Negras tormentas agitan los aires
Grup Antimilitarista Tortuga
A nadie escapa que los tiempos que vivimos están cargados de novedades de distinto signo y de incertidumbres. En el Grup Antimilitarista Tortuga hemos querido reflexionar sobre ello y compartir nuestros puntos de vista al respecto. Este escrito quiere resumir una primera fase de nuestro proceso de análisis, dedicado a pormenorizar brevemente cuáles son las circunstancias globales que se encuentran en proceso de transición. En general no se trata de nada que cualquier persona que sigue la actualidad no conozca ya de un modo o de otro. Nuestra aportación consiste en elaborar un listado resumido de dichos cambios, tratando de establecer interrelaciones y nuestra propia visión de conjunto de todo ello.
En un segundo momento, en otro escrito, nuestra intención es proseguir este esfuerzo reflexivo concretándolo en nuestro ámbito específico: la dimensión militar-bélica de la sociedad.
1. La amenaza climática.
Mucho se habla del cambio climático acelerado por la actividad humana, de sus actuales nocividades y de los graves riesgos que amenazan en un futuro cada vez más próximo si no se revierten las actuales tendencias. El asunto reviste una gravedad tan real que los propios poderes del sistema, desde los gobiernos estatales a los nodos económicos, lo tienen en su agenda. No conviene olvidar tampoco otro tipo de consecuencias de la actividad humana sobre el planeta Tierra que, como un búmerang, están afectando también a la propia humanidad: la desforestación, la pérdida de biodiversidad, el agotamiento de recursos… De todas estas cuestiones se viene hablando desde hace décadas, pero parece que es ahora cuando las previsiones más catastrofistas amenazan con hacerse realidad en plazos más que cercanos, estando ya en curso algunas de ellas.
Este inquietante escenario que, en formas más directas e indirectas, está afectando ya a los sectores más vulnerables de la humanidad, llega a amenazar los propios fundamentos del sistema económico global, cada vez más incapaz, a causa de ello, de mantener el actual ritmo productivista.
Es esta la principal razón de que el tema aparezca en los telediarios y los titulares de los periódicos. Razón que también impulsa a los poderes del sistema a pactar medidas para, por ejemplo, disminuir las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera o tratar de racionar la extracción de las últimas reservas de hidrocarburos. Esfuerzos vanos, siempre cumplidos muy por debajo de lo acordado, puesto que de ejecutarse en los términos y plazos realmente necesarios a efectos de sostenibilidad planetaria ello supondría poner en peligro el crecimiento de unas y otras economías y, por lo tanto, la disminución de beneficios de las grandes fortunas.
Por otra parte, como consecuencia de lo anterior, asistimos a un aumento de las inquietudes ecologistas, especialmente entre capas jóvenes de los países occidentales. Tienen cierto auge y reciben algo de atención mediática movimientos que, mediante tácticas de desobediencia civil y acción directa noviolenta, fundamentalmente tratan de presionar a los diferentes gobiernos para que las agendas pactadas para la defensa de la estabilidad del clima sean cumplidas e incluso ampliadas.
Pensamos que estamos ante una cuestión muy preocupante y de difícil, por no decir imposible, solución en el contexto actual. Cualquier tipo de esfuerzo implementado, sea una reducción de emisiones de carbono, sea una transición hacia modelos energéticos renovables, sea cualquier otra cosa, no puede atajar la crisis ecológica si no hay un gran cambio de modelo. Durante siglos, la sociedad occidental con su sistema económico capitalista, hoy mundializado, ha considerado el medio natural como una gran fuente de recursos a extraer en una teórica búsqueda de mejores condiciones de vida para la humanidad. Sabemos bien, es obvio, que los beneficios de dicho esfuerzo han sido repartidos en todo momento en forma muy desigual, ya que el capitalismo es un sistema que tiende a concentrar la riqueza en pocas manos. Precisamente ese carácter intrínseco del sistema económico capitalista que le impulsa al crecimiento perpetuo y a la extracción ilimitada de recursos para su posterior concentración en pocas manos es la base de la actual depredación que sufre el planeta, habiéndose llegado en estos momentos a un punto crítico que podría ser de no retorno en algunas cuestiones. Queremos decir que el auténtico enemigo del planeta es el sistema económico capitalista. No hay posibilidad de enfrentar la crisis ecológica si el capitalismo no detiene su dinámica de expolio de recursos y producción ilimitada. Algo que éste, a pesar de las grandilocuentes declaraciones que se hacen en las “cumbres climáticas”, nunca podría ni estaría dispuesto a hacer por si mismo ya que supondría su fin. Ni siquiera nos parecen suficientes los planteamientos que hablan de “decrecer”, consumir menos… Son propuestas bienintencionadas que, en contraste con la militancia de los jóvenes ecologistas que esperan influir con sus protestas en la agenda de los grandes poderes fácticos, en su caso aspiran a resolver el problema desde una suma de actitudes individuales cívicas que minimicen los impactos del consumismo sobre el planeta. En ambos casos se pretende una reforma del modelo del estado de consumo y bienestar pero sin pretender superarlo completamente ya que no se desea renunciar a sus ventajas, lo cual, por lo dicho, nos resulta impracticable.
2. Una economía gripada.
Volviendo sobre lo dicho antes, una característica del sistema económico capitalista, simplificando, es su necesidad de perpetuo crecimiento: siempre más producción, más comercio, más mercados. Y para ello, entre otras, más materias primas, más consumidores, más tecnología, más economía financiera. Sin embargo, desde hace ya tiempo, lo que podríamos denominar “economía global”, ya que hablamos de una realidad de carácter planetario, no deja de arrojar síntomas de posible agotamiento. Es de perogrullo que una economía cuya razón de ser es crecer y crecer, en el seno de un mundo físico limitado, antes o después ha de encontrarse con su tope.
Proliferan informaciones en los medios de comunicación sobre la falta de suministros de determinados insumos en la cadena productiva. También hace décadas que algunas voces informadas alertan del agotamiento de los recursos fósiles. El llamado cénit del petróleo parece haber sido alcanzado ya como bien lo demuestra la falta de nuevos hallazgos y los nuevos, costosos y agresivos métodos de extracción (fracking). No hace falta alertar de la importancia que los hidrocarburos poseen en la actual economía mundial y la carencia de alternativas reales y suficientes para su sustitución en un plazo medio. No solo hablamos de petroleo y gas. También comienzan a faltar diversos minerales que la industria tecnológica demanda en cantidad creciente, como litio o tierras raras, o recursos tan básicos y universales como la propia agua dulce, imprescindible para la agricultura y la ganadería.
Se nos dice que la pandemia del coronavirus y, más recientemente, el conflicto de Ucrania y su derivada guerra comercial contra Rusia es la causa del desabastecimiento de ciertos productos a nivel mundial (cereales, fitosanitarios, microchips…) o de que comience a ser normal que escaseen determinados bienes en los anaqueles de los supermercados occidentales. Se habla del encarecimiento de los costes del transporte internacional a causa de la escasez de combustibles, y de las trabas al comercio que provocan las sanciones cruzadas entre unos y otros países, las cuales están dando lugar a un nuevo proteccionismo económico. Esta subida de precios de los portes, unida a las restricciones comerciales decretadas desde los poderes políticos, desde luego, constituye un problema muy serio en un mundo que ha deslocalizado y globalizado la producción industrial y que ha apostado por terciarizar sus economías nacionales. Es algo que podemos comprobar sobradamente en el caso español y, en general, en toda la Unión Europea, un área del mundo tremendamente vulnerable a los riesgos que estamos enunciando.
Sin embargo, no debemos permitir que los árboles nos impidan ver el bosque. Pensamos que los factores citados no son la causa del problema, sino un simple acelerante. La cuestión principal, como hemos esbozado al principio, sobre todo tiene que ver con un punto o principio de ruptura entre lo que las industrias desean producir para abastecer los crecientes mercados (y, dicho sea de paso, acrecentar las grandes fortunas) y lo que el medio terrestre es capaz de proporcionar para ello.
De ahí los fenómenos que estamos contemplando: entre otros, crisis y recesiones cada vez más frecuentes y profundas en Occidente, disminución progresiva de la tasa de ganancia, desaceleración de la expansión de mercados, creciente intervencionismo estatal y supraestatal en la economía y, últimamente, inflación desbocada y encarecimiento del precio del dinero (los créditos).
3. Un mundo en guerra
Mucha literatura hay acerca del declive de EEUU como superpotencia mundial y de cómo dicho factor está en la base de los grandes conflictos comerciales y bélicos del presente, por ello no vamos a ahondar mucho en la cuestión concreta. Sí vale la pena hacer memoria acerca de cómo las relaciones geoestratégicas y también económicas desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad han estado presididas por la omnipresencia del coloso americano, país que, durante todo este tiempo, ha sido la primera economía mundial (y la que más crecía hasta la irrupción de China). También, ha sido, con gran diferencia, la mayor fuerza militar del planeta, tanto en términos cualitativos (por su superioridad tecnológica) como cuantitativos, habiendo llenado el mundo de tropas estacionadas en bases, armas tácticas y flotas de portaaviones recorriendo unos y otros océanos. El principal objetivo de este ingente esfuerzo que, a lo largo de todas estas décadas, se ha traducido en un innumerable rosario de guerras, invasiones, golpes de estado e intervenciones políticas más o menos veladas en escenarios de todo el planeta, no venía siendo otro que el de garantizar el flujo incesante de recursos entre unas y otras áreas de la Tierra; es decir, el expolio sistemático que los países del llamado primer mundo (EEUU y sus aliados) han practicado sobre esa mayoría de la humanidad residente en los estados del denominado tercer mundo o, dicho con mayor propiedad, mundo empobrecido. Dicha operación de rapiña no era nueva y hundía sus raíces en la era de los imperios coloniales y la revolución industrial, pero, a partir de la Segunda Guerra Mundial la dinámica sufrió un fuerte impulso, con EEUU, como decimos, como principal ejecutor y garante. Esa es la principal razón por la que a día de hoy, cuando la hegemonía estadounidense comienza a tambalearse, los tradicionales países coloniales, con Europa Occidental a la cabeza, mantienen su estrecha alianza con el “amigo” americano, incluso a costa de poner en peligro su estatus económico y estratégico. Todos estos estados (también España), pobres en materias primas y recursos energéticos, hoy escasamente significativos en capacidad militar o en desarrollo tecnológico, tendrían mucho que perder en un hipotético cambio en la correlación de fuerzas.
Dicha hegemonía o “Pax americana”, como algunos la denominan, hace unas pocas décadas comenzó a entrar en crisis. La deslocalización industrial que los países ricos emprendieron hacia las zonas del planeta desde entonces llamadas emergentes, en busca de menores costes productivos, trajo consigo una transferencia de la capacidad de innovación tecnológica y la progresiva desaparición del monopolio del know how. No se tardó mucho en dichos lugares en desarrollar una industria y una investigación tecnológica propia, incluida la de carácter militar, libre de la propiedad occidental. Ello se tradujo en un fuerte crecimiento económico de dichas áreas que pronto les permitió situarse en pie de igualdad e incluso de superioridad en ciertos casos con las zonas productivas de Europa y EEUU.
En una situación en la que el gigante chino, a pesar de su dinamismo, aún dista mucho de desbancar a EEUU como primera potencia mundial, especialmente en el ámbito político-militar, el contexto actual dibuja un mundo, siquiera provisionalmente, de carácter multipolar en el que no parece que haya posibilidad para que una sola potencia rija los destinos planetarios. Si bien podemos reconocer, por ejemplo en el contexto de la guerra de Ucrania, la fortaleza y solidez de la alianza entre Estados Unidos y los países de Europa Occidental (a los que hay que sumar otros estados como Canadá, Australia, Japón…) -es decir, los antiguos detentadores de la hegemonía económica mundial, la cual no se resignan a perder-, como contrapartida no existe todavía una entente de estados de carácter similar que se le oponga y que, por ejemplo, volviendo al mismo caso concreto, apoye a Rusia en su guerra contra la OTAN en Ucrania.
Nos encontramos ante un escenario de proliferación armamentística y bélica en el que el riesgo de conflagración mundial y guerra nuclear es más posible que nunca. La OTAN, brazo militar de la alianza occidental, se redefine, reinventa y alimenta posibles escenarios (Ucrania, Taiwán…) para una batalla que parece desear entablar antes de que decline más su poder económico y militar. Por su parte sus rivales también se ven comprometidos en una veloz carrera armamentística para dotar a sus arsenales de los medios que les permitan enfrentar con garantías los conflictos que se vislumbran en el horizonte.
La contienda también tiene una vertiente económica que podemos comprobar en el hecho de cómo unas y otras potencias restringen en el propio territorio la actividad comercial y de investigación (incluso de obtención de suministros) de las empresas rivales, o cómo unos y otros se esfuerzan por atraer a sus respectivas áreas de influencia a países no perfectamente alineados (Venezuela, Turquía, Irán, Arabia Saudí, Brasil…) pero que gozan de importancia estratégica.
No debemos olvidar, por último, que la guerra en ocasiones es una huida hacia delante cuando la economía entra en crisis por un exceso de producción y de stocks que no encuentran mercado suficiente. Este podría ser el caso de la industria bélica actual, una de las más influyentes, si no la más, del sistema estatal-capitalista.
4. La democracia representativa en crisis
En el seno del contexto que venimos describiendo, también el marco político de las sociedades occidentales está experimentando algunos cambios. Estas sociedades venían siendo testigos de décadas de estabilidad de un modelo de gobierno, la democracia de representación (el llamado estado de derecho) y su fachada de administración paternalista (el estado de bienestar). El binomio parlamentarismo-administración pública venía siendo tan eficiente que apenas despertaba la más mínima contestación ni exigía grandes esfuerzos para garantizar el orden social. De hecho, a modo de legitimación o concertación social, los respectivos gobiernos venían permitiendo el disfrute de una buena cantidad de libertades y derechos ciudadanos.
En el momento actual, de la mano de las convulsiones que hemos citado antes, se atisba una pérdida de confianza en el modelo. En unos y otros lugares, comenzando por el propio EEUU, centro de referencia del sistema parlamentario liberal, crecen el pensamiento y los movimientos organizados antistablishment e incluso ultraderechistas. Podría decirse que, en términos macroestadísticos, avanzan en la sociedad las pulsiones autoritarias. El sistema comicial llega a ser puesto en duda y se habla una y otra vez de fraude electoral o de gobierno ilegítimo en países en los que hasta no hace mucho era impensable tal cuestionamiento a un pilar fundamental del sistema. Por su parte el poder judicial, tradicionalmente aislado del debate político y considerado una instancia neutral, es instrumentalizado por unos y otros actores políticos y económicos en pro de sus intereses particulares (lawfare, golpes blandos…). Ello genera descrédito y desgaste de la propia judicatura y, con ella, de todo el andamiaje gubernamental.
Conscientes de su propia debilidad y preocupados por los retos económicos y geoestratégicos que aparecen en el horizonte, de los que hemos hablado antes, a los centros de gobernación de Occidente no les queda otra que plegar algunas velas. Así, asistimos, por ejemplo, a cómo se recortan algunas prestaciones públicas del estado de bienestar para dedicar fondos, además de al rearme militar, al recrecimiento de las distintas policías: en previsión de futuros estallidos sociales se hace preciso invertir en control social. También se produce un recorte de libertades y derechos mediante progresivas reformas legislativas, especialmente del Código Penal. Si bien, puesto que el sistema debe seguir manteniendo su fachada democrática so pena de sufrir completa deslegitimación, se siguen garantizando derechos que no desbordan las fronteras de “lo social” (mujeres, lgtbi, animales…), en cambio se socavan todos aquellos que pueden suponer algún tipo de problema a la gobernación: derechos laborales y sindicales, de migración, de protesta, manifestación y reunión… y se amplían las prerrogativas de las policías y la judicatura penal.
Mención aparte, por su carácter novedoso, es el control de la comunicación. En décadas anteriores, siendo escasa o estando ausente la conflictividad social, los gobiernos respectivos permitían el disfrute de una amplia libertad de expresión, dejando que fuese la propia abundancia discursiva quien neutralizase cualquier posible discurso peligroso haciéndolo intrascendente. En la actualidad asistimos a un fuerte movimiento en sentido contrario. Legislaciones y jurisprudencias acotan cada día más los límites de lo que es posible o no decir públicamente, al tiempo que, bajo la excusa de impedir la proliferación de bulos, se desarrolla una inquisitorial vigilancia y censura en los ámbitos comunicativos de hoy: las redes sociales de internet. Pero el mayor esfuerzo, sin duda, es el invertido en el control de la información. Por una parte se amordaza poco a poco a todo tipo de medios disidentes (o directamente se prohíben, como estamos comprobando con motivo de la crisis de Ucrania). Por otra, se invierten esfuerzos como nunca en la elaboración de las narrativas “convenientes”, las cuales son continuamente inyectadas en los grandes medios de masas.
5. La sociedad de la indiferencia
En cuanto a qué transiciones está experimentando, como tal, nuestra sociedad, también hay algunas cosas que nombrar. Sin embargo, en este caso no procede hablar de cambios repentinos o de corto plazo, sino de inercias que vienen sucediendo desde hace ya mucho tiempo.
Haciendo un resumen muy a grosso modo, podemos partir de que las sociedades occidentales, desde mediados del siglo XX han venido conformándose como fundamentalmente urbanas, económicamente terciarias, el trabajo basado en el salariado, el estado crecientemente presente en lo económico y lo social. Sociedades definidas como “de consumo”, debido al importante poder adquisitivo medio de la ciudadanía y la centralidad del acto de consumir, o “de espectáculo”, por el progresivo desplazamiento de los centros de interés vital hacia las propuestas de la industria del entretenimiento. En las últimas décadas hemos asistido al inquietante fenómeno de la digitalización o virtualización de todo tipo de realidades, desde las administrativas y laborales, a las comunicacionales, formativas o la gestión del propio ocio. Es evidente que todos estos cambios, especialmente el nombrado en último lugar, han dejado una gran huella en la sociedad.
Como resultado de todas estas tendencias, podemos decir que el ser humano medio occidental, en comparación con otras épocas (incluso cercanas) y sociedades, tiene una personalidad mucho más centrada en la dimensión material que en la espiritual o utópica, y en la individual frente a la colectiva, cooperativa o solidaria. Un factor principal para ello, como decíamos, es el desplazamiento de la vida real de las personas y colectividades por la virtual, un espacio en el que todo confluye para la banalización de la realidad, la alimentación de los egos y las vanidades, la compulsión y la orientación de cada cliente hacia la satisfacción de sus deseos materiales. Es también una fuente incesante de sobresaturación informativa, la cual impide ejercicios pausados de toma de conciencia y convierte a las personas en indiferentes con respecto a las problemáticas del mundo en que viven. Estas circunstancias son la base de que cada vez escaseen más las personas con deseo y capacidad suficiente para comprometerse con garantías en cualquier tipo de militancia social o que asistamos a la paulatina desaparición de pensamientos y proyectos políticos transformadores, o revolucionarios de carácter global. De tal forma, no se atisban movimientos fuertes de lucha social en el horizonte a no ser que se dé un rápido empeoramiento de las condiciones materiales de la población, hipótesis que, dado el escenario ante el que nos encontramos (pérdida de poder adquisitivo, de derechos laborales, inflación, encarecimiento de las fuentes de energía…), no puede descartarse.
6. Conclusión
Nos encontramos en un momento histórico que podríamos considerar una encrucijada. Suceden cambios de gran significado y trascendencia. Desde una amenazadora degradación de las condiciones medioambientales del planeta a significativas mutaciones de la forma de ser, comprender la realidad e interactuar en la sociedad de las personas que la conforman. Todo ello pasando por los problemas que encuentra en su evolución el propio sistema económico capitalista, la reconfiguración geoestratégica planetaria, con sus riesgos de tercera guerra mundial, o la deriva autoritaria de nuestros modelos políticos.
Ante este orden de cosas lo que está por suceder es incierto. Las personas que integramos el Grup Antimilitarista Tortuga siempre hemos sido críticas con el modelo de mundo en que vivimos, y lo hemos sido con respecto a cada una de sus dimensiones. Sin embargo, hoy nos preocupa que lo que pueda venir tras una hipotética época de turbulencias, de colapso al decir de algunos, llegue a empeorar aún más lo que se da en la situación actual. Es por ello que consideramos que es nuestra tarea, y también la de cualquier grupo o persona que aspira a un mundo mejor para todos, la de adelantarnos en la medida de lo posible a los acontecimientos y empezar a trabajar desde este preciso instante en las alternativas que podrían hacernos avanzar hacia ese futuro deseado: una sociedad ecológica, humana, igualitaria, libre, comunitaria y en paz.