LA IZQUIERDA GALLINE Y LA DECADENCIA DE OCCIDENTE

La izquierda galline y la decadencia de Occidente

Hasel Paris Álvarez

izquierda galline

¿Quién es Fani-Vegana?

Fani-Vegana exhibiendo ropa comercializada por Almas Veganas.

‘Fani-Vegana’ es el enésimo esperpento que produce la farándula española. La joven saltó a la fama en 2019 por un peculiar ‘ecologismo’ (afirmando que los gallos ‘violan’ a las gallinas) y ‘feminismo’ (hablando siempre en femenino, o con la e: las compañeras, les gallines). Este ‘eco-feminismo’ no es un invento de Fani-Vegana, sino un pastiche que aprovecha tanto a la extrema derecha como a las élites económicas. Por un lado: eco-fascistas y homo-nacionalistas que critican a los musulmanes por desangrar corderos, o a los sudamericanos por hacer música machista. Por otro lado: multinacionales ‘verdes’ que reclaman subvenciones millonarias, así como un ‘capitalismo rosa’ que vende la incorporación económica como liberación sexual.

Pero el ‘eco-feminismo’ de Fani-Vegana también es popular entre la izquierda. Por ejemplo, el portavoz de Más Madrid en Tetuán define el capitalismo como «un sistema sexador de pollos y personas, asignando sexos según lo que tengas entre las piernas«. Ya no critican el capitalismo por ser una ‘granja humana’ donde todo tiene un precio; los nuevos problemas son los granjeros y que todos tengamos un sexo u otro. La vieja izquierda proponía un cambio colectivo del sistema económico. La nueva izquierda ecofeminista propone cambiar individualmente la naturaleza humana. ¡Ya era una batalla complicada, como para pasarse a una causa perdida!

Pero volviendo a Fani-Vegana: su sobrenombre le viene de luchar contra la industria cárnica y láctea. «No hay que comerse a nadie«, dice en un vídeo. Aunque en el siguiente, defiende el canibalismo azteca, «oprimido por los españoles«. Fani-Vegana es española, pero se peina ‘a lo Bildu’ y es cercana al independentismo catalán. Incluso la felicitó la independentista Pilar Rahola: «haces una gran labor contra la discriminación de los animales«. Rahola es la misma persona que defiende la discriminación contra las españolas «bestias con forma humana« y contra las árabes «fieras salvajes«.

Además de eco-feminista, Fani-Vegana se define como «queer, punk, antifa, trans-activista y anarco-vegana«. Y describe la ‘clase obrera’ como una suma de «putas, transgénero, bolleras, no-binaries, racializades y neuro-divergentes«. Estas retahílas tampoco son un delirio exclusivo de Fani-Vegana. Intelectuales de la ‘nueva izquierda’ (como N. Alabao y E. Rodríguez) también afirman que los trabajadores españoles están «principalmente compuestos por mujeres migrantes, gays, lesbianas, trans, negros, amarillos y marrones«. Y sin embargo, su colega JL. Nevado niega la existencia del sujeto «lesbo-ecologista-feminista-indigenista«… que ellos mismos predican constantemente.

Este idiota (en sentido griego) comparte con Fani-Vegana otro objetivo: la abolición del trabajo. La izquierda que busca dignificar el mercado laboral (en vez de abolirlo), formaría parte de una disparatada conspiración junto a la extrema derecha: la «deriva reaccionaria de la izquierda«. El término, por cierto, es un mal plagio de F. Ovejero, que lo usaba contra el filo-independentismo y el ‘arcaísmo posmoderno’. Es decir, contra el propio grupo de ‘izquierda indefinida’ que va desde JL. Nevado hasta Fani-Vegana. Fani-Vegana no es un caso aislado, sino el síntoma llamativo de una civilización enferma.

Pero, ¿por qué Fani-Vegana está de actualidad?

En los últimos días, ha trascendido que Fani-Vegana se dedica… a la prostitución. «De animalista contra la violación de gallinas a escort por 200 euros la hora«, ha titulado El Mundo (que vende sus portadas por 200 euros el centímetro). Esto sitúa a Fani-Vegana ante una gran contradicción: ¿cómo puede llamar ‘violación’ al apareamiento de las gallinas, pero defender el mercado de la prostitución? Este sector es indisociable de las violaciones: el 70% de las prostitutas han sido asaltadas por clientes, proxenetas o desconocidos en múltiples ocasiones, algunas hasta 10 veces al año.

Aunque todos se burlen del personaje, Fani-Vegana acertaba algunas cosas, aún fallando otras. Acierta sobre el sufrimiento de gallinas seleccionadas para poner 300 huevos al año, pero calla sobre las mujeres obligadas a mantener 1.800 relaciones sexuales al año. Acierta cuando advierte de un abuso del consumo cárnico (un 64% más en los últimos años), pero calla sobre el incremento en la explotación sexual (más de cuatro millones de mujeres). Acierta al decir que la ganadería es un gran pozo de fármacos, antidepresivos y hormonas de crecimiento, pero calla que la mayoría de prostitutas son controladas mediante toneladas de drogas y alcohol. Acierta al criticar cómo la industria cárnica agota los recursos de países vulnerables, de la India a Brasil (principales exportadores de vacuno), pero calla la relación entre pobreza y prostitución, con un 90% de mujeres pobres, indias o brasileñas.

Acierta al señalar cómo el mercado ha reducido la vida media de la vaca (de 20 años a 2) y del pollo (de 112 días a 35), pero calla que la edad de acceso a la prostitución ha bajado hasta los 12 años. Acierta al denunciar los peligros físicos y psicológicos para los trabajadores de matadero y envasado, pero calla que el 92% de las prostituidas han sufrido violencia física y el 55% sufrirá estrés post-traumático. Acierta al destacar el daño sanitario que produce una dieta con exceso de grasas saturadas y carnes procesadas (cáncer colo-rectal, diabetes), pero calla el daño social que causa un 50% de puteros refiriéndose a las mujeres como «carne» y «mercancía».

De forma incoherente, Fani-Vegana ha defendido el ‘trabajo sexual’, afirmando que ella lo ejerce «libre y voluntariamente«. A partir de su lógica, todo maltrato animal estaría justificado desde el momento en que algún cerdo entrase al matadero por su propio pie. Su alegre video en defensa de la prostitución cumple la misma función que la vaca sonriente dibujada en el McDonalds. Servir de anestesia mental para potenciales clientes. Esconder la norma cruel tras una excepción simpática. Un blanqueamiento vistoso de una oscuridad soterrada.

¿Cómo es posible que Fani-Vegana, que abogaba por abolir todos los trabajos, resulte ser defensora del ‘trabajo sexual’? ¿Acaso ignora su propia teoría eco-feminista, que relaciona los consumos masivos de animales y prostitución? No, se trata de algo mucho más sencillo. Ha evitado la carne, pero se ha tragado el putrefacto menú (pos)moderno. Primer plato: que el cuerpo es una mera propiedad. Segundo plato: que la libertad consiste en hacer cualquier cosa (sin responsabilidad). Postre: que la auto-explotación es liberación. Es el cebo del Uber-capitalismo: ‘ser tu propio jefe’ (que significa ‘ser tu propio esclavo’). Y la anarco-vegana, alérgica a las jerarquías, ha picado. Afirma que «nos oprimen los de arriba: la casa real, el gobierno, la religión…. Pero, en ocasiones, la peor opresión no viene de ‘arriba’, sino que se lleva ‘adentro’.

Una vez más, el error de Fani-Vegana no es excepcional. Por un lado, forma parte de una juventud que califica cualquier pequeño detalle como neo-fascismo, pero no percibe las alienaciones más obvias como neo-capitalismo. Por otro lado, pertenece a una fórmula de moda: explotación femenina acompañada de emancipación animal. Es la idea de muchas chiquillas: venderse a un cliente de OnlyFans (al que llaman ‘papi’) para comprarle caprichos a su mascota (a la que llaman ‘hijo’). Y también es la idea de las élites: absoluta desregulación migratoria (principal fuente de trata sexual), pero brutal regulación contra la ganadería, acusada de contaminar. La agro-ganadería, por cierto, contamina menos que las industrias de energía, turismo y moda, a las que nadie pide cuentas.

En un debate televisado el pasado año, Fani-Vegana confesó haber trabajado «11 años en una sala de despiece de animales, donde se convierte a un ser vivo en una mercancía«. Lo que no contó, es que seguía trabajando en la despiezadora humana que es la prostitución. No es que le dieran oportunidad: contertulios y opinadores se centraron en ridiculizarla, describiéndola como una amenaza contra la libertad nutricional, el sentido común, el correcto lenguaje y, en general, ¡la civilización occidental! Suele decirse que Occidente es un edificio con tres columnas: la Filosofía Griega, el Derecho Romano y la Ética Cristiana. La pregunta es: ¿supone Fani-Vegana, más allá de sus contradicciones, una verdadera amenaza contra estos tres pilares civilizatorios? ¿O es ella, más bien, una distracción aprovechada por los auténticos demoledores?

La Filosofía Griega: contra Jamardo

María Jamardo

Fani-Vegana estuvo presente en varios programas de Mediaset. En estos espacios, declaradamente progresistas, los tertulianos hablaron en favor del Humanismo: «no puedes, Fani, tratar como seres humanos a las gallinas«. Fani-Vegana protestó: «nosotras preferimos decir ‘les gallines’, hablamos en lenguaje inclusivo«. Pero, tras la tontería, añadió algo de interés: «¿acaso los animales no tienen también sintiencia?«. La ‘periodista’ María Jamardo, allí presente, quedó boquiabierta: «¡¿cómo?!«. Jamás se había enfrentado a aquella palabra.

Llamamos ‘sintiencia‘ a la capacidad de sentir dolor y placer. Los antiguos filósofos griegos, desde Platón hasta Porfirio, se dieron cuenta de que esta facultad estaba en la base de la consciencia, compartida por personas y animales. Teofrasto y Plutarco demostraron que los animales no solo eran capaces de percibir, sino también de sentir e incluso razonar. Pitágoras afirmó que humanos y animales comparten espíritu, hace ya cerca de tres mil años, pero la Jamardo todavía no se ha enterado. Le espeta a Fani-Vegana: «los animales no tienen sentimientos, no son un ‘alguien’, son un ‘algo’, un perro es ‘algo’«.

Queda demostrado: Jamardo es más enemiga de la Filosofía Griega que Fani-Vegana. Pero ¡también Jamardo es más dañina para nuestra gramática que el ‘lenguaje inclusivo’ de Fani-Vegana! Las lenguas de cultura, como el castellano, usan pronombres personales que distinguen el sexo de un animal: un perro es ‘él‘, una perra es ‘ella‘. Por el contrario, las lenguas bárbaras (como el inglés), carecen de esa información: no sabemos si hay perro o perra, pues ambos son ‘it‘, ‘algo‘. No sorprende que la bárbara Jamardo aplauda (entre anglicismos) un apocalipsis hardcore y un darwinism lingüístico «contra las lenguas regionales«, en nombre del progreso «tecnológico, economicista, global«.

«Pero los animales no son cosas, un perro es más que una mesa«, la corrige Fani-Vegana. «¿Y esta mesa?» –replica ocurrente un tertuliano– «¿no proviene también de un árbol inocente?«, y toca un mostrador de plástico. Vuelve Jamardo: «lo que hay que hacer es matar a los animales lo más respetuosamente posible«. «Imposible, no existe forma respetuosa de matar«, responde Fani-Vegana (partidaria del aborto y la eutanasia). Otros tertulianos se unen al debate. «¿Qué harás con los leones africanos, los vas a convertir en vegetarianos?«, se burla uno, que en el debate anterior proponía convertir los países musulmanes en repúblicas laicas. «¿Y si yo fuera un visón?«, añade Rubén Amón, «¿me prohibirías comer carne?«. ¡Si fuera un visón, Amón estaría colgado en el armario de Jamardo!

Poco después de negar que los animales tengan sentimiento alguno, Jamardo comenta las imágenes de una explotación avícola: miles de gallinas tras barrotes, hacinadas unas sobre otras en tres niveles de altura. «No las veo con cara de preocupadas a las gallinas, míralas, parecen contentas«. Para Jamardo, de pronto, es legítimo ‘humanizar a los animales’… pero sólo con el fin de justificar una falta propia de humanidad. Recuerda al desvarío de Sánchez Dragó, que también criticaba la ‘humanización de los animales’, pero defendía la tauromaquia porque «al toro le gusta morir con honor«. Honor, concepto humano (tan escaso entre los humanos).

Cuando Fani-Vegana califica la explotación avícola de ‘campo de concentración’, el tertuliano Amón

se ofende gravemente: «las comparaciones con el Holocausto me hacen vomitar«. Amón quiere ser más antifa que Fani-Vegana, pero ignora tres cosas. En primer lugar: que una comparación no es una equiparación. Dos: que los campos de concentración no son cosa nazi solamente, también los ha habido ‘progresistas’ y ‘liberales’. Tres: que los primeros en comparar el Holocausto con la industria cárnica fueron los propios supervivientes judíos: T. Adorno, I. B. Singer, J. M. Coetzee, E. K. Koberwitz, A. Hershaft…

Pero, en el entorno progresista, el Holocausto es la ‘vaca sagrada’ para censurar cualquier debate. Así censuró el ‘Movimiento contra la Intolerancia‘ (contradictorio nombre) al filósofo E. Castro. Y así censuró el lobby israelí ACOM a Público: «cualquier comparación de judíos con cerdos o pollos es antisemitismo«. Pero en su web, ACOM asemeja a los palestinos con perros, cuestionando su pedigrí.

«Pero a ver, ¿a ti te gustaría vivir como esas gallines?«, le pregunta Fani-Vegana a Jamardo. No obtiene respuesta… pero seguramente sí. Es lo que el tertuliano promedio anhela: su ciudad masificada, cacarear, chafarse por su puesto en la línea, cagar donde se come, picotear al otro, intentar mantener un plumaje brillante para que no le despachen al matadero, estando ya muertos por dentro pero «pareciendo contentos«. He aquí, más allá de Fani-Vegana, el gran gallinero, el gran burdel: la tele-basura. He aquí la verdadera muerte del ágora, de la estoa, de la mayéutica y de la escolástica. He aquí el progreso. He aquí el triunfo de los sofistas y la derrota de la Filosofía Griega, primer pilar de la Civilización Occidental.

El Derecho Romano: contra Lachhein

Álex Lachhein

Álex Lachhein no se considera un tertuliano progresista, sino ‘conservador’. Para él, Fani-Vegana forma parte de «la rama eco-vegano-animalista del Marxismo Cultural«. Según Lachhein, esta conspiración estaría «financiada por las multinacionales de mascotas«: el contubernio judeo-marxista-Friskies. Tendrían por objetivo «acabar con España y la civilización occidental«.

Lachhein es uno de esos ‘defensores de Occidente’, más bien preocupados por una islamización que prohiba las hamburguesas de cerdo, el alcohol, las apuestas y las mujeres desnudas. La España de Lachhein se reduce a la fiesta del Toro de la Vega («el primer paso para acabar con España es atacar la tauromaquia«) y a la persona del Rey Emérito («critican al Rey por cazar un elefante«).

El ‘conservacionista’ Lachhein, por cierto, detesta a los elefantes por ser «el animal más destructivo: acaba con las hojas y tumba los troncos, es culpable de la desertización de África«. ¡Qué gran diferencia hay entre Lachhein y la verdadera Civilización Occidental! Escribía R. Kipling: «los elefantes crearon la jungla; con su trompa sacan la vegetación de las aguas, los ríos corren por donde sus colmillos trazan surcos, en sus pisadas se forman manantiales, crecen los árboles al sonar de su trompa«.

El argumento de Lachhein contra Fani-Vegana es simple: «no existen los derechos de los animales, ya que los animales no pueden ejercerlos ante un tribunal«. Con este argumento, se cargaría de un plumazo los derechos de los discapacitados, del menor, de los enfermos terminales… hasta los Derechos Humanos (pues ‘la humanidad’ no puede pleitear).¡El ‘conservador’ es el gran destructor! Lachhein atropella las bases del derecho occidental: existe un ‘derecho natural’ incluso para los que no ejerzan el ‘derecho positivo’; los animales pueden ser ‘objeto’ de derecho aún sin ser ‘sujeto’ de derecho.

Hasta la fecha, además, los ‘derechos de los animales’ se limitan a unas mínimas concesiones, solamente para algunos mamíferos de unos pocos países. Son: el derecho a la vida para los primates (frente a la experimentación química), el derecho a la integridad para los perros (frente a la tortura), el derecho a la libertad para los cetáceos (frente a los acuarios-prisión)… Unos avances tan nimios sólo molestan a quienes apenas reconocen el derecho ¡de los humanos españoles! a vivienda digna o ingreso mínimo. Es decir, al entorno de Vox y de Lachhein.

Y hablando de cetáceos: la protección de los delfines se remonta a la antigua Grecia, donde eran considerados sagrados. ¡Los derechos de los animales no son un invento de ayer por la mañana! En Tesalia, las leyes locales protegían a las cigüeñas, a las culebras en la Argólida. En Atenas se condenó a un ciudadano por despellejar vivo a un cordero[1], en Roma un tribunal público exilió al asesino de un buey «como si hubiera matado a un obrero agrícola[2]. Precisamente Roma, la cuna del Derecho, era una civilización formada entre la poesía de Ovidio y la política de Séneca, vegetarianos ambos. Allí, las matanzas masivas fueron duramente criticadas por Cicerón o Plutarco. Y los juegos circenses encontraron hostilidad popular ya en el año 55 antes de Cristo[3]. Posteriormente, la Roma cristiana legisló el fin de los sacrificios (animales… y humanos).

Pero algunos anglo-americanos (ajenos a la tradición romana) no aceptan aún los derechos animales. Es el caso del conservador inglés R. Scruton (gran intelectual), cuyo argumento copia Lachhein (grande solo en talla). «Los animales no tienen derechos, ya que no tienen obligaciones«. Una afirmación problemática. La forma más arcaica del Derecho Romano, las Doce Tablas, ya aludía a la obligación de los perros de no atacar a sus dueños. Incluso antes, Platón recoge una ley que obliga a los animales de la ciudad a no matar a ninguna persona, autorizando a los familiares del difunto a «matar o exiliar a la fiera convicta[4]. El legislador romano Ulpiano definió como ‘pauperies‘ la falta que un animal comete contra sus propias obligaciones: el buey que cornea a un campesino, o el rebaño que se escapa del redil (‘actio de pastu‘)[5]. Estas faltas se saldaban con la vida del animal, o con su entrega al ciudadano perjudicado (noxae dare).

Ilustración de una cerda juzgada por matar a un niño en 1457 (Chambers Book of Days).

Pero en ocasiones, como intuía Scruton, las obligaciones han venido acompañadas de derechos. Durante la Edad Media, un cerdo fue condenado a la horca por matar a un niño en Falaise, Francia (1386). Pero, tras la apelación de su representante humano, la pena fue rebajada al castigo de colgarlo por las patas traseras. En Stelvio, Italia, 1519, se condenó al exilio a una manada de ratones por comerse los cultivos del pueblo. Sin embargo, el juez dictó un salvo-conducto: que los ratones no fuesen atacados por gatos ni perros, y que las ratonas preñadas gozasen de una prórroga de 14 días. En Vanves, Francia, 1750, una burra fue juzgada por participar en una relación zoofílica con su dueño. Varios testigos persuadieron al tribunal de la virtud de la burra: fue absuelta, mientras que su dueño fue condenado.

Nuestra Modernidad Tardía es menos justa. El año pasado cumplía su condena la osa Katya, encarcelada quince años en Kazajistán, por atacar a dos acampados. Apenas cien años antes, la elefanta Topsy, agresiva a causa del circo, era ejecutada en EEUU (electrocución). Por mucho que esto último agrade al elefantófobo Lachhein, debería reconocer que los animales siempre han tenido obligaciones, aunque apenas se les concedan derechos.

Pero Lachhein reacciona con una nueva puñalada a la civilización occidental. «El problema es la educación nefasta de Disney: la humanización del animal y la naturaleza«. Con este disparate, Lachhein no ataca solamente a los maravillosos clásicos de Disney (desde Bambi hasta su odiado Dumbo). Está atacando también a la cultura que los inspiró: nuestros cuentos populares y, sobre todo, las fábulas. Desde el griego Esopo hasta los españoles Samaniego e Iriarte, la fábula humaniza a los animales, que piensan y hablan, para ofrecer una moraleja. La ‘humanización de los animales’ no es un decadente invento de Fani-Vegana, sino que está en la base de nuestra civilización. Desde la descripción del perro Argos (La Odisea) hasta la burra que habló con Balam (La Biblia). Y no busca ‘rebajar’ al humano, sino realzarlo mediante la moralización del animal. Elevando al animal un peldaño, se pretende que el humano se eleve dos peldaños.

Lachhein desprecia las fábulas, porque en ellas queda desenmascarado. Cuenta Esopo: una vez un lobo acusó a un cordero de varios delitos. Cuando el cordero se intentó defender, el lobo le negó sus derechos: «no me importa, voy a comerte igual«. Moraleja: el hombre que sea como aquel lobo, tirano y feroz, nunca concederá derechos a sus víctimas, pues no le interesa la justicia, sino su justificación. Esto explica por qué Lachhein achaca la desertización a los elefantes, pero exculpa a los humanos del cambio climático («no tenemos tanto poder«). ¡La contradicción no le importa a este lobo humano! Sólo está argumentando su doble ‘derecho’ a la cacería furtiva y a contaminar libremente.

Lachhein agrava su error: «el niño que se forme con Disney crecerá pensando que el león puede ser amigo del jabalí«. No, Lachhein. Ese niño crecerá interesándose por los animales y por la verdadera Civilización Occidental. Crecerá leyendo a Hesíodo sobre la pasada Edad Dorada, cuando eran amigos animales y humanos[6]. Y crecerá creyendo en el venidero Reino de Cristo, donde «descansarán juntos el león y el cordero, la osa pastará con la vaca, el niño jugará en la cueva de la serpiente«[7]. El problema es que Lachhein ha crecido (en todas direcciones) creyendo solamente en la Edad de Hierro y el Reino del Dinero.

«¡Ese niño se equivoca!» –blasfema Lachhein–»la naturaleza no es bondadosa: sólo impera la ley del más fuerte«. Le refuta K. Lorenz, un etólogo verdadero: «no es la fuerza física lo decisivo en la naturaleza, sino el valor, la energía e incluso la seguridad en uno mismo, de cada pájaro individual«[8]. La biología (L. Margulis, W. Hamilton) tampoco apoya a Lachhein: la base de la naturaleza no es la depredación, sino la cooperación.

¿Por qué, entonces, piensa Lachhein –como el totalitario A. Desmond– que ‘la fuerza es el derecho’? ¿Por qué cree –como el darwinista H. Spencer– en la ‘supervivencia del más apto’? ¿Por qué afirma –como el ateo R. Dawkins– que los genes son egoístas? (¿se puede atribuir el humano vicio del egoísmo a unos nucleótidos, a la vez que se critica la ‘humanización de los animales’?)

La respuesta es fácil: a Lachhein y a los nuevos conservadores, nada les interesan los animales ni los genes. Sólo exageran el papel de la depredación en la naturaleza, para fundamentar su insolidaridad humana. Ya Galton (primo de Darwin) buscaba, con sus investigaciones, naturalizar las desigualdades económicas y legitimar su posición privilegiada. En palabras de T. Friedman: «en el mundo hay leones y gacelas» –es decir, ricos y pobres– «y el destino de las gacelas es correr delante del león«. ¡Al final, quienes no ‘humanizan a los animales’, sí animalizan a los humanos! Y los más acomodados, por supuesto, sueñan con ser los leones. Se creen felinos, atléticos, melenudos, pero suelen ser simiescos, gordos, calvos. Se creen ‘conservadores’, pero son como el ‘progresista’ P. Singer, al que tanto critican: darwinistas y malthusianos.

«Como humano, no soy un amable herbívoro» –confiesa Lachhein– «sino de una estirpe de carroñeros«. El romano Estacio nos advirtió contra estos comedores de cadáveres: «degeneres lupos«[9]. ‘Lobos degenerados’, que solo conocen un derecho: la falsa ley del más fuerte, el más rico, el más malvado. Contra ellos se levantó el Derecho Romano como segundo pilar de la Civilización Occidental. Para que no fuese el hombre «un lobo para el hombre«, ni la sociedad una jungla «de todos contra todos«. Contra ellos, no contra Fani-Vegana.

La Ética Cristiana: contra LYLQS

Imagen del youtuber LYLQS y un retablo de Cristo.

Hemos visto a Fani-Vegana despellejada en tertulias neo-progresistas y en cenáculos neo-conservadores. Pero también es la comidilla del internet neo-liberal. En YouTube existe un grupo de jóvenes que, en diferentes grados, defienden el capitalismo como único evangelio y el mercado como dios verdadero. Son youtubers que hablan de patriotismo español desde Andorra o Irlanda, donde pueden evadir impuestos. Son, de más moderado a más radical: Joan Planas, Dalas Review, WallStreet Wolverine (del inglés ‘lobezno‘: otro primate que sueña con ser lobito). Pero el fraude fiscal sólo es la forma más moderada de capitalismo, la versión radical aboga directamente por vender niños huérfanos, dinamitar viviendas sociales o promover la pederastia. En este extremo podemos encontrar a Adrià y su canal ‘Libertad Y Lo Que Surja‘ (de ahora en adelante LYLQS), que ha dedicado una decena de vídeos a criticar a Fani-Vegana.

WallStreet Wolverine, otro youtuber anarcocapitalista.

LYLQS defiende un sistema económico ‘de leones y gacelas’, igual que Lachhein. Pero, a modo de diferencia, LYLQS no es nada conservador. LYLQS es (como el verdadero capitalismo): republicano, antifascista, ateo, trans-queer, migracionista, sexualmente libertino, a favor del aborto, de la drogadicción, del suicidio y de todo lo que el individuo acepte hacer contra sí mismo. Representa un capitalismo tan libre de restricciones (económicas y morales) que adelanta por la izquierda a Fani-Vegana. Por eso LYLQS ha apoyado el mensaje de Fani-Vegana en favor de la prostitución como ‘acto de libertad’: «estoy de su parte esta vez«, «es un trabajo que no supone ningún problema para nadie«, «la aplaudo, es una autónoma«, «al menos tiene trabajo y no vive de paguitas«, reflexiona LYLQS, quizás insinuando que los parados debieran prostituirse”.

Las afinidades entre LYLQS y Fani-Vegana no terminan aquí. La extravagante ‘inter-seccionalidad’ de Fani-Vegana (todo aquello de «eco-feminista, anarco-vegana, lgtbq+«) encanta a las grandes empresas, tan defendidas por LYLQS. Las multinacionales son el máximo ejemplo ‘inter-seccional’ atrápalo-todo: la audiovisual Netflix con su sección de «personajes negros empoderados, la cosmética Sephora con su modelo «trans-racializada-parálisis cerebral«, la automovilística Uber con su campaña anti-racismo anti-homofobia, la tecnológica Google con su menú crudi-vegano-macro-biótico… Es el ‘neoliberalismo progresista’ que describe N. Fraser: «una alianza del capitalismo financiero (Wall Street, Silicon Valley, Hollywood) con los movimientos progresistas (feminismo, multiculturalismo y derechos LGBTQ)».

Campaña publicitaria de Uber apoyando el Pride LGBTQIA+. “Las multinacionales son el máximo ejemplo ‘inter-seccional’ atrápalo-todo”

LYLQS intenta convencer a Fani-Vegana de que comparten el amor por el capitalismo: «tu refugio de animales también es una empresa, sacáis algo de dinero, aceptáis propinas, tenéis medios de producción como una impresora«. ¡Pobre LYLQS, que cree que el capitalismo es tener una herramienta y recibir un pago a cambio de un trabajo! En eso consistía el orden natural, que existió siempre, hasta que fue abolido por el capitalismo, una invención más reciente. Su novedad esencial fue «un sistema impersonal y monótono, la concentración de la gran propiedad en pocas manos, la creación de necesidades de compra, fabricar de forma que nada dure, la competencia comercial entre los sexos, el desfile de publicidad y novedades que matan toda dignidad» (según Chesterton).

Para diferenciarse de Fani-Vegana en algo, LYLQS intenta (sin mucho éxito) ponerla en apuros. «Si estás a favor de la liberación animal, ¿por qué refugias animales, en vez de soltarlos?«. Sueltos en los bosques de Osor, entre depredadores y cazadores, los animales de Fani-Vegana (ovejas, conejos…) encontrarían una muerte inmediata. O LYLQS es estúpido y no lo sabe, o simplemente es un buen capitalista. Para ellos, la ‘libertad’ equivale a la desprotección, la intemperie y el abandono ante las fauces del enemigo. Por eso le llaman ‘libertad’ a que las naciones pequeñas tengan que tumbar sus aduanas ante China o EEUU. Por eso le llaman ‘libre mercado’ a un autónomo intentando sobrevivir a la dictadura de Amazon o Alibaba.

«¡Respeta la libertad!» –insiste LYLQS– «en tu refugio mantienes a los animales en jaulas«. Fani-Vegana le desmonta fácilmente: «no son jaulas, pero sí hacen falta vallados, lo más grandes posible, para acoger a los animales«. Cualquiera entiende que no es lo mismo una prisión que un albergue, aunque ambos tengan muros. No son solo diferentes, sino funciones contrarias: la muralla protectora o los barrotes represores. Pero la diferencia se le resiste a LYLQS (en particular) y a los capitalistas (en general).

Sólo ven la frontera como límite a la libertad, nunca como su línea de inicio. Y sólo entienden la comunidad como un lastre, el Estado como una tiranía, la contribución como un robo y la solidaridad como una dependencia.

Esa aberrante visión de la solidaridad queda patente en la última pregunta de LYLQS. «¿Y si yo quisiera rescatar a un vagabundo?, ¿acaso puedo enjaularlo?, ¿puedo castrarlo para que no críe más vagabundos?«. En primer lugar, eso es (textualmente) lo que hicieron capitalistas como «Rockefeller, JP Morgan y Carnegie-Mellon: «esterilizar dependientes, huérfanos, mendigos y pobres. En segundo lugar, LYLQS y los suyos jamás ‘rescatarán’ al económicamente vulnerable. Para ellos, todo rescate es una condena, toda medida de integración es una forma de jaula y castración. Conciben la renta mínima como «un castigo a los productivos«, y la vivienda protegida como «un expolio a las constructoras.

Como mucho, toleran una ‘caridad’ privada, ejercida a título individual. Como las donaciones (de las que vive LYLQS). Aunque en ocasiones, sus colegas ultra-liberales prefieren el dinero público: Juan-Ramón Rallo (TVE), Daniel Lacalle (PP) o Huerta de Soto (Universidad RJC). Pero todos ellos entienden la ‘caridad’ como algo semejante al suicidio: una ‘libertad’ más bien carente de sentido, que puede ejercerse (o no). Están muy lejos del verdadero significado de Caridad y Solidaridad, que explica el Papa Francisco en su reciente encíclica:

«La Caridad no sólo se expresa en relaciones individuales, sino también en macro-economía y política. Caridad es crear instituciones más sanas y regulaciones más justas. Caridad es ayudar a un anciano a cruzar un río, pero también que el Estado le construya un puente. La Solidaridad es mucho más que algún acto esporádico de generosidad. Es prorizar una vida buena para todos, frente a los bienes de algunos. Es luchar contra la negación de derechos sociales y laborales. Y contra las causas estructurales de pobreza, desigualdad, falta de trabajo y vivienda. Es enfrentarse al destructivo Imperio del dinero”. En palabras del Arzobispo Câmara: «un verdadero orden social cristiano no puede fundarse sobre la asistencia, sino sobre la justicia social«[10].

Darko Decimavilla, portavoz adjunto de Más Madrid en el distrito de Tetuán.

Pero LYLQS y los suyos no creen en la justicia distributiva: «no hay que repartir peces, sino enseñar a pescar”. El problema es que, en el sistema que predican, las enseñanzas son de pago, las cañas de pescar están en manos de unos pocos y el mar está envenenado. Y sin embargo, hace dos mil años, hubo un Maestro que sí repartió peces[11]. El antiguo Sanedrín le crucificó por atreverse a multiplicar los panes. El moderno Sanedrín capitalista (más estúpido), lo crucificaría por «multiplicar la pobreza«. ¡Qué fariseos, afirmando que los pobres se crean por adicción a limosnas! ¡Qué filisteos, creyendo que redistribuir es expropiar, en vez de restituir! Lo escribió San Gregorio Magno: «cuando damos lo indispensable a un pobre, no estamos dándole cosas ajenas, sino devolviéndole lo que es suyo[12].

Tras las huellas de Cristo vino San Francisco de Asís, que hizo algo más que repartir peces: los compraba, aún vivos y coleando, para devolverlos al agua. En la ética cristiana, la liberación animal puede ser un acto de caridad, vinculado a la lucha «contra el Imperio del dinero«. Por eso, la primera acción de liberación animal (mucho antes de Fani-Vegana) fue, a la vez, el gran acto anti-capitalista. Cristo, armado con un látigo, expulsó del templo a los mercaderes, que vendían allí ovejas y palomas para sacrificar[13]. «Habéis convertido la casa de oración en una cueva de ladrones[14] –les recriminó, arrojando sus monedas por el suelo y ahuyentando a los animales– «Misericordia quiero, no sacrificios; no condenéis a los inocentes[15].

Para LYLQS y los suyos, el vínculo no está claro: «¿de dónde saca Fani-Vegana la relación del capitalismo con la caza o pesca de animales?”. Le responde el Padre Vieira: «También las personas pescan personas. Un mercader usa sus baratijas como anzuelo, sube los precios una y otra vez, y quedamos presa del cebo, endeudados de por vida. Ya dice San Agustín que hay hombres que, como peces, se comen entre ellos. ¿Pensáis que solo los indios Tapuya se comen unos a otros? Más se comen los blancos. ¿Veis todo aquel bullir de plazas y calles, ese entrar y salir sin sosiego? Allí muchos se lanzan sobre el miserable, para despedazarlo. Dios se queja de este pecado en el Salmo 14: ‘devoran a mi pueblo como si comiesen pan’. Y no se comen a todo el pueblo, sino a los que menos tienen. Y no de cualquier modo, sino devorándolos, porque los grandes no se contentan con comer pequeños uno a uno, sino que engullen grupos enteros. Y como pan: cada día. El pan se come con todo, y en todo son comidos los miserables: no hay oficio en que no los exploten y defrauden. ¡Qué cosa tan ajena a la naturaleza, siendo todos ciudadanos de la misma patria!”.

El pez grande se come al pequeño. Es otra imagen del capitalismo ‘de leones y gacelas’. «Imitamos a lobos y leopardos» –escribía San Juan Crisóstomo– «pero somos peores que ellos, pues a los humanos nos dotó Dios del sentido de la igualdad”. La ética cristiana, cultivada por vegetarianos como Clemente de Alejandría o Basilio el Grande, planteó la norma contraria a la ferocidad: «bienaventurados los apacibles, pues heredarán la tierra[16]. Además, Santo Tomás se dio cuenta de que ser apacible con los animales es el indicador más fiable de ser amable con los humanos[17]. No era una idea nueva: ya Plutarco detectó que Catón el Viejo era cruel con los esclavos porque siempre había sido cruel con los animales[18]. La idea tampoco se quedó vieja: fue retomada desde Locke hasta Bentham, pasando por Kant.

Pero el mundo moderno alumbró una ética anti-cristiana. Descartes propuso una visión mecánica del universo, donde los animales sólo eran autómatas, robots biónicos sin libertad ni voluntad. El ser humano sólo se diferenciaría de ellos por el uso de la razón… Pero, para Descartes, este logos también era una máquina, un dispositivo mental. La consecuencia a medio plazo era previsible: un capitalismo que todo lo trataría como a piezas de maquinaria (lo animado y lo inanimado, lo orgánico y lo inorgánico, los cuerpos y las mentes, los animales y las personas).

Aaron Philip. Modelo trans, migrante, negra, no-binaria, con parálisis cerebral.

Esta es la ‘gran transformación’ que callan quienes critican la ‘humanización de los animales’: una cosificación de todo lo viviente; primero los animales, luego las personas. El ganado con genes reconfigurados y los humanos con cerebros cableados forman parte de un mismo orden mundial. Un orden de hamburguesas con carne de caballo, repartidas por jóvenes riders con oficio de caballos. Un orden que apretuja en vagones tanto a los cerdos que han de morir (por estar ricos), como a los trabajadores que han de matarlos (por ser pobres). Un orden de gansos cebados con alimentación forzada y enfermos abandonados sin respiración asistida. Un orden de vacas con entrañas fistuladas para rendir más y de coreanos que trabajan en pañales para no perder un minuto de productividad. Un orden en que las gallines del Burger King y el cuerpo de Fani-Vegana se anuncian de la misma forma: «disponible 24 horas al día.

«El movimiento ecologista-animalista es propio de un mundo sin religión» –opina un colega de LYLQS-«Ya no se considera sagrada la vida humana, ahora no vale nada, lo mismo que la de un pájaro«. Pero, ¡es al contrario! El mundo religioso consideraba que incluso un pajarillo es sagrado[19], y por ello, también lo es hasta el último hombre. La actual des-sacralización alcanza a pájaros, a personas y al mundo entero. Todos son engranajes sin alma de un mecanismo fantasma. La misma cosa son hoy Jamardo y sus visones, Lachhein y sus elefantes, LYLQS y sus pescados… o Fani-Vegana y sus gallines. «¡En esto querrán convertir al hombre!«, advirtió Diógenes hace milenios, alzando una gallina desplumada.

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Fuente: «La izquierda galline y la decadencia de Occidente», El Viejo Topo 395. Artículo en abierto de la revista El Viejo Topo correspondiente al número 395 de diciembre de 2020.

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