DESCENSO A LOS ABISMOS DEL MAL

DESCENSO A LOS ABISMOS DEL MAL

(Recensión-reseña del libro de Vicente Romero “Cafés con el diablo-Descenso a los abismos del mal)

El reportero Vicente Romero ha vuelto a retocar su tratamiento del mal de motivaciones políticas en la obra “Cafés con el diablo”. En este libro relata abundantes entrevistas con los agentes del mal ideológico contextualizando las mayores iniquidades humanas de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Desde el Chile de la Junta Militar, la sucia guerra de Vietnam, La Nicaragua de Somoza a Sandino, la utopía sangrienta de Camboya, el terrorismo de estado contra el terrorismo islamista y el paradigma histórico de la represión de Argentina. El autor cita a Martin Luther King para justificar su labor: “Ignorar el mal es convertirse en su cómplice”. Y, Jean Ziegler, su prologuista, escribe que, en la entrada del Museo Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, en Ginebra, se exhibe la frase sacada de “Los hermanos Karamazov” de Dostoievski; “Cada uno de nosotros es responsable de todo frente a todos”.

I.INSTITUCIONALIZACIÓN DEL MAL.

El mal humano por motivaciones ideológicas suele estar institucionalizado. Lo ejercen institutos sociales oficiales-Ejército y Policía nacionales- o paraoficiales-militantes revolucionarios, paramilitares, guerrilleros, militantes contrarrevolucionarios, parapolicías, etc-. De hecho, el terrorismo de estado, del poder, tiene su propia tipología de actuación criminal más allá de su actividad ordinaria legal. Dice Eduardo Galeano que el “torturador es un funcionario”. En el caso de EEUU, a diferencia de las guerras posteriores en Afganistán e Irak, donde el Pentágono convertiría a sus tropas en criminales de oficio, los soldados de medio siglo atrás sólo torturaban en casos de “urgencia” o “capricho”, aunque siguiendo las instrucciones detalladas en folletos editados y masivamente distribuidos por el Departamento de Estado.

La capacidad humana para la maldad, la crueldad y la perversión carece de límites. Pero hay situaciones que la potencian, llevando el ejercicio del mal a un paroxismo aterrador. Los más irrenunciables principios éticos, básicos para que la vida transcurra con un mínimo de dignidad, son sistemáticamente violados por poderosos ejércitos que conciben la victoria como aniquilación del enemigo, por gobiernos autoritarios que atropellan los límites de la razón, por organizaciones políticas que propugnan utopías “transformadoras” del hombre, y por grupos económicos que recurren a delitos de lesa humanidad como parte de sus estrategias comerciales. Desequilibrado y radicalmente desigual, el orden mundial representa un sistema criminal, con el terror y la miseria como elementos consustanciales, donde paz y guerra se imbrican en un común “despliegue de maldad insolente”. La imposición de condiciones sociales aberrantes supone un logro económico: el sometimiento del adversario, incluso su exterminio, representa un triunfo político, y la muerte constituye una finalidad militar. Todo ello forma parte de los conjuntos ideológicos dominantes, arraigados en movimientos que se consideran fieles a rancias civilizaciones basadas en una religión-cristiana o musulmana- de supuesta validez universal o a unos “ideales revolucionarios” que pretenden transformar el mundo. En definitiva, modelos malignos que proclaman la “imposición” por la fuera de los mismos conceptos que degradan o liquidan: libertad, justicia, democracia, equidad, respeto… Y regidos por dirigentes con el alma anestesiada  por reglamentos sacralizados, manipuladores de convicciones falsificadas, al servicio de sistemas despiadados.

Por ejemplo, el testimonio de sistema del mal camboyano de los khemeres rojos (Gnem En, fotógrafo de víctimas):”(…) Después se los llevaban, y lo que hicieran con ellos no era asunto mío, sino responsabilidad de otros. Me ordenaron que no sintiera nada por ellos, ya que eran traidores, contrarios a la revolución. Yo era muy joven. Y tenía que respetar las reglas si no quería morir. Entonces no había leyes ni se podía discutir. Aquello era el reino del mal”.

Otro sistema del mal fue la “Operación Cóndor”, una red de inteligencia militar que facilitaría el intercambio de información, la entrega secreta de detenidos en el extranjero, así como de exiliados y prisioneros de otras nacionalidades, e incluso la realización de operaciones conjuntas para cometer atentados, secuestros y asesinatos más allá de las fronteras nacionales. Su balance final sería de 50.000 muertos, 30.000 desaparecidos y 400.000 presos, según prueban documentalmente los denominados “archivos del terror”, encontrados en Paraguay en 1992.

El defensor de los derechos humanos Michael Ratner compararía los métodos de la CIA del siglo XXI con los empleados por las dictaduras de Pinochet o Videla: “Se actúa igual que en la “Operación Cóndor”. Nuestro sistema de Justicia ha mutado en otro de injusticia, que permite capturar a alguien en cualquier parte, internarlo en un lugar oscuro, torturarlo y hacerlo desaparecer. Incluso hay evidencias de que se han cometido más de un centenar de ejecuciones extrajudiciales o muertes por tortura”. “Todos pensábamos que la desaparición de detenidos era cosa del pasado, característico de las dictaduras argentina, chilena o guatemalteca”-se lamentaba el representante de Amnistía Internacional-. “Y ahora hay desaparecidos en la Europa democrática, sin que los dirigentes políticos hagan nada para impedirlo. Ni las instituciones comunitarias europeas ni los estados nacionales han querido tomar las medidas necesarias”. Jean Ziegler afirmó: ”Los EEUU se encuentran en plena delicuescencia y se han convertido en una amenaza para los pueblos libres del mundo, practicando un “fascismo exterior” que supone exactamente lo contrario de los derechos y principios establecidos por sus propios fundadores”.

El sistema del mal se justifica como deber histórico que creían tener encomendados los dirigentes: revolucionario o civilizatorio cristiano. Es una bien aprendida doctrina, que no se apoyaba en datos ni se planteaba las más elementales consideraciones éticas. Esta justificación falsea la realidad y responde a las propias convicciones de los dirigentes, arraigadas en ideologías conservadoras  o revolucionarias, compartidas con la mayoría de su gremio.

Otra justificación habitual del modelo del mal era el de llamar al mal “salvar la patria”. Manuel Contreras, cerebro de la policía política de Pinochet, hasta el final de sus días alzó la cabeza  con “la satisfacción de haber salvado a la Patria de caer en poder del marxismo”. El comisario represor argentino Etchecolatz, responsable de hechos atroces, estaba “orgulloso por haber defendido a la patria”. Los militares argentinos creían que el régimen militar hacía lo correcto por el bien del país.

También se justifica, dentro del modelo de iniquidad, que los actos horribles eran necesarios. No sólo desde un punto de vista pragmático, sino, para salvar vidas del propio bando o de la sociedad. Y, al final, el estado de necesidad mana de que el criminal se encontraba obligado al mal para salvar su propia vida. El verdugo de los khemeres rojos Prak Khan recordó: “Yo pasaba mucho miedo y no podía dormir. Porque veía como detenían y asesinaban no sólo a los enemigos sino también a mis propios compañeros, acusados de no interrogar bien a los presos y de no torturarlos correctamente. Y nunca sabía si el próximo eliminado sería yo. Por eso no tuve más remedio que obedecer, por terribles que fueran las órdenes que me dieran, y esmerarme al máximo en mi trabajo”. En el ejército de EEUU una razón de que los soldados no rechazaran los métodos inmorales era el miedo a que los mataran, algo que podía ocurrir si en los altos niveles del Pentágono te consideraban un traidor. Todos conocían el “friendly fire”, el “fuego amigo” que te mata “por accidente”. En la guerra pueden pasar muchas cosas.

  1. LAS PERSONAS MALAS SON NORMALES.

Las personas que realizan crímenes políticos, estos demonios, no tienen una patología mental o social específica y, son generalmente normales, aunque hay de todo. Pueden ser cualquiera. Es famosa la aserción de Hannah Arendt sobre el criminal nazi: “ Lo más grave en el caso de Eichmann es que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales”. Se creen héroes o elegidos, pero son hombres comunes.

Esos diablos menores suelen ser individuos de enorme simpleza, con muy estrechas miras, sin apenas formación y hasta analfabetos funcionales, en los que no parece que hubieran arraigado valores morales. Generalmente se trata de esbirros vocacionales que, en busca de privilegios menores, ingresan en un gremio despreciado hasta por sus propios jefes como afirmó Hannah Arendt, “el mal tiene gran pericia en encarnarse en las vidas banales” y arraigar en personas cuya “ausencia de pensamiento” ha facilitado el colapso de la más elemental capacidad de juicio, inhabilitadas para valorar moralmente sus propios comportamientos. Con la conciencia anestesiada, parecen también incapaces de sentir y expresar desconsuelo o pedir perdón, mostrando una actitud de soberbia defensiva. Y sus opiniones se asemejan al discurso de un loco, como si hubieran vivido en otra realidad.

Tan normales que las genocidas pueden ser mujeres. En Argentina hubo muchas hembras endiabladas que alcanzaron altas cumbres del mal al servicio de la Dictadura. Hasta 39 serían juzgadas entre 1988 y 2017, la mayoría acusadas de apropiación de bebés de las detenidas. Sólo dos saldrían absueltas.

Solían ser personas familiares. Incluso hay una tendencia constatable a matrimoniar entre ellos (almas gemelas en el mal). Incluso hay sagas familiares de torturadores. Pero el envilecimiento de los militares argentinos también afectó a sus propias familias. Y en los últimos años se han registrado numerosos casos de hijos de represores que repudian a sus padres por “el dolor y la vergüenza que causan sus nombres”. Sus testimonios revelan que los genocidas llevaron el terror a sus propios hogares, convirtiendo la vida familiar en otro infierno.

III. GRANDES Y PEQUEÑOS DEMONIOS.

Los “diablos” son tipos de diferente naturaleza, arrogantes centuriones con máxima capacidad de decisión, poderosos dirigentes e ideólogos, altos funcionarios convencidos de cumplir una misión histórica…, pero también sicarios obedientes, subalternos amedrentados, soldados y policías disciplinados. Los grandes demonios son gentes orgullosas, como el almirante argentino Emilio Massera, que ante la Justicia se declaró “ responsable de todo y culpable de nada”: niegan sus delitos o los vindican como “actos necesarios”, carecen de sentimientos de culpa, se sienten injustamente juzgados y lamentan no haber consumado la aniquilación de sus enemigos. Los pequeños diablos a sus órdenes suelen manifestar remordimientos, aunque casi nunca arrepentimiento, y achacan sus conductas monstruosas a la obediencia, acaso para sentirse capaces de seguir viviendo. Los de menor graduación, con funciones tan groseras como las detenciones, la tortura o la eliminación de cadáveres, son los que Eduardo Galeano calificaba de burócratas de la muerte, ejecutores de los designios de demonios de más galones. Pero éstos, a su vez, también actuaban al servicio de “intereses supremos”-y, por tanto, ajenos-, aunque a veces su poder les cegara  y creyeran demasiado en su propia importancia.

Empero, y aún de modales más “elegantes” que los de torturadores o asesinos políticos, los altos ejecutivos y accionistas que, protegidos por la legislación internacional hipócrita, organizan crímenes masivos para  maximizar los beneficios de entidades desalmadas. Grandes demonios que ejercen el sicariato de un poder mundial tan tiránico como invisible, formado por el medio millar de corporaciones que-según datos del Banco Mundial- controlan más del 60% de la riqueza del planeta: monopolios que negocian tanto con las patentes de medicamentos esenciales como con el expolio de recursos naturales, y grupos financieros que especulan con el precio de los alimentos básicos-incluso con el agua potable, considerada desde finales de 2020 como “valor bursátil”-, gestionando las hambrunas como un genocidio programado.

Ante cámaras de televisión hay dos tipos básicos de verdugos. Uno, que es capaz  de cualquier cosa en una sala de torturas, pero jamás haría daño a nadie en público, y otro, que se deja llevar por sus impulsos y no vacila en mutilar o matar a alguien frente a una cámara. El primero teme a la fama y se oculta entre las tinieblas, seguro en la intimidad de las mazmorras. El segundo alardea de su poder y se siente estimulado por la presencia de testigos que contribuyan a su “prestigio”. La cobardía del anonimato y la soberbia del exhibicionismo se contraponen, como características que diferencian a dos clases de sicarios estatales.

Los demonios se insensibilizan como gaje de su oficio. Prak Khan aseguró: “Cuando uno tortura, su corazón se endurece. Yo consideraba a los prisioneros como bestias. Incluso gozaba al sentir el poder que tenía sobre ellos. Mi cerebro no impedía que mis manos golpearan y torturaran. Y mi corazón estaba de acuerdo con mis manos”.

Un ejemplo de gran demonio es el inteligente, carismático y desalmado, almirante Emilio Massera. Este argentino era apodado “Almirante Cero” (porque decían que el cero está antes que el uno) y “el Negro”, y supo estimular los peores instintos de sus subordinados-que ensalzaban su liderazgo y le obedecían ciegamente-, impulsándolos a delinquir sin límites y con absoluta impunidad.

Su biógrafo, Claudio Uriarte, lo calificó como “el más ambicioso y el menos escrupuloso” de los jefes de la Dictadura. Y también como “el más maquiavélico, torcido, barroco, dúplice, oportunista y complejo” en su obsesión de acumular poder personal: “la represión y la sangre no eran para él más que escalones” para alcanzar metas. Osvaldo Bayer escribió que representaba una personalidad “completa en su total decadencia moral, crueldad y ambición fuera de toda medida”. Con dolorosa ironía, el montonero Rodolfo Galimberti comentó que “si Massera quería hablar con alguien, lo mandaba secuestrar”. Y en los documentos secretos que la CIA desclasificó en 2019 se le consideró “un oportunista desvergonzado”. Nada de todo ello le impidió ser un católico devoto, comulgar en público y relacionarse de modo privilegiado con miembros de la Conferencia Episcopal Argentina. Incluso penetró en los “círculos financieros” que la jerarquía eclesiástica preserva con un secreto más sagrado que el de confesión, y perteneció a la Logia P2.

En sus maquiavélicos delirios, como comandante en jefe de la Armada-y pese a su puesto en la Junta Militar- quiso involucrarse personalmente en las tareas más bajas y sucias de la represión. Como si buscara dar ejemplo, se puso al frente de varios operativos de secuestros e interrogatorios, confiando en que ello le valdría el respeto e incluso el temor de sus subordinados.

En una ocasión dijo: “Lo absolutamente cierto es que aquí y en todo el mundo, en estos momentos, luchan los que están a favor de la muerte y los que estamos a favor de la vida. Y esto es anterior a una política o una ideología. Es una actitud metafísica.”

El carácter delictivo nunca dejó de manifestarse en los entretelones de sus actividades castrenses y políticas.

El siniestro personaje del “Almirante Cero” se completó con un perfil mundano que fascinaba a la prensa del corazón. Se dejaba ver por las noches en lugares de moda, siempre acompañado por mujeres espectaculares.

Massera, que conjugaba proyectos políticos y económicos, aplicó en ambas esferas los mismos procedimientos. Si su poder de facto se había cimentado en crímenes brutales, ¿por qué no recurrir también al asesinato para solucionar los problemas privados?

Cuando la dictadura ya agonizaba, la Justicia ordenó su detención acabando con sus sueños de transformarse en un “político providencial” capaz de enderezar los destinos de Argentina, tras haberla sumido en un pozo de horror y de sangre.

-Me siento responsable, pero no culpable-dijo en su alegato final.- No hay odios en mi corazón. Mis jueces disponen de la crónica, pero yo dispongo de la Historia, y es allí donde se escuchará el veredicto final.

Se extinguió a la edad de 85 años. “Se ganó un lugar en la Historia: el de asesino del pueblo”. Fue el epitafio que le dedicaron sus enemigos, las principales organizaciones de derechos humanos. Osvaldo Bayer añadió que ”sobre su tumba caerán los salivazos de la indignación pública como lluvia intermitente”.

  1. TEORÍA DEL MAL.

El mal es una praxis que exige una teoría. En la estadounidense Academia de las Américas, esta “escuela de dictadores”, entre otras materias, se impartían clases de interrogatorios con torturas y una asignatura con un nombre que no permite dudas: “Estudio del asesinato”. Todos esos conocimientos y experiencias, puestos al servicio de una ideología basada en el anticomunismo primario, sirvieron para que miles de militares latinoamericanos dedicaran su vida al “exterminio del marxismo y otras doctrinas afines como si fueran plagas”, mediante un plan de “purificación nacional”.

En Chile, la idea de la Dictadura era lograr que el miedo paralizara a los ciudadanos, para imponerles un cambio radical en el modelo de sociedad. Y recurrieron a las formas más brutales de represión, para mostrar que nadie podía considerarse a salvo, que cualquiera podía ser torturado o desaparecer.

Por su parte, siempre hay científicos dispuestos a poner sus conocimientos al servicio del mal. Es el caso, por ejemplo, de los psicólogos que estudiaron el perfeccionamiento de los métodos de tortura empleados por la CIA. Hoy en día se tortura científicamente.

El criminal del estado argentino contestó: “el reglamento si hablaba de “interrogatorios coercitivos o por convicción”. ¿Cómo se consigue quebrar a una persona para que de  la información que se necesita? Algunos procedimientos pueden llegar a repugnar, y de hecho son repugnantes. Pero también lo son las bombas, los secuestros, los asesinatos indiscriminados por parte de los terroristas. Y eso es lo que sufríamos aquí.Todo nuestro accionar estuvo absolutamente respaldado por la legislación promulgada por el gobierno constitucional (…). Y le preguntó Romero: “¿Provino esa metodología de las escuelas militares francesa y norteamericana?”. “-Si. En Argentina no teníamos una doctrina sobre cómo actuar en el marco de una guerra revolucionaria”.

La teoría también implicó que algunas víctimas salieran del infierno para que sus relatos difundieran el terror entre la sociedad.

La teoría era de exterminio. Carlos Españadero, de la Inteligencia Militar argentina señaló: “Lo cierto es que ya, desde la Escuela Militar, se mete en la cabeza del “milico” que “matar es bueno”. Y que, si no mata, es un traidor. Usted no va a ver que, como instrucción, ordenen a un teniente que tome un té con leche con el enemigo. Se le enseña que al enemigo hay que matarlo”.

  1. BENDICIÓN DIVINA DEL MAL.

En Argentina la matanza se celebró con las bendiciones de la Iglesia Católica, cuyo provicario castrense, Victorio Bonamín, definió a los represores como “soldados del Evangelio” que “contaban con la bendición de Dios”, y aseguró que su execrable actuación en Tucumán “figuraba en los planes divinos”.

Monseñor Bonamín, integrista católico, predicaba el empleo de la máxima violencia, llegando a afirmar que “santo Tomás  justificaba la pena de muerte, y la tortura es menos que la muerte”, en 1976.

Por su lado, Monseñor Medina dijo que “la represión física es necesaria, es obligatoria; y, como tal, lícita”.

De hecho, la inmensa mayoría de los obispos eran fascistas o, por lo menos, de extrema derecha. Algunos religiosos cuarteleros calibraron la utilización de la tortura en los interrogatorios, considerándola  un mal “necesario e inevitable” durante las 48 primeras horas de la detención, aunque, pasado ese plazo, su abuso se convertiría en pecado. Bruno Marzani, capellán de la Fuerza Aérea, explicó que “a los represores con problemas de conciencia yo les decía que la vida militar es una guerra; que en el combate yo no puedo saber si el que tengo delante es inocente o culpable”. Pero el problema no estaba en los capellanes sino en la jerarquía eclesiástica, en la posición de la Iglesia. Siempre repetían lo mismo. Empleaban la parábola de separar la cizaña del trigo. Esa era la función de los represores y no pecaban.

Pero hubo eclesiásticos reprimidos y el obispo Novak afirmó: “Ninguna dictadura puede llamarse cristiana”.

Empero, al mismo tiempo, los 400 capellanes castrenses que trabajaban en los cuarteles y centros clandestinos no se limitaban a cumplir con su obligación de mantener la moral de los verdugos, sino que se implicaron en sus tareas. Y llegaron a intervenir en interrogatorios para “ablandar” a los prisioneros sometidos a los tormentos, aconsejándoles que confesaran su militancia y denunciaran a sus compañeros. Varios prisioneros supervivientes declararon que el cura policía les repetía que no debían odiar a quienes les torturaban, ya que “el dolor es una forma de redimir el mal que hay en uno, porque el mal se cura con castigo”.

Los militares católicos creían que su enemigo era un demonio, que había que extirpar en bien de todos. Estaban seguros de ayudar a Dios. Muchos católicos creían que ellos pueden ayudar a Dios, como si Dios necesitara esa ayuda, liquidando a sus enemigos. Los represores presumían de contar con el apoyo divino y argumentaban que “estaban ganando la guerra contra los subversivos porque Dios es fascista, no montonero”.

La “actitud cristiana” que causó 30.000 desaparecidos la explicó el marino Torres de Tolosa: “La mentalidad común dentro de la ESMA estaba bien definida, y fundamentalmente creían que su comportamiento era cristiano. Porque se trataba de defender a la sociedad de un enemigo que sembraba  la muerte y atacaba a las instituciones, incluso a la Iglesia. Todos pensaban que su actitud era correcta, que cumplían con su deber y que mantenían un espíritu cristiano, ayudando al prójimo a vivir en paz. Nadie estuvo obligado a luchar contra el terrorismo, ni escuché a nadie que se quejara por tener que hacerlo”.

  1. EL IMPERATIVO DE LA ANIQUILACIÓN.

En Argentina la normativa castrense precisaba que “los enemigos serán atacados y eliminados” incluso con empleo de “agentes químicos”, ya que el objetivo “será el aniquilamiento de las guerrillas enemigas y no la ocupación del terreno”. Consideraban que el enemigo estaba en todas partes y aniquilarlo significaba borrarlo. Emilio Nanni, militar ultraderechista, explicó: “el gobierno constitucional nos había ordenado “aniquilar el accionar de los elementos subversivos”, que realmente eran terroristas. El término “aniquilar” está claramente definido: desde la “destrucción física” del enemigo hasta “quitarle la voluntad de luchar”. Es decir, un marco amplísimo. Y dentro de la “destrucción física”,  no hay ninguna duda, está la muerte. Porque era una guerra y en una guerra siempre hay muertos”.

El general genocida argentino Ramón J. Camps justificó la consigna de aniquilación así: “La subversión es como un árbol, al que si sólo se cortan las ramas, es como cuando se le poda: brotan más fuertes. Para acabar con ella hay que cortar el tronco y arrancar hasta la última de sus raíces”.

Por su parte, el general Ibérico Saint Jean, cuando era gobernador de Buenos Aires, dijo: “Primero vamos a matar a todos los subversivos; después, a sus colaboradores; después, a los simpatizantes; después a los indiferentes y, por último, a los tímidos”.

El detenido Mario César Villan explica la aniquilación desde el lado de las víctimas: “Trataban de destruirnos por distintos medios, desde quitarnos la identidad sustituyendo nuestros nombres por códigos. (…) Y nos repetían que ya habíamos dejado de pertenecer al mundo de los vivos. Que ellos eran nuestros dueños y que moriríamos cuando ellos lo decidieran”.

La premisa necesaria para justificar el exterminio del enemigo, aunque ya hubiese sido  derrotado y se encontrase  indefenso era que estaban “librando una guerra santa”. Y los subversivos eran los “agentes del mal”.

VII.ES UNA GUERRA Y LA GUERRA ES ASÍ.

Los argumentos castrenses universales de toda época y lugar hablan del “forzoso cumplimiento de órdenes”, de la “obligación” de interrogar utilizando la tortura, incluso de la ejecución de “operaciones de castigo” contra la población civil, como “inevitables” consecuencias de la guerra.

El teniente coronel Ariel Valdiviezo dijo: “Estábamos en guerra. El problema es que, estando en guerra, yo no puedo pensar como un civil. La subversión es como el cáncer. Al cáncer hay que matarlo, eliminarlo totalmente. Si no, el cáncer nos mata. Y eso es lo que pasó aquí: no se mató a todos los subversivos y ahora nosotros estamos presos, mientras ellos gobiernan el país. Porque un montón de guerrilleros o hijos de guerrilleros  son hoy gobernadores, diputados, senadores, etc. Es decir, que cuando hay guerra, hay guerra.” Y añadió más tarde: “Cuando usted entra en guerra, no necesita órdenes. La orden que se da en la guerra es matar o morir. No hay otra.” Y: “La moral y la ética en la guerra son distintas a la moral y la ética en la paz. Si lo vemos desde el punto de vista religioso, la guerra es inmoral. No hay guerra moral ni ética”.

VIII. OBEDIENCIA DEBIDA.

La justificación de la práctica del mal más habitual es el castrense cumplimiento de órdenes. El nicaragüense que mató a Sandino, Monterrey, se justificó: “Yo sólo hice lo que me mandaron. Cumplí las órdenes, como siempre. Como tiene que hacer un militar. Me formaron para obedecer, matar y destruir. ¿Qué militar aprende otra cosa que obedecer, matar y destruir? Es lo fundamental de nuestra instrucción y de nuestra función”.

El famoso genocida camboyano “Dutch” como guardianes prefirió siempre contar con adolescentes, casi niños, por estimar que su corta edad garantizaba una obediencia ciega.

Por su parte, el teniente coronel Ariel Valdiviezo, habló así con su interrogador: “-Y el conjunto de las Fuerzas armadas aceptó el plan de aniquilamiento como un solo hombre, ¿no?- Si. En las Fuerzas armadas rige la “obediencia debida”. En esa época, ahora ya no. El código de Justicia Militar es bien clarito. Y dice que el único responsable es quien da la orden, el superior. El subalterno, si se excede en la orden, es cómplice del superior. -¿Significa eso que un militar no puede tener conciencia y debe limitarse a obedecer?- ·En un ejército nadie tiene conciencia- (…) En el momento en que se están realizando actos de guerra, la obediencia tiene que ser absoluta, porque, si no, las operaciones fracasan. (…) Es que el civil piensa como civil, ese es el gran problema.”

La víctima del centro de detención llamado “El Infierno” Nilda Eloy fue preguntada en el juicio si ella creía que todo lo que hacían aquellos sujetos obedecía a órdenes precisas. Ella contestó que le parecía que ningún hombre podía tener una erección porque se lo mandasen sus superiores.

El general argentino Martín Balza Jefe del Estado Mayor del ejército de noviembre de 1991 a diciembre de 1999, reconoció el atropello de los derechos humanos y afirmó que “nadie está obligado a cumplir una orden inmoral”. Su autocrítica le valió ser expulsado del Círculo Militar.

  1. DESHUMANIZACIÓN ENEMIGO.

Al enemigo se le trata como a un  número, a un perro, con lo más dañino, se le deshumaniza. La sobreviviente del centro de torturas “La Escuelita” de Argentina, Margarita Cruz de Monteros, dijo: “Creo que eran seres humanos como cualquiera de nosotros. Pero que tenían muy clara la idea de aniquilar a otros seres humanos. Y eso sólo se puede hacer cuando se está sostenido por una concepción ideológica y política. Pero, si, objetivamente son seres humanos igual que yo, nada más que yo estaba en una condición de víctima y ellos estaban en una condición absoluta de poder. Ese poder les hacía comportarse con tal saña que no consideraban humanos a quienes torturaban en la “parrilla”, sino que los pasaban a otra condición, de “subhumanos”.

El general Ramón J. Camps se autojustificó: “En Argentina no desaparecieron personas sino subversivos”. Así pretendía deshumanizar a las víctimas de la persecución política y cosificarlas, aplicando la vieja retórica fascista  de Hitler y Franco: los elementos revolucionarios no eran más que “seres defectuosos”. Una tesis sobre  la que había teorizado el jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares del Franquismo, el doctor Antonio Vallejo-Nájera, que catalogó a los marxistas como “enfermos ideológicos”. (Vallejo-Nájera dirigió un gabinete psiquiátrico, creado en agosto de 1938, para estudiar la supuesta “inferioridad genética y mental de los rojos” que producía su “perversión moral, sexual e ideológica” de carácter degenerativo. Sus investigaciones, que contaron con ayuda de científicos alemanes, fructificaron en la publicación del ensayo “Biopsiquismo del fanatismo marxista”). Enfermedad de difícil cura, que solía resultar necesariamente mortal.

  1. EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS.

El verdugo de los khemeres rojos Prak Khan explicaba así su labor: “Se trataba de causarles un sufrimiento intenso, con la finalidad de aterrorizarlos, hasta quebrar su voluntad y conseguir que dijeran lo que queríamos”.

El logro de la victoria en el combate justificaba todo medio empleado, así los más tenebrosos.

  1. GUERRA ESPECIAL.

En Argentina, explicó el teniente coronel Ariel Valdiviezo: “Y tampoco se puede comparar una guerra revolucionaria con una guerra convencional. Pero los comandantes cometieron un gran error… o les faltaron bolas para firmar. Además, adoptaron la doctrina aplicada por Francia frente a la rebelión colonial. Y eso fue otro error gravísimo. Porque los franceses luchaban en territorio ajeno contra un enemigo que defendía a su país. Pero nuestro caso era totalmente diferente, porque nos enfrentábamos a conciudadanos que peleaban en ejércitos revolucionarios con la finalidad de tomar el poder. Éramos argentinos contra argentinos.”

El almirante argentino Horacio Mayorga explicó: “La tortura (…), es decir, el apremio ilegal, es algo propio de la guerra antisubversiva. Si tiene usted a un detenido que acaba de poner una bomba, debe de sacarle información urgentemente. Y no va a conseguirlo invitándole a un cafecito”. “Porque se trata de que la guerrilla carezca de seguridad en sus compañeros. No hay otro modo de ganar esa guerra. Los franceses lo comprobaron en Argelia, y la norma se aplica siempre en los múltiples lugares donde actúa una guerrilla. Es la guerra más sucia que hay.”

El dirigente de la represión Camps insistía en su convencimiento de que el mundo entero se encontraba en guerra, con un Occidente cristiano enfrentado a la permanente agresión del marxismo. Y que la “guerra sucia”, la represión sin límites extendida por las Fuerzas Armadas argentinas sobre el conjunto de la sociedad a partir de su lucha inicial con la guerrilla, debía ser valorada en ese contexto de confrontación internacional. Aquella fue una “guerra sucia”. Pero los que la hicieron sucia fueron los subversivos. Ellos eligieron las formas de la lucha y determinaron nuestras actuaciones”. Eso implica que el Estado actuara como un grupo terrorista, empleando métodos terroristas. “Para localizar y detener a los subversivos se pueden utilizar las mismas técnicas que ellos emplean, ¿por qué no?”.

Incluso asistir a sesiones de tortura y fusilamientos suponía una obligación que alcanzaba a todos los integrantes de las guarniciones sin excepción. En los pelotones de ejecución participaban los oficiales de mayor graduación junto a los “colimbas”. Se trataba de cumplir un “pacto de sangre” que obligaba a compartir la barbarie, para asegurar que nadie pudiera denunciar sin inculparse.

XII. MAL LIMPIO.

Los métodos de tortura empleados en el infierno de Guantánamo son mucho más “limpios” y sutiles que los de cualquier otra cárcel política en el mundo. Los norteamericanos evitan mancharse de sangre. Las técnicas del “moderno” terror de Estado responden a  una mayor sofisticación y, más allá del tormento físico, persiguen desarmar y dañar psicológicamente a los prisioneros. Con una crueldad y un refinamiento más depurados, los torturadores yanquis cultivan el miedo y la incertidumbre de los detenidos, recurriendo a una humillación sistemática hasta lograr su deshumanización. Las condiciones “reglamentarias” de encarcelamiento en la base norteamericana se califican como “formas de tortura pasiva”.

La moderna tortura psicológica se basa en la destrucción emocional de los detenidos, provocándoles un cuadro de depresión y ansiedad profundas que los inhabilita para presentar la mínima resistencia intelectual. Su receta: “Causa damos al prisionero hasta que diga lo que quieras saber y, después, sigue haciéndole daño para descubrir si te ha mentido”.

XIII. VIOLENCIA REVOLUCIONARIA.

No se conoce una dictadura derrocada por ángeles, una insurrección sin violencia, ni una revolución que triunfara sin mancharse en la sangre de sus enemigos. “La guerra exige ese tipo de acciones. A la violencia reaccionaria hay que responder así. Somos una organización revolucionaria y actuamos como un ejército. (…) si el ejército no actúa de acuerdo con normas humanitarias y de guerra con nuestros militantes, responderemos en la misma forma”. Así se expresaba la dirección sandinista en Nicaragua.

XIV.SADISMO.

Entre los torturadores se desarrolla una vena sádica. Hablando sobre el gozo cruel del comisario Etchecolatz su hija psicóloga concluye: “(…) No se trata de un enfermo. La enfermedad es otra cosa. En todo caso, podríamos hablar de maldad, que pudo desplegar porque el aparato del Estado se lo permitió. Hubo sujetos que, como él, experimentaron ese “goce cruel” en una época que armonizó muy bien con ello”.

Y Mirta Graciela Antón, primera mujer condenada a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad, “se esforzaba en pisarme los testículos clavándome sus tacos altos de aguja”.

  1. IMPUNIDAD DEL MAL Y DERIVADOS.

Los demonios de segundo nivel, carentes de relevancia política, siempre se han beneficiado de la escasa atención que la prensa, la Justicia y la Historia dedican a los personajes secundarios, centrando su interés en las figuras, hechos y responsabilidades de los diablos mayores. Frente al lógico protagonismo de los principales dirigentes políticos y militares, muchas veces convertidos en “personajes deslumbrantes” por su asombroso descaro en el ejercicio de la barbarie, la anónima legión que ejecuta sus órdenes suele mantenerse entre tinieblas y protegida por el secreto. Su función es esencial, porque sin su oscuro trabajo los grandes tiranos no conseguirían imponer el terror imprescindible para ejercer el dominio sobre la sociedad.

La mayoría de los más sucios servidores de las tiranías consiguen pasar desapercibidos. Muchos permanecen ocultos e impunes, cambiando sus puestos en los instrumentos de la dictadura por otros en las instituciones de la democracia, sin que nadie cuestione su pasado, y se jubilan cobrando sus pensiones de servidores públicos. Sólo rinden cuentas a la Justicia los más relevantes, los que participaron en hechos cuya magnitud resultó escandalosa, quienes se hicieron demasiado visibles en los mayores centros de detención o destacaron por su actuación implacable en el tormento y exterminio de prisioneros.

Los “funcionarios del terror” raramente muestran arrepentimiento. Su silencio no obedece sólo a cobardía personal, al temor a ser castigados. A veces hablan, pasados los años, y manifiestan su convicción de haber cumplido con el deber. Hay que creer en su sinceridad, que responde a una mentalidad común muy elemental. Porque actuaron entregados con esmero al desempeño de sus “obligaciones”, sin cuestionar jamás las órdenes que recibían, amparados por una absoluta garantía de impunidad, incluso disfrutando del poder que les habían otorgado sobre sus víctimas. Y muchas veces hasta experimentando placeres sádicos en el desarrollo de sus cometidos. Algunos acaso se sintieran como pequeñas deidades malignas, tras abrir paso a las bestias que llevaban dentro y transformarse en meros instrumentos del horror, sin otro sentimiento que el goce puntual.

Andrea Bello definió al personaje castrense del que fue víctima así: “Era gente convencida de tener poderes de vida y muerte sobre los demás, como si se creyesen Dios”.

En la ESMA fueron pioneros en el desarrollo y aplicación de distintas formas de represión extrema, sus mandos aplicaron con especial “generosidad” la teoría del “botín de guerra”, común a todas las fuerzas, para estimular y recompensar a una tropa fiel que cumplía ciegamente sus órdenes. Las detenciones domiciliarias iban acompañadas de registros minuciosos, que finalizaron con un saqueo de los bienes familiares. Así se formó una almoneda clandestina; un gran almacén de objetos robados que los marinos visitaban con frecuencia para escoger entre las “novedades del día” lo que necesitasen o fuera de  su gusto. Hasta los máximos jefes se dieron algunos “caprichos”.

Pero el producto inmediato del pillaje se consideraba un beneficio menor, adecuado únicamente para satisfacer necesidades de suboficiales y tropa. Los mandos de graduación media podían aspirar a mejores tajadas, incluidos pequeños inmuebles. Y la escala superior se reservaba el disfrute de riquezas mayores y grandes propiedades. Para obtenerlas se forzaba a los secuestrados a transferir sus bienes o venderlos y entregar su importe. El negocio de la extorsión militar fue aún más lejos, excediendo los límites del “territorio de combate”. Y en la ESMA se formaron bandas de represores que dedicaban su tiempo libre a delitos comunes. Incluso reformaron viviendas y locales expoliados antes de que fueran blanqueados y puestos a la venta.

XVI. SEXUALIDAD MALIGNA.

Las mujeres recibían un “trato específico”. Hay que atribuirlo a la mentalidad machista, que las despreciaba por “haberse metido en política abandonando las obligaciones del hogar”.

En Camboya Prak Khan dijo que, por supuesto, hubo violaciones y abusos sexuales: “Los guardianes y los interrogadores rebosábamos de instinto sexual, porque éramos muy jóvenes y nunca salíamos de allí, así que, cuando llegaban mujeres detenidas, corríamos a mirarlas”.

En Argentina hubo relaciones sentimentales que se desarrollaron entre las tinieblas del mayor centro de represión de la dictadura. Historias basadas en situaciones de indefensión y dominio absolutos, donde se mezclaron la fascinación por el enemigo, el sometimiento y el instinto de supervivencia.

Hubo más “amores perversos” en niveles más bajos y menos duraderos, que el alto mando naval aceptó como consecuencias naturales de la “recuperación” de mujeres subversivas. Nilda “Munú” Actis, una de las prisioneras supervivientes explicó: “en aquellas circunstancias podía darse cualquier cosa, incluso enamorarse y odiarse. Los sentimientos eran muy complejos. Pasaban los meses y se iban estableciendo relaciones.

Hubo salidas nocturnas de la ESMA que se hicieron habituales, como descanso de los militares y terapia para los “recuperables”. Al final de la jornada de trabajo, un puñado de marinos invitaban a sus enemigos favoritos a cenar en restaurantes. Siempre había mayoría de mujeres, seleccionadas entre las presas más atractivas, a las que proporcionaban ropas, maquillaje y perfumes. Y  muchas noches el grupo bailaba hasta la madrugada en la discoteca. Algunas prisioneras sobrevivieron “entre grilletes y perfumenes”. “esa frase es de Elisa Tokar, que estaba engrilletada cuando uno de los oficiales le regaló un perfume francés. Absurdo. Pero ellos creían que la militancia nos había hecho perder feminidad, ya que no respondíamos a su concepto de mujer bien vestida, pintadita… Íbamos con “jeans”, parecíamos medio “hippies”; éramos “otra cosa”. Realment4e decían que “nos estaban recuperando” para la sociedad, y peinarnos o perfumarnos formaba parte de nuestra recuperación. Así que teníamos que estar lo mejor vestiditas y peinaditas posible. Lo más horroroso es que ellos seguían secuestrando y, cuando acababan de torturar, te ordenaban: “Ponete bonita, que vamos a cenar”. Y esa noche tenías que salir con tu mejor cara. Era todo muy perverso”.

En aquel ambiente de violencia y soledad extremas se crearon las condiciones precisas para que se produjeran extraños acercamientos entre opuestos. Y ambas partes experimentaron cierta fascinación por los contrarios, seguramente a partir de la formación y el carácter militar que tenían en común.

-“El Tigre” Acosta nos acusaba de destruir los matrimonios de los marinos-explicó “Munú”-, porque con nosotras habían conocido a “otro tipo de mujeres”, con unos objetivos de vida y hasta una forma de movernos diferente: “Ustedes saben criar hijos y cocinar, pero también tocar la guitarra, empuñar un arma o discutir de política… Nada que ver con nuestras esposas”. Yo no sé hasta qué punto nos idealizaban. Porque, si de verdad hubieran pensado que éramos unas mujeres tan” bárbaras”, nos habrían dejado vivas a todas. Y de la misma forma que te decían: “Yo te respeto como militar que soy, porque vos os jugás la vida por tus ideas”, te torturaban y te mataban “con todo respeto”.

Miriam Levin corroboró: “Los represores se habían acostumbrado a permanecer mucho tiempo en la ESMA. No iban a charlas con sus esposas y a ver crecer a sus hijos. Si alguna compañera les preguntaba por qué, respondían que con nosotras tenían más cosas en común. Uno decía que su mujer sólo le preguntaba si el sábado iban a llevar la sombrilla al Centro Naval, y otro contaba que la suya estaba haciendo un curso de modelo y, cuando él llegaba a casa, le desfilaba… todos aseguraban que no podían compartir con sus familias lo que estaban viviendo en la ESMA, mientras que con nosotras hablaban de todos los temas. Y repetían: “Pensábamos que mujeres como ustedes sólo existían en las películas; mujeres que saben de armas, que se echan a la calle, que pelean codo a codo con los hombres”. En el fondo, estaban seducidos por nuestra imagen de combatientes. Tal vez las guerrilleras presas también sintieran algún tipo de equívoca identificación con sus captores, si en ellas  pervivía el militarismo infantil de Montoneros, cuyos militantes se autodenominaban “soldados de Perón”, se complacían en el empleo de estructuras y lenguajes castrenses, y llegaban al extremo de vestir uniformes para asistir a reuniones clandestinas. Pero esa atracción, sino entre iguales si entre parecidos, es todavía un tabú para las mujeres sobrevivientes de la ESMA, que prefieren centrar sus argumentos en la violencia, la indefensión y el instinto de supervivencia a la hora de explicar aquellas extrañas relaciones.

-Si hubo emparejamientos, se debieron al ejercicio machista del poder por parte de algunos secuestradores, que acaso sentían que obraban una “redención”, como si se dijeran “maté aq muchas, pero salvé a una y la hice mía”. Pero las mujeres estuvimos en una situación muy distinta. Muchas se vieron confundidas por gestos de protección o aparente bondad de sus verdugos, cuando vivían en condiciones de gran vulnerabilidad. Cualquier actitud amable te puede quebrar cuando estás secuestrada, asustada, aislada, muerta de frío, no sabes qué ha sido de tus hijos… Y uno de los represores te promete averiguar cómo están, te da una manta y te promete que no te va a torturar más. Si entonces aceptas una relación sexual, te queda una carga de culpa. Pero es injusto, porque no se puede hablar de consentimiento en un campo de concentración, sino de violencia. Es cierto que hubo otra clase de relaciones, tal vez producto de un cálculo. Pero también hay que entenderlas. Porque, si hubiera sido al revés, todo el mundo hubiera dicho “que pillo eres, cómo sedujiste a tu guardiana para mejorar tu situación”.

Se formaron algunas parejas que duraron mucho. “Fueron fenómenos muy extraños. Porque ninguna de ellas era “cualquier mujer”, sino que todas tenían puestos importantes en Montoneros. Pero en la pérdida absoluta de la identidad, básicamente era mejor estar cerca de los represores que de las Madres de la Plaza de Mayo. Creo que realmente fueron “minas” que entraron en la misma patología que aquellos tipos. ¿Cómo mierda se puede tener hijos con un hombre que te torturó? Es algo absolutamente enfermo por ambas partes.

XVII. MAL Y NIÑOS.

En los centros clandestinos de detención de Argentina se llegó a torturar a niños, siguiendo las indicaciones del doctor Bergés, según el cual cualquier persona con más de 25 kilos de peso podía ser objeto de tormento físico sin que la edad tuviera importancia.

Por su parte, el conocido fenómeno de los “bebés robados” se realizó con vencidos los represores de haber mejorado sus destinos al  impedir que crecieran en “familias de subversivos”.

Casi todos los niños robados quedaron en manos directamente vinculadas al aparato represivo, cuando no en poder de los verdugos de sus madres. La tesis oficial, acuñada en los más altos círculos castrenses, aseguraba que esas “adopciones” al margen de la ley constituían el mejor destino que podía darse a los “descendientes de elementos subversivos”, para evitar que crecieran en los ambientes donde se formaron sus padres, y garantizar su educación en el seno de familias conservadoras y cristianas. Con ello, las Fuerzas Armadas pretendían “salvar espiritualmente” a los hijos de sus enemigos, como si la ideología fuera una enfermedad hereditaria. Una teoría compartida por la inmensa mayoría de los uniformados con su mentalidad formada en rígidos “principios morales y religiosos”.

-La idea que había en el aparato militar era que los hijos de los terroristas tenían que ser terroristas, que tarde o temprano acabarían siéndolo. Y se actuó pensando que se los rescataba de ese destino fatal. No por bondad, sino porque políticamente se quiso impedir que eso ocurriese.

-La mayoría de los chicos apropiados que han averiguado la realidad han repudiado a sus falsos padres.(…)

“Se privilegiaba a las prisioneras más jóvenes y bonitas, sobre todo a las rubias de ojos grandes, porque esperaban que les proporcionaran niños hermosos y saludables”. Mataron a una “porque era muy fea y nadie iba a tener interés en quedarse con su bebé”. Susana Reyes, sobreviviente del Vesubio, narró que uno de sus carceleros, apodado “el Polaco”, le daba fruta y le decía: “Alimentate bien, porque  tu crío va a ser para mí”. Poco antes de parir, recibió de él un regalo para el niño, que denotaba su  mentalidad enferma; una pequeña capucha negra como las impuestas a los detenidos. Se seleccionaba a las mujeres “para quedarse con sus crías, como se hace con los perros”.

XVIII. CONCLUSIÓN.

Acaso se pueda perdonar, pero no cabe olvidar cuantas barbaridades se cometieron, porque el perdón depende de nuestra voluntad, pero no así el olvido.

¿Valió la pena? El almirante Elmo Zumwalt concluyó sobre el uso del “agente naranja” que dejó medio millón de muertos y 650.000 enfermos: “Creo que nuestros esfuerzos en Vietnam fueron algo peor que inútiles. Habríamos hecho mejor si nunca nos hubiésemos metido en ese conflicto”.

“Ningún militar duerme tranquilo, ni en las guerras revolucionarias ni en las guerras convencionales. Porque es muy difícil dormir tranquilo cuando uno tiene que matar, herir o maltratar a un semejante.”

Se cuenta que la prisionera Gabriela Geuna se despidió con un abrazo del oficial que mandaba el pelotón de fusilamiento: “Aunque vos no lo sepás”, le habría dicho, “sos un ser humano y contigo me estoy despidiendo de la Humanidad”.

Alfredo Velasco

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