EUROPA EN GUERRA ES EUROPA EN CRISIS

Europa en guerra es Europa en crisis

 

“El invierno de 2022 va a ser malo, pero el invierno de 2023 será todavía peor”. Esta frase no proviene de ningún foro de internet conformado por frikis conspiranoicos o bots del Kremlin. Se trata una afirmación reciente de Pierre Olivier Gourinchas, consejero económico y director del departamento de investigación del Fondo Monetario Internacional (FMI), la principal herramienta económica del poder transnacional de Occidente.

Gourinchas hablaba, en concreto, de los inviernos europeos de los próximos años. El FMI ha recortado sus previsiones para 2023, para la zona euro, en más de la mitad. La razón está clara, según los documentos del Fondo: la “persistente” crisis energética. Una crisis que se ve agravada por una inflación que seguirá creciendo (la previsión del Fondo es de un 9,5 % a nivel mundial), y por las subidas de tipos de los bancos centrales que entrarán en conflicto con los estímulos fiscales aprobados por algunos gobiernos como el británico.

España no se salvará de este brusco frenazo económico. El FMI prevé que la creación de empleo se detenga en nuestro país en 2023 y recorta sus previsiones previas de crecimiento del PIB español en ocho décimas, dejándolo en un 1,2 %, sin que la inflación vuelva aún a tasas manejables.

Así pues, el Fondo Monetario Internacional afirma claramente lo que muchos lectores de este medio ya sabían: la crisis energética conforma un vórtice de destrucción económica que amenaza con provocar una fuerte crisis productiva y social en Europa. Una crisis energética que tiene un componente subyacente, que avanza sin pausa y calladamente fuera de los radares de los medios de actualidad económica (la crisis ecológica y de recursos), y un brutal componente inmediato que convierte en inminente el shock de recursos para toda Europa (la guerra con Rusia, el principal proveedor energético de la Unión Europea).

Para tratar de hacer frente al colapso energético inminente provocado por la guerra con Rusia los gobiernos europeos están tomando todo tipo de medidas de urgencia. De hecho, han llegado al extremo de rescatar a empresas energéticas dependientes del suministro ruso con más de 120.000 millones de euros de dinero público. El gobierno alemán ha procedido a nacionalizar la energética Uniper, que pierde cerca de 100 millones de euros al día, desembolsando para su rescate 29.000 millones de euros. El gobierno francés ha lanzado una OPA para hacerse con el 15,90 % de Electricité de France (EDF) y ha afirmado que va a asumir una factura de 31.000 millones para recapitalizar y pagar las deudas de la empresa. El gobierno finlandés ha entregado 2350 millones a la eléctrica Fortum y créditos por otros 10.000 millones a otras empresas energéticas. El Banco de Inglaterra ha habilitado líneas de crédito y ayudas para las energéticas por 40.000 millones de libras. Hasta la siempre solvente Suiza se ha visto obligada a dar créditos a su principal grupo energético, Axpo, por 4.100 millones de euros.

Es más, el mercado energético en Europa está totalmente fuera de control por la expansión de las prácticas especulativas en las últimas décadas de neoliberalismo, que en el contexto de la guerra con Rusia han hecho estallar el mecanismo de asignación de precios. Nueve de cada diez euros que se mueven en el mercado europeo del gas, son dinero ficticio producto de la especulación financiera. El TTF (Title Transfer Facility), el índice holandés que se usa como referencia en la mayoría de los contratos de gas en Europa, está absolutamente fuera de control, y de los ocho billones de euros que refleja, sólo un billón se corresponde con consumos reales. Esto implica que el mecanismo de fijación de los precios de la energía está completamente roto. Los precios ya no se corresponden con los movimientos reales del gas en Europa ni, por supuesto, con las necesidades de los consumidores o de las empresas productivas. La guerra siempre ha sido siempre un gran negocio para los especuladores de todo tipo, y los brókeres más agresivos se han hecho con el control del suministro energético europeo.

En este contexto, la potencia industrial de Alemania, corazón productivo de la Unión Europea y fuente de los excedentes que alimentan las economías dependientes del Sur y Este del continente, está en peligro. Nadie sabe si los grandes hubs industriales germanos sobrevivirán a un invierno con precios del gas desbocados. Los capitanes de industria son menos patriotas de lo que suelen declamar en público. El grupo automovilístico Volkswagen ha anunciado ya que estudia trasladar parte de su producción desde sus plantas alemanas, que dan empleo directo a 295.00 personas, a otros países de la Unión, como Portugal o España, por el encarecimiento previsto del gas. Se trata del mayor productor europeo del sector y el segundo del mundo. Mercedes está acumulando componentes que fabrica en Stuttgart, como cajas de cambios o ejes de automóvil, ante la posibilidad de que un racionamiento en Alemania provoque la paralización de sus plantas de Alabama y Pekín, como indicó recientemente a los medios su jefe de producción. Joerg Burzer.

La industria española no se salva de esta dinámica de tensiones y crisis. España es el segundo exportador y el quinto productor mundial de azulejos, con una alta concentración de las plantas en la provincia de Castellón. En una semana, tres grandes firmas del sector han anunciado el cierre de sus fábricas por la brutal alza de los costes energéticos. Todagres (Grupo Fuertes), Azuliber (que fabrica arcilla atomizada, material estratégico en la producción del sector) y Azulejera Alcorense han decidido cerrar ante la perspectiva de tener que producir a pérdidas durante un período prologado de tiempo. El sector azulejero representa el 11,6 % del empleo industrial de la Comunidad Valenciana y el 2,7 % del PIB industrial español.

Los gobiernos europeos tratan de implementar tres tipos de medidas ante la crisis en ciernes: intentan redefinir el mercado para controlar la especulación, sustituyendo el TTF por otro índice y generalizando el sistema de la “excepción ibérica”; preparan ayudas y preferencias de suministro para el sector industrial, que se vuelven complicadas en un entorno de altos tipos de interés; y lanzan subsidios limitados para los sectores más vulnerables, que no pueden contener el alza brutal de precios provocada por la especulación y la conformación de los mercados eléctricos como oligopolio, para tratar de atajar el previsible descontento popular.

Pero estas medidas que tratan de enfrentar el problema inminente (la carestía provocada por la guerra) ahondan la gravedad del problema subyacente (la crisis ecológica y de recursos). El proyecto de Transición Ecológica europea se malogra entre un maremágnum de necesidades energéticas urgentes. La demanda global de carbón ha batido su “record” histórico en 2022. El uso de la energía más “sucia” en Europa se ha disparado más de un 10 % en el primer semestre del año. Alemania ha puesto en funcionamiento un parque de plantas eléctricas de carbón, que tenía previsto cerrar este año, con 10.600 megavatios de potencia. Las grandes empresas que extraen y comercializan el mineral más contaminante están de enhorabuena. Glencore obtuvo en el primer semestre de 2022 un beneficio de 12.085 millones de dólares, un 846 % más que el año anterior.

La guerra, pues, es un gigantesco tornado que amenaza con derribar el orgulloso edificio de la industria europea, devastando en su camino las comunidades obreras que aún subsisten y las pequeñas empresas que viven del consumo cotidiano de los trabajadores. En este escenario, resulta difícil aventurar como conseguirá sobrevivir el llamado “Modelo Social Europeo” y sus tradicionales pilares que garantizan la paz social en el continente: el Estado del Bienestar (educación, sanidad y seguridad social) y la concertación de patronales y sindicatos mayoritarios.

La resistencia a la devastación presupone dos campos de batalla simultáneos y de una complejidad creciente: la defensa de las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría social; y el desarrollo de un nuevo modelo económico basado en la sostenibilidad ecológica y en la cooperación productiva. Pero para dar esas dos batallas, la clase trabajadora europea necesita resolver antes tres problemas: construir la unidad contra la guerra; articular un entramado organizativo con presencia capilar y capacidad de actuación en todos los ámbitos sociales; y dotarse de una estrategia clara, radical y al tiempo realista. Y todo ello en un contexto de enorme confusión ideológica, en el que los mensajes contradictorios y disolventes de los distintos bloques capitalistas globales la empujan el conflicto interno.

Con todo, lo esencial ahora no es adivinar el futuro, sino crearlo.

 

Imagen: Foto de Loïc Manegarium – Uso gratuito Petit-Couronne, Normandie, France

 

Por José Luis Carretero Miramar para Kaosenlared

 

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