“Mujeres libres”: los ecos que resuenan en el presente

L A U R A       V I C E N T E
H i s t o r i a d o r a

 

Los ecos del pasado: Genealogía Este artículo se inscribe en la conmemoración del 80 Aniversario de la constitución de la Federación Nacional de “Mujeres Libres” (1937-2017) los días 20, 21 y 22 de agosto en Valencia. Sin embargo no es mi intención realizar una especie de hagiografía de este acontecimiento puesto que carece de interés una reconstrucción exterior del pasado relatando una realidad pasada y, por tanto, muerta. Solo la actualidad del pasado puede dotar de fuerza y sentido la inmersión hacia atrás y aportar un proyecto emancipador. Lo sucedido en el pasado no es más grande o digno de aprecio que lo que ocurre en el presente, el interés de lo sucedido está en los ecos que resuenan en el presente.
Los seres colectivos siempre son más de lo que son puesto que llevan en sí fuerzas que tienen que ver con actos realizados en tiempos anteriores, de esta forma no se trata de verlas desde fuera sino desde dentro, desde lo que somos podemos evaluar lo sucedido en el pasado. Así lo expresa Jean Tardieu cuando dice: <<Si con una llave,
golpeo los hierros que él golpeaba, escucho todavía, en su sonido que permanece puro, brotar del fondo de los siglos
criminales el grito de su esfuerzo y de su triunfo>>1.
Este es el objetivo de este artículo, escuchar el sonido puro que brota del fondo de los ochenta años transcurridos
desde la constitución de la Federación Nacional de “Mujeres Libres”. En el momento actual hay un hueco para el feminismo anarquista que está por llenar y es en el eco que el pasado genera en el hoy desde donde se puede
hacer fuerte y definir su idiosincrasia. Las mujeres ácratas del 2017 forman parte de una ascendencia de largo recorrido que tiene más de ciento ochenta años. “Mujeres Libres” floreció como resultado de alrededor de cien años de genealogía que hizo posible su constitución, su crecimiento rápido, su autonomía y empoderamiento, y sus realizaciones en medio de una guerra civil.
La genealogía de “Mujeres Libres” fue el resultado de la diversidad, la apertura de miras y la evolución a lo largo del tiempo. Unos ecos despertaron otros y estos otros más y estos segundos otros nuevos. Resulta difícil afirmar dónde se inició esta cadena genealógica formada
por muchos eslabones pero se puede empezar con la tradición del obrerismo francés de las utópicas vinculadas al sansimonismo y al furierismo que buscaban proyectos alternativos de vida y que cuestionaban las restricciones sociales impuestas a las mujeres. La entrada en España de las corrientes utópicas se produjo mediada la década de 1830 y tuvo dos focos de desarrollo: uno en Andalucía,
sobre todo en Cádiz, de orientación fourierista, y otro catalán de influencia cabetiana.
Lo que empezó siendo patrimonio del socialismo utópico, fourierista en particular, a mediados de la centuria se
transformó en militancia republicana, hubo mujeres que docenconfiaron en que la República ampararía la emancipación de género. Siempre se movieron en un medio hostil a sus reivindicaciones por el predominio masculino, pero no por ello desistieron de publicitarlas y extenderlas a través del activismo en múltiples escritos, mítines, manifestaciones y organizaciones femeninas. Gran parte de sus críticas se encaminaron a destruir los pilares patriarcales de la institución matrimonial y a cuestionar la jerarquía masculina en el seno de la familia. Plantearon una manera nueva de entender las relaciones amorosas basada en la libertad y la autonomía conseguida a través de la educación y el trabajo. Cuestionaron la influencia de la Iglesia católica, allanando el camino hacia el librepensamiento de la generación posterior2.
Una parte de las mujeres republicanas evolucionaron hacia el internacionalismo, estuvieron presentes desde el primer Congreso de la Federación de la Región Española (FRE) de la AIT celebrado en Barcelona (1870) formando un núcleo de obreras entre las que destacó Guillermina Rojas, una fourerista de primera hora, que fue la impulsora de iniciativas que fructificaron en el Congreso de Zaragoza (1872) al aprobarse un dictamen, titulado “De la mujer”, que se oponía a la reclusión de esta en el espacio doméstico. El anarquismo, con sus planteamientos de crítica a la
autoridad y de construcción de una sociedad basada en la igualdad y la libertad en la que cada persona tenía que ser
valorada y respetada por sí misma, contribuyó a abordar la subordinación femenina y la necesidad de la  emancipación, tanto dentro como fuera del hogar.

El librepensamiento, hacia el que evolucionaron una parte de las mujeres republicanas, fue otro componente importante de esta genealógica, se trataba de un método de organización para intervenir en la sociedad más que una doctrina, un movimiento dinámico con capacidad para movilizar a importantes sectores sociales, como no lo podía hacer ningún partido ni organización obrera en las últimas dos décadas del siglo XIX. Las  ibrepensadoras, pertenecientes a la pequeña burguesía urbana y en menor medida a las clases populares, impartieron docenconfiaron cia en las escuelas laicas, participaron en mítines, crearon su propia prensa, ingresaron en la masonería y frecuentaron los centros espiritistas y teosóficos.

No fue ajeno al librepensamiento el Neomalthusianismo con sus planteamientos de limitación de la natalidad
y su defensa de la sexualidad como fuerza básica de la vida y un componente importante de la salud psíquica y social. Abogaban por tener una nueva actitud hacia la sexualidad, explorando y expresando los deseos sexuales y practicando el control de la natalidad para evitar la condena de los embarazos no deseados y la existencia de familias numerosas. El control de la fertilidad, por tanto, podía ser liberador para las mujeres y se podía utilizar como un componente más de la estrategia hacia la liberación de la clase trabajadora. Por último, estas nuevas actitudes, además de hacer posible la separación de procreación y placer, tuvieron gran influencia sobre la concepción del amor y de la pareja a través del “amor libre” o “amor plural”3.

En este caldo de cultivo se movieron Teresa Claramunt (1862-1931) y Teresa Mañé (1865-1939), las pioneras del
feminismo anarquista. Las dos definieron las ideas sobre las que se fundamentó dicho feminismo y Claramunt, a
diferencia de Mañé, defendió la necesidad de crear organizaciones específicamente femeninas. Las “dos Teresas” nunca se definieron como feministas, identificaron este término con sufragismo, un movimiento, a su parecer, burgués y partidario de la intervención en las instituciones políticas desatendiendo la dignificación de la mujer obrera.
Las “dos Teresas”, igual que el resto del feminismo español del siglo XIX, defendieron un feminismo social que
se basaba en la diferencia de género y en la proyección del rol social femenino de esposa y madre a la esfera pública.
Las dos constataron que la inferioridad de la mujer era responsabilidad del hombre y que sobre la desigualdad de
los sexos se había constituido la sociedad, reconociendo de facto la existencia de un sistema patriarcal. Los asuntos
centrales del debate sobre la mujer fueron tres y en ellos se centraron los escritos de las “dos Teresas”: la educación, el trabajo y la relación de los sexos en el ámbito doméstico.

El grito de emancipación: “Mujeres Libres” Muchas mujeres, conocidas y desconocidas, sirvieron de eslabón entre la generación de las pioneras (además de las “dos Teresas”, mujeres menos conocidas como Cayetana Griñón, Francisca Saperas o Tomasa “la de Sants”) y la generación de “Mujeres Libres” (MMLL). Una de estas mujeres fue Emma Goldman, que visitaba a Teresa Claramunt cuando venía a España (desde 1928) a recoger testimonios
y documentación. El planteamiento de Goldman, de la necesidad de la “emancipación interna” de las mujeres
para valorarse a sí mismas, aprender a respetarse y rechazar la dependencia del hombre, era idéntico al de Claramunt y una autoafirmación de empoderamiento femenino.

Federica Montseny, Libertad Ródenas y Teodora, la madre de María Batet, asistían con frecuencia a las tertulias que
se organizaban en la casa donde vivía Claramunt cuando, en los años veinte, quedó ya postrada en una silla, materializando ese eslabón de unión entre las dos generaciones. MMLL recogió el caudal que las pioneras legaron,
muchos temas que hubieran podido ser meditados y desarrollados no lo fueron porque la guerra introdujo a
la organización en una dinámica excepcional. En ese caudal heredado hubo un tema que ya fue polémico entre las
“dos Teresas”: la forma organizativa (mixta o exclusivamente de mujeres). Teresa Claramunt, defensora de las organizaciones de mujeres, había formado parte de dos tipos de organizaciones diferentes, una la que se planteó
como asociación de obreras cuya base organizativa era la sociedad de oficio, por tanto, de clase y con base ideológica anarquista; otro tipo de organización fue la que se estructuró como organización autónoma de mujeres, de
afinidad, interclasista y basada en la diversidad ideológica que encajaba en el movimiento librepensador.
MMLL se constituyó siguiendo el segundo modelo como organización autónoma de mujeres basada en la afinidad y no en el oficio, eso sí, fue una organización de clase y anarquista. Su estructura fueron las agrupaciones de pueblo, o de barriada en las ciudades, que constituían un comité que se coordinaba por provincias, regiones y finalmente a través de un comité nacional.

La formación de MMLL fue el resultado de dos núcleos, el madrileño y el barcelonés, que se formaron alrededor
de 1934. El núcleo madrileño se constituyó por la iniciativa de tres mujeres, Lucía Sánchez Saornil (1895-1970),
Mercedes Comaposada (1901-1994) y Amparo Poch (1902-1968) que se trasladó a vivir desde Zaragoza a Madrid.
Tres mujeres unidas por el azar, de procedencias distintas y pertrechadas de una visión clarividente sobre la necesidad de emancipar a la mujer obrera. Las tres vieron en la publicación de una revista el comienzo de un proyecto a largo plazo, un instrumento que podía agrupar y facilitar la realización de distintas tareas (conferencias, clases, etc.) y que podían tejer una red de cordialidad4 que permitiera crear una organización de mujeres.
Además del núcleo madrileño, durante los años treinta se formó el grupo barcelonés. En Cataluña existía una larga tradición en la formación de grupos de obreras aunque fueran de vida efímera. Existió una cierta continuidad desde los organismos que, de la mano de Teresa Claramunt, se habían formado en el siglo XIX (“Sección Varia de Trabajadoras anarco-colectivistas de Sabadell”, 1884; la “Agrupación de Trabajadoras de Barcelona”, 1891 y el posterior “Sindicato de Mujeres del Arte Fabril”, 1901) hasta los que se formaron en la década de los treinta. Los intentos de formar sociedades obreras femeninas fueron constantes y sabemos que grupos de obreras de la CNT, desde 1928, se organizaron en ciudades industriales de Cataluña (especialmente del textil) para tratar los temas que
después se discutían en las reuniones generales. Por otro lado conocemos también la existencia del grupo “Brisas
Libertarias”, constituido en el Sindicato de Profesiones Liberales del Barrio de Sans, organizado por Pilar Grangel
(1893-1987), directora de la Academia Pestalozzi, que puso en marcha clases nocturnas para mujeres contando
con la colaboración de Libertad Ródenas (1893-1970)5. Sin conocer la existencia del núcleo madrileño, nació en Barcelona el “Grupo Cultural Femenino” en 1934 o principios de 1935, las mujeres que lo pusieron en marcha (Soledad Estorach, Pepita Carpena, Concha Liaño, Pilar Grangel, Nicolasa Gutiérrez, Apolonia y Felisa de Castro, María Cerdán, Elodia Pou, Áurea Cuadrado y otras) eran mujeres muy jóvenes, entre los dieciséis y los poco más de veinte años, y sin apenas formación. Las militantes veteranas y con más experiencia no apoyaron la creación del grupo como en el núcleo madrileño y eso marcó importantes diferencias entre ambos, siendo el madrileño mucho más capacitado y maduro para impulsar la iniciativa de “Mujeres Libres“(tanto la revista como la organización).
Fundada la revista en mayo de 1936, el núcleo madrileño tomó iniciativas para tejer esa red de cordialidad que,
en la práctica, estaba creando el embrión de MMLL6. Estalló la guerra el 18 de julio y todo se precipitó. En Madrid
se constituyó la primera agrupación de MMLL entre julio y agosto de 1936 y, por esas mismas fechas, ambos núcleos conocieron de su existencia y empezaron a tener contactos directos. A principios de septiembre, Mercedes Comaposada asistió en Barcelona a una reunión regional del “Grupo Cultural Femenino” comprobando que las dos asociaciones tenían objetivos emancipadores comunes7.

De esta reunión pudo salir en ese mismo mes la decisión de constituir la agrupación barcelonesa. Partiendo de las
dos primeras agrupaciones, la organización se extendió y llegó a tener alrededor de 20.000 afiliadas y 147 agrupaciones (aunque hay fuentes que hablan de entre 20.000 y 60.000) con incidencia especial en el Centro (15 agrupaciones más 13 en barriadas de Madrid) y en Cataluña (40 agrupaciones más las 6 en barriadas de Barcelona),
seguidas de Aragón (14 agrupaciones de las que solo se han localizado 5), Valencia (28 agrupaciones) y Andalucía
(dos agrupaciones: en Granada y Almería).

Las ideas feministas enlazaron con las pautas marcadas por las pioneras ya que igual que ellas rechazaron considerarse feministas. Consideraron que su meta era un “humanismo integral” que se podía conseguir con un adecuado equilibrio entre elementos masculinos y femeninos de la sociedad, cayendo muchas veces en
estereotipos de género y tópicos. Confirmaron la idea de que las mujeres eran diferentes a los hombres y, por tanto, se mantuvieron dentro del feminismo social iniciado por las pioneras.

Responsabilizaron a los hombres de la inferioridad de las mujeres e hicieron un análisis de su subordinación que
se basaba en la dependencia económica respecto a los hombres, que sumada a las carencias educativas contribuía
a la infravaloración social de las mujeres y a la falta de autoestima.
La educación, igual que entre las pioneras, era un tema clave para capacitar a las mujeres, MMLL pusieron en marcha una auténtica cruzada contra el analfabetismo, cursos de orientación técnicos y programas de “formación social”. La capacitación educativa y laboral perseguía, entre otros objetivos, la incorporación de las mujeres a trabajos cualificados y remunerados con un
sueldo digno, segundo tema que las pioneras ya habían destacado como objetivo importante para conseguir la autonomía e independencia económica. Por último, se insistió mucho en la necesidad de que la igualdad entre hombres y mujeres se diese también en el ámbito de las relaciones personales e íntimas.

MMLL no insistió, y prácticamente estuvo ausente en la revista Mujeres Libres, el tema del amor libre y de la sexualidad entendida como fin en sí misma al margen de la maternidad. Cierto puritanismo, pero también razones tácticas, podían explicarlo, ya que consideraban que las campañas anteriores en pro de la libertad sexual habían perjudicado a la mujer porque no habían logrado una auténtica comprensión de lo que representaba la libertad sexual y muchos hombres habían reforzado su idea de que la mujer era un objeto sexual.

MMLL defendieron con decisión su autonomía dentro del Movimiento Libertario. Esta autonomía no fue bien
aceptada por éste, desarrollándose sus relaciones en un ambiente de considerable tensión. Pagaron un alto precio
por su autonomía: nunca tuvieron los fondos o el apoyo organizativo que deseaban. Les fue negado el acceso a las discusiones y a los debates sobre tácticas políticas en curso, limitación que intentaron superar solicitando, a través de un Informe (con información detallada sobre la organización femenina) en el Pleno Regional del Movimiento Libertario (octubre de 1938), su incorporación autónoma al Movimiento Libertario. La solicitud fue rechazada alegando que dicha organización sería un elemento de desunión y de desigualdad dentro del ML y que tendría consecuencias negativas para la clase obrera. MMLL y la revista, que funcionó como su órgano de expresión, demostraron un grado de conciencia feminista muy desarrollado al cuestionar el sistema patriarcal y vincular la emancipación femenina con la transformación revolucionaria, es decir, uniendo lucha de género y lucha de clases.
Recuperar el nexo genealógico no resultó fácil El franquismo cortó de tajo esta genealogía, que superaba los 100 años de existencia, y con ella el camino de la emancipación femenina que aceleró la II República y la propia Guerra Civil en la zona republicana. La vida de las mujeres comprometidas en el bando republicano fue una lucha constante por negar la sumisión femenina impuesta por el franquismo. La Dictadura fue un duro correctivo para estas mujeres que vivieron un auténtico exilio interior o bien marcharon al exilio.

La primera vez que muchas mujeres oyeron hablar de MMLL fue cuando se editó el libro de Mary Nash8 sobre esta
organización el año 1976. El libro fue toda una revelación en los minoritarios ambientes feministas y ácratas del momento porque permitía hacer de nuevo un enlace genealógico, después de tantos años, con las mujeres que estaban en el exilio o silenciadas en el interior. Ese mismo año, en Barcelona, se formaron los primeros núcleos de mujeres dentro del movimiento libertario que redactaron un manifiesto que se titulaba “Qué es Mujeres Libres”. En este manifiesto se explicaba que dicha organización volvía a la actividad, de hecho se reeditó en mayo de 1977 la revista Mujeres Libres (II época) y participaron en las Jornadas Libertarias Internacionales celebradas entre el 22 y el 25 de julio del mismo año. En 1978 se creó un Ateneo Cultural de la Mujer buscando una herramienta organizativa útil para crear un lugar de reflexión y de educación. Mientras tanto se produjeron contactos con mujeres vinculadas a la histórica MMLL como Sara Berenguer, Matilde Escuder (compañera de Félix Carrasquer), Concha Liaño y otras.
A partir de 1979 se formaron grupos de Mujeres Libres/ Libertarias en diversas ciudades que empezaron a mantener
una cierta coordinación y el desarrollo de sinergias a través de Encuentros que se iniciaron en 1981. Los grupos que se coordinaron asiduamente fueron los de Zaragoza, Madrid, Barcelona, Granada y Valencia. El primer número de la revista Mujeres Libertarias, editada por el colectivo de Mujeres Libertarias de Madrid, a partir de 1985, recogió la existencia de nueve grupos: Zaragoza, Sevilla, Valencia, Granada, Alicante, Burgos, Barcelona, Málaga y Madrid.

Estos grupos se definieron como libertarios por su rechazo explícito a la autoridad y la importancia que daban a la libertad. La explotación no afectaba solo a la producción sino que existían también diferencias marcadas por la educación, la cultura y los diferentes grados de libertad. La rebelión que se buscaba implicaba eliminar perjuicios basados en el capitalismo, el patriarcado y el machismo. Los temas que centraron la reflexión y el activismo de
los grupos fueron parecidos a los de sus predecesoras:  el trabajo, la educación y la sexualidad, dentro de este
último aspecto, el aborto y los anticonceptivos fueron los aspectos que más energías absorbieron, de hecho se
acabó publicando un libro: Anticonceptivos y aborto en 1982. Estos grupos fueron desapareciendo en la segunda
mitad de la década de 1980.

Conclusiones: el feminismo anarquista He afirmado al principio de este artículo que carecía de interés la mera reconstrucción de una realidad pasada y conmemorativa, por ello las conclusiones están orientadas a destacar la actualidad del pasado, los ecos que resuenan en el presente. Dentro del feminismo anarquista existieron conceptos
básicos como la autogestión, la acción directa y el rechazo a la política institucional que han sido claves.

Sin embargo no se incorporó la noción de anarquía, en su sentido más provocador y subversivo, a la práctica feminista llevada a cabo en la larga genealogía relatada en este artículo. Entendemos la anarquía9 como rechazo de todo principio inicial, de toda causa primera, de toda dependencia de las personas frente a un origen único que a lo largo de la historia ha adoptado formas diferentes (dios, nación, partido e incluso revolución). La anarquía, por el contrario, es la afirmación de lo múltiple, de la diversidad ilimitada de los seres y de su capacidad para componer un mundo sin jerarquías, sin dominación, sin subordinación, sin otras dependencias que la libre asociación de fuerzas radicalmente libres y autónomas. Estamanera de entenderla desarrolla un aspecto clave dentro
del feminismo que es la construcción de nuevas subjetividades que pudieran desarrollar la capacidad de las
personas para expresar el poder de que son portadoras en sí, de tal forma que pudieran reconocerse y asociarse
sin necesidad de renunciar a la diferencia o a la contradicción.

Sin duda este planteamiento está presente en la defensa del humanismo integral de “Mujeres Libres” que no se llegó a desarrollar plenamente. Es cierto que siempre se partió de la idea de que la lucha no era en contra del hombre y que una auténtica emancipación tenía que contar con él. La emancipación humanitaria era un frente común en contra del autoritarismo y mientras se llegaba a ese objetivo, algunas mujeres “libres” clamaron por la necesidad del apoyo mutuo y el reconocimiento de autoridad entre ellas, es decir, el establecimiento de una red de cordialidad entre las mujeres como afirmó Lucía Sánchez Saornil en 1936 (una aportación que enlaza con lo que hoy se denomina sororidad).

En el legado que “Mujeres Libres” transmitió fue especialmente valioso comprender que la opresión brotaba de todos los ámbitos de lo social y que no se limitaba solo a la explotación económica. El concepto de opresión, que incidía en cualquier tipo de institución o situación que supusiera la limitación de la libertad, se entendió como antítesis de la autoridad que nacía cuando la sociedad delegaba su poder de decisión en las instituciones y se dejaba gobernar por el Estado. Desde esta perspectiva era especialmente importante el concepto de rebelión, más que de revolución, que procedía del legado anarquista y que era entendida como subversión de los valores más profundos y enraizados en cada persona, eliminando los prejuicios basados en la cultura cristiana y burguesa. La rebelión tenía una dimensión ética que convertía la cultura y la educación en elementos fundamentales, por eso se fijaban en aspectos claves de la existencia: alimentación, salud, familia, amor, sexualidad, relación y respeto a la naturaleza, etc. La rebelión, entendida así, tenía, y tiene, un papel protagonista en la lucha de las mujeres pero tampoco se desarrolló plenamente para integrarlo en el feminismo anarquista.

La defensa de la libertad femenina constituyó otro legado importante de “Mujeres Libres” que se fundamentó en el desarrollo de la independencia psicológica y de la autoestima, solo factible poniendo en valor, además de la lucha social, la lucha individual, la llamada “emancipación interna” por la que clamaban Teresa Claramunt y Emma Goldman. De este modo, las mujeres se convertían en sujetos de su proceso de liberación, que no solo se basaba en la independencia económica, sino en el empoderamiento y la afirmación de la personalidad femenina.

De estos planteamientos se derivaba un rasgo fundamental, el antiautoritarismo, una conexión fundamental con el feminismo puesto que la defensa de la libertad en el ámbito privado y social suponía el cuestionamiento de la familia patriarcal, la desigualdad entre los sexos y las actitudes dogmáticas y autoritarias (amor libre, parejas igualitarias, libertad sexual, autonomía económica y personal de las mujeres…).

Estos ecos del pasado hubieran merecido más atención de la que se les prestó cuando el legado de “Mujeres
Libres” empezó a conocerse a partir de la segunda mitad de la década de 1970. No se han extinguido, aún siguen
sonando.

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