UNA CUESTIÓN ENÉRGICA Y ¡QUE CAMBIE EL VIENTO!

Una cuestión enérgica + ¡Que cambie el viento!

De la pluma del compa A. nos llegan otro par de traducciones “antiguas” de la publicación Avis de Tempêtes #18 (2019), que  pueden aportar elementos para una crítica radical de la necesidad de energía y del mundo que la requiere (capitalista, tecno-industrial, bélico…).

| Una cuestión enérgica |

No es fácil abordar el tema de la energía, o más bien los recursos energéticos de los que dependen el buen funcionamiento de la explotación capitalista y el poder estatal. Especialmente si no se trata de hacer una lista de datos técnicos sobre esta o aquella fuente de energía, de enumerar las nocividades causadas por la voracidad energética del sistema industrial, la devastación que conlleva a nivel ambiental. Lo que queremos proponer aquí es un análisis más amplio y profundo de lo que significa la energía en este mundo. Es difícil evitar que quede incompleto, pero el objetivo es llegar a una comprensión general de la importancia de la cuestión energética.

Comencemos con una simple observación: durante varias décadas, con la imposición masiva de energía nuclear por parte del Estado y el crecimiento exponencial de las necesidades energéticas de la producción industrial, la guerra y el modelo de sociedad de consumo masivo, numerosos conflictos están vinculados a los recursos energéticos, a la producción y transporte de energía. Por un lado, vemos cómo los estados han desatado guerras sangrientas para conquistar ciertos recursos, como las minas de petróleo o uranio, por poner un ejemplo evidente, o para asegurar un suministro continuo. Por otro lado, también ha habido muchos conflictos que decimos sociales, a veces más ecológicos, a veces radicalmente anticapitalistas, a veces rechazando una mayor destrucción del territorio o negándose a la imposición de ciertas relaciones sociales resultantes de estos proyectos: oposición a la explotación de una mina, a la construcción de una central nuclear, a la nocividad causada por una central eléctrica a carbón. La larga lista de luchas y guerras ya nos da una idea de la importancia de la energía, su producción y su control.

Hoy, en momentos en que toda perspectiva revolucionaria de transformación total de las relaciones existentes, de destrucción de la dominación, parece casi haber desaparecido al menos en los países europeos, sigue habiendo muchos conflictos y luchas para oponerse a las infraestructuras energéticas. Pensemos en la gigantesca mina a cielo abierto de lignito en Hambach, Alemania, donde la lucha contra su extensión está marcada por diversos y variados sabotajes que bloquean el funcionamiento de la mina existente; en la lucha contra la construcción del gasoducto TAP, que se encuentra con una oposición en el sur de Italia; en las luchas aquí en Francia que tu­vieron lugar contra la construcción de nuevas líneas de alta tensión en Durance (para aumentar la capacidad de exportación de electricidad nuclear francesa) o Normandía (para conectar la nueva central nuclear de Flamanville a la red); sin olvidar a quienes están en contra de la instalación de nuevas turbinas eólicas o en contra de la exploración y explotación del gas de esquisto … Por su­pues­to, todos estos conflictos no siem­pre denotan as­pira­ciones revo­lu­cio­na­rias, y a menudo en su seno no solo encontramos ciuda­da­nismo, ecologismo cogestionario, la bús­queda del diálogo (y, por lo tanto, el reconocimiento) con las instituciones, pero también una confusión molesta – en el mejor de los casos –, o un oportunismo político – en el peor –, por parte de los auto proclamados radicales. En el modelo, por ejemplo, de cómo los comités invisibles y los estrategas de servicio populistas teorizan en forma de estrategias de composición, o para reunir todo lo que es incompatible bajo la dirección de un alto mando político que buscan imponer con más o menos éxito. Pero no entramos en este tema que ya se hemos abordado en anteriores números de la publicación.

Lo que todas estas luchas nos podrían permitir a los anarquistas y a los antiautoritarios que estamos siempre atentos al horizonte para descubrir signos de descontento y posibles desbordamientos insurreccionales, con demasiada frecuencia olvidando que es sobre todo una cuestión de actuar de primera mano, sobre la base de las propias ideas y tensiones: es desarrollar un proyecto de lucha , no por fuerza nuevo, pero en cualquier caso relativamente ausente por un tiempo, que propone cortar la energía a este mundo, ya sea nuclear, térmica, solar o eólica.

 

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« El diablo se ha mudado a un nuevo hogar. Y aunque no podamos sacarlo de su guarida de la noche a la mañana, al menos debemos saber dónde se esconde y dónde podemos hacerlo salir, no para luchar contra él en un rincón donde no se refugia desde hace mucho tiempo – y para que no se burle de nosotros en la habitación de al lado »


Günther Anders

Entonces, ¿qué es la energía de la que hablamos? Se trata de un término que proviene del léxico de las ciencias físicas, para medir y cuantificar ciertos procesos, como el calor (que se puede medir en temperatura pero, tomando el enfoque energético, también en energía que el calor libera para girar, por ejemplo, una turbina). En general, sin embargo, tendemos a asociar la energía con la vida. Sin energía, no hay vida. Sin energía, sin movimiento. Si se trata de una visión histórica, desarrollada durante siglos de ciencia y capitalismo, es demasiado obvio. Hoy, el discurso sobre la energía ha penetrado en todas partes, incluso donde en el pasado se distinguía, no sin razón, de los procesos vitales. Para determinar la vida, medirla y cartografiarla, medimos, por ejemplo, la energía química de las células – base de la vida biológica –, y así es como la conciencia de que la vida es mucho más que una serie de datos químicos o una cadena de ADN tiende a desvanecerse rápidamente. No olvidemos que lo que no es cuantificable no representa posibilidades de acumulación. Entonces la calidad, como la experiencia singular, las pasiones, las sensaciones, en resumen, todo lo que constituye la poesía de la vida, no pueden medirse y convertirse fácilmente en mercancía. Por lo tanto, la energía es un término derivado de las ciencias físicas, no un simple sinónimo de vida. La distinción puede parecer un poco ridícula, un poco superflua, pero no lo es: si proponemos cortar la energía a este mundo, esta distinción que sugerimos como preliminar tendrá toda su importancia.

Cuando hablamos de energía, recursos energéticos, debemos entendernos. No es, como se suele decir en el lenguaje hablado, que « el humano libera energía » contenida en el átomo, en el aceite, en el aceite de colza, en el gas o en el viento. No, es a través de instrumentos, estructuras, procesos y máquinas que la energía se mide, produce, genera, convierte, acumula, almacena y transporta. El soplo del viento no es simplemente « energía cinética » En sí mismo, es inutilizable para el capital y el Estado: se necesitan turbinas eólicas, turbinas, cables para transformarlo en electricidad y hacer que otras máquinas funcionen. También habría mucho que decir sobre esta misma idea de convertir recursos en electricidad para uso industrial o doméstico, por ejemplo sobre el rendimiento de estas conversiones. Basta con pensar en cuántos litros de aceite se necesitan para producir un kilo de trigo, que a su vez podría cuantificarse en términos de energía (calorías), para ver en qué medida el rendimiento de la agricultura industrial basada en el petróleo no es tan racional como generalmente se cree. Pero esto nos distanciaría de nuestro tema y correríamos el riesgo de quedarnos estancados endebates técnicos.

Retomemos el hilo: cuando hablamos de energía, hablamos aquí de todos los procesos, hoy en día casi todos industrializados, para convertir algo en fuerza motriz, en energía eléctrica… Se diga lo que se diga, estos diferentes procesos desarrollados a lo largo de la historia no son el resultado de un simple deseo de racionalizar, y obviamente aún menos de una preocupación ética o ambiental como se jacta hoy el dominio, que invierte masivamente en la explotación de otros recursos como las llamadas energías renovables. Como la energía es poder, estos procesos sonestrategias. La generalización del uso del petróleo como combustible es instructiva a este respecto. El peligro representado por una fuerte dependencia de la explotación del carbón fue aprovechado por algunas grandes potencias, en particular por los Estados Unidos. Al necesitar estructuras que concentren a miles de proletarios en el mismo lugar para extraer carbón, dando lugar a poderosos movimientos de trabajadores a veces subversivos, el carbón es un gran riesgo, inaceptable para el Estado, el ver su producción paralizada por grandes movimientos de huelga. Lapetrolización del mundo fue en gran parte una respuesta, y no solo como medida preventiva, a los movimientos revolucionarios de los trabajadores que se desarrollaron masivamente en el origen de la reproducción del capitalismo. Dado que aunque la explotación del petróleo obviamente también requiere mano de obra, los pozos no requieren tanta como una mina de carbón. Pensemos en los vastos campos petroleros de Texas, donde miles de máquinas extraen hasta donde alcanza la vista, sin ninguna intervención humana que no sea para mantenimiento técnico, lo que hace que este mundo funcione. Las concentraciones peligrosas de proletarios han terminado cuando un número mucho menor de técnicos, trabajadores calificados y oficiales de seguridad son suficientes para garantizar un flujo continuo. A su vez, la nuclearización del mundo deriva mucho menos de una búsqueda de la famosa « independencia energética » de los estados, especialmente tras la crisis del petróleo de 1973, que del sometimiento y el mayor control de la población. Con la energía nuclear, la organización jerárquica se ha vuelto técnicamente inevitable, presentando grandes obstáculos para cualquier horizonte revolucionario de destrucción de lo existente. En resumen, la explotación de dicha fuente de energía sigue los diseños del dominio.

Pero entonces, ¿las energías renovables de hoy, en cuyo nombre se están cubriendo montañas, páramos y mares de turbinas eólicas, campos y desiertos de paneles fotovoltaicos, los valles inundados y el curso y caudal de ríos modificado y regulado? ¿Una preocupación ambiental? Por supuesto que no, o sí, si consideramos la expansión de estas energías renovables como la continuación del mismo mundo industrial y productivista por otros medios. La devastación irreversible y la contaminación que nos han dejado dos siglos de industrialismo capitalista y estatal hoy empujan al dominio a buscar mejoras y nuevas soluciones para reducir la contaminación y el envenenamiento. Que sean fantasmas o posibilidades reales, en el fondo no cambia nada: en cualquier caso, es la perpetuación del mismo dominio que queremos abatir.

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« El síncope es una suspensión temporal de la actividad cardiovascular y cerebral que causa una pérdida repentina y transitoria de la conciencia. Los efectos pueden ser irrelevantes, una molestia momentánea, pero a veces pueden llegar a ser más graves. En algunos casos, si la interrupción del flujo sanguíneo en el organismo humano se prolonga más allá de ciertos límites, se produce la muerte. Entre todos, el « síncope oscuro », es decir, que carece de causas lógicas identificadas, se considera el más peligroso. Porque no permite que intervengan médicos, técnicos del cuerpo.

El funcionamiento del organismo social también está garantizado por un conjunto de flujos. Flujos de mercancías, personas, datos y energía. Flujos que pueden verse suspendidos por una variedad de razones. Una falla técnica, por ejemplo. O un robo de material. Quizás un sabotaje ».

Syncopes (2013)

Las energías renovables hoy intentan mitigar un riesgo importante. Es decir, para hacer frente a las necesidades energéticas exponenciales y una dependencia cada vez mayor de un suministro eléctrico estable de sectores enteros de la economía, la administración estatal o el horizonte cibernético que se afianza a una velocidad y con un poder imposible de sobrestimar, el dominio no solo debe multiplicarse, sino también diversificar los procesos para generar electricidad. Incluso todas las centrales nucleares francesas no puede hacer frente a los « picos de consumo » por razones técnicas, por eso nunca se han abandonado las centrales eléctricas convencionales. Dado que los avances técnicos de hoy permiten un mayor rendimiento (aunque, dado que el viento no siempre sopla y no es tan fuerte, por ejemplo, las palas de las turbinas eólicas tienen un factor de capacidad muy bajo de alrededor del 20%, el sistema se ha embarcado en esta diversificación energética permitida por las llamadas energías renovables. No se trata una transición energética – nunca las ha habido en la historia –, sino de una adición, como se demostró no solo por el hecho de que las centrales nucleares o convencionales no estén cerradas (su producción en ningún caso podría ser reemplazada solo por energía renovable), sino también por el hecho de que se siguen construyendoy desarrollando nuevas plantas (EPR u otros) , que otras fuentes de energía son exploradas, probadas y utilizadas, como las plantas de biomasa (difícil definirlas como « renovables » incluso en el lenguaje de la energía, ya que su perspectiva es principalmente quemar plantas genéticamente modificadas), o Uno de los tres principales programas de investigación financiados por la Unión Europea es el transporte de electricidad para intentar, especialmente a través del uso de nanomateriales, reducir la pérdida de calor en las líneas a un porcentaje mínimo.

En general, las energías renovables hacen posible aumentar lo que ahora se llama resiliencia del suministro eléctrico, es decir, su capacidad para continuar funcionando en caso de problemas, ya sea una tormenta, un corte accidental o un sabotaje. Este deseo de resiliencia también empuja hacia una disminución de la centralización de la red eléctrica en la medida de lo posible. Pero no confundamos sus palabras con nuestras apreciaciones, porque la centralización actual de la red eléctrica ya significa que estamos frente a una red con estructuras atacables dispersas por todo el territorio. El uso de electricidad de acuerdo con el uso actual de la empresa industrial seguirá siendo dependiente durante mucho tiempo de una vasta red de transporte y distribución.

No sorprenderá a ningún enemigo de la autoridad que las infraestructuras energéticas, por lo tanto, sean clasificadas por la Unión Europea (así como por casi todos los Estados del mundo) con el elegante eufemismo de « infraestructuras críticas »; obviamente una planta de energía lo es, pero también un gasoducto, una línea de alta tensión, transformadores eléctricos, una turbina eólica o un campo de paneles fotovoltaicos. En el informe anual de 2017 de la Agencia para la observación de las tensiones políticas y sociales en el mundo (subvencionada por los gigantes de seguros mundiales), se podía leer que deltotal de ataques y sabotajes contabilizados como tales en el mundo y perpetrados por actores « no estatales », de todas las tendencias e inspiraciones, nada menos que el 70% fueron contra infraestructuras energéticas y logísticas (es decir: torres, transformadores, oleoductos y gasoductos, antenas de transmisión, líneas eléctricas, depósitos de combustible, minas y ferrocarriles). Aquí la cuestión no es si las razones detrás de todos estos sabotajes nos satisfacen o no. Lo que podríamos reflexionar – ya que la energía es un eje de dominación en el sentido de que es necesaria para su reproducción en tanto que somete y hace dependientes a los dominados – es saber si es posible desarrollar una proyectualidad anarquista en este campo.Dicho de otro modo, ¿disponemos de suficientes análisis para comprender el papel que desempeña la energía, para comprender la importancia de los nuevos proyectos energéticos? y ¿es posible desarrollar y proponer un método de lucha basado en la acción directa, el conflicto permanente y la autoorganización contra las infraestructuras que permiten que este mundo se alimente de energía? ¿Podemos prever, imaginar y elaborar un proyecto capaz de llevarnos más allá de las oportunidades que presenta la agenda de la actualidad, determinando por nosotros mismos los tiempos y ángulos? Llegando al final de este artículo, se hace necesario un pequeño esfuerzo extra de atención. Ahora voy a hacer una pequeña digresión, porque todo esto de la energía al final no es mas que una posibilidad, un potencial, nada mas. Lo que me interesa, lo que considero que merece la atención de los distintos compañeros, es lo que a menudo se denomina, a falta de un término mejor – y a veces erróneamente, como suele ocurrir con los anarquistas, amantes empedernidos del caos y el desorden, incluso en lo que respecta a términos más o menos precisos –, con el término « proyectualidad ». No huyas todavía, aún no.

La pregunta no es necesariamente tan desalentadora como parece. En mi opinión, los anarquistas no deberían correr tras los acontecimientos (incluso cuando nos presentan situaciones divertidas como enfrentamientos con la policía y destrucción), sino que deberían intentar crear los eventos ellos mismos. No seguir la iniciativa de otros, sino tomar la iniciativa. No para seguir el curso de las cosas, sino para ir contra la corriente, para avivar nuestra corriente en el río de la guerra social. De ahí podríamos, deberíamos – si me lo permitís –partir: de un proyecto autónomo propio, que intervenga en una realidad que nos rodea y engloba, un proyecto que haga posible la acción. No puede ser realidad lo que intervenga en nosotros, nos sugierau aconseje sobre las cosas que hacer. Precisamente para avanzar en esta dirección creo que es necesaria una proyectualidadanarquista: proyectarnos en la realidad de la guerra social con objetivos en mente, con métodos y propuestas en el bolsillo, con análisis para intentar captar los movimientos del enemigo. ¿No es este el corazón del anarquismo autónomo e informal, el de nuestro anarquismo? Ya está bien de correr detrás de otros solo porque es la situación del momento o el tema político del día (es decir, sin otra idea en mente que participar). Si hablamos con otros, es porque tenemos algo que decir, proponer y sugerir. Si analizamos los conflictos que ocurren a nuestro alrededor, no es para perder la brújula en la admiración o el disgusto por lo que hacen o dejan de hacer los demás. Si abandonamos los escenarios de protesta administrada es para abrir terrenos de lucha y combate sobre bases muy diferentes. Por supuesto, sé que no es demasiado difícil estar de acuerdo con las frases anteriores. Lo que es más difícil, es ir más allá y agarrar al toro por los cuernos: desarrollar una proyectualidad que nos permita actuar en perspectiva, algo que hemos creado, que nos pertenece, que apreciamos, que profundizamos, sin estar limitados por lo que ha pasado cerca de nosotros, por lo que se dice en las redes sociales o en las webs del movimiento, por lo que los telediarios bombardean como tema del que hablar sin parar, todo cosas que a fin de cuentas padecemos. Sin planificación, es difícil llegar a algún lado, acabamosagitados y dejándonos agitar sin ningún horizonte.

 

 

« La destrucción requiere – además del conocimiento elemental del enemigo, sus logros y sus proyectos –, un conocimiento y una disponibilidad de medios de destrucción. Este es el aspecto constructivo que mencionábamos; investigar, experimentar y luego compartir las formas de atacar a la bestia tecnológica, a sus unidades de producción y a sus laboratorios, a sus antenas de telecomunicaciones y a sus infraestructuras de energía, a sus herramientas de propaganda y a sus fibras ópticas. Lo que necesitaríamos es una nueva cartografía, una cartografía del enemigo que no solo mencione las estaciones de policía, los bancos, las oficinas de partidos y sindicatos, las instituciones, sino que también podamos leer todo lo que alimenta la explotación y el dominio, todo lo que nos encadena a este mundo. Tal cartografía puede armarnos en cualquier situación. Ya sea en presencia de una calma total o de un movimiento de revuelta, bien estemos involucrados en una lucha específica o bien intervengamos para sabotear una nueva fase en las guerras llevadas a cabo por los Estados, servirá para mirar mejor, para definir mejor nuestras posibilidades de acción. Ante un movimiento contra una reestructuración de la explotación no se dice que sea imposible señalar las antenas de telefonía móvil como infraestructuras necesarias para la flexibilización del trabajo; como tampocose dice que el enfrentamiento entre enojados y los policías en un vecindario no pueda extenderse al sabotaje de la infraestructura energética. « Abandonartodo modelo para estudiar las posibilidades »,dijo el poeta inglés, abandonar los modelos obsoletos de confrontación simétrica, abandonar toda mediación política o sindical, para estudiar las posibilidades de llevar el conflicto a lugares donde las autoridades no quieren que se produzca.
 »

Les chaînes technologiques d’aujourd’hui et de demain (2016)

 

Ahora volvamos a este famoso problema energético: desarrollar un proyecto sobre esta base podría resultar muy interesante. Porque, si esta sociedad titánica se dirige efectivamente hacia el naufragio, destruyendo en el proceso toda vida autónoma, toda vida interior, cada experiencia singular, asolando la tierra, envenenando el aire, contaminando el agua, mutilando las células, realmente pensamos que ¿pensamos realmente que estaría fuera de lugar o sería demasiado arriesgado sugerir que para socavar el dominio, tener alguna esperanza de abrir horizontes desconocidos, dar espacio a una libertad desenfrenada, sin medida, no sería preciosa la sugerencia de socavar sus fundamentos energéticos?

Tal proyectualidadapuntaría claramente a un eje fundamental de la reproducción del dominio, la energía, incluso si es cierto que hasta que se intenta, no sabemos lo que su desarticulación o paralización podría generar en términos de transformación social, lo que no impide que, de todos modos, sepamos que es necesario al menos que la máquina se detenga para que pueda surgir algo más. Además, ya existen muchos conflictos en curso o emergentes, que pueden permitir desbordamientos insurreccionales en el contexto de luchas específicas contra un objetivo concreto, como una nueva central nuclear, una mina, un parque eólico o una línea de alta tensión. Pero aún más profundamente, y aquí tocamos lo que creo debería ser la base de tal proyectualidad, es la forma en que se construye el sistema energético (desde las centrales y los aerogeneradores hasta los transformadores, desde las líneas de alta tensión hasta las cajas eléctricas la media tensión, que se extienden bajo las aceras y a lo largo de las carreteras) no requiere una concepción centralista o autoritaria del conflicto, sino al contrario. Tal proyectualidad requiere pequeños grupos autónomos, cada uno actuando de acuerdo con su propio análisis, capacidades, creatividad y perspectivas, practicando la acción directa contra las decenas de miles de objetivos, a menudo sin ninguna defensa particulares y alcanzables de muchas maneras diferentes. Si la historia de las luchas revolucionarias está llena de ejemplos significativos de las posibilidades de acción contra lo que hace funcionar al Estado y a la máquina capitalista, observando las cronologías recientes de sabotaje, el presente tampoco está desprovisto de ellos en diferentes contextos europeos.

Deshacerse del embarazo que suele acompañar los debates entre revolucionarios cuando se trata de cortar la corriente de este mundo. Atreverse a afrontar la cuestión de la proyectualidad para emanciparse del triste destino de los anarquistas, con demasiada frecuencia van a remolque de otros. Lo que puede abrirse es la posibilidad de miles de sabotajes generalizados que golpeen el suministro de energía del monstruo que hay que abatir. Nadie puede predecir lo que esto podría traer, pero una cosa es segura: es una práctica de la libertad.

Avis de Tempêtes, n. 18, 15 de junio de 2019

 

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¡Que cambie el viento!

 

«La industria eólica no es mas que la prosecución industrial con otros medios. En otras palabras, una crítica pertinente de la elec­tricidad y de la energía en general no puede ser sino la crítica de una sociedad para la que la producción masiva de energía es una necesidad vital. El resto es solo una ilusión: una aprobación enmas­carada de la situación actual que contribuye a mantenerla en sus aspectos esenciales»

Le vent nous porte sur le système , 2009

Una noche de tormenta. Las descargas eléctricas iluminan el cielo mientras los truenos parecen anunciar el fin del mundo. Si esa noche del 1 de junio de 2018 en Marsanne (Drôme) no fue el fin del mundo, sí pasó algo, más bien dos cosas, que tuvieron un destino inesperado: dos turbinas eólicas fueron atacadas. Una ardió por completo y la otra resultó dañada. Las pandoras furiosas y el grupo RES solo pudieron constatar marcas del forzamiento en las dos puertas de entrada de las gigantescas torres sobre las que se asientan la tur­bi­na y las aspas de estos monstruos industriales de energía renovable. Dos menos, de los varios miles instaladas en Francia en la última década. O más bien tres, si contamos el fuego en la de meseta de Aumelas, no lejos de Saint-Pargoire (Hérault), cuatro días más tarde, por una de esas coincidencias del calendario que a veces hace que las cosas salgan bien.

Que estos molinos no tienen nada que ver con los pintorescos molinos de viento de antaño – que, por cierto, en la mayoría de los casos eran importantes fuentes de acumulación para el notable más o menos local, atrayendo a menudo la ira de los campesinos – es algo que resulta evidente. Pero entonces, ¿por qué los Estados de muchos países fomentan la instalación de estos “parques eólicos” en las cimas de las colinas, en los valles y hasta en el mar? Esto no puede ser debido a cálculos matemáticos porque ni siquiera los in­ge­nieros pueden modificar todas las cifras, y tienen que admitir que los aerogeneradores no funcionan más del 19% del tiempo en un año (un factor de capacidad muy inferior al de las centrales nuclea­res, que alcanzan el 75%, o al de las centrales de carbón, que están entre el 30 y el 60%). Tampoco puede ser porque queramos con­vertir todo el mix energético en “renovable”, ya que esto es sencilla­mente imposible al mismo ritmo de consumo de electricidad (para Francia, esto supondría poner un aerogenerador cada 5 km²). Tam­poco puede ser por la preocupación por el “medio ambiente”, a no ser que uno se deje engañar por el discurso smart de las tecnologías limpias, ya que solo la producción e instalación de los aerogene­ra­dores (por no hablar de la red eléctrica centralizada a la que deben conectarse) implica la extracción de materiales escasos y tóxicos, barcos que devoran petróleo para transportar los minerales, enor­mes fábricas para procesarlos, autopistas para transportar las piezas, etc. Tampoco puede ser para poner trabas a las grandes multinacionales de la energía que han acumulado fortunas con el petróleo y el gas, pues son estas mismas empresas las que están invirtiendo masivamente en energías renovables. No, así nocom­prenderemosnada, tenemos que encontrar otra explicación.

Para empezar, descartemos todas la charlatanería ambientalista y ecológica esgrimida ya no solo por los ciudadanos ejemplares, sino también por casi todas las empresas, todos los estados, todos los investigadores. No hay ninguna “transición energética” en marcha, nunca la ha habido en la historia. Digan lo que digan los queridos empleados de las start-ups tecnológicas, nunca se ha abandonado la explotación de la fuerza muscular humana… La generalización del uso del petróleo no llevó al abandono del carbón. La imposición de la energía nuclear no supuso la desaparición de las centrales eléctricas “clásicas” de gas, petróleo o carbón. No hay transiciones, solo adi­ciones. La búsqueda acelerada de nuevos recursos energéticos res­ponde únicamente a intereses estratégicos, y desde luego no éticos. En un mundo que no solo depende de la electricidad, sino que es hiperdependiente de ella, es necesario diversificar las formas de producirla. Para aumentar la resiliencia del suministro, que es de vital importancia en un mundo conectado que funciona con flujos en tiempo reala todos los niveles, la consigna es diversificar y multipli­car las fuentes, también para hacer frente a los famosos “picos de consumo” que, por razones técnicas, no pueden ser satisfechos por un solo tipo de producción de energía (como la nuclear, por ejemplo). De ahí el desarrollo no solo de la energía eólica y solar, sino también de centrales de biomasa, de colza modificada genética­mente para su uso como biocombustible (¡qué acrobacias permite el lenguaje del mundo tecnológico!), de nuevos tipos de centrales nu­cleares, de materiales conductores producidos gracias a la nano­tec­no­logía que reducen las pérdidas en forma de calor en el transporte de la electricidad, y lista no termina aquí.

Por ello, no es de extrañar quela energía sea uno de los tres ámbitos designados por los programas de investigación europeos financiados en el marco de “Horizon 2020“.

Pero entonces, ¿qué es la energía y en qué consiste la cuestión energética en general? Como se ha puesto de manifiesto en muchas luchas pasadas, en particular las llevadas a cabo contra la energía nuclear, la energía es un eje fundamental de la sociedad estatal y capitalista industrializada. Si la energía significa producción, la pro­ducción permite el beneficio a través de la mercantilización; si la energía significa potencia, la potencia permite la guerra, y la guerra significa poder. El poder que otorga el control de la producción de energía es inmenso. Para darse cuenta, los Estados occidentales no esperaron a la crisis del petróleo de 1973 – que es cuando se hizo evidente su dependencia de los países productores de petróleo – para seguir su propia agenda de poder. Este fue uno de los prin­cipales motivos de varios Estados, entre ellos Francia, para justificar la proliferación de centrales nucleares: tener una relativa inde­pen­dencia energética y utilizarla como arma para obligar a otros países a mantenerse en la línea. Pero hay algo que quizás sea aún más importante, y es ahí donde la crítica de la energía nuclear y de su mundo nos permite captar toda la magnitud del papel de la energía en la dominación: la energía nuclear confirma que solo el Estado y el capital deben tener la capacidad de producir energía, que esta ca­pacidad representa una relación ligada al grado de dependencia de las poblaciones, y que cualquier estallido revolucionario que quiera transformar radicalmente el mundo tendrá que vérselascon estos gigantes de la energía. En resumen, energía significa dominio. Como señalaba un documentado ensayo crítico de hace unos años que relacionaba la cuestión de la energía nuclear con la eólica: “la mayor parte de la energía que se consume hoy en día se utiliza para hacer funcionar una maquinaria que esclaviza, de la cual queremos salir“.

Sin embargo, incluso entre los enemigos de este mundo, plantear la cuestión de la energía suele suscitar como mínimo cierto em­ba­ra­zo. Asociamos fácilmente la energía con la vida siguiendo el ejemplo de los especialistas de la energía, los cuales han contribuido en gran medida a la difusión de una visión que explica todos los fenómenos vitales por medio de transferencias, pérdidas y transformaciones de energía (química, cinética, termodinámica, etc.). Así, el cuerpo no sería más que un conjunto de procesos energéticos, al igual que una planta no sería mas que un conjunto de transformaciones químicas. Otro ejemplo de cómo un constructo ideológico influye – y a su vez es influido por – las relaciones sociales, es la actual asociación entre movilidad, energía y vida. Moverse constantemente, no quedarse quieto, “ver países” saltando de un tren de alta velocidad a un avión de bajo coste para cruzar cientos de kilómetros en un abrir y cerrar de ojos, es un nuevo paradigma de “éxito social”. Viaje, des­cu­bri­miento, aventura o lo desconocido son palabras que ahora ocupan un lugar destacado en todas las pantallas publicitarias, destruyendo mediante una asimilación distorsionada toda una parte de la ex­pe­riencia humana, reducida a visitas rápidas y sin riesgo a lugares habilitados para ello. Hasta el punto de hospedarse en habitaciones de desconocidos debidamente controlados, garantizados y explo­ta­dos por los registros y bases de datos de una plataforma virtual. Quizá por eso también las mejillas se sonrojan o los labios empiezan a temblar cuando alguien se atreve a sugerir que habría que cortar la corriente a este mundo.

Superar este embarazo no es fácil. Todo un abanico de propagan­da estatal nos advierte constantemente con imágenes de guerras reales, sobre lo que significaría la destrucción del suministro de energía. Sin embargo, un pequeño esfuerzo para librarnos de las quimeras que rondan nuestras cabezas sería un paso necesario. Las ciudades modernas no pueden prescindir de un sistema energético centralizado, ya sea producido en centrales nucleares, nanomateria­les o turbinas eólicas. La industria no puede privarse del consumo de ingentes cantidades de energía. Lo peor – y que en parte ya está sucediendo no solo en las luchas contra la gestión de la energía y la explotación de los recursos, sino también contra el patriarcado, el racismo o el capitalismo – es que para no quedarse desabastecidos ante un futuro turbio e incierto, la investigación y experimentación de la autonomía alimenten el progreso del poder.Puede que las turbinas eólicas experimentales en las comunidades hippies de los años 60 en Estados Unidos hayan tardado en entrar en el ámbito industrial, pero ahora son un vehículo importante para la rees­tructuración capitalista y estatal. Tal y como se resume en un texto reciente en el que se esbozan las perspectivas de lucha, basándose en los conflictos actuales en diferentes partes del mundo en torno a la cuestión energética:

“Ciertamente, a diferencia del pasado, es posible que en este tercer comienzo de milenio el deseo de subversión se cruce con la esperanza de supervivencia en el mismo terreno, el que pretende obstaculizar e impedir la reproducción técnica de lo existente. Pero es un encuentro destinado a convertirse en un enfrentamiento, por­que es evidente que una parte del problema no puede ser al mismo tiempo parte de la solución. Para prescindir de toda esta energía, que necesitan sobre todo los políticos y los industriales, hay que querer prescindir de quienes la buscan, la explotan, la venden y la utilizan. Las necesidades energéticas de toda una civilización – la del dinero y el poder – no pueden cuestionarse solo por el respeto a los olivos centenarios, a los ritos ancestrales o por la salvaguarda de unos bosques y playas ya muy contaminados. Solo una concepción diferente de la vida, del mundo y de las relaciones puede hacerlo. Solo esto puede – y debe – cuestionarel uso de la energía y sus falsas necesidades, y por lo tanto también sus estructuras, poniendo en entredicho/cuestionando/ desafiando la sociedad misma.”

Y si esta sociedad titánica se dirige al naufragio, reduciendo o destruyendo en el proceso cualquier posibilidad de vida autónoma, cualquier vida interior, cualquier experiencia singular, asolando la tierra, intoxicando el aire, contaminando el agua, mutilando las células… ¿Creemos realmente que sería inapropiado o demasiado arriesgado sugerir que para socavar la dominación, para mantener alguna esperanza de abrir horizontes desconocidos, para dar algún espacio a la libertad desenfrenada, socavar los fundamentos ener­géticos de esa misma dominación podría ser una vía muy valiosa?

Pensemos en lo que tenemos delante y a nuestro alrededor: en todo el mundo se producen conflictos inherentes a la explotación de los recursos naturales o contra la construcción de estructuras energéticas (parques eólicos, centrales nucleares, oleoductos y ga­soductos, líneas de alta tensión y centrales de biomasa, campos de colza modificados genéticamente, minas,…). Todos los Estados con­sideran estos nuevos proyectos, ademas de las infraestructuras energéticas ya existentes como “infraestructuras críticas”, es decir, esenciales para el poder. Dada la centralidad de la cuestión ener­gética, no sorprende leer en el informe anual de una de las agencias más reputadas para el seguimiento de las tensiones políticas y sociales en el mundo (subvencionada por gigantes compañías de seguros a nivel mundial) que de todos los atentados y sabotajes denunciados como tales, perpetrados por actores “no estatales”, de todo tipo de ideologías y convicciones, el 70% se dirigió a las infra­estructuras energéticas y logísticas (es decir, torres, transformado­res, oleoductos y gasoductos, estaciones base, líneas eléctricas, depósitos de combustible, minas y ferrocarriles)

Por supuesto, las motivaciones de quienes luchan en estos con­flictos son muy diversas. A veces son reformistas, a veces ecologistas, a veces son indígenas o religiosas, a veces son revolucionarias, y a veces son simplemente para fortalecer los cimientos de un Estado – o de un futuro Estado. No es nuestra intención descuidar el desarrollo, la profundización y la difusión de una crítica radical de todos los aspectos del dominio; lo que queremos destacar aquí es que dentro de algunos de estos conflictos asimétricos tambiénse puede propagarun método de lucha autónoma, auto-organizada y de acción directa, introduciendo de facto las propuestas anarquistas en este ámbito. Más allá del potencial insurreccional de los conflictos en torno a los nuevos proyectos energéticos, que tal vez sugieran la posibilidad de una revuelta más amplia y masiva contra estas nocividades, está claro en cualquier caso que la producción, el almacenamiento y el transporte de toda la energía que esta sociedad necesita para explotar, controlar, hacer la guerra, subyugar y dominar, depende inevita­blemente de toda una serie de infraestructuras dispersas por el territorio, lo cual favorece la acción dispersa en pequeños grupos autónomos. Si la historia de las luchas revolucionarias está llena de ejemplos muy indicativos de las posibilidades de acción contra lo que hace funcionar la maquinaria estatal y capitalista, un vistazo a las cronologías de sabotaje de los últimos años muestra que el presente en nuestros países tampoco está desprovisto de ellos. Deshacerse del embarazo, mirar hacia otro lado y de forma diferente, experimentar con lo que es posible y lo que se intenta, estos son algunos caminos a explorar. Nadie puede predecir a que puede llevar esto, pero una cosa es segura: es parte de la práctica anarquista de la libertad.

 

 

 

 

Avis de Tempêtes, n. 18, 15 de junio de 2019

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