MAYO DE 1937. UNA ENCRUCIJADA HISTÓRICA

Mayo 1937. Una encrucijada histórica

Introducción a la primera edición de

 LA REVOLUCIÓN TRAICIONADA

La verdadera historia de Balius y Los Amigos de Durruti

Escribir la biografía del insigne revolucionario que fue Balius para mí ha sido cumplir una tarea pendiente de años. A finales de la dictadura franquista mis pasos en el anarquismo me habían conducido a la cárcel y al exilio. La constante agitación social y la enfermedad de Franco sumían a la emigración política en cábalas ante el advenimiento de una época de cambios. En sus cálculos especulativos la realidad española contaba poco al lado de otros componentes de más peso, como por ejemplo las convicciones resultantes de esquemas ideológicos inamovibles y caducos o los deseos nacidos de esperanzas continuamente frustradas, todo ello disimulado con desarrollos tácticos nebulosos que dejaban traslucir o bien una desorientación hasta cierto punto ingenua o bien un declarado oportunismo. Lo peor eran las previsibles componendas entre el aparato franquista y una semioposición montada sobre la marcha por el partido estalinista y los socialistas residuales con elementos descolgados del régimen para dejar las cosas tal como estaban, al tiempo que los recién venidos buscaban acomodo en la escena política del posfranquismo.

Para quienes teníamos en cuenta las posibilidades revolucionarias que encerraban las dificultades de tal pacto por la “ruptura” política —yo diría mejor por la digestión tranquila— del franquismo, dificultades incrementadas por la intervención inesperada de las masas proletarias desbordando el horizonte reducido de una oposición comprada, la fecha del 3 de Mayo de 1937 era un símbolo. Con toda seguridad, el movimiento obrero, impulsado por recientes huelgas, imposible de encuadrar en los sindicatos verticales o en los embriones del futuro sindicalismo y enardecido por el debilitamiento de la represión, iba a avanzar durante un tiempo y a crear una situación favorable para la formulación de un proyecto revolucionario. Un bando se constituiría con el propósito de derrocar al Estado franquista y hacer la revolución, y otro opuesto levantarían las fuerzas de oposición democrática, decididas a formar con dicho Estado una gran coalición de orden para vencer a la revolución. La victoria pertenecería al contrincanteque hubiera sabido ganar por la mano a su enemigo. El paralelismo entre aquel hipotético desenlace y Mayo del 37, la ocasión perdida del primer asalto proletario a la sociedad de clases, era manifiesto.

El interés que despertaban las alternativas de Mayo del 37 en tanto que guía del presente era evidente, por lo que el conocimiento de aquellas jornadasy de la historia de sus protagonistas indiscutibles, Los Amigos de Durruti, era fundamental como base histórica de un nuevo proyecto revolucionario en España. Entonces oí hablar por primera vez de Balius, secretario de aquella agrupación. En París, rue Vignoles, sede de la CNT, me facilitaron su dirección, y le escribí ofreciéndome para la publicación de sus recuerdos de Mayo del 37 o de una antología de textos comentados. Balius estaba de acuerdo, pero ni él ni yo disponíamos de documentos ni de medio material alguno con que ponernos manos a la obra. Además, él estaba en Hyères y yo en París, y las condiciones precarias de ambos nos impedían vernos con la asiduidad que el calibre de la labor requería. Finalmente yo regresé a España y otros tareas más urgentes acapararon mi atención, aunque tuve la satisfacción de ver que Etcétera y el Centro de Documentación Social editaban buena parte de la producción de Los Amigos de Durruti.

Pasó el tiempo y pasó la época. Ha quedado atrás “el siglo de la Revolución Traicionada”, que es como definió Camus la centuria que contuvo la Revolución Española. El proletariado fue vencido y la fatalidad quiere que en su crepúsculo como clase yo haya podido reunir tiempo y energías suficientes para escribir esta historia, cuando menos útil resulta, tan cierto es que la lucidez resplandece en el ocaso. Ahora el panorama intelectual es pobre, la crítica historiográfica no existe, los rastros de la memoria se van difuminando y toda una prole de historiadores profesionales trabaja para el olvido. Como consecuencia, la generación actual vive sin pasado. Los métodos de trabajo actuales pueden resultar impensables para quienes exigían rigor y erudición: hoy parece que para historiar, por ejemplo, la vida de un personaje, pongamos por caso, de José Martínez, haya que empezar ignorándolo todo sobre él. El punto de partida es la ignorancia.

El papel que desempeña la revisión historiográfica moderna consiste en proporcionar una visión de la historia tan en la perspectiva del pensamiento dominante que el pasado resulte un ensayo más o menos imperfecto, más o menos fallido, del presente. Algunas constantes ilustran este revisionismo: el repudio de la acción directa y más aún de la violencia no estatal, la justificación de las jerarquías y de sus unilaterales decisiones, la aceptación de la política como profesión de elegidos y juego entre camarillas, la incitación al consenso y a la “unidad” entre dirigentes, el protagonismo otorgado a triviales personajes, la ocultación del papel de las masas (que cuando actúan por su cuenta son “extremistas”, “románticas”, “manipuladas por grupos radicales”, etc.), el silencio en torno a los revolucionarios… Para el historiador revisionista la lucha social siempre es un problema de personas; como mucho de “vanguardias”, nunca de clases. Las masas no existen, sólo los líderes que las representan. Las masas sin jefes no son masas, sino grupos de “incontrolados”. Y, por lo tanto, en el 36 nunca hubo revolución ni revolucionarios; simplemente, conspiración contra las autoridades legítimas. En ese sentido —y en otros— coinciden bastante con los historiadores estalinistas. El idealismo de las masas que no siguen a los dirigentes es objeto de un sicoanálisis que lo disuelve en una suma de motivaciones particulares egoístas basadas en la ambición, el resentimiento, la exaltación, el delirio, la miseria, etc., a las que se opone con todo lujo de datos el prosaico interés cotidiano de la mayoría por la supervivencia. Ante todo es una historia de vencedores que ha de aleccionar a los súbditos en el sistema de valores de la actual clase media urbana, el segmento de la población que mejor refleja los ideales de la dominación. Por eso es una historia indulgente, sin malos ni buenos, sólo con penosos errores y “excesos” lamentables que-no-han-de-volver-a-repetirse. Es un cuento con moraleja en el que el bien lucha contra el mal. El bien está encarnado por personajes y partidos concretos cuyo comportamiento puede acoplarse a la mentalidad dominante actual -por ejemplo: Macià, Azaña, Companys, Prieto, la Pasionaria, la burguesía liberal, los treintistas, los ministros “anarquistas”-; y el mal aparece caricaturizado y demonizado hasta ser casi inaprehensible, animando esperpentos extinguidos como el demagogo anticlerical, el falangista fanático, el cura integrista, el señorito feudal… El bien es “la democracia”, el mal es “el fascismo”, conceptos que se presentan vacíos de contenido, fantasmales.

Los hechos no bastan, hay que preservar su memoria: “tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer”, decía Walter Benjamin. Primero se hace historia, después hay que combatir por ella. La historia, pues, es algo muy importante como para dejarla en manos de los historiadores. Afortunadamente no todo ha sido desolación en ese campo después de Bolloten. Siempre sale alguien que sigue derroteros opuestos a la historiografía del sistema, como prueba de que el amor a la verdad no tiene remedio. Historiadores de otro tipo se vienen dedicando a la restauración de la verdad de las luchas, el mejor servicio que se le puede hacer a la causa de la libertad y la emancipación; no hace falta mencionarlos. No diré que para escribir la historia de una revolución haga falta haber participado en unas cuantas (aunque no estaría de más), pero creo que si no se hace historia sin pasión, al decir de Hegel, tampoco se escribe historia sin pasión. La objetividad se consigue simpatizando con el objeto, no huyendo de él. Concretando: para hablar de nuestra guerra civil revolucionaria hay que implicarse en ella, escoger bando y no contemplar su verdad desde la galaxia Andrómeda, tal como aconseja la historiografía moderna más pretenciosa. De hecho, ella también ha escogido su bando, el bando contrario, y su aducida neutralidad es sólo un artificio para disimular dicha elección. Por consiguiente, quienes mejor escribirán la historia de Los Amigos de Durruti serán los que han sido o todavía sean un poco Amigos de Durruti. Esto no significa dar carta blanca a interpretaciones hagiográficas, maniqueas y sectarias, esta vez en sentido contrario al del revisionismo. Ni tampoco sentar ortodoxias: las vías del presente pueden iluminarse con la experiencia del pasado, pero el presente no es el pasado. Escribir historia quiere decir acercarse apasionadamente a los hechos, al punto en que éstos hablen por sí mismos y, consecuentemente, digan la verdad sobre sí mismos; luego, que cada cual opine o juzgue. La manera de escribir más auténtica empieza tratando de pensar como los protagonistas históricos, adoptando su punto de vista, lo cual no es trabajo sencillo. Es tan arduo que sospecho que a Balius le habrá sido más fácil hacer historia que a mí tratar de restituirla.

 

Miquel Amorós, octubre de 2001

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