JOSÉ LUÍS BALBÍN: LA LARGA MUERTE DE LA INTELIGENCIA CATÓDICA

José Luís Balbín: la larga muerte de la inteligencia catódica

7 agosto, 2022     Comment Closed

El periodista y presentador del mítico programa coloquio y de debate La Clave en la televisión española desde 1976 hasta 1985 y de 1990 a 1993, llevaba decenios muerto antes de fallecer en Madrid el 22 de junio. Esa muerte alargada es la de la posibilidad de la inteligencia catódica. Desde que desaparecieran espacios como el que dirigía Balbín se ha ido fraguando la posverdad, y la realidad televisiva de partido. Pero junto a ello, un proceso de enormes consecuencias: la desaparición de lugares fértiles para la epistemología personal y colectiva. El debate y el coloquio en el programa de La Clave configuraban un espacio de información con una raíz interior de búsqueda de conocimiento. Hoy, en nuestros días, la información rehúye todo conocimiento para aposentarse sobre la fibra emotiva del espectador y configurarle en partisano de alguna de las opciones opacas y lúgubres del orden. La desaparición manu militari del programa de Balbín en 1985 por el gobierno socialista marcaba el hito que la televisión pública cobraba como latifundio sombrío del poder vertical del estado y del partido que lo administra que impera en nuestros días.

Por eso son procedentes los últimos libros de Fernando Broncano, catedrático de Filosofía, Puntos Ciegos. Ignorancia pública y conocimiento privado publicado por Lengua de Trapo y el de Fernando Vallespín, La sociedad de la intolerancia editado por Galaxia Gutenberg. Broncano alerta de que existe en el ser humano un mecanismo de defensa por el que economiza la comprensión de la realidad y tiende igualmente a aceptar explicaciones reducidas o resumidas de los problemas declinándose por la más económica y feliz, y por supuesto la que menos esfuerzo intelectual y vivencial le suponga. Las ideologías vienen a ofrecer a los individuos una explicación tremendamente económica del mundo y las complejidades de la época. Por eso, lejos de lo que pudiera parecer, siempre tendrán éxito.

En todos los espacios radiofónicos, televisivos o impresos puede verse una explicación de la realidad en 90 o a lo sumo 150 palabras que resumen quiénes son los buenos, los malos y cuánto debe mantenerse el sistema de obtención de conocimiento que se basa ya únicamente en un sistema de redes donde se divulgan posverdades y estrategias de grupo.

Broncano aporta en su libro una definición de posverdad: no es la simple mentira política ni la voraz manipulación, sino el deseo de un público de no recibir información sostenidos en hechos, sino juicios morales a priori de los actores – los nuestros, ellos los enemigos – en liza de la realidad. Broncano explora la tela de araña que circunda el nuevo paradigma que no es otro que la importancia que nuestra sociedad otorga al conocimiento y el conocimiento que fortalecemos como inherente proceso epistemológico de crecimiento humano individual. El diagnóstico es tremendamente sombrío. La nueva ideología es no saber sino fundamentar la realidad, es decir la verdad, en el velo de la sensación identitaria de pertenencia tribal, partisana, de clase, de hábitos.

A este fenómeno dedica Fernando Vallespín la disección de su libro, La sociedad de la intolerancia. Comienza el libro con un hecho. Cuando el delegado del Gobierno en Madrid no autorizó la manifestación del 8-M en 2020 a causa del coronavirus, la ministra de Igualdad, Irene Montero, proclamó que se estaba «criminalizando al feminismo». Quien dictó la prohibición era del mismo partido con el que dicha ministra compartía gobierno. Podemos se hallaba en plena disputa sobre el feminismo dentro de la propia coalición de gobierno. Cuando hablaba de feminismo, del «criminalizado», debía de referirse al suyo propio, dice Broncano, al que ella deseaba implantar, visto como el «auténtico», el que «debe ser»: el de los nuestros. Luego viene el reverso: En cuestión de días, la Comunidad de Madrid prohibió que dicha ministra diera una conferencia sobre esos mismos temas en un instituto. Es la misma patología: quien se desvía de lo que para los gobernantes es la verdadera posición ante cualquier cuestión, debe ser silenciado. El disidente no opina, «adoctrina». Lo lógico, sostiene Broncano, hubiera sido que a los bachilleres de Madrid se les ofreciera una muestra de las diferentes posiciones existentes sobre estas cuestiones de género y el problema de los trans, y que a partir de ahí ellos se construyeran la suya propia. Sin embargo, se trataba de una estrategia de polarización, de opiniones contundentes, visceralidad. En última instancia es un proceso en el que cada cual, lejos de precisar conocimientos, se refugia cada vez más en solo aquello que le gusta – fenómeno Facebook – , quebrantando así el principio de confrontar con el diferente opiniones con las que germinar la propia.

Que en la pantalla catódica sea hoy impensable un programa como La Clave contrasta con la paradoja de que las redes, especialmente Youtube, han recuperado un número nada desdeñable de episodios. Para sorpresa probablemente del público menor de 50 años, las temáticas debatidas en aquellos programas noctámbulos de los viernes, siguen estando abiertas como una herida perenne de nuestra época moderna tal como puede verse en la web dedicada al programa: la corrupción, el juego, las ideologías, el divorcio, los dineros de la Iglesia, la OTAN, el Opus Dei, la homosexualidad, la droga, el aborto, los libros, la Constitución, la brujería, los emigrantes…. El modo de abordarlas, sin embargo, dista hoy mucho del de entonces. En las noches de los debates reality, una pléyade de periodistas vedettes opinan sin más fundamento que el del cliché de trinchera, acostumbrando al público, o convirtiéndose en el reflejo de una demanda social de postverdad en prime time.

La vida profesional de José Luis Balbín en televisión es el epitome de un fugaz renacimiento del periodismo español en la transición – poniendo incluso sobre el tapete algunos de los cimientos de esta – que muy pronto cayó en el constreñimiento de la concentración de capital y, por tanto de medios que se arrastra hasta hoy. George Orwell escribió en su ensayo En el vientre de la ballena: » casi con total certeza, avanzamos hacia una era de dictaduras totalitarias , una vez que la libertad de pensamiento será el principio de un pecado mortal y después una abstracción sin sentido». El temor de Orwell acerca de la reforma de la mente por parte del Estado expresada sobre todo en 1984, adquiere toda su dimensión posible en la realidad catódica y digital de nuestros días.

Ya no tenemos, como Broncano y Vallespín señalan, un culto a la postverdad caída desde las torretas del Estado autoritario, sino ejercida por los súbditos con cotidiano ahínco.

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