LOS MACRO FESTIVALES, O LA EXPRESIÓN POP DEL CAPITALISMO MÁS BRUTAL

Los macro festivales, o la expresión pop del capitalismo más brutal

La fiebre festivalera sube la temperatura cada verano: ¿más cantidad, más días, más gente, más ubicaciones, más expansión y… más riqueza cultural para la ciudad donde se celebran los más multitudinarios?

Según la revista Forbes, uno de los dos grandes festivales de Barcelona, ??Primavera Sound, tiene un presupuesto de 50 millones de euros. Foto: Xavi Torrent

Laura Casamitjana García // Barcelona es una ciudad insólita, pocas más se conocen que alberguen más de un macrofestival en el mismo verano. Ahora bien, esto choca frontalmente con el concepto bajo el que nacieron los festivales: “Paz por el desarme, alegría a través de la música como medio de comunicación y tortas por un reparto justo de los alimentos”, como diría el lema de una de las primeras Love Parade. En la misma línea de Woodstock, “paz, amor y música” –sin tener en cuenta los incidentes que hubiera–, los festivales hacían eclosión como herramienta con uso cultural, pero también discursivo.

“Se echaba de las ciudades, alejado, para poder montar todo lo que no se puede montar en una ciudad. La paradoja es que los festivales nacen con voluntad subversiva, discurso crítico. Sin embargo, ahora se traduce en concentración de esfuerzos y capital en la que unos pocos organizan macroeventos en días concentrados”, explica el periodista musical Nando Cruz. Esto choca con ciertos valores de un modelo de ciudad sostenible en diversos aspectos: “Al igual digo de los festivales que de las ferias como el Mobile World Congress, cuya única razón de existir es que gente de todo el mundo se desplaza hasta ella”, añade el periodista.

En la década de los noventa, la inversión pública pareció dirigirse a generar un tejido cultural y musical consistente, pero todo acabó virando. Lluís Torrents, presidente de la Asociación de Salas de Conciertos de Catalunya (ASACC) y codirector de Razzmatazz, afirma que en esta década, antes del boom del turismo, las salas de conciertos cerraban en agosto.

Esto comienza a cambiar con la llegada de visitantes, al igual que a la vez la inversión cada vez se va concentrando más y acaba generando un país de festivales: “La idea de hace veinte años sobre que los festivales aportan riqueza al circuito cultural del lugar donde se hacen queda lejos en este caso; de hecho, no ayuda”, añade Nando Cruz.

Encontrarse y socializar con la música como excusa, o como protagonista, no es el problema. Según el periodista musical, las dinámicas estructurales son las que pueden conducir a que el circuito de festivales se convierta en el monstruo que actúa por encima de sus posibilidades: “Los festivales son concentración, y el capitalismo lo que quiere es concentración de todo, esfuerzos, ingresos, poder en pocas manos. La industria musical está en poder de unos pocos, en fragmentos de determinados días del año, manifestado en actos muy masificados. ¿Cómo un festival que se celebra en Barcelona genera interés en un fondo de inversión estadounidense? Los festivales se han convertido en la expresión pop del capitalismo más brutal”.

El cambio de paradigma

Durante las últimas dos décadas, la industria musical se ha sometido a un cambio de paradigma, el poder de las discográficas ha caído y los artistas han encontrado formas de autogestionar su obra abriendo un canal propio de YouTube o Spotify. Sin embargo, aquí radica la trampa: no juegas en tu propio juego, sino bajo las normas de la plataforma.

La herramienta Royalties Calculator, desarrollada por el ingeniero de BMAT Gabi  Ferraté, indica que de media un artista cobra 0,0036€ por reproducción en Spotify –no tiene en cuenta si este músico lleva detrás del soporte de una discográfica o no, por lo que las cifras podrían oscilar–. En este caso, tomando el ejemplo de la cantante Dua Lipa, se embolsa a través de reproducciones dos millones y medio de dólares anuales.

“En un concierto como cabeza de cartel, una artista de sus características, su caché puede rondar en torno al millón de euros”, explica sobre Dua Lipa Lluís Torrents. Por ese motivo, indica: “Actualmente los músicos necesitan las actuaciones en directo. Antes podían complementar los tours con ganancias en discos, ahora se apuesta la mayor parte en los conciertos. Vivir solo de reproducciones en streaming no es viable, a menos que seas Beyoncé”.

Un mantenimiento económico muy favorable llega a los festivales, con grandes cantidades de dinero inyectado en sponsors. Según la revista Forbes, uno de los dos grandes festivales de Barcelona, ??el Primavera Sound –donde en esta edición Dua Lipa figura al frente de cartel–, tiene un presupuesto de 50 millones de euros.

C. Tangana  era uno de los máximos exponentes de la música nacional que iba a actuar en este festival, pero en noviembre los organizadores comunicaron que se cancelaba el concierto. Se alegó que el problema venía por «motivos de agenda»,  pero, de fondo, resuena la disconformidad de El Madrileño con ciertas cláusulas de exclusividad que debía firmar para el contrato en el festival.

“Es normal que si inviertes X dinero en un artista, le hagas firmar que no ofrecerá conciertos con el mismo repertorio y disco en la misma ciudad unos meses antes y después. Pero hay festivales con cláusulas muy estrictas y políticas bastante agresivas, ya que entre ellos tienen gran competencia”, dice Torrents sobre los contratos. “Lo que no es normal, aunque cada vez se puede negociar más, es que a una de las ciento cincuenta bandas restantes, que no has invertido un dineral en cada una, también se les aplique políticas muy duras; eso les impide programar otros conciertos en salas en las ciudades, es decir, afecta al circuito local”, añade en la misma línea.

Las salas de conciertos, a diferencia de los festivales, son las encargadas de generar un tejido cultural dentro de los municipios. Si los macro festivales eclipsan el panorama musical, durante el año será difícil para los promotores musicales locales poder programar, generando una desigualdad paradójica: habrá más macroeventos con muchos artistas y asistentes, pero menos posibilidades de los vecinos de acceder a ello, puesto que será más complicado que locales en su ciudad ofrezcan esta variedad de artistas retenidos por los festivales.

Forbes menciona que el 48% de las entradas del Primavera Sound han sido compradas por público extranjero. “Si para hacer el evento dependes de miles de personas que deben llegar en avión y alojarse en la ciudad, es que algo no cuadra, menos en un contexto de crisis climática, algo así es insostenible y una agresión ecológica”, dice Nando Cruz.

La sostenibilidad  de los macro festivales en cuanto a la huella que puede dejar en el ecosistema cultural de la zona exige buscar alternativas conciliadoras. Como ejemplifica Lluís Torrents, el Primavera Sound ha llegado a pactos con salas de Barcelona para ofrecer cinco días de conciertos en los locales, generando sinergias y echando raíces y vínculos con la ciudad donde se celebra. El modelo de negocio de un festival es diferente al de una sala, pero tienen, como dice el presidente de la ASACC , un objetivo común: «la música, la cultura».

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