Desde Argentina a Brasil, desde Turquía al Kurdistán, y a pesar de las diferencias culturales y sociales que existen, las fábricas ocupadas y las cooperativas de trabajadores y trabajadoras representan un acto de resistencia contra la depreciación del poder de los trabajadores y de las trabajadoras y la destrucción de las estructuras productivas, así como una respuesta al desempleo y a la marginalización. Al mismo tiempo,contribuyen a dar cuerpo a la propuesta de lo que llamamos “economía de los trabajadores y las trabajadoras”, aquella que se basa en la autogestión y en la defensa de los intereses de la población que vive de su trabajo. Estas experiencias incluyen empresas recuperadas, algunas cooperativas de trabajadores y trabajadoras, clínicas de solidaridad, formas de economía colaborativa y otras luchas por la auto-organización del trabajo y la autogestión del trabajo de la economía.
Los pujantes movimientos que acompañan y apoyan estas iniciativas se enfrentan a la dominación de la “mano invisible” del mercado y plantean preguntas inevitables: ¿Qué producimos? ¿Cómo lo producimos? ¿Para quién lo producimos? A través de procesos horizontales, la sociedad entera puede participar activamente en la producción y en la distribución de la riqueza que esa sociedad produce. De esta manera, la democracia directa, el control social y de los trabajadores y las trabajadoras, así como la autogestión dejan de ser conceptos abstractos y se transforman en instrumentos para la recuperación de nuestra dignidad, para la preservación de nuestros medios de subsistencia y para la construcción de relaciones sociales y económicas diferentes.
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