Según los expertos de la OMM, los últimos siete años fueron los más calurosos desde que se tienen registros de temperaturas a escala global, con un incremento de 1,1 grados en relación la era preindustrial, es decir que el planeta se acerca peligrosamente al umbral de 1,5 grados de aumento establecido en el acuerdo internacional París.

La concentración de CO2 –un gas con efecto invernadero- en la atmósfera alcanzó un máximo mundial en 2020, con 413,2 partes de dióxido de carbono (CO2) por millón (ppm) en el mundo, es decir, un 149% más del nivel preindustrial. Y los datos indican que esa tendencia continuó al alza en 2021 e inicios de 2022.

Asimismo la temperatura global de los océanos y su nivel de acidificación se incrementan, alterando la absorción del CO2 y el ecosistema marino.

El nivel del mar también aumentó una media de 4,5 milímetros al año entre 2013 a 2021, fundamentalmente por el derretimiento de polos y glaciares.

Estos catastróficos datos llevaron al  propio secretario general de la ONU a afirmar que son una “sombría confirmación del fracaso de la humanidad para afrontar los trastornos climáticos“, proponiendo cinco acciones para impulsar la transición hacia las energías renovables, entre ellas fomentar un mayor acceso a las tecnologías y suministros de energía renovable, triplicar las inversiones privadas y públicas en energías renovables y poner fin a los subsidios a los combustibles fósiles.

Sin embargo a lo que no alude el mandatario (coherente con quienes lo sostienen) es al problema de fondo: la descontrolada y destructiva actividad económica de un sistema, el capitalista, que se rige por una única ley, la del beneficio a cualquier precio. Sin abordar la raíz del problema no hay solución a uno de los síntomas más graves, la destrucción medioambiental que, junto a otros como la desigualdad crecientes, la pobreza y el hambre o las guerras, muestran a dónde puede llevar a la humanidad la continuación del cáncer que lo corroe: el sistema capitalista.