LA TRIPLE DESIGUALDAD DEL PROBLEMA CLIMÁTICO “GLOBAL”

La triple desigualdad del problema climático “global”
Adam Tooze
La gran mayoría los recursos están situados del lado de los menos afectados por la crisis y los más responsables de ella

La crisis climática se discute a menudo como un problema global que requiere una movilización colectiva de la humanidad. Esto puede ser inspirador. Con el telón de fondo de la tensa geopolítica actual incluso puede ser reconfortante imaginar que hay al menos algunos problemas que tenemos en común como “nosotros”. Como se señala en el Informe de Desigualdad Climática 2023, escrito por el equipo de Lucas Chancel, Philipp Bothe y Tancrède Voituriez, esta visión “global” del problema es profundamente engañosa.

La realidad del “problema climático global” se define, de hecho, por una triple desigualdad. El mayor impacto lo sufren aquellos que menos han contribuido a la crisis y son menos capaces de pagar. Aquellos de nosotros que somos más responsables y tenemos mayor capacidad para contribuir a la solución, actualmente sufrimos menos y estaremos amenazados en el futuro por un impacto relativamente menor.

La yuxtaposición de las tres dimensiones del problema climático es clara y debería orientar todo el debate futuro.

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El impulsor del cambio climático no es la humanidad en general, sino aquellos que se han beneficiado de un desarrollo económico sustancial, en todo el mundo y a través de las fronteras nacionales. A nivel mundial, el 89 por ciento de las emisiones se deben a los 4 mil millones de personas en la mitad superior de la distribución mundial de ingresos. El 48 por ciento se deben a los 800 millones de personas en el diez por ciento superior de la distribución de ingresos. El 17 por ciento de todas las emisiones son generadas solo por el primer uno por ciento: 80 millones de personas. Dentro del uno por ciento superior, hay más gradaciones hacia arriba.

Climate Inequality Report 2023

Desde la década de 1990, la distribución de las emisiones de CO2 ha seguido las tendencias de desigualdad global, según lo descrito, por ejemplo, por Branko Milanovi?. En 1990, el problema de la justicia climática era, en gran parte, de desigualdad entre países. El 62 por ciento de la desigualdad de carbono se debe a la brecha entre las emisiones de los países ricos y los países pobres. Esto reflejaba la polarización de la economía mundial en ese momento.

Hoy en día, casi dos tercios de la desigualdad de emisiones se deben a las diferencias de ingresos dentro de los países. En términos de emisiones per cápita, la nueva clase alta y la clase media asiáticas se han puesto al día, o incluso han superado a sus pares occidentales. El diez por ciento más importante de los ingresos de Asia Oriental producen actualmente mayores emisiones anuales per cápita que sus homólogos europeos.

La “buena noticia” es que, dado este patrón de desigualdad, el presupuesto de carbono no es una restricción real para la acción global contra la pobreza extrema. Un programa integral para elevar a toda la población mundial por encima del umbral de pobreza de 3,2 dólares diarios añadiría solo un 5 por ciento al total de las emisiones mundiales. Eso es un tercio de las emisiones anuales del 1 por ciento superior.

La urgencia de hacerlo viene dada porque nos estamos quedando sin presupuesto de carbono a un ritmo alarmante. En 2020, el presupuesto de carbono restante para una probabilidad razonable de estabilización a 1,5 grados centígrados era de 300 mil millones de toneladas. Actualmente estamos agotándolo a un ritmo de 37 mil millones de toneladas al año. De hecho, eso nos llevaría, en el mejor de los casos, a algún tipo de estabilización en el rango de 2-3 grados para 2050.

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Vale la pena luchar por cada fracción de grado centígrado, a la luz de los impactos que ya se están sintiendo en todo el mundo.

Los modelos climáticos muestran que, aunque los efectos muy negativos del cambio climático serán evidentes en todas partes, los impactos más intensos tendrán lugar en las regiones en las que predominan la pobreza, el subdesarrollo y el fracaso estatal y que son menos responsables de la crisis climática.

Hay una correlación negativa perversa entre el nivel de emisiones y el probable impacto del cambio climático en la variación extrema de la temperatura. Si interpreto bien este gráfico, algunos de los contaminadores más importantes pueden alcanzar la estabilización climática en las próximas décadas.

Como se demostró en los últimos doce meses en Pakistán y Mozambique, la población expuesta a la pobreza y el riesgo de inundaciones dramáticas debido al clima extremo se concentra en Asia y el África subsahariana.

El impacto del cambio climático ya afecta a los agricultores de todo el hemisferio sur y, en particular, en América Latina, Asia y África.

Para 2100, es probable que grandes partes de África, Oriente Medio y las partes más pobres del subcontinente indio sufran un aumento en la mortalidad relacionada con el clima.

En general, el impacto de unas condiciones climáticas cada vez más extremas será polarizar el desarrollo económico entre un gran grupo de países en desarrollo cuyas perspectivas económicas se vuelven decididamente sombrías a partir de 2050 y un grupo más pequeño de países ricos cuyo crecimiento puede mejorar de acuerdo con algunos modelos.

Que los impactos climáticos tengan lugar en estos límites o no es, sin duda, una cuestión abierta. El modelo en el que se basan Chancel y otros parecería no incluir puntos de inflexión dramáticos, flujos migratorios a gran escala, etc. Sí apuntan a al menos un efecto secundario: las enfermedades infecciosas. En un mundo con cambios climáticos, es posible que las enfermedades infecciosas como el dengue no permanezcan confinadas a los trópicos. Para 2050, más de la mitad de la población mundial podría estar en riesgo.

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Cuando se trata de remedios para abordar la crisis, Chancel et al son directos. Todos los recursos están situados del lado de los menos afectados por la crisis y los más responsables de ella. El flujo de financiación de los países ricos al mundo en desarrollo es notoriamente insuficiente. Los mercados de capital prefieren a los países ricos y extraen un doloroso diferencial de los prestatarios de ingresos más bajos. Este interesante gráfico muestra la marcada disparidad en la capacidad impositiva entre los estados de Europa y África.

¿Cuál es la solución? Chancel et al provienen de la “escuela Piketty” de estudios de desigualdades, que durante mucho tiempo ha defendido un impuesto global sobre la riqueza. Proponen un modesto impuesto del 1,5 al 3 por ciento sobre la riqueza mundial a partir de 100 millones de dólares. Según sus cálculos, esto produciría 295.000 millones de dólares al año.

Obviamente, esta es una idea extremadamente atractiva y equitativa, pero presumiblemente no tiene posibilidades de materializarse en la práctica. Demasiado “capital político” y arquitectura institucional para un flujo de ingresos relativamente modesto. Si el objetivo del ejercicio es recaudar urgentemente $300 mil millones por año para inversiones en adaptación y desarrollo sostenible, hay otras formas más viables para hacerlo. En los mercados de deuda globales, esta es una suma modesta.

Por supuesto, esto posterga la cuestión de la justicia social dentro de los estados ricos (al final, alguien tiene que pagar las deudas contraídas, etc., etc.), pero la prioridad debe ser articular una respuesta urgente a la crisis que amenaza al mundo en desarrollo. Porque ven cerrarse ante sus ojos el camino del desarrollo y la eliminación de la pobreza.

adamtooze.substack.com. Traducción: Enrique García para Sinpermiso.

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Texto completo en: https://www.lahaine.org/mundo.php/la-triple-desigualdad-del-problema

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