las redes de activistas y aliadas de la lucha antirracista se hacen eco de posteos reivindicativos sobre el derecho de todo ser humano a migrar. Los mensajes casi siempre hacen hincapié en la necesidad de conectar con el fenómeno migratorio desde la empatía, el humanismo, la necesidad de justicia y reparación. Para eso, muchas veces se habla del pasado migratorio de los europeos, de la posibilidad permanente de que cualquier individuo llegue a convertirse en un migrante futuro y a apreciar el valor de las llamadas “diferencias” y su aportación como elemento enriquecedor de las sociedades actuales.

En la Europa actual, las derechas siguen presentándose como salvaguardas de la nación, de las instituciones democráticas, de la comunidad y de milenarias prácticas tradicionales frente a un capitalismo globalizador. Mientras que en la práctica todo esto se traduce en el rechazo al migrante, las izquierdas no llegan a encontrar herramientas, mensajes ni palabras que desmonten décadas de odio y normalicen la mirada al proceso migratorio. Por otra parte, la indiferencia también es la brecha por donde se cuelan los discursos discriminatorios en la forma aparentemente inocua de una charla informal en el vecindario o de miradas de desaprobación en el transporte público.

La construcción del migrante como amenaza se debe a la existencia de una historia hegemónica basada en un relato en el que “nuestra” comunidad, aquella con la compartimos valores, visiones del mundo, normas e ideas, es definida por un espacio geográfico específico marcado por fronteras que es necesario proteger continuamente frente a amenazas externas. Según este relato la persona migrante viene a representar el ente invasor, que no se define como agente de memoria o de aportación, sino que se le acusa de “utilizar” la ciudad de forma parasitaria, sin mencionar quien se aprovecha de quien en este juego con personas en condición de precariedad legal, económica y social.

Siempre hemos estudiado que la esclavitud o la violencia del trabajo forzado fue algo que pasó en otro lugar, en otro tiempo y que no tiene nada que ver con nosotros. Pero, muy al contrario, como señala Josep Maria Fradera, la esclavitud fue la nueva tecnología de los siglos XVIII y XIX, que trazó la línea de diferencia que convirtió países sumamente exitosos en otros que no.

Cuando hablamos de memoria histórica parece que hablamos de una categoría única e indivisible, una memoria que se rige por los mismos valores y que es patrimonio de toda la ciudadanía, borrándose sistemáticamente no solo la existencia de memorias múltiples dentro de esa misma ciudadanía, sino sucesos de injusticia, dolor y muerte que involucran tanto a nacionales como a la población migrada originaria de territorios ex-coloniales.

En la historia todo es cíclico; este fenómeno de borrado de la ciudadanía y la memoria también. Como el resto de las constituciones europeas de finales del siglo XVIII y principios del XIX, las primeras constituciones españolas de principios del siglo XIX nacen en las Cortes de Cádiz con una división muy definida entre el espacio metropolitano europeo y el espacio colonial. Estaba claro que el poder imperial debía extenderse en el suelo colonial a través de formas represivas y violentas que no hubieran sido toleradas para los habitantes de la metrópoli, creando entonces un marco legal excepcional o diferente para las colonias por no pertenecer al espacio regulado como “nación”. Por tanto, los antiguos súbditos, ahora transformados en ciudadanos, no podían gozar de los mismos derechos que aquellos del territorio europeo.

C. Baldwin habla de una mentalidad colonial que no es nueva, al afirmar que en España hay muchas personas ancladas en una pasado de ambiciones genuinamente coloniales. Se trata de una mentalidad colonial alimentada durante siglos de expolio colonial y por un sistema legal que mantuvo a los habitantes de las colonias al margen del sistema de derechos, representación e instituciones ciudadanas. No podemos olvidar que la primera constitución española nace admitiendo tácitamente la esclavitud en su artículo V, que además impide claramente el acceso a la ciudadanía a las llamadas “castas pardas” y limita el derecho de los sirvientes domésticos.

De esta forma las antiguas relaciones de vasallaje, las fórmulas de limpieza de sangre y las jerarquías de la vieja monarquía se cuelan en los nuevos marcos legales creados en el siglo XIX y se reproducen hasta el día de hoy. La hegemonía blanca que se acostumbró a legislar sobre cuerpos no blancos utilizando figuras como las leyes de limpieza de sangre, lo sigue haciendo hoy a través de la Ley de Extranjería y de dispositivos de control del espacio colonial como la identificación por perfil racial.

“[…] una mentalidad colonial alimentada durante siglos de expolio colonial y por un sistema legal que mantuvo a los habitantes de las colonias al margen del sistema de derechos, representación e instituciones ciudadanas”

Hay una diferencia sin embargo con el pasado. Si antes las leyes especiales se creaban para que los conflictos de las colonias, la sangre, la violencia y la muerte se quedara en ese espacio colonial agreste, rústico y desregulado según las normas hegemónicas, hoy toda esta realidad se traslada al espacio europeo. El espectáculo deshumanizador es todavía más atroz en tanto se produce cada día ante los ojos y la indiferencia de la ciudadanía. Por eso es necesario recordar siempre que para construir una verdadera memoria histórica necesitamos la memoria de los otros, que debe estar conectada con la justicia y la reparación de la dignidad humana. Nuestro lema debe ser volver a humanizar donde se deshumanizó y lograr edificar una ciudadanía que piense procesos históricos complejos con madurez.

Las estatuas, la historia que se despliega de forma monumental ante nuestros ojos, no está pensada para la complejidad, sino para la glorificación, para el culto a paradigmas de éxito. No están hechas para pensar, para preguntarnos qué sentido tiene honrar a figuras que levantaron sus fortunas a costa de la tecnología esclavista o de dispositivos como el barco esclavista, el galeón imperial, las rutas de comercio, las factorías, las fábricas, los bancos, o las cadenas de montaje global que esconden la explotación del trabajador, la monopolización de los bienes y servicios y la corrupción.

Las fiestas nostálgicas del Maresme, donde aparecen gigantes inspirados en esclavistas, se viste todo el pueblo de blanco, se preparan manjares “exóticos” para recordar un pasado colonial o se exotizan bailes, canciones y cuerpos negros semidesnudos, tampoco están hechas para reflexionar. Están hechas para seguir viviendo en la indiferencia y en la vulneración a la dignidad humana de esos cuerpos construidos como otredades; están hechas para el regocijo nostálgico de un pasado y la glorificación a un indiano acaudalado por su espíritu emprendedor, sin mencionar sus manos manchadas de sangre y sudor de los cuerpos de más de doce millones de africanos secuestrados de su continente y esclavizados en América.

En Cataluña existe hoy en día una red muy activa llamada la Xarxa de Municipis indians, en la que podemos ver claramente que las normas discursivas de la supremacía blanca y hegemónica gozan de muy buena salud. En especial, tomo las palabras de su portavoz, Anna Castellví, en la introducción a uno de sus eventos: “no podemos juzgar la historia con ojos del presente”.

Hoy día, que el presente se sigue retroalimentando del pasado a través de ideas, discursos y prácticas que normalizan las relaciones de dominación de un grupo sobre otro y que se sigue evitando hablar de como la Cataluña industrial y moderna se construyó sobre los cuerpos colonizados y esclavizados. De como la naturaleza misma de las sociedades y las prácticas tradicionales de superviviencia comunitarias fueron desmanteladas para que fueran funcionales a la rápida acumulación que necesitaban las economías europeas y entre ellas la catalana. Tenemos el convencimiento, en fin, de que no se trata de juzgar, sino de hacer honor a la verdad histórica, de hacer justicia y reparación.

Es necesario darnos cuenta que muchas veces los discursos sobre la belleza patrimonial y la memoria histórica no son neutrales, sino que quieren imponer una mirada romántica y eurocentrista a un fenómeno de opresión donde no fue el “emprendimiento” lo realmente decisivo, sino el hecho de participar de un contexto colonial desigual, en el que las colonias eran subyugadas bajo leyes, impuestos, represión y prácticas sangrientas como la esclavitud.

De que otra manera un hombre pobre como Antonio López o un pescador sin recursos de la Barceloneta como Tomás Ribalta pudieron hacerse en pocos años de una riqueza tal, que eran capaces de hacer préstamos a la mismísima hacienda española. Esto solo fue posible porque participaron de un tráfico brutal que emergió como un renglón de enriquecimiento muy rápido con gran margen de beneficios a costa de mucho sufrimiento, dolor y muerte.
No podemos juzgar la historia con ojos del presente, pero es necesario reconocer cómo el pasado afecta el presente.

Para justificar todas estas atrocidades y para conveniencia de todo aquel que lucraba con la esclavitud, se expulsó al africano de las fronteras de lo humano. Para justificar la violencia en los territorios coloniales y la expulsión de sus nativos del marco constitucional, político e institucional europeo, fue necesario alimentar imaginarios exotizantes, infantilizadores y de sumisión que nacieron para justificar la vulneración de los derechos de las personas del Sur global. Se trata de imaginarios culturales que dividieron el mundo en naciones débiles y naciones fuertes y que defienden aún hoy que los blancos llevaron la civilización allende los mares y que el empobrecimiento de los territorios ex-coloniales es sólo culpa de una esencia innata “cultural” de sus habitantes.

Una sociedad civil con el suficiente grado de madurez y responsabilidad se hace preguntas y pide respuestas; no se lava las manos argumentando que “no somos responsables de los hechos de nuestros antepasados” y cierra la puerta a la discusión. Por supuesto, no se trata de asumir cosas que no se han hecho, sino de justicia y de reparación, de no mirar hacia otro lado cuando hoy en día, el migrante racializado y precarizado no se considera un integrante legítimo del espacio ciudadano, mientras que la discriminación por color y origen étnico ha sido la primera en la ciudad según el Informe de l’Observatori de les discriminaciones en Barcelona en el 2021. Ante este panorama siempre es importante recordar que la indiferencia ante el sufrimiento ajeno es la puerta por donde entra la extrema derecha. Siempre que hablemos de memoria histórica debemos hacerlo desde una perspectiva de reparación a la dignidad humana.


Este artículo fue publicado originalmente en El Salto Diario, y especialmente enviado por su autora para su publicación en ALAI.

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