Trabajadores del campo, el más difícil todavía

 

TRABAJADORES DEL CAMPO, EL MÁS DIFÍCIL TODAVÍA

 

Antonio Pérez Collado

 

Si tener que ganarse el pan con el sudor de la frente es un castigo muy duro, hacerlo en el sector agrícola es doblemente punitivo; no digamos ya si encima se es inmigrante sin papeles o, peor todavía, mujer migrante.

 

Lo primero que convendría considerar es la diversa composición de la mano de obra campesina. Por un lado estarían los trabajadores por cuenta ajena, los asalariados del campo, mayoritariamente temporales y en proceso de sustitución por personas llegadas de otros países, mucho más baratas y menos conflictivas que las nacidas aquí.

 

A continuación y con un futuro no mucho más prometedor se encuentran los agricultores autónomos, con explotaciones en propiedad o arrendamiento, que ocasionalmente tienen que recurrir a alguna contratación externa pero que mayoritariamente se autoexplotan a sí mismos y a sus familias. Este segmento está en una fase acelerada de desaparición por el avance de la agroindustria y las grandes empresas que hacen imposible la supervivencia de las explotaciones familiares y los métodos tradicionales de cultivo.

 

Y por último están los grandes propietarios de latifundios y macrogranjas, que son los que pueden negociar con los distribuidores e imponer mejores precios, al tiempo que introducen nuevas variedades de cultivos –en muchos casos manipulados genéticamente- y criterios netamente economicistas en la explotación de la tierra y la crianza del ganado.

 

Durante las protestas del campo que las televisiones nos han servido a lo larfgo de los últimos meses, hemos podido comprobar cómo se manipula y desinforma utilizando unas reclamaciones que, teniendo toda la razón, se agitan y lanzan dichas quejas por determinados medios contra el gobierno de turno, sin entrar a explicar detalladamente la problemática del sector agrícola y sin señalar a los verdaderos responsables del desequilibrio entre costos e ingresos de los pequeños y medianos productores.

 

Sin ser mucho más analíticos, desde la izquierda más vetusta se generaliza y se tacha a todos los que sacan sus tractores a las carreteras de ser unos empresarios de ultraderecha que solo aparecen por el campo a vigilar y a cobrar. Es cierto que los dirigentes de las asociaciones mayoritarias de agricultores tiene un inconfundible tufillo conservador y que en las protestas se vieron demasiadas banderas rojigualdas (algunas incluso preconstitucionales) aunque en las movilizaciones de trabajadores, especialmente del sector público, también aparecen organizaciones y b anderas nada sospechosas de revolucionarias.

 

Seguramente los labradores y agricultores no eligen bien sus compañías ni aciertan del todo en sus demandas, pero esa falta de conciencia crítica y de voluntad de transformar profundamente el modelo productivo también es evidente en la mayoría de trabajadores y sindicatos de la industria, los servicios o el funcionariado y no por ello es tan general la acusación de reformistas o instrumentos del capital. De todas formas, y para tranquilidad de la prensa de tendencia progresista, en las últimas tractoradas ya se ven ikurriñas y senyeras, habiendo dejado de estar organizadas por las grandes y conservadoras organizaciones del campo (ASAJA, COAG, UPA y demás).

 

Durante el primer tercio del siglo XX sí que hubo grandes movilizaciones campesinas y los sindicatos de clase tuvieron potentes Federaciones de la Tierra, pero con la llegada del franquismo se acabaron aquellas luchas y todas las colectividades agrícolas levantadas por trabajadores del campo fueron disueltas. Las grandes fincas expropiadas volvieron a los terratenientes y el asociacionismo se encarnó a través de cooperativas y Hermandades de Labradores y Ganaderos férreamente controladas por el régimen.

 

La llegada de la Democracia pudo ser la gran oportunidad para recuperar el espacio sindical del campo, pero salvo la considerable implantación del SOC en Andalucía y un crecimiento inicial de la CNT (abortado por los conflictos internos) poco más se ha conseguido.

 

Difícil futuro para el campesinado, un sector que las generaciones más jóvenes prácticamente han abandonado. Descartada la posibilidad de competir con la multinacionales de los abonos, plaguicidas y distribución, la única salida viable sería el cambio de modelo: pasarse a la agroecología, distribuir directamente los productos, buscar mercados de proximidad, crear y relacionar cooperati tarde vas de producción y consumo. Eso o terminar de vaciar la España interior y acabar de camareros en restaurantes y chiringuitos de ciudades y playas de moda.

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