Revista Libre Pensamiento Nº104: Cultura. Educación. Artes Migajas de sobremesa

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Los artistas de la Edad Media, inspirándose en el mismo manantial de sentimientos que la masa del pueblo y expresando esos sentimientos por la arquitectura, la pintura, la música, la poesía o el drama, eran verdaderos artistas; y sus obras, como conviene a las obras de arte, transmitían sus sentimientos a toda la comunidad que les rodeaba.

¿Qué es el arte? León Tolstoi

No es demagogia, no es mentira, ni está premeditado, ni responde a la casualidad. Tampoco es una mera anécdota sino que «llueve sobre mojado». Se trata de un hecho absolutamente real que ha sido noticia en nuestro país.

En estos días, con motivo de la pandemia, se ha decretado el cierre de la Universidad de Granada, mientras siguen abiertos los bares, restaurantes y lugares de ocio de la ciudad, porque no podemos parar la vida de la ciudad, nos dicen las «autoridades políticas».

El gobierno andaluz ha tomado esta medida para frenar la expansión de la pandemia hasta vencer la curva de contagios… porque hay que priorizar —compatibilizar, les gusta decir— la continuidad de la economía con garantizar la salud de la población. «Hay que salvar la campaña de navidad», vociferan con estridencia.

No queremos jugar al populismo, ni aprovecharnos de esta esperpéntica decisión, ni queremos hacer «leña del árbol caído», simplemente, constatar una vez más que la realidad siempre supera a la ficción. La propia rectora de la Universidad, junto al colectivo docente, ha declarado su perplejidad y rechazo más absoluto a esta decisión gubernamental calificándola de «un enorme error suspender la actividad docente».

Efectivamente, no es una decisión al azar, no es una decisión que sorprenda. La cultura, la educación, las artes… carecen de valor para el poder y el sistema. No se trata de un lapsus, de un olvido fácilmente reparable. Sencillamente, por una parte, conciben la educación como insignificante frente a la economía; por otra, las expresiones culturales y artísticas son las migajas que se desprecian de su gran banquete y, además, directamente las ignoran porque la cultura puede despertar el sentido crítico y la conciencia social de las personas y los pueblos, aunque George Steiner nos advierte en su libro La barbarie de la ignorancia que «… ni la gran lectura, ni la música, ni el arte han podido impedir la barbarie total»

No vamos a contraargumentar recordando que tanto la cultura como la educación y las artes representan una porción significativa de esa economía, que crean riqueza material también. Ni vamos a poner sobre la mesa que en este sector trabajan miles y miles de personas que también tienen necesidades básicas.

Permitidnos prejuzgar que, además, ha sido una medida distractora, adoptada para simular que sí se están aprobando medidas; que disponen de un plan científico y riguroso para afrontar esta pandemia; que los gobiernos velan por la salud de la población cuando, en el fondo, todo es una burda puesta en escena para ocultar que no existe ningún plan de actuación que afronte con rigor las medidas que necesita la sociedad, un plan que vaya más allá de garantizar el funcionamiento de una economía de charanga y pandereta, que es a la que han reducido la economía española, y más concretamente, la de Andalucía.

«Llueve sobre mojado», decimos. La auténtica realidad es, lamentablemente, que este país no invierte en educación, en cultura, en las artes y cuando lo hace, esa inversión está centrada en la cultura espectáculo, en el tradicional «pan y circo» según el dicho romano.

Para los gobiernos, la cultura no es relevante puesto que solo logrará que la población vaya madurando, vaya teniendo criterio propio y un pensamiento libre. Conforme recoge la frase histórica de Sócrates el conocimiento nos hará libres, el saber nos conduce hacia la libertad individual y, por tanto, colectiva y eso es subversivo. Este ha sido el gran esfuerzo de la humanidad a lo largo de los siglos, el seguir construyendo conocimiento de forma cooperativa, compartiendo, colaborando, contribuyendo a nuestra superación como especie, dotándonos de sabiduría en el sentido señalado por Ernesto Sábato en Antes del fin «como aquello que nos ayuda a vivir y a morir».

Recordar que llevamos décadas asistiendo al desarrollo de leyes y programas educativos que se redactan desde las directrices de la economía, supeditando los valores humanistas a la dictadura de la lógica de los mercados. Se reducen los horarios curriculares de filosofía, artes plásticas, música, lenguas clásicas… en beneficio de perfiles profesionales que beneficien los intereses empresariales.

Entrar en la polémica por la división del saber entre las ciencias y las letras es aceptar un discurso equívoco. Ambas ramas son ciencias, tanto las naturales como las sociales, que se necesitan y se complementan, porque ambas responden a la razón, al método científico, al esfuerzo del ser humano para progresar y avanzar en su búsqueda de respuestas trascendentes, en su búsqueda de la verdad, del conocimiento y de la libertad.

La ciencia es hoy donde depositamos nuestra salvación ante el virus COVID19, pero la investigación científica, no solo precisa desarrollo tecnológico sino que requiere planteamientos filosóficos, epistemológicos y éticos sobre por dónde avanzar. Frente al utilitarismo, el economicismo, el pragmatismo y la competitividad del neoliberalismo, procede ampliar los programas humanistas para dejar de mercantilizar los planes de estudios.

No es aceptable escuchar que la única salida hoy de las carreras universitarias son las profesiones de la rama de ciencias o de las nuevas tecnologías y, además, despojadas del mínimo bagaje humanista. No, lo que precisamos como sociedad son personas formadas, cultas, creadoras, librepensadoras, divergentes, insumisas, plurales, diversas, que investiguen, colaboren, compartan… para mejorar la vida y no exclusivamente para mejorar los beneficios empresariales y el funcionamiento del sistema económico. Asistimos a un modelo productivista que genera un sistema educativo basado en la competitividad, exámenes, calificaciones, generando valores de rentabilidad, al margen de la cultura y el humanismo. Las sociedades tecnológicas son imparables pero la cultura y la educación humanista son necesarias y previas. Compartimos con el filósofo Nuccio Ordine cuando, argumentando de manera nítida contra la deriva utilitarista de la sociedad actual, nos dice que «… sabotear la cultura y la enseñanza significa sabotear el futuro de la humanidad». La ciencia, la cultura, las artes, no podemos dejar que sucumban a los cánones del utilitarismo.

Para Eduardo Mendoza en su último libro Las barbas del profeta «… el abandono de las humanidades en los planes de estudio causa un mal irreparable a los estudiantes, que ellos y la sociedad pagarán con creces si no lo están pagando ya». En esta órbita es donde debemos encajar la decisión gubernamental de cerrar la Universidad.

Por su parte, Herbert Read nos recuerda en Educación por el arte, cómo Platón defendía en su República que el arte debería ser la base de la educación. Las humanidades nos ponen en comunicación con la filosofía, con el arte en su inmensa pluralidad expresiva, ayudándonos y capacitándonos en nuestro desarrollo y comprensión como especie.

Si en el dossier del número 102 de esta revista, abordábamos las relaciones bidireccionales, las influencias mutuas, del anarquismo con las ciencias sociales (geografía, urbanismo, antropología, arqueología, historia, economía), en esta ocasión nos ocupamos de su relación con la cultura y el arte, descubriendo que son igualmente amplias, extensas en el tiempo, fructíferas en sus plasmaciones y radicalmente necesarias.

El término cultura es un concepto plurifactorial, complejo de definir, con múltiples acepciones que pueden ir de la cultura popular hasta la erudita. ¿Cuándo decimos que una persona es culta? Desde luego cuando a sus conocimientos añade otros valores como la flexibilidad mental, el antiautoritarismo, la comprensión constructiva de la realidad, la integración de ideas diversas… Nos quedaremos con la condensada definición que formula T.S. Eliot en Notas para la definición de la cultura «… la cultura puede ser descrita simplemente como aquello que hace que la vida merezca la pena ser vivida».

El anarquismo, por un lado, ha influido y, por otro, se ha impregnado de las diferentes manifestaciones culturales siendo obviamente innumerable el número de artistas, hombres y mujeres, que en la literatura, poesía, cine, música, teatro, pintura… (Albert Camus, Voltairine de Cleyre, Jean Vigo, Georges Brassens, Henrik Ibsen, Judith Malina, Allen Ginsberg, Gustave Courbet, Lucía Sánchez Saornil, etc., etc.), han abrazado la ideología anarquista porque esa ideología permite la creatividad en su máxima expansión, se basa en los valores de libertad, igualdad, antiautoritarismo, justicia social, utopía, humanismo.

Este abrazo, no ha significado que las y los artistas hayan adoctrinado o intentado adoctrinar con su obra, en todo caso, han aspirado a crear en libertad, a mostrar con sinceridad las respuestas a sus dudas, proponiendo abrir y contagiar la mente de las personas para compartir las emociones y sentimientos que nos preocupan como seres humanos. En el texto ¿Qué es el arte? el anarquista León Tolstoi argumenta que el arte transmite esencialmente emociones y sentimientos más allá de la transmisión de pensamientos e ideas y para que esa transmisión y contagio se produzca es preciso que los sentimientos que expresa la obra artística reúnan las condiciones de singularidad (novedad y originalidad del sentimiento expresado); claridad (expresión de sentimientos sin confusión) y sinceridad (emoción del artista por su propia obra); siendo estos lo requisitos para diferenciar la verdadera obra de arte de la falsa. La obra de arte falsa es mercantilista, responde a los valores del sistema, sirve para seguir satisfaciendo a la clase dominante y perpetuar su sistema de valores.

Desde el verdadero arte se nos hace sentir, emocionarnos, pensar, ver más allá… y ello es absolutamente identificable con la ideología anarquista. El anarquismo siempre ha estado cerca de los movimientos artísticos de vanguardia, novedosos, creativos, innovadores, sorprendentes, divergentes, rupturistas, políticamente incorrectos… siempre apegados a las emociones reales de la persona.  El anarquismo siempre está al margen de lo oficial, de los valores dominantes, lo mismo que la creación cultural verdadera, libre, sin ataduras, es quien mejor transmite la disidencia y lo alternativo.

El artista, la artista, no se deben a nadie, solo se deben respeto a sí mismos, a su libertad, a su debate interior. Por ello, al anarquismo siempre le ha interesado la cultura y que sea la cultura quien irradie a toda la población las herramientas emocionales y de pensamiento para aprender a defenderse de las situaciones de explotación, injusticia e infelicidad. Pierre-Joseph Proudhon lo exponía diciendo que no concebía el «arte por el arte» sino que éste debía responder al perfeccionamiento ético de la sociedad.

En el momento actual, la cultura debe servirnos para liberarnos del adocenamiento, del costumbrismo y homogeneización de las redes sociales, de la sociedad tecnológica, del consumismo, negacionismo y analfabetismo intelectual.

Reivindiquémosla desde el anarquismo. No permitamos que la cultura, la educación y las artes sean las migajas de la sobremesa del poder.

 

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