LA ABSURDA HISTORIA DE UN PAÍS EN LLAMAS

La absurda historia de un país en llamas

Necesitamos una nueva lógica social que priorice el bien común sobre los beneficios de una minoría. Con mucha más urgencia por la crisis ecológica y la emergencia climática que tenemos por delante.
Incendio Aragón
Foto: Gobierno de Aragón.

militante de Anticapitalistas

18 JUL 2022 14:19

El pasado viernes, la noticia de que el Parque Nacional de Monfragüe estaba a punto de ser alcanzado por un incendio fuera de control asomaba a los telediarios, y su impacto solo pudo ser superado por un dato macabro que aportaba el Instituto de Salud Carlos III, según el cual habían muerto 360 personas durante los seis días que duraba en aquel momento la ola de calor. No es la primera del verano, dado que ya sufrimos una en fechas tan tempranas como junio, y tampoco será la última: al contrario, las previsiones ya anuncian una nueva racha de calor extremo poco después de que acabe esta.

Es evidente que no se trata de un fenómeno desgraciado, se trata de la normalidad de un clima completamente alterado por el calentamiento global. Hace años que venimos percibiéndolo y esa percepción ha tenido una constatación en un estudio reciente de la Agencia Española de Meteorología, que publicó un trabajo según el cual el verano es ahora cuarenta días más largo que hace cuatro décadas.

Ahora que pagamos las consecuencias nos encontramos con la misma asimetría: quienes han causado el problema están en la mejor situación para afrontarlo

Las olas de calor son solo una muestra de lo que en términos generales es un fenómeno global causado por las economías industriales y su brutal nivel de emisiones. Y no es un fenómeno neutral, ni uniforme en lo que se refiere a sus responsables. Aunque a menudo nos bombardean con el mensaje de que todos somos parte del problema o de que todos tenemos que contaminar menos, lo cierto es que la crisis climática, hoy ya emergencia, no es responsabilidad de todas por igual y tampoco lo sufrimos de manera homogénea. El desarrollo industrial y comercial que ha causado esta situación ha sido capitaneado por unas élites globales que han liderado la economía y se han aprovechado de ese liderazgo para su propio beneficio; en cambio, para las clases populares, los beneficios han sido lo que quedaba, las migajas del desarrollo.

Ahora que pagamos las consecuencias nos encontramos con la misma asimetría: quienes han causado el problema están en la mejor situación para afrontarlo, y hasta sacan partido aprovechando una política de transformación ecológica que está diseñada para las grandes empresas. Mientras, las clases populares apenas pueden disponer de medios para sofocar el calor y desde luego no pueden permitirse el lujo de evitar las horas de calor porque sus trabajos no se lo permiten: que se lo pregunten al operario de limpieza que murió ayer mientras realizaba sus tareas. No hace falta ser brujo para adivinar que ninguno de los 360 muertos era directivo del IBEX 35.

Es la victoria brutal de un sistema de clases que enterraría a quien fuera necesario con tal de continuar con la generación de beneficios. Sólo esto explica por qué cientos de iniciativas razonables y perfectamente fundadas siguen en los cajones. La acción del estado en materia de transformación no tiene más objetivo que el relanzamiento de un capitalismo en vía muerta por su incapacidad para generar una nueva mecánica de acumulación de capital, y aquí la cuestión ecológica no es una excepción. Se invierten miles de millones en la supuesta agenda verde de Europa pero resulta que esa agenda acaba por financiar las industrias nucleares y gasísticas, al mismo tiempo que apuesta por un vehículo eléctrico que no beneficia más que a la minoría que puede permitírselo. No entraremos en el esperpento de la política ecológica de Teresa Rivera, que entró bajo la promesa de un calendario de cierre para las nucleares y ha acabado por renovar Almaraz, y del gobierno del que forma parte, que ha decidido que, según parece, la mejor forma de garantizar la seguridad energética no es planificar la transición sino regar de dinero a la industria armamentística con un incremento del presupuesto de defensa que lo llevará a alcanzar el 2%.

Es la victoria brutal de un sistema de clases que enterraría a quien fuera necesario con tal de continuar con la generación de beneficios. Sólo esto explica por qué cientos de iniciativas razonables y perfectamente fundadas siguen en los cajones

Frente a esto, el ecologismo lleva años preparando las soluciones, y hoy día los sindicatos combativos también están en condiciones de asumir y defender muchas de esas alternativas. Así lo atestigua, por ejemplo, un informe reciente elaborado por cinco sindicatos, Ecologistas en Acción y Anticapitalistas, en el que se agrupan respuestas concretas a la crisis ecológica en términos ecosociales, es decir, bajo el criterio de redistribución de los bienes y distribución del trabajo. En estos días en los que los incendios se comen buena parte del territorio, merece la pena recordar aunque sea sólo una de las propuestas contenidas en ese informe, la de ámbito forestal. Ahí se plantea algo tan sencillo como estimar la cantidad de trabajos forestales necesarios para realizar un buen mantenimiento forestal y duplicarlo para acometer la situación crítica en la que se encuentran los bosques. Ni hace falta decir que el coste de estas propuestas es, en términos presupuestarios, ridículo, pero también es evidente que nadie lo ha puesto en marcha. Sin embargo, este tipo de propuestas reducen los incendios y mantienen la masa forestal que, a su vez, modula las temperaturas y retiene la humedad, controlando así la temperatura.

Necesitamos una nueva lógica social que priorice el bien común sobre los beneficios de una minoría. Con la crisis ecológica y con la emergencia climática que hoy es su primer síntoma, se muestra a las claras que el presupuesto básico del capital, de que el crecimiento acaba beneficiando a todas, es completamente falso. Para revertir esa lógica, por supuesto, no basta con afirmarlo, sino que es necesario un trabajo de fondo que una a colectivos ecologistas, sindicatos y otros movimientos sociales para alcanzar una fuerza social que meta al estado en cintura. Para ponerlo en marcha y revertir la dinámica del capital necesitamos esa agrupación social en clave ecosocialista que articule el liderazgo de la clases populares. Mientras no lo consigamos, la agenda ecológica seguirán en manos del capital, lo que es tanto como decir que seguirán ardiendo nuestras tierras y los operarios morirán en la calle.

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