RECENSIÓN-RESÚMEN DINERO SUCIO(TOM BURGIS)

Recensión-resúmen “Dinero sucio. El poder real de la cleptocracia en el mundo” Tom Burgis

La lucha entre el dinero sucio y el limpio la ha ganado el dinero sucio. Esta obra trata sobre el crimen financiero global y las alianzas entre cleptócratas.

Hay dos mundos que coexisten gracias a la fuerza de lo secreto: uno ficticio, en el que los gobiernos intentan defender los valores de los ciudadanos y los derechos democráticos, y otro real, en el que se mezclan los intereses del Estado y de las élites económicas. Este libro es una ventana al mundo real, aquel en que los políticos y los servicios de inteligencia y seguridad nacional se4 codean con organizaciones criminales, y en el que las agencias de control financiero contribuyen a la opacidad de cuentas de multimillonarios, dictadores y mafiosos cuyo dinero corrupto está socavando las instituciones. Esta obra nos  muestra no solo los entresijos del dinero turbio, sino también los nexos entre quienes operan y se enriquecen con ese capital ilícito. Hay una red de dinero negro que inunda la economía mundial, una lectura imprescindible en tiempos de evasión fiscal, blanqueo de capitales y tráfico de influencias.

Las actividades de los bancos suizos consiguen que los atracos a bancos resulten delitos menores. El llamado secreto financiero estaba ocultando la mayor estafa del mundo. Los banqueros que ofrecían ese secretismo estaban propiciando el expolio de las arcas públicas en todo el mundo. Ese expolio, con su origen borrado, estaba entrando en aquel momento a espuertas en las economías occidentales, donde gozaría de la protección de los derechos de  propiedad y del Estado de Derecho. Ya en 1999, el senador Carl Levin había publicado una estimación de la suma total del dinero que era producto de un delito- los beneficios de cualquier cosa, desde el robo a un banco a un soborno- y que se blanqueaba en todo el mundo: ascendía a un billón de dólares al año. La mitad de ese lavado se llevaba a cabo en Estados Unidos y equivalía al doble del presupuesto de la organización más poderosa de la tierra, el ejército de estados Unidos. Por mucho que algunos de los expoliadores se hundiera,, por mucho que algunos de ellos permaneciera, existía una maquinaria que garantizaba que ellos, o quienquiera que los sucediera , pudieran seguir transformando el poder en dinero y largarse con él. La maquinaria estaba corrupta y, al mismo tiempo, corrompía. La pieza maestra de su mecanismo se encontraba en la City de Londres.

Las autoridades fiscalizadoras bancarias no estaban  vigilando a los financieros, sino protegiéndolos. Estaba financiada por los bancos, su sede se encontraba rodeada de las de ellos. La mayoría de la gente en estas organizaciones está en contacto con la industria. Y toda esta gente está buscando trabajo en la industria. Los trabajadores consideran que su  trabajo consistía en eliminar  los obstáculos para el traslado y la multiplicación del dinero. Se colabora con las firmas para sacarlas de situaciones difíciles. Los bancos podían gestionar los beneficios del crimen y esto no era considerado  una conducta impropia para la City de Londres. Lo importante era el relato de lo que se contaba, el relato que se proyectaba al mundo. Eso era lo que marcaba la diferencia de humor, lo que determinaba quién era Jekyll y quién era Hyde. El vocabulario de las historias sobre el dinero servía a aquellos que lo tenían en cantidad: el monto se describía como su “mérito”. Y las historias sobre el dinero, las importantes, no eran en realidad historias sobre el dinero. Eran historias sobre el poder. Pero el dinero era algo que se permitía coger sin más, mientras que el poder se suponía que era conferido. Uno no quería ser un personaje que acumulara poder. En cambio, el que acumulaba dinero… Eso hacía de ti una estrella. Eso demostraba que el dinero era poder disfrazado. Muchos de los clientes de los bancos suizos eran  etiquetados como “PEP”, “personas expuestas políticamente”. Además de unos cuantos británicos, había europeos, rusos, libaneses, centroasiáticos y la realeza árabe. Algunos eran “oligarcas”, otra palabra para alguien que es muy rico gracias  a que goza del favor de un gobernante. En los bancos suizos se da servicio a oligarcas,  a “funcionarios federales y municipales, oficiales del ejército, órganos de seguridad, etcétera”, que tienen una “gran dependencia de una red política personal” y que requieren un “elevado grado de confidencialidad(…) para evitar la publicidad negativa y evitar presiones”. En este mundo,  las disputas no se libraban entre religiones , sino por el poder económico, entre el corrupto y el no corrupto.

El problema fundamental persistía. La globalización  significaba la coexistencia del Gobierno por medio del robo con el Estado de derecho. Era como china y Hong-Kong:  un país, dos sistemas, sólo que a nivel mundial. Semejante tensión no podía sostenerse indefinidamente. Uno de los sistemas tendría que prevalecer, dejando al otro en mera fachada. Enn la década del diez del siglo XXI había occidentales del nivel de los dictadores que compartían con ellos su gran empresa: la privatización del poder.

Unos años después de la crisis de 2008 la lógica de la City estaba regresando: impunidad para todo. En Washington la comisión de investigación del senador Levin  había proclamado que lo que el llamaba una cultura “penetrantemente contaminada” en el HSBC había permitido a los banqueros blanquear dinero de los carteles de la droga, terroristas y déspotas. La magnitud del lavado de dinero y la evasión fiscal que facilitaban los bancos suizos a nivel mundial convierten a esta actividad en el crimen financiero más grande, de lejos, del que jamás se haya tenido noticia.

Con Trump en la Casa Blanca la genialidad que tenían los nuevos cleptócratas era que hicieron un uso muy avezado de la “presunción de regularidad”. Si un Estado actuaba o hablaba, ese acto se presumía legítimo, una expresión de la soberanía, como si los propios países fuesen personas irreprochables. Pero los nuevos cleptócratas estaban socavando el Estado, usando sus instituciones contra sí mismo, para quedarse con aquello que pertenecía por derecho propio  la comunidad. La corrupción ya no era un síntoma de un Estado fallido, sino de un Estado que lograba el éxito en su nuevo objetivo. El orden público, la política exterior, la seguridad nacional: estas eran para  los cleptócratas lo que las sociedades pantalla eran para el blanqueo de dinero.

La única clase de justicia permitida en las cleptocracias era la selectiva. Los acusados eran chivos expiatorios, sacrificios necesarios para que las cleptocracias mantengan la ilusión de que cumplen su función de servir a cualquier interés distinto del de quien se hace cn el poder por la fuerza. En todo el mundo, la corrupción se ha convertido en el mecanismo principal que da impulso al poder.

A día de hoy, los cleptócratas del mundo se estaban uniendo. A medida que acaparaban secretismo, los cleptócratas se dispusieron a cosechar privacidad. La covid-19 les cayó del cielo. Era el pretexto perfecto para atribuirse facultades arrolladoras, expandir los estados de la vigilancia y vaciar erarios públicos con menos escrutinio aún del habitual. Estos cleptócratas internacionales  formaron unas nuevas cinco familias: los nacionalistas, los británicos, los espigantes, los petroleros y el partido.

Los nacionalistas se proclaman salvadores  de las naciones asediadas mientras supervisan  el expolio de dichas naciones. Hay que limpiar la casa, aúllan, mientras se revuelcan en la mugre. Han arraigado en Europa Central, Europa del Este y Rusia, con imitadores en todos los continentes: Bolsonaro en Brasil, Duterte en filipinas, Erdogan en Turquía, Netanyahu en Israel, Maduro en Venezuela, Trump en EEUU. Izquierda y derecha: eso es solo su disfraz. La mafia quedaría admirada ante la lealtad que inspiran. Los que se resisten a ellos creen que, cuando se vayan, las instituciones que han distorsionado recuperarán inmediatamente su forma original. Pero al igual que un parásito modifica la célula que invade , así es como el poder cleptocrático transforma a su huésped. Aquellos que utilizan su cargo público para robar deben aferrarse  a él no sólo para tener ocasión de  seguir acumulando riqueza, sino para mantener la inmunidad frente a las acciones legales que de él pueden derivarse.

Los británicos continúan con su prolongado  desvanecimiento del poder imperial y su fusión con la red global del secreto financiero vinculado a la City de Londres, y poniéndose al servicio de nuevos poderes privados. Sus nuevos gobernantes populistas obtienen dinero  e inspiración del Moscú postsoviético.

Los espigantes-espías y mangantes en una unión indistinguible- también tienen a M9oscú como base. No obstante, estos espigantes son verdaderos globalistas. En Washington, en Londres, en París, el espíritu de seguridad nacional ha cedido el paso al principio del beneficio. Algunas veces los agentes de inteligencia  ni siquiera esperan a su jubilación anticipada para aceptar clientes privados.

Los petroleros cuentan con un mecanismo para decretar el precio que cobran por el petróleo que les roban a los países que han invadido  desde dentro: lo llaman OPEP.

El partido Comunista Chino es insaciable. Dinero, territorio, tecnología, sus líderes en Pekín lo quieren todo, no habrá tolerancia con la resistencia, desde luego no para los hongkoneses pintorescamente apegados a nociones antiguas de libertad.

El partido, los nacionalistas,  los británicos, los petroleros y los espigantes son como los clanes de la Cosa Nostra  que vinieron antes que ellos. A primera vista son rivales. Pero en el fondo están embarcados en una empresa común; hacerse con el poder valiéndose del miedo y de la fuerza del dinero, para después privatizar ese poder. Como se ha afirmado de la clase dirigente británica,  forman un comité que nunca tiene necesidad de reunirse. Tienen a sus “otros”, en contra de los cuales unen a una población de  cuyos intereses no pueden decirse representantes. Les vale con los uigures, los mexicanos, los musulmanes, los refugiados, los judíos.

Quizá lo que los mueva a todos es el miedo: el miedo a que de pronto no haya suficiente para seguir en pie, a que en un planeta en ebullición se acerque el momento en que aquellos  que han cosechado todo lo que han podido para sí mismos se liberen de los muchos, de los otros. Solo puedes estar en un bando si quieres salvarte de la destrucción;  el suyo. O estás con los cleptonianos o en contra de ellos. La tierra no puede mantenernos a todos. Estamos aprovisionándonos, estaremos listos. ¿Quieres comenzar a amar la cleptopía y que te acoja intramuros? ¿O prefieres estar fuera, en los campos que antes llamábamos “el común”, indefenso cuando suban las aguas? Elige.

Alfredo Velasco

Share