LA UBICUIDAD DEL FENÓMENO METROPOLITANO

La ubicuidad del fenómeno metropolitano

 

La ubicuidad del hecho metropolitano

Bajo las condiciones históricas actuales, las aglomeraciones urbanas son casi exclusivamente centros de acumulación de capitales. Así pues, tanto ellas como los territorios que parasitan se configuran según las necesidades del capitalismo. Este proceso recibe el nombre de metropolitanización. Se caracteriza por una urbanización y una desruralización generalizadas, una separación entre hogares y lugares de trabajo y una fragmentación completa del territorio. Todo ello ocasiona una movilidad exacerbada, un despilfarro de recursos y una producción insensata de residuos, con consecuencias desastrosas para la vida y el medio que la contiene. Afecta a todos los ecosistemas y al conjunto de la sociedad. La metrópolis, hija de la ciudad industrial, ya no es un asentamiento compacto rodeado de suburbios cada vez más alejados y dispersos, sino que se ha transformado en una especie de periferia extensa policéntrica atravesada por múltiples ejes viarios. Se trata de una porción de territorio de densidad variable girando alrededor de uno o más núcleos cada vez más vacíos que ejercen de oficina o de escaparate. Más apropiado resultaría hablar de región metropolitana o de sistema conurbado en lugar de posmetrópolis, metaciudad o cualquier otra denominación sociológica.

La metrópolis de hoy es fruto de la terciarización de la economía. En la conurbación ciudadana, el sector productivo se ve sobrepasado por la construcción y los servicios, mientras que la industria se aleja y deslocaliza, junto con la vivienda barata y los vertederos. También es fruto de la globalización. La pequeña explotación agrícola se hunde ante la agroalimentación industrial; el campo se despuebla a medida que avanza su mercantilización y es objeto de operaciones desarrollistas. Un cambio de uso del suelo se impone de acuerdo con criterios de rentabilidad establecidos por los mercados. La población se redistribuye piramidalmente y el espacio rural se vuelve cada vez más residencial. En realidad, todo el territorio se convierte en espacio de la economía, cuyos núcleos pasan a ser sus “hubs” o intercambiadores logísticos. Los inversores y los visitantes mandan sobre el vecindario; ellos constituyen la ciudadanía de verdad. El paisaje se deteriora, el patrimonio se pierde, la periferia se degrada aceleradamente y lo que denominan naturaleza se muestra ahora como una mercancía de alto valor turístico. Las nuevas tecnologías ayudan bastante a que los flujos superen a los productos y a que una economía en red desplace a las clásicas economías de escala. Finalmente, es necesario tener en cuenta que los poderes corporativos y financieros, bien internacionalizados, desempeñan la función dominante antaño reservada a la burguesía fabril autóctona y a los terratenientes locales, y por consiguiente, los intereses privados empresariales -los negocios- más que nunca van muy por encima del interés público, sea cual sea.

La construcción, el turismo de masas, la asistencia financiera y los servicios a las empresas son los nuevos motores de la economía capitalista en la fase neoliberal. Las abstracciones como la mercancía, el capital, el espectáculo, el dinero… ahora median totalmente en las relaciones sociales, y por todas partes la forma de vivir sufre profundas transformaciones. La motorización, la digitalización y los grandes eventos contribuyen lo suyo. Aquí y allá, triunfan sin contestación aparente los mismos hábitos regresivos antaño propios de las clases medias. A pesar de la polarización social provocada, la confrontación entre clases se debilita. Ya no queda tejido social en los barrios. Las condiciones cautivas de trabajo y de vida en la conurbación obstruyen la conciencia y desactivan los conflictos. En consecuencia, las luchas urbanas afrontan obstáculos cada vez mayores que impiden formular un interés general, por eso el combate contra la gentrificación y la “disneyficación” no ocupa el lugar central que le corresponde. Sin embargo, no sucede lo mismo en los márgenes territoriales, donde se manifiestan sin tapujos las destrucciones del extractivismo, de la promoción inmobiliaria, de las macroinfraestructuras, de las plantas incineradoras, de los polígonos industriales, etc. El crecimiento ilimitado dirigido por los ejecutivos desde las metrópolis conduce a una situación de alarma que obliga a la población afectada a una defensa férrea de un recurso limitado como es el territorio. Entonces se produce un debate, que, aunque se formule en términos moderados del estilo de “nueva cultura de la tierra”, “del agua” o “de la energía” y solamente aspire a un acuerdo jurídico con la administración, va en la dirección correcta. El capitalismo verde que nace disfrazado de ambientalismo, “transición” energética y desarrollo “sostenible”, en compañía de un planeamiento retardatario, no es más que una trampa infantil en la que nadie puede caer. Nada se salvará de la devastación si no nos salimos del sistema capitalista y no nos encaminemos hacia un modelo alternativo de convivencia, igualitario y solidario, en equilibrio con el medio, económicamente circular y antidesarrollista, donde la decisión sea colectiva y tomada horizontalmente; en conclusión, donde se priorice la vida y se procure la desmetropolitanización.

Miquel Amorós

Presentación del libro “Post Babilonia”, editado por Virus, el 16 de junio de 2022 en la librería Farenheit 451 de Alicante.

Share