LA LIBERTAD TOTALITARIA

La libertad totalitaria

El capital estandariza las prácticas de tolerancia en sus múltiples formas y hace del respeto a la diferencia una cuestión hegemónica, la sociedad contemporánea se arroja a la conquista de esta aparente igualdad discursiva y respeto a la diferencia, pero el sistema sabe leer bien las demandas y cambios, como siempre lo ha hecho, se adapta a estos movimientos y hace suyas las luchas sociales creando nuevos productos, tendencias, experiencias y conceptos para esa nueva forma de mercado, cliente, comprador, usuario y consumidor, vaciando a la lucha de significado real y llenándolo de mercadotecnia, haciendo de una cuestión con fundamento revolucionario, una mera cuestión de consumo que es, por supuesto, consumida por las masas, al haber sido presentada por los representantes del capital, como productos, experiencias y servicios revolucionarios que se pueden comprar.
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“La intención es homogeneizar a la sociedad a través de la diferencia  para que esta se haga pasiva y receptiva, eliminar en apariencia las amenazas a la libertad individual e imposibilitar, de esta forma, cualquier tipo de oposición al sistema mismo, cualquier debate acerca de una libertad diferente a la hegemónica, diferente a la libertad de mercado, una que verdaderamente abogue por el ser y la humanidad en su coexistencia con lo natural”. Steve Cutts

El ser humano en sus inicios prehistóricos, tomando un atajo como especie y acelerando el proceso evolutivo, no se adaptaba biológicamente al cambio, sino que adaptaba el entorno a sus necesidades a través del lenguaje fundando así la cultura. Como si fuéramos víctimas ahora de nuestra propia naturaleza, el mercado en su relación simbiótica con las democracias liberales, ha comenzado a adaptar el entorno social a uno “libre de cualquier forma de violencia”, al menos en el discurso y de igual manera a generar un consenso con relación a la libertad individual, una forma de libertad propia del sistema capitalista que aísla y se cierra sobre el sujeto aislado imposibilitado de generar sociedad y política, libre de comprar o elegir sobre diversas opciones preseleccionadas, es decir, libre dentro de los limites sistémicos, sin embargo, tan solo y egocéntrico que se ve incapacitado para la generación de organización y acción política, siempre como receptor pasivo del cambio aprobado, pero nunca generador de este.

Por otro lado, en esta generación de “entornos libres de violencia” al individuo posmoderno se le mutila de su capacidad de respuesta y defensa, al ya no haber supuestamente una amenaza en el exterior y al generar un espacio publicitario al respeto y tolerancia  –reitero que esto es real solo en el discurso- es extirpado de su instinto de supervivencia al ya no existir depredadores, lo que en términos políticos es similar a decir que el sujeto embriagado por la supuesta “inclusión” que se gesta desde los representantes del mercado a través de campañas publicitarias o pronunciamientos, pierde su capacidad de resistencia al concebir al mercado como aliado y no como amenaza existencial, sin embargo, se tiende a olvidar que el generador de este “entorno libre de violencia” es el depredador por excelencia actual, el cual es el sistema capitalista y se prefiere ignorar el hecho de que siempre existirán amenazas humanas externas que violenten o amenacen la integridad física y moral de uno, sin entrar en el debate de la bondad o maldad natural humana, un sujeto siempre se encontrará –si reducimos a estos dos categóricos a la humanidad- con individuos malos y buenos, que lo ayudarán y perjudicarán, en otras palabras, al fomentar este tipo de entornos libres de violencia promovidos por el sistema capitalista, uno que por su propia naturaleza es violento, estamos recayendo, irónicamente, en un entorno violento y quedamos desprotegidos a las agresiones del capital al creer que por campañas incluyentes este nos representa y respeta, es decir, nos hacemos sumisos a sus designios.

De la misma manera, esta forma de entorno libre de violencia y de intolerancia a la intolerancia misma, es solo la forma visible de la adaptación del sistema a las circunstancias y una estrategia de mercado que al mismo tiempo mantendrá a flote la supervivencia del sistema.

Se moldea y dirige la indignación social hacia sectores conservadores que poco tienen que ver con el poder o el mercado, se les convierte en los enemigos comunes de la libertad, ignorando que el sistema se alimenta de estas pugnas intra-sociales, y que el sistema apela a la diferencia solo por ser un extenso mercado a explotar, ignorando que estos nuevos “entornos libres de violencia” se generan desde el capital y están cimentados sobre la violencia misma, es decir, el capital redirige la indignación sistémica a sectores “intolerantes”, librándose de los ataques directos, su protección es un eslogan y campaña publicitaria que es aplaudida, a pesar de que en la práctica sean los bastiones de este sistema fundado en la desigualdad. Estas dinámicas en las que el capital se protege a si mismo desviando la lucha hacia cuestiones fútiles que no cambiarán nada de fondo y permaneciendo intacto gracias a su capacidad líquida de adaptación, pueden ser fácilmente trasladadas a la cuestión ambiental.

Se aplaude el mensaje sin cuestionarse la procedencia de este, “La inclusión es lo de hoy” reza el mercado y el mensaje se propaga por medio de slogans y campañas haciendo que todos los grupos se sientan incluidos en las marcas -como si eso diera identidad real- de esta forma se crea el sentimiento de habitar un entorno libre de violencia, el sujeto deja de ser crítico ante el sistema, es decir, sus defensas se desactivan y este se hace un receptor pasivo dispuesto al sistema, si no hay violencia o amenazas no hay necesidad de resistencia, se hace un objeto moldeable que a su vez dejará de atacar las prácticas enfermizas de los representantes del capital por haber sido incluido superficialmente en el sistema, se hace a la sociedad algo pasivo que se imagina a sí misma en un entorno cada vez más seguro, entregada a los designios de un capital al que aplaudirá  siempre que abogué por la diferencia discursiva, a pesar de que su naturaleza en si sea violenta y opresiva.

La intención es homogeneizar a la sociedad a través de la diferencia  para que esta se haga pasiva y receptiva, eliminar en apariencia las amenazas a la libertad individual e imposibilitar, de esta forma, cualquier tipo de oposición al sistema mismo, cualquier debate acerca de una libertad diferente a la hegemónica, diferente a la libertad de mercado, una que verdaderamente abogue por el ser y la humanidad en su coexistencia con lo natural.

La defensa de la libertad parece lo más importante hoy en día, sin embargo, es un tipo específico de libertad la que se defiende, una libertad sin límites y egoísta, un régimen totalitario de la libertad, esta carencia de límites en la libertad es lo que conlleva a las crisis actuales, pues si mi libertad de ser es infinita y sin límites y si en el sistema actual soy lo que tengo y lo que hago, en ese caso, nada me importará hacer, despojar y destruir sin moderación para llegar a ser, esto es lo que ha llevado a las crisis ambientales actuales, sin mencionar otra larga serie de crisis contemporáneas. Este régimen totalitario de la libertad se conjuga con su antagónico cómplice “la democracia de la libertad”, pues esta forma de libertad promovida por el capital es una en la que hay cabida para todos los grupos, es decir hay una aparente representación de estos, aunque en realidad estos solo le signifiquen consumidores, usuarios o electores a los que no dudará en desechar en cuanto le representen pérdidas o riesgos mayores, un capitalismo que se adapta al cambio, pero que igualmente adapta y que, a pesar de eso, es defendido por ser “incluyente”.

Calvin Klein y la repentina defensa popular que recibió su campaña publicitaria, o la cacería de brujas social que medios de comunicación emprendieron contra empresas que no se pronunciaron con respecto a lo acontecido con George Floyd y el movimiento racial, solo muestra que el individuo se ha pacificado y defenderá al capital y sus representantes siempre y cuando se sienta representado por estos en el discurso, a pesar de que, al formar parte del sistema, lo violente, estos representantes del capital se hacen líderes fascistas abstractos a los que el individuo se adhiere en su búsqueda de identidad, una que, de pronto, es otorgada por el mercado como un regalo conceptual y se le adora, a pesar de ser explotadores y violentos. Los representantes del capital no necesitan, ni deberían siquiera pronunciarse con respecto a luchas sociales por simple ética, los fines que persiguen son de mercado y prestigio, no de rebelión, tampoco tendrían que hacerlo por sencilla congruencia al ser entes que sobreviven solo gracias a la desigualdad fundante del sistema capitalista, finalmente, fueron las empresas y firmas que no se pronunciaron al respecto, las que más moral y congruencia tuvieron, sin embargo se festeja la hipocresía de las que sí lo hicieron y la hipocresía vende.

El revisionismo que se está realizando con respecto a las cuestiones políticamente correctas no es más que otra parte de este problema de sumisión, si bien es cierto que los problemas existen y se debe hacer algo al respecto, la solución no debe emanar del sistema que es origen y causa de estos, eliminar ciertos símbolos que representan o representaron a la esclavitud, racismo, misoginia, etcétera, no es acabar con el problema, se les debe dejar de engrandecer, claro está, pero este dejar de engrandecerlos solo puede emanar del recordarlos, no de borrar sus rastros históricos, este proceder solo conlleva a la amnesia social y no a la justicia, eliminarlos es hacerlos inexistentes y con ello, hacer inexistente el problema mismo, un problema que si no existe, no puede ser conceptualizado, teorizado y accionado, no puede ser visualizado y, por ende, continuará presente pero sin historia, lo que conlleva a que sea posible que, generaciones posteriores, conciban estas problemáticas sociales como cuestiones “naturales”, apriorísticas, sin historia, sin pasado y por ende, sin solución cultural pues se verán como cuestiones fundantes del ser humano contra las que nada se puede hacer.

En esta lógica social de pretender crear un entorno libre de violencia, es la que provoca que cuando la violencia habita en la misma historia, se eliminan y se borran símbolos y restos que tienen inscrita la violencia en ellos, y con ello se escribe una nueva versión de la historia sin los importantes antagónicos que la hicieron, y que es importante recordar para no recaer en ello, recordar de qué somos capaces como especie y recordar que las desigualdades e injusticias son una cuestión histórica y de poder, y no biológica.

De esta forma tenemos a un individuo que destruye la memoria de su pasado y mutila los restos de quienes o lo que le resulta  un pasado incómodo, la incomodidad es una cuestión que activa la respuesta defensiva humana, que activa su capacidad de movimiento, cambio y resistencia, es decir, el sujeto posmoderno es uno que tiende a “deshistorizarse” al cargar a la historia misma con una moral correctiva, y no como un campo que presenta hechos, que al ser analizados, pueden caracterizarse como acontecimientos y procederes correctos incorrectos por el lector o estudioso de la historia que está contextualizado en un entorno con una moral dominante, una que variará dependiendo del momento y lugar en que esa historia sea estudiada, claro, la historia la hacen los vencedores, sin embargo, los acontecimientos actuales parecen pretender descargar a la historia de las antagonías que le dieron origen y que, por tanto, le dan una explicación social y no natural a nuestro devenir actual. Una explicación social e histórica del presente tiene que ver con contextos, creencias, cosmogonías y relaciones de poder, son cuestiones no absolutas que se pueden contrarrestar por nuevos procesos sociales y que así se posibilita el refundar a la sociedad misma en una más justa, a su vez, posibilitarán que en el futuro las prácticas se puedan volver a refundar al ser creaciones sociales e históricas. Una explicación natural, por otro lado, se percibe como cuestión cuasi divina imposible de ser refundada por procesos sociales.

El individuo contemporáneo parece ser un ser pasivo que habita un “entorno libre de violencia” artificial creado por el mercado y el poder, un entorno superficial que incluye a la diferencia en el discurso, así es mutilado de su capacidad de defensa ante la aparente ausencia  de amenazas o enemigos, un individuo moldeable que se hace consumidor ideal de la diferencia, uno que a su vez elimina elementos importantes de su historia y con ello, elimina a la historia misma, al no tener historia y ser totalmente un receptor pasivo de las creaciones del mercado, el sistema es libre de escribir también su futuro y ser, en apariencia, un sistema inmanente, omnipresente e infinito.

 

Artículo de José Daniel Arias Torres, Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Iberoamericana de Puebla – bloghemia.com

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