PORTLAND, EL LABORATORIO DE LASA NUEVAS POLÍTICAS REPRESIVAS DE TRUMP

Portland, el laboratorio de las nuevas políticas represivas de Trump

Una manifestación en las calles de Portland. REUTERS / CAITLIN OCHS

Tom Hastings, miembro prominente de la comunidad activista de Portland, analiza la situación y teme que esta estragia se extienda a otras ciudades: “Lo que estamos viviendo es como una invasión de la SA del régimen nazi”.

Agentes federales sin insignias ni identificación que detienen a manifestantes y se los llevan en furgonetas sin marcar: no son escenas del Chile de Pinochet o de la España de Franco sino de los Estados Unidos de Donald Trump. Portland, la ciudad más grande del estado de Oregón, en el noroeste del país, y cuya reputación progresista ha provocado más de una parodia, se ha convertido de un día para otro en un laboratorio de nuevas políticas represivas del gobierno federal de Estados Unidos –a pesar de las vehementes protestas no solo de la población sino del alcalde, el gobernador y los senadores del Estado–.

Según los primeros análisis, las actuaciones de los agentes federales –en su mayoría reclutados de los cuerpos de seguridad fronteriza (USBP) y de aduanas e inmigración (ICE)– no son ilegales. Su presencia –oficialmente, para proteger los edificios federales, como el Palacio de Justicia, de daños y ataques– está amparada por los cambios legislativos introducidos desde los ataques del 11 de septiembre de 2001 durante los mandatos de los presidentes Bush, Obama y Trump. Aun así, las actuaciones de los últimos días ya están siendo denunciadas en los tribunales por la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU), entre otras entidades. La indignación provocada por la intervención federal también ha vuelto a animar y aumentar las protestas diarias de los ciudadanos.

Más allá de los hechos recientes que han provocado titulares en todo el país, la situación en Portland obedece a una serie de circunstancias concretas. A nivel local, es notoria la tensión sempiterna entre la población de la ciudad –en particular, sus comunidades marginadas– y la Policía municipal. Es esta tensión la que explica por qué las protestas provocadas por el asesinato de George Floyd a finales de mayo han sido diarias y, a diferencia de otros lugares, se han venido prolongando por casi dos meses, o por qué la Policía ha colaborado con los agentes federales enviados desde Washington a pesar del desacuerdo del gobierno municipal.

También es importante recordar que el Estado de Oregón alberga dos extremos de la cultura política norteamericana: además del icónico progresismo de Portland y su región, hay, en las amplias zonas rurales, una fuerte tradición libertaria de derechas, asociada en las últimas décadas con el cultivo de milicias paramilitares e ideologías racistas. Lo que tienen en común ambos extremos es una profunda desconfianza hacia el gobierno federal: los ciudadanos de Oregón, sean de derechas o izquierdas, prefieren gobernarse a sí mismos. No es casual que el Estado haya sido pionero en legalizar la eutanasia y el uso recreacional de la marihuana.

A nivel nacional, es evidente que la Casa Blanca hace tiempo que ha entrado en precampaña. Oregón no es un Estado que Trump pueda ganar; Hillary Clinton le batió por más de 10 puntos en 2016. Pero precisamente por ello el presidente se puede permitir convertirlo en escaparate de su “mano dura”, aplicada sin piedad para garantizar la law and order contra los “anarquistas violentos” (en palabras del ministro de Seguridad Patria, Chad Wolf) de Antifa y grupos afines.

Para esclarecer lo que está en juego, hablamos por teléfono con Tom Hastings (Minneapolis, 1950), que lleva 20 años enseñando en la Universidad Estatal de Portland (PSU), donde codirige el programa de Resolución de Conflictos, con un enfoque en la protesta no violenta. Militante sindicalista, pacifista y medioambientalista desde hace medio siglo, Hastings ha sido encarcelado tres veces, es un miembro prominente de la comunidad activista de Portland y trabaja desde hace tiempo con varias comunidades marginadas. Su pareja e hijos son afroamericanos.

 

Tom Hastings. Foto: Oregon Peace Institute

¿Qué tenemos que saber del contexto local los que observamos la situación desde fuera de Oregón, incrédulos ante las noticias? 

Es verdad que en Portland llevamos más de cincuenta días manifestándonos, de forma diaria, desde que la Policía asesinó a George Floyd en Minneapolis. Pero es importante distinguir entre las protestas diurnas y las nocturnas. Durante el día, la relación con la Policía no es mala, en gran parte porque los manifestantes le han instado al cuerpo policial que no aparezca. La Policía ha obedecido, manteniéndose al margen, a pesar de que los que nos manifestamos lo hacemos, precisamente, en contra de la Policía y desde un miedo a ella, hartamente fundado. Las protestas nocturnas, en las que debo confesar que apenas he estado presente, han sido muy diferentes. El viernes pasado sí estuve, y presencié el momento de transición crepuscular que se ha dado todos los días: al anochecer, la cosa se desintegra y se pone muy violenta.

¿Qué ocurre?

Hay que recordar siempre que el origen del problema es la Policía y la violencia que ejerce. Dicho esto, en Portland hay desde hace mucho tiempo un ala muy minoritaria, llámese Antifa o Bloque Negro o anarquista –el nombre da igual–, que es muy persistente y está muy dedicada. Uno de sus problemas, sin embargo, es la facilidad con la que se deja infiltrar por agentes provocadores, sean policías undercover o individuos que han hecho algún trato con la Policía para resolver sus propios problemas legales.

¿Le consta que ha habido infiltraciones de ese tipo?

No lo puedo decir con seguridad. Lo que sí me consta es que, en las últimas semanas, esos grupos minoritarios se han comportado como si hubieran sido infiltrados. Con sus acciones han logrado dañar la imagen del movimiento de protesta, al mismo tiempo que le han proporcionado excusas a la Policía y, ahora, al gobierno federal, para una escalada de la violencia.

¿Ha tenido trato con representantes del Bloque Negro?

Sí, claro. En los veinte años que llevo aquí me he podido reunir con ellos, hemos tenido buenas conversaciones e incluso nos hemos puesto de acuerdo sobre ciertas cosas. Pero lo que ha venido pasando estas últimas semanas yo no lo he visto nunca. Antes, la cosa no pasaba, digamos, del lanzamiento de un bote de refresco –lleno, eso sí– hacia un policía. Lo que vemos ahora es muy diferente. Los manifestantes se han hecho con poderosos cohetes de fuegos artificiales, de esos que se usan en las celebraciones oficiales, que lanzan horizontalmente en dirección a los policías. En fin, parecen haber adoptado tácticas de insurgencia paramilitar. También son muy activos en Internet. Les hacen escraches a policías individuales, doxxing, publicando dónde viven. En mi opinión, todo aquello es contraproducente: lo único que están regalándole a la Policía así es otra excusa más para quitarse el nombre de su uniforme y no exhibir más identificación que su número de placa.

La Casa Blanca ha enviado agentes federales para, dice, “restablecer el orden”.

No me cabe duda alguna que los estrategas de Trump aquí han visto una gran oportunidad de cara a las elecciones presidenciales de noviembre. Es obvio que Oregón como tal les importa una mierda. Aquí la victoria del candidato demócrata está asegurada, Trump no tiene forma de ganar. No somos relevantes, nos pueden hacer daño impunemente. Somos un daño colateral. No, lo que buscan es otra cosa: generar una imagen que puedan vender a sus bases en los battleground states, como Ohio, Michigan o incluso Tejas. Y me temo que esta estrategia les pueda rendir.

La derecha rural de Oregón ha sospechado siempre del gobierno federal. ¿Cómo cree que ven la invasión de agentes federales?

¡Con bastante confusión! [Ríe]. Es verdad que la desconfianza hacia Washington es descomunal. Incluso hay sentimientos secesionistas compartidos entre izquierda y derecha. La derecha antifederal me imagino que estará confusa, ahora que parece que tienen a uno de los suyos viviendo en la Casa Blanca. La situación estará provocando alguna disonancia cognitiva.

¿Cómo valora la actuación del gobierno municipal, muy progresista?

Tenemos un alcalde y un concejo muy interesantes. Una de las concejales es Jo Ann Hardesty, con cuya campaña colaboré. Lleva toda la vida luchando por la justicia racial, primero en el congreso del Estado de Oregón y ahora en la ciudad. Es una auténtica radical. Tiene principios fuertísimos y, sin embargo, ha sido muy capaz de llegar a acuerdos políticos con todo el mundo. Pero en estas últimas semanas el concejo, por más progresista que sea, no ha sido capaz de llamar a cuenta al ala violenta de las protestas.

¿Y ahora?

Con la llegada de agentes federales todo ha cambiado. No soy muy dado a las exageraciones, pero lo que estamos viviendo es como una invasión de la SA del régimen nazi. ¡Ni identifican a qué cuerpo pertenecen! Han servido para unificar a todos, incluidos los gobiernos local y estatal.

Ya hay mención de hacer lo mismo en otras ciudades, como Chicago.

Exacto. Somos la versión beta de un programa nuevo.

Dada la indignación provocada por ese nuevo programa, ¿no cree que está más bien fracasando?

Estaría fracasando si todo el mundo sintonizara la radio pública o leyera el New York Times. No es la realidad de este país. Y estoy seguro de que la narrativa difundida por la cadena Fox será bien diferente.

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