Bill GATES (IX)

 

BILL GATES(IX)

 

La carga del hombre blanco

 

El lema de la Fundación Gates es “todas las vidas tienen el mismo valor”.

 

Donde son más evidentes las contradicciones entre el mensaje de empoderamiento, por un lado, y la práctica hegemónica de la Fundación, por otro, es en sus finanzas. Aunque la misión de la entidad es ayudar a los pobres, su modelo va más bien de ayudar a los ricos a ayudar a los pobres. Alrededor del 90% de los fondos benéficos de la institución hasta principios de 2023-71.000 millones de dólares de los casi 80.000 millones comprometidos en aportaciones humanitarias-se destinan al primer mundo (en su mayoría blanco). De hecho, más del 80% de todas las donaciones de gates solo van a tres países: EEUU, Suiza y Reino Unido. Más del 60% fueron destinadas a EEUU.

 

Los fondos de Seattle van a parar sobre todo a los países ricos, y este modelo de financiación parece sugerir que la fundación no confía en la capacidad de los pobres para gestionar adecuadamente su dinero. El organismo no tiene intención de usar la experiencia y la capacidad de las naciones menos favorecidas. Ofrece una visión eterna del planeta en la que los pobres siempre serán pobres y dependerán de la buena voluntad de las élites mundiales.

 

Cuando gates subvenciona a organismos ricos de países ricos, un enorme porcentaje de esas aportaciones va para gastos administrativos, es decir, empleados de cuello blanco muy bien remunerados trabajando en lujosos edificios de oficinas situados en ciudades caras como Washington D.C. y Ginebra. Los investigadores describen este pozo monetario sin fondo bajo la etiqueta de “ayuda fantasma”. Y el perverso efecto colateral que puede inferirse de ese disparatado esquema de financiación es que incluso desincentiva el éxito: las entidades benéficas que colaboran con gates saben que si resuelven un problema, si llevan soluciones efectivas a los pobres, perderán los grandes contratos con la Fundación.

 

Este modelo de caridad ha sido descrito como “colonialismo filantrópico”. Personas que conocían muy poco un lugar concreto pensaban que podían resolver un problema de ese sitio. Ya se tratara de métodos agrícolas, prácticas educativas, formación para el empleo o desarrollo empresarial, una y otra vez oía a ala gente de trasplantar lo que funcionaba en un entorno directamente a otro sin tener en cuenta la cultura, la geografía o las normas sociales. Pero la desigualdad no deja de aumentar.

 

Esto es “blanqueamiento de conciencia”. Esa filantropía teñida de espíritu colonial es destructiva y manipuladora: “Los ricos duermen mejor por la noche, mientras los demás reciben lo justo para que la olla exprés no reviente”.

 

Bill Gates parece estar asumiendo aquí su posición en la tierra como una especie de señor supremo, un amo del universo dedicado a la forja de naciones, a la reconstrucción del mundo entero, incluso.

 

La visión de Gates y su dogma es “la tecnología nos salvará”.

 

Son el ejemplo de una forma de beneficiencia que resta influencia de poder. Al fin y al cabo, una buena pauta para medirlo es : ¿se encuentra ese poder más repartido en los últimos veinte años, desde que la Fundación gates entró en escena? En todo caso, la desigualdad, en términos de poder, ha aumentado. Se ha producido una concentración todavía mayor de influencia y riqueza en unas pocas manos, aunque se hayan salvado vidas durante ese tiempo. Como siguen sin abordarse los problemas más básicos de la desigualdad estructural y su justicia inherente, son capaces de mantener esa posición de actores caritativos y benévolos que a renglón seguido consiguen traducir, convertir, en poder social.

 

El mayor problema es que Gates se ha apoderado de la salud pública mundial. Son ellos quienes definen las prioridades y lo llevan haciendo como mínimo desde hace quince años. En la Organización Mundial de la Salud y en las agencias de la ONU, todos los programas se centran en lo que Gates quiere, por que de ahí es de donde viene el dinero. La influencia de Gates es demasiado amplia. No es más que otra forma de colonialismo.

 

La Fundación Gates sigue con frecuencia este mismo patrón, financiando a defensores y testigos negros o de piel oscura con el propósito explícito de difundir sus objetivos y crear la apariencia de un apoyo sólido y diverso a sus iniciativas.

 

Al promocionar a adalides, narradores y colaboradores que comparten y magnifican la estrategia y la visión del mundo de Gates, o al menos que no la cuestionan, la fundación consigue dar a su trabajo una apariencia de gran diversidad, equidad e inclusión. La fundación dedica muchos más recursos a captar imágenes de los pobres del mundo, sacar partido de sus historias y cooptar su miseria que a escucharles o trabajar junto a ellos.

 

Hay un largo historial de investigadores procedentes de países occidentales pudientes que utilizan a otros menos favorecidos como placas de Petri, y a los pobres de esos países como cobayas humanas. Los institutos de investigación ricos llevan mucho tiempo practicando las mismas economías extractivas: obtención de datos, mano de obra y dinero.

 

En la actualidad, la salud pública del tercer mundo sigue estando en manos de poderosos intereses del norte global, y entre ellos destaca la Fundación Gates, muy influyente a la hora de decidir qué enfermedades, qué estrategias y qué investigadores reciben dinero.

 

Tal financiación es reflejo de las diferentes maneras en que las organizaciones poderosas, amenazadas por el movimiento descolonizador, han intentado cooptarlo.

 

El neocolonialismo no solo genera un colonizador que exhibe actitudes paternalistas hacia el colonizado, sino también un colonizado que desarrolla una consistente falta de confianza en sí mismo; ambos alimentan y perpetúan las relaciones de dependencia.

 

Es la “caridad narcisista”. La verdad incómoda es que, al contrario que las afirmaciones comúnmente extendidas, el problema central es la neodependencia, no el neocolonialismo. Para tantos países, ser tan dependientes y estar tan estratégicamente en deuda con los caprichos y la generosidad de extraños resulta algo ruinoso.

 

Lo que sugieren esos llamamientos a poner fin a la dependencia financiera de los donantes extranjeros es una ideología del tipo hagalo usted mismo. Es decir, una que dice que hay que acabar con ese Estado del bienestar internacional y que los pobres deben tomar las riendas de su propio destino.

 

En cierto modo, este punto de vista-y esta concepción de la beneficiencia- se remonta a la raíz misma de la palabra filantropía, que procede del griego by cuya traducción es “amante del prójimo”. Una donación caritativa debe ser un acto de amor, no un ejercicio de influencia. Regalar dinero no debe magnificar las asimetrías de poder que rigen en la sociedad, sino debilitarlas. Y, precisamente por eso, en muchos aspectos Bill Gates podría ser considerado más bien como un misántropo: si no odia a sus semejantes, sin duda se considera superior. La fe ciega del magnate en si mismo y en sus poderes, y su total indiferencia por los deseos, necesidades o derechos de los pobres a los que dice servir, habla de la lente fundamentalmente colonial a través de la cual ve sus donaciones. Pone de relieve los límites existenciales de lo que puede conseguir y explica por qué la Fundación gates ha logrado tan poco.

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