SRI LANKA: UNA REVOLUCIÓN EN CURSO DERRIBA AL PRESIDENTE RAJAPAKSA

Sri Lanka: Una revolución en curso derriba al presidente Rajapaksa

 

Por Alejandro Iturbe

Hace unos días, los medios de todo el mundo mostraron cómo una multitud enardecida tomaba la residencia presidencial en Colombo (capital del país) y obligaba al odiado presidente Gotabaya Rajapaksa a renunciar. Fue el punto alto de un proceso de meses de huelgas y movilizaciones en protesta por el terrible deterioro de las condiciones de vida, agravado por la política del gobierno, y que la represión no consiguió detener[1].

En artículos de este sitio y de organizaciones de la LIT-CI hemos tratado de acompañar este proceso[2]. En esos artículos se analiza la historia moderna de Sri Lanka, la génesis de la crisis actual y el propio proceso de lucha. En este, nos limitaremos a presentar una breve síntesis de esos elementos y nos centraremos en sus perspectivas, con las limitaciones evidentes que la distancia y la no participación directa nos imponen.

Un primer elemento es que este proceso revolucionario de Sri Lanka no se da como hecho aislado sino que se suma a otras respuestas de los trabajadores y las masas frente a los ataques del capitalismo. En las últimas semanas, de modo casi simultáneo, además de lo ocurrido en ese país, vemos la continuación de la resistencia ucraniana a la invasión rusa, el levantamiento de las masas ecuatorianas, las movilizaciones de las mujeres estadounidenses ante al ataque al derecho al aborto, la huelga de los ferroviarios británicos, la huelga de los petroleros noruegos, la oleada de huelgas en Turquía…

 

Un poco de historia

Sri Lanka es una pequeña nación insular (tiene una superficie de 65.600 km2), ubicada al sur de la India, en el golfo de Bengala. Tiene 22 millones de habitantes y es un país pobre, con su economía centrada en la agricultura, el comercio y el turismo, y con poco desarrollo industrial. En 2021, su PIB nominal per cápita era estimado en 3.600 dólares por habitante (lo que la ubicaba en el puesto 120 en el mundo), aunque esta estimación está “inflada” por la actividad financiera.

Entre 1802 y 1948 fue colonia de Gran Bretaña, que la utilizó como gran productora de té y también como base militar aérea y naval. Después de la Segunda Guerra Mundial obtuvo la independencia nacional en el marco de una serie de huelgas y movilizaciones reprimidas por los británicos, poco después de que la India lo lograra.

En la década de 1950, la débil burguesía cingalesa comenzó a impulsar un proyecto nacionalista burgués a través de los gobiernos del SLFP (sigla en inglés del Partido de la Libertad de Sri Lanka Freedom Party), que continuaron en la década de 1960. Esta política, sin superar los límites del capitalismo, impulsó una reforma agraria, nacionalizó algunas industrias e impulsó otras, como la generación de electricidad, el procesamiento de petróleo, la producción de fertilizantes y de cemento. La principal referente de este política fue la varias veces primera ministra Sirimavo Bandaranaike. En ese marco, Sri Lanka era un importante impulsor del Movimiento de Países No Alineados, que agrupaba a las naciones en las que se desarrollaban políticas similares.

El sistema institucional cingalés se basa en el voto universal para elegir el parlamento y el presidente (con bastante poder de gobierno). Al mismo tiempo, el presidente puede designar un primer ministro que también tiene importantes funciones. Esta “duplicación” del poder ejecutivo ha permitido no solo coaliciones entre partidos burgueses (otra organización burguesa importante es el UNP – Partido Nacional Unido) sino también entre fracciones del mismo partido. Porque las estructuras partidarias están cruzadas por clanes políticos familiares, como el que conformaban Sirimavo Bandaranaike y su hija Chandrika Kumaratunga o el de los hermanos Rajapaksa.

Como dato histórico interesante, en el país existe un partido de origen trotskista: el LSSP (sigla en cingalés del Partido de la Igualdad Social de Sri Lanka). Gracias a su papel de primer orden en la lucha por la independencia ganó un gran peso en la clase obrera y las masas y llegó a ser el partido trotskista más grande del mundo en esos años. Lamentablemente, acabó capitulando al nacionalismo burgués del SLFP y entró a su gobierno, por lo que fue expulsado de la IV Internacional (en 1964, en su sexto congreso) al transgredir lo que todas las corrientes trotskistas de la época todavía consideraban un principio: nunca entrar a formar parte de un gobierno burgués. Hoy, el LSSP es una fuerza parlamentaria más, integrante habitual de diversas coaliciones gubernamentales burguesas.

 

El fin del nacionalismo burgués

A finales de la década de 1970 (o desde antes) todas las experiencias nacionalistas burguesas en el mundo vivían una profunda crisis por haber mantenido el capitalismo a nivel nacional y por no haber combatido realmente al imperialismo en el plano internacional.

La de Sri Lanka no fue la excepción, y la burguesía cingalesa inició un giro para “modernizar” el capitalismo, “abrirlo al mundo” y buscar un nuevo modelo de acumulación semicolonial para el país. Por eso, en 1979, el gobierno del UNP autorizó la apertura de bancos extranjeros en el país con el objetivo de promoverlo como un centro financiero internacional en el sur de Asia, una “plataforma de inversiones” del imperialismo hacia las maquilas e industrias que se instalaban en varios países, especialmente hacia la India.

Este proyecto quedó parado. Uno de los factores principales fue el estallido de un levantamiento separatista de la minoría tamil, encabezado por la organización llamada Tigres de Liberación del Tamil Eelam. Los tamiles son una minoría étnica originaria del estado Tamil Nadu, en la India, con raíces muy antiguas y lengua propia. En Sri Lanka, representan entre 15 y 20% de la población y son oprimidos por la mayoría cingalesa, con una política impulsada por la propia burguesía de esta mayoría, incluso en el período más “progresista” del SLFP.

Lo cierto es que esta burguesía utilizó este sentimiento antitamil para desarrollar una guerra para aplastar el levantamiento tamil y para fortalecerse frente a los trabajadores y las masas cingalesas. Fue en ese proceso donde se desarrolló el clan Rajapaksa: el actual presidente Gotabaya ganó mucho prestigio político, por el rol militar que cumplió en la guerra civil. Posteriormente, los Rajapaksa formaron diversos y sucesivos partidos políticos. El último es el SLPP (sigla en cingalés del Partido del Pueblo de Sri Lanka), con el que ganaron las elecciones en 2019.

Al mismo tiempo, si bien no cambió el régimen democrático burgués, la burguesía cingalesa aprovechó la guerra civil para aumentar la militarización del Estado en efectivos y armas. Actualmente, las fuerzas armadas del país tienen 346.000 (sin contar la Policía). Una cifra igual en números absolutos al del Brasil, un país con una población diez veces mayor.

 

Se prepara la “tormenta perfecta”

La guerra civil terminó formalmente en 2009 pero, en los hechos, el triunfo cingalés ya se había producido varios años antes. En sus años finales, la burguesía cingalesa aprovechó la guerra para justificar el endeudamiento del Estado y, con ello, intentar impulsar la economía capitalista. Por ejemplo, entre 2006 y 2008, el PIB nominal cingalés creció 7% anual.

Esta política de endeudar al Estado (e intentar impulsar algún proyecto) continuó en los años siguientes. Desde 2008, se inició la construcción del puerto de Hambantota, como una escala de la ruta marítima del océano Índico (con financiamiento de China)[3]. Un sector que consiguió desarrollarse fue el del turismo (centralmente con viajeros provenientes de la India), que llegó a generar 12% del PIB en los años prepandemia.

Pero una política de endeudamiento externo que no logre desarrollar un proyecto de acumulación capitalista viable (así sea semicolonial) acaba inevitablemente en una profunda crisis. Actualmente, la deuda externa del país supera su PIB (hay también una inmensa deuda pública interna). El Estado, incluso si dedicase todo su presupuesto a ello, no puede pagar los intereses de la deuda, ni hablar ya de los “servicios” (cuotas), y las refinanciaciones son cada vez más duras. Esta situación base se vio agravada por la caída de los ingresos por turismo durante la pandemia.

Una de las consecuencias de la falta de divisas es la dificultad para pagar importaciones imprescindibles. Por ejemplo, el petróleo que se refina en el país. La falta de combustible paraliza industrias, como las de alimentos o textiles, genera escasez de fertilizantes para la agricultura y provoca cortes de 13 horas diarias en el suministro de electricidad a la población. Al mismo tiempo, además de las suspensiones en las empresas, priva de productos a todo el sector de la población que vive del cuentapropismo de ventas callejeras. Avanza aceleradamente el desempleo: solo en el sector de turismo se perdieron 200.000 puestos de trabajo[4].

En este contexto, el gobierno de Rajapaksa respondió con ajuste y ataques contra los trabajadores y las masas. En primer lugar, contra los muchos trabajadores del Estado; en segundo lugar, con el ajuste objetivo que representa la inflación y su erosión en el poder de compra del salario y los ingresos de los cuentapropistas. Empeorando el cuadro, al mismo tiempo reducía los impuestos, lo que benefició esencialmente a la burguesía.

Porque no todos los sectores sociales sufren por igual esta profunda crisis. Un artículo de fuente directa nos informa que: El 20% de las familias más ricas de Sri Lanka perciben alrededor de 53% de todos los ingresos del país, mientras que el 20% más pobre solo recibe 4,5%. Las desigualdades son violentas…”[5]. El propio clan Rajapaksa se enriqueció groseramente con propiedades en el país, en el exterior y fugando dinero: Gotabaya es uno de los gobernantes que aparecen en los “Panamá Papers”[6].

 

Estalla el proceso revolucionario  

Finalmente, la gota que colmó el vaso y la paciencia de los trabajadores y el pueblo fue la aceleración de la inflación y el desabastecimiento, que ya venía del año anterior pero que dio un salto a partir de la guerra en Ucrania, especialmente en energía y alimentos. Esta situación de intolerabilidad comenzó a expresarse con claridad a partir de finales de marzo e inicios de abril, con las huelgas de los sectores de educación, salud y producción de electricidad, y con grandes manifestaciones contra el gobierno. Rajapaksa respondió “prohibiendo” las huelgas y reprimiendo las manifestaciones.

Las mujeres jugaron un papel muy importante en esta lucha porque fueron afectadas como obreras de las fábricas de alimentos y textiles (donde constituyen la mayoría de la mano de obra), como cuentapropistas que se quedaban sin productos que vender, y, por supuesto, como madres de familia, por la inflación. Incluso, la toma de la residencia presidencial había sido precedida por una “guardia de mujeres” en su perímetro, la que fue duramente reprimida por el gobierno.

Sin embargo, la represión no consiguió parar el proceso revolucionario, que se mantuvo, creció y se radicalizó hasta obligarlo a renunciar. Fue un primer triunfo importante de este proceso revolucionario. Hablamos de un primer triunfo (o de un triunfo parcial) porque las causas profundas de esta situación continúan intactas: es decir, el capitalismo semicolonial y sus instituciones.

Sobre este tema institucional, Gotabaya entregó su renuncia al parlamento burgués. Al mismo tiempo, el parlamento no aceptó la renuncia del primer ministro, Ranil Wickremesinghe (cuya casa había sido incendiada por las masas). Por el contrario, la mayoría de las bancadas parlamentarias le pidió que tome las riendas del gobierno y continúe las conversaciones con el Fondo Monetario Internacional” mientras se conforma “un gobierno de unidad nacional”[7].

Es decir, el poder permanece en esta institución burguesa del capitalismo semicolonial cuya política es mantener esta semicolonización capitalista (las “conversaciones con el FMI”), ahora con todos los partidos burgueses juntos. Al mismo tiempo, estos partidos intentarán convencer a las masas que, con la salida de Rajapaksa, “las cosas están resueltas”.

Como vimos, eso está muy lejos de ser así, lo que significa que este primer triunfo de la lucha revolucionaria de las masas de Sri Lanka debe ser un trampolín para continuar esa lucha y avanzar en sus objetivos hacia un cambio total de las instituciones del país y de la base económico-social capitalista semicolonial.

 

¿Cuáles serían las tareas?

Al formular las tareas, tendremos el cuidado que señalamos al inicio por la distancia y la no participación directa. Sin embargo, al mismo tiempo, existe toda una experiencia histórica, expresada en elaboraciones teóricas y programáticas del marxismo revolucionario.

Hemos dicho que Sri Lanka es un país capitalista semicolonial pobre que hoy vive una terrible situación económico-social (ni siquiera puede comprar el petróleo que necesita) que aumenta a un nivel intolerable los padecimientos cotidianos de los trabajadores y las masas. En estas condiciones, vemos necesario que, en el curso de la lucha, las masas de Sri Lanka conformen lo que, en otros países, se ha denominado un Plan Obrero y Popular de Emergencia que, sobre la base de los recursos disponibles, fije prioridades en su utilización; en primer lugar, la satisfacción de las urgentes necesidades de los trabajadores y las masas (como las de alimentación y combustibles).

Entre otras medidas que aparecen como imprescindibles, este plan debería partir del No Pago de la Deuda Externa y el fin de las “conversaciones” con el FMI e incluir la expropiación de los bienes obtenidos legal e ilegalmente por el clan Rajapaksa y los otros clanes burgueses, la instalación de impuestos progresivos a la burguesía y el control obrero y popular de la producción y la cadena de comercialización.

De modo específico, frente a la minoría tamil oprimida, es necesario que los trabajadores y las masas cingalesas no caigan en la trampa burguesa del nacionalismo antitamil y comprendan que esta minoría debe tener el derecho de autodeterminación. En el marco del reconocimiento de este derecho, pueden proponerles la constitución de regiones autónomas que formen parte de una federación unificada, libremente constituida por el pueblo tamil.

Volviendo al Plan Obrero y Popular de Emergencia, es evidente que las actuales instituciones semicoloniales del país no están dispuestas a aplicar ninguna de esas medidas. Tal vez, si la lucha se lo impone, se vean obligadas a aplicar parcialmente alguna de ellas. Pero será para ganar tiempo y volver cuanto antes a las “conversaciones” con el FMI, es decir, con el imperialismo.

Un plan de estas características solo podrá ser aplicado en su conjunto si los trabajadores y las masas avanzan hacia la toma del poder y la construcción de un nuevo Estado, cuyo accionar, como el propio Plan, esté destinado precisamente a satisfacer sus necesidades imperiosas.

Esto plantea una necesidad a la vez presente y futura. Al calor de la lucha, los trabajadores y las masas necesitan construir y centralizar organizaciones que, con un funcionamiento basado en la democracia obrera, mantengan e impulsen la lucha y, que, en ese proceso de lucha, avancen en la conciencia de la profundidad de los cambios que se necesitan (la toma del poder para aplicar ese Plan de Emergencia). En este sentido, al construir esas organizaciones democráticas de lucha, los trabajadores y las masas de Sri Lanka estarían construyendo las instituciones que constituirían las bases de un nuevo tipo de Estado.

En este punto, es necesario exponer dos conclusiones (propuestas) que surgen de esa experiencia histórica, teórica y programática a que nos hemos referido. La primera de ellas (que surge de la experiencia de la Revolución Rusa de 1917) es que en estos procesos, es necesaria la construcción de un partido revolucionario que impulse de modo consciente y consecuente la lucha hasta el final, es decir, hacia la toma del poder y la construcción de nuevo tipo de Estado.

La más radicalizada de las organizaciones políticas que impulsa las movilizaciones, y que viene ganando peso, es el JVP (sigla en cingalés del Frente de Liberación Popular) que, según un reportaje ya citado, es una organización de “izquierda nacionalista, estalinistas y maoístas” con un programa y una estrategia totalmente limitada a sus visiones de separación en “etapas” de los procesos revolucionarios[8]. Con organizaciones como el JVP, por su rol activo en este proceso de lucha, es muy claro que estaría planteada la unidad de acción para impulsarla. Pero, al mismo tiempo, es necesario un profundo debate sobre sus concepciones, programa y estrategia.

Otro tema de gran importancia es que Sri Lanka es un país pequeño y pobre. Incluso si avanzase hacia la construcción de un Estado obrero, si queda aislado (más aún frente a los inevitables ataques de todo tipo por parte del imperialismo), su experiencia, si es limitada a las fronteras nacionales, quedaría condenada a sucumbir. Por eso, sería necesario que este proceso revolucionario se expanda conscientemente hacia otros países. Especialmente hacia su gigantesco vecino, la India.

[1] Ver entre otros artículos y reportajes: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-62107038

[2] Ver https://litci.org/es/sri-lanka-colapso-economico-y-levantamiento-de-la-clase-trabajadora/ y https://workersvoiceus.org/2022/04/14/sri-lanka-an-economic-massacre/

[3] Puerto de Hambantota – Historia | KripKit

[4] https://capiremov.org/es/analisis/la-crisis-constitucional-en-sri-lanka-y-la-lucha-por-un-nuevo-gobierno/

[5] Ídem.

[6] https://www.antilavadodedinero.com/como-la-pareja-de-sri-lanka-acumulo-casas-de-lujo-obras-de-arte-y-efectivo-en-el-extranjero/

[7] https://www.asianews.it/noticias-es/Colombo:-la-oposici%C3%B3n-propone-un-gobierno-de-unidad-nacional-56234.html

[8] Ver https://en.wikipedia.org/wiki/Janatha_Vimukthi_Peramuna

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