LA CANELA DEL MUNDO

Amanecían las lanudas greñas setenteras, las ikurriñas que envolvían el deseo de amnistía de los gudaris, la comparación de la parda policía con el pan duro de jornadas anteriores, las solapas de chaquetas donde brotaban setas de anagramas de causas, el orgullo del obrero cuyo nuevo mundo era su mas importante labor, las quedadas en manis con reparto de panfletos, la radicalidad bronca que apreciaba el cambio de bando del terror, el turrón de la viuda de los opresores, la carne incascendente en el asador del cuerpo libre, la herramienta nueve milímetros parabellum, Sión ni en broma santa, el Norte patriota y popular, el comunismo sexual de la vida en experimento contínuo, el grupúsculo o célula sin sede universitaria, el feminismo de nacimiento, el amor como una mujer al decir nunca, las miradas de hielo observando los árboles desnudos de la libertad, la falsa democracia atonal hija de los torturadores, las lecheras de palos y las sirenas de pánico al vuelta y vuelta al jaleo, el miedo y la verdad… En aquélla tramoya nací yo en una cárcel de mujeres. Mi madre, por sus servicios prestados y poseída por el Partido, enlazó legalmente con un gacetillero del mundillo al que le daban asco las mujeres. Su marido, homosexual y jatorra, borracho y barrigón, con barba y gafotas, no nos tocó nunca como a veneno potente…

Cambiar de camino Pero, llegó el reflujo. La democracia asumida por consigna, el fin del Partido minúsculo, el voto a demonios, el fin de la entrada en la OTAN. Y mi padre, cobarde bujarra, siempre bebiéndose la calle, ocultaba su miseria sexual con humor tabernario, con fiestas de fin de semana sin la luz del sol, baboseando macizas y tetonas pero sin tomarlas, siempre reservándolas para los otros, repartiendo guiones, cascabeleando jamadas de cuadrillas, fiando vicios a amigos, recomendando casas de comidas, de putas y de yonquis que reían la farsa. En casa del herrero cuchillo de palo. Insensible a su familia, sin cariño, sin atenciones, sin ternura, con odio a si mismo, con desprecio correcto y ojos de glaciar, sólo agavilló del radicalismo la dureza necesaria de una familia infeliz. Mientras, mi madre se volcó en mí, en mi educación alternativa. Me quiso convertir en una mujer poderosa, por lo tanto, paranoica y disciplinada, en un mundo absurdo en el que el único objetivo era flotar sobre la mierda. Las otras mujeres eran débiles mentales; los hombres, futuros esclavos de mi voluntad. El poder era dios; someter a manipulación la verdad de la vida; usar y destruir, la voluntad auténtica…

Me emancipé a los 18 años, sabiendo que la vida era un asco sucio y, las personas, sus cárceles sin ventanas, y, mi cuerpo de dolor, un arma títere del crimen al que había nacido, y, el amor, el pus necrofílico con el que estafar el necesario dinero. Por su parte, el viejo bujarrón no tardó en morir de cáncer y, mi madre, me liberó suicidándose sin meter ruido…

Me casé con un ambicioso abogado con una familia de las de verdad y me dispuse a destruirla como mi gran obra de arte. Le envenené con mi voluntad y, domado, le exprimí tres hijos. Un chico y dos chicas. Sólo uno de ellos sería mi obra de odio al mundo, mi favorito. Los otros: sus sparrings.

Entonces conocimos un matrimonio pobre compuesto por un transportista y una cajera de supermercado. Sólo tenían un hijo. Eran sencillos y obedientes, alegres y dignos, confiados y sinceros, felices y auténticos. Decían cosas como “Dios proveerá”, “A cada día su afán”, “Hay que ser mejor persona”, etc. Les analicé y eran coherentes, y entendí con horror que su vida tenía un sentido, crear el bien a su alrededor.

Sentí una insana curiosidad por aquella familia. Murió su hijo, y lloré por ellos presta a desnudarles la vileza del mundo real y mi lúcida misión de destruirlo conmigo en venganza trágica. Pero ellos callaron y me miraron sin entender. “La vida es el regalo santo y la muerte no vencerá”, se consolaron. Sentí impotencia del drama suyo que fueron tan infantiles de no atisbar siquiera. Estaban en paz. Ella estaba nuevamente encinta. Como la gacela con el cuello desgarrado por el león, asumían su vida como venía. “Haz todo con amor”. Morí a mi vida anterior, sin amor. “Se dulce”, “Entrégate a los demás”, “Dios existe dentro de tí”, “Nace cada día al bien”…

Hoy, mi ideal es ser simple, sencilla, aceptar la vida y los demás, ser la corriente del río, hacer fácil  lo necesario, perdonar la cárcel y hacerla más grande. Aunque no vuele al cielo, se que puedo hacer la cárcel mas habitable.

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