ENERGÍA PARA UN CAMBIO

ENERGÍA PARA UN  CAMBIO

Sergio DE Felipe

El sistema económico imperante y la sociedad a la que sirve se basan en el uso de fuentes de energía no renovables. Sin un abastecimiento asegurado, regular y creciente de energía, el sistema entra en una profunda crisis, puesto que el capitalismo necesita crecer indefinidamente (axioma de la Economía que es completamente falaz en un mundo de materias finitas). Se necesita energía para producir abonos para la agricultura, para fabricar productos, para el transporte de mercancías y pasajeros, etc.

Para saber si vivimos una crisis cíclica del capitalismo o estamos ante una crisis estructural del mismo por escasez de recursos energéticos, hay que comprobar cómo se encuentran actualmente estos recursos. Si se buscan datos sobre la situación de los recursos energéticos en el mundo, se puede encontrar los que proporciona la Agencia Internacional de la Energía: en 2005 se había llegado al pico máximo de producción del petróleo (actualmente el descenso de la producción es más rápido que hace unos años); la del carbón llegó al pico en 2014 y la del uranio, en 2016. La producción de gas de Europa ha menguado, la de Rusia y Argelia se ha estancado, y la de Estado9s Unidos se prevé que pronto comience a disminuir. El panorama no es muy halagüeño.

A pesar de estos datos tan negativos, alguien puede pensar que las necesidades del sistema serán satisfechas con las fuentes de energía renovables, pues estas proporcionarán  la suficiente cantidad de electricidad como para mantener, como mínimo, el actual nivel de consumo. Pero para convertir esas energías en electricidad hace falta una tecnología compleja, cuya producción consume una cantidad excesiva de energía y que, además, necesita de materias primas escasas, todo lo cual las convierte en inviables para esa revolución de las energías renovables que pregonan tanto el gobierno como la Unión Europea y la ONU.

Entonces, más allá de que haya o no una crisis cíclica del capitalismo, si se cree en los datos que aporta la Agencia Internacional de la Energía y se asocian a las vivencias propias y a las noticias que llegan a través de los medios, y se reflexiona sobre la contradicción entre la necesidad de crecimiento infinito del capitalismo y los límites de los recursos naturales, se puede afirmar que vivimos el período de declive de los recursos energéticos y, por tanto, de crisis estructural del sistema y de la sociedad.

La invasión de Ucrania por parte de Rusia, el rearme general de todos los países, la tensión entre China y Estados Unidos, la inflación, la crisis de Sri Lanka, las hambrunas en África, etc. no serían sino consecuencias directas o indirectas de la situación expuestas anteriormente.

El Estado no es más que una organización piramidal dirigida de facto por élites con intereses coincidentes en unos casos y, en otros, divergentes, y busca, por definición, perpetuarse y mantener el orden social como objetivos principales. El capitalismo sea de “libre mercado” o “de Estado” o de cualquiera de sus variantes, es un sistema económico del que se nutre el Estado y del que se sirve para organizar la sociedad y sus recursos para cumplir con aquellos objetivos. En cualquier caso, cuando el Estado siente una amenaza que no puede3 controlar por otros medios, no duda en utilizar la fuerza bruta para eliminarla.

Es por ello que, ante la escasez de recursos energéticos y de materias primas estratégicas, los Estados busquen controlar territorios estratégicos y acumular materias primas escasas, lo cual provoca enfrentamientos entre ellos. Por otra parte, y por la misma razón, ante la simple posibilidad de que haya inestabilidad interior, los Estados exacerban las medidas represivas (con normas más represivas de derechos) y las de control social (con restricciones de la libertad de expresión de facto para aquellos que cuestionan la sociedad, el sistema económico o el discurso oficial; con la difusión reiterativa de noticias insustanciales o de ideas que dividan a la gente y le impidan vislumbrar las primeras causas de los problemas de la sociedad).

La economía también se ve afectada, lógicamente por la crisis; la disfunción económica y las tensiones entre Estados o bloques de Estados provocan que se adopten poco a poco medidas de economía de guerra, se evidencie la inviabilidad de la sociedad del bienestar, se sufra la inflación y la escasez, más desempleo…

Pero, como siempre, no todos sufren igual. Los Estados más débiles y la población más desprotegida son los primeros en padecer las consecuencias de la crisis: los primeros, con inestabilidad política y disturbios, los segundos, con la hambruna, la inseguridad, la desprotección… Solamente hay que ver lo que pasa en el Líbano, en Sri Lanka, en Irán o en Pakistán, entre otros. Estos países son los que muestran la línea que pueden seguir los demás Estados y cuyo punto extremo, aunque no tan lejano ni improbable como desean creer algunos, es el colapso.

Sin entrar en definiciones más técnicas y más ajustadas de lo que es un colapso, dos de las acepciones de la Real Academia de la Lengua podría servir para poder imaginar sus consecuencias: una, la de destrucción, ruina de una institución, sistema, estructura, etc ; y otra, paralización a que pueden llegar el tráfico y otras actividades.

Si se elige la segunda acepción para comenzar a reflexionar someramente sobre el colapso y se toma como consecuencia de un encarecimiento de los combustibles que impulsan los medios de transporte actuales, se podría inferir que el suministro seguro de productos básicos desaparecería y, por tanto, en  grandes zonas de España, aparecerían hambrunas, puesto que, por una parte, gran parte de la agricultura española es de mercado, con un alto grado de especialización, con una tendencia al predominio de las grandes propiedades y una total dependencia de los insumos derivados del petróleo y, por la otra, porque la mayor parte de la población se concentra en áreas urbanas, se dedica a actividades del sector terciario y depende de los suministros de alimentos y de otros bienes básicos que son producidos lejos de donde se consumen. Si a esto se le añade la disminución de la productividad del sector primario a causa del cambio climático, las consecuencias pueden ser realmente catastróficas.

Si ocurriese lo expuesto en el párrafo anterior, la primera acepción del término “colapso” se podría aplicar perfectamente a lo que vendría después. Cada uno, si desea reflexionar valientemente, se podrá imaginar el panorama que podríamos vivir muy pronto, a tenor de lo expuesto a lo largo de este artículo: algo realmente angustiante.

Todos estos argumentos deberían ser suficientes para, como mínimo, cuestionar el discurso oficial, pero, lo cierto es que la mayoría de la gente aún vive pensando en mantenerse en el sistema, aún intuyendo que éste tiene grandes problemas. Ni siquiera las organizaciones más contestatarias pueden cambiar sus discursos y plantear acciones encaminadas no sólo a la subida de los salarios para compensar la inflación ni la exigencia de un trabajo de calidad ni a la mejora de la condiciones laborales, sino, principalmente, a prepararse para un cambio profundo que amenaza nuestra vida  y nuestra libertad.

Hay tal inercia par sobrevivir en este sistema inhumano que se nos olvida que éste es el que nos aboca a un sinvivir constante, preparándonos para poder servirle, sacrificando nuestro tiempo y nuestras energías para que se mantenga sin que rechistemos más allá de la algarabía de una manifestación de fin de semana, que muchas veces está preparada por el mismo poder (p. ej.: las manifestaciones estudiantiles  contra el cambio climático). Han pasado los tiempos de aspiraciones revolucionarias, de ideas rompedoras, de solidaridad y compromiso sin interés; y, sin embargo, todo eso es hoy más necesario que nunca.

Me temo que no hay fórmulas mágicas ni héroes de última hora que puedan dar un giro a todo esto. Solamente una verdadera revolución podría eliminar la principal causa de estos problemas: el capitalismo. La realidad, sin embargo, muestra que la mayoría de la población, como ya he dicho, está alienada: prefiere atiborrarse de drogas, de ensoñaciones y veleidades consumistas y de realidades virtuales, antes que asumir su responsabilidad de luchar por vivir íntegramente, por ser uno mismo, por amar al prójimo, afrontando la vida como si fuera una aventura, con la libertad como guía y meta al mismo tiempo.

Esto no quiere decir que sea imposible una revolución, pero, se tienen que dar unas condiciones favorables, (y el Estado hará todo lo posible para que no se den: sólo hay que mencionar el informe “Urban Operations in the Year 2020” de la OTAN, como ejemplo de los planes para defender el orden preestablecido en situaciones de desigualdad).

En un primer paso, si se debilita el Estado lo suficiente, cabrá la posibilidad de que se puedan crear, con mucho esfuerzo y sufrimiento seguramente, comunidades libres en los espacios marginales de la sociedad: una base para la esperanza de la Humanidad.

Publicado en la revista “Al Margen”  nº 125 Primavera 2023

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