¿ A qué dedica el tiempo libre?

Al margen de otras consideraciones, pensamos que del mismo modo que la costumbre ensordece, la presencia cotidiana de la imagen reproducida nos ha despojado de su magia y poder original. Lejos están los días en los que la reproducción filmada de unos obreros saliendo de una fábrica, o de un tren llegando a su destino, atraía y fascinaba al espectador, como si se viera por primera vez, como lo nunca visto. A años luz de aquello, en la actualidad la oferta mayoritaria abunda en efectos especiales, imágenes imposibles y mundos ilusorios. A todo color. Atrapado en su propia trampa -la fuerza de la imagen en movimiento- el cine, más concretamente la industria cinematográfica, ha llevado a la producción de visiones intrascendentes, perecederas, en una vorágine de mostrar, autosatisfecha en su capacidad de dar cuenta de aquello que nada tiene que ver con nosotros. Configurando a base de elipsis, arquetipos y simplezas insostenibles, un tiempo (el que dura la película) inocuo, inútil, totalmente ajeno a la realidad, en el que invertir el ocio, es decir, el tiempo que pasamos sin trabajar y que debe rellenarse a toda costa para evitar males mayores. No sea que nos pongamos a pensar.
Así entendido, el tiempo para el ocio es la recompensa del esclavo civilizado. ¿Por qué inquietarlo (quien quiere inquietarse) durante ese tiempo “libre’ paréntesis entre los tiempos “ocupados” que marcan el ritmo de nuestra existencia, entre obligaciones y horarios que podrían cuestionarse con enorme facilidad a poco que nos lo propusiéramos? No es casualidad que hoy en día la mayoría de las salas para la exhibición de películas se enclaven en macrocentros comerciales, como un espacio más para el consumo: puedes elegir entre ver un ratito a Thor (un ciclado haciendo volar el martillo, algo superinteresante) o dejarte unos cuantos euros de más en unas bambas de marca, con las que, por cierto, andarás lo mismo que podrías andar con unas espardeñas, y, sobre todo, llegarás al mismo sitio.
El cine tiene la capacidad de proporcionar entretenimiento (entre-tener: “entre” lo que nos ha tocado, sin haberlo elegido, “tener” algo, supuestamente elegido). Mirar no requiere esfuerzo, la mirada dirigida hacia la pantalla, desde un cómodo asiento, es fácil, no cansa. Además, en las salas actuales se está calentito en invierno y fresquito en verano. Y en compañía (a no ser que hayas elegido ver una película finlandesa en versión original), algo que también agrada, somos inevitablemente gregarios, nos va la tribu. Aun así, hay cineastas que saben aprovechar esa necesidad de entretenimiento, tan humana, para proponer algo más, ya que estamos. Sin necesidad de ponerse elitistas, algo incluso “comercial”. Algo que trascienda el tiempo real que vas a estar mirando desde la oscuridad, pasivo, rodeado de tus congéneres, confortablemente establecido. Algo para llevarte a casa, un regalo. Para digerir con tiempo, no para deglutir en un intervalo.
Por poner un ejemplo: Billy Wilder era amado por las grandes productoras, por los actores y actrices de moda y por el público (una cosa lleva a la otra, y viceversa). Y con todo, películas como El apartamento, Con fa!- das y a lo loco o Un, dos, tres tienen infinitas lecturas y aportan, además de entretenimiento, muchas más cosas. Son películas de todos conocidas. Y otros títulos del mismo creador, menos conocidos, como El gran carnaval, con un hermoso Kirk Douglas, muestran de forma mucho más explícita similares miserias de nuestra existencia. En esta película, además, Wilder reflexiona sobre el propio fenómeno del espectáculo, para el que todo vale, incluso el visionado, no exento de manipulación, de la desgracia ajena, uno de los temas que más fascinan, al parecer, al ojo humano. Ninguna de estas películas se olvidará fácilmente, todas merecen una revisita. Pero dudamos que ver más de una vez Thorlleve a algún sitio. Aunque, para que el lector no piense que tenemos prejuicios hacia lo nórdicos musculosos, sí resulta recomendable un revisionado de Conan, el bárbaro, cuyo, director, John Milius, fue también guionista d Apocalipsis now, qué cosas.
Y bueno, en definitiva, de lo que queríamo hablar es del ocio y el cine, o del ocio en cine, o del ocio contra el cine, o del cine cor tra el ocio. Y aunque nos está costando llega la idea original era comentar la trilogí Paraíso, del austriaco Ulrich Seidl, en sus tre entregas: Amor (2012), Fe (2012) y Esperanz (2013). En estas tres películas, preparémonos para visionar, en nuestro tiempo de ocio, tiempo del ocio ajeno, y en especial, la quinta esencia del tiempo para el ocio: el tiempo dedicado a las VACACIONES, la máxima recompensa del esclavo, un periodo acotado inexcusablemente para la felicidad, la zanahoría en un mundo de burros y palos. Los personajes protagonistas de cada una de estas tre películas dedican sus vacaciones a desarrollz lo que consideran su más deseado anhelo. U viaje exótico. Una misión. Un propósito d autocuidado. Pero todo está equivocado. 1 tiempo de vacaciones, que imaginamos com la antítesis del tiempo de no-vacaciones, s muestra en estas tres películas con su autér tico carácter: como una falacia. Como exter sión torpemente maquillada de las misma servidumbres que configuran la vida el rest M tiempo. Al final, es todo lo mismo, y sobr todo, lleva al mismo sitio. Nos parece qu podemos elegir qué hacer en nuestras vac ciones (a diferencia de nuestra imposibilidad de elegir qué hacer cuando no estamos d vacaciones).

El problema es que esa supuesta libertad para elegir, es pura ilusión. O dicho d otra forma, lo que creemos que es una ele ción personal es otra imposición má Inducida con extrema habilidad para mant nernos contentos a la vez que esclavos. Sex religión, forma física. Y vuelta al trabaj Iguales, o peores que antes. A esperar las siguientes vacaciones, qué bien. En Paraíso ( título lo dice todo) Seidl nos enfrenta con lc perversos mecanismos que nos rigen, que n son precisamente martillos voladores, sin algo tan común y corriente como a qué dedicamos nuestro “tiempo libre’ o incluso, si hay alguna parte de nuestro tiempo que podríamos calificar como “libre”.
* “Y cómo es él’ José Luis Perales. Entre el agua el fuego, 1982.

 
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