NI REFORMAR ESTE MUNDO NI ESCAPAR DE ÉL: POR LA REVOLUCIÓN PROLETARIA MUNDIAL

NI REFORMAR ESTE MUNDO NI ESCAPAR DE ÉL: POR LA REVOLUCIÓN PROLETARIA MUNDIAL.

NI REFORMAR ESTE MUNDO NI ESCAPAR DE ÉL: POR LA REVOLUCIÓN PROLETARIA MUNDIAL.

Puedes escuchar aquí la charla-debate organizada en Alicante en la librería Fahrenheit451 para discutir sobre qué es el reformismo hoy, y en el pasado. Dejamos su transcripción.

Compañero 1

Muchas gracias a todos y a todas por venir y también a la librería Farenheit451 por la posibilidad de hacer toda la discusión que vamos a hacer ahora. Vamos a discutir de un tema del que se ha hablado tanto y del que se han dicho tantas cosas, y que tiene que ver en el fondo con la discusión entre reforma y revolución. Se trata de un tema muy viejo y, al mismo tiempo, cada vez más desconocido y del que cada vez se habla menos. Hoy en día hablar de revolución parece remitirnos a una cosa completamente del pasado, muy remota e imposible y, a veces, no deseable. De hecho, por poner un ejemplo gracioso, cuando pusimos en Twitter y en redes sociales lo que era el anuncio de esta charla, de una manera simpática, alguien dijo «imaginad qué importantes somos en Alicante que por aquí pasa la revolución proletaria mundial», refiriéndose al título del del cartel. Una broma sintomática. Vivimos en un momento, en una época histórica, donde para nosotros, nunca como ahora la revolución ha sido tan necesaria y, al mismo tiempo, nunca como ahora la revolución ha sido tan desconocida, tan rechazada, tan impugnada. En este sentido, discutir también a partir de esta premisa histórica nos parece muy importante, es decir, reflexionar un poco acerca de por qué la revolución es tan poco pensada como una alternativa de cara al mundo en el que estamos, que es un mundo cada vez más catastrófico, que es un mundo donde, a propósito de la pandemia, los desastres del capital son cada vez más más fuertes.

Es un lugar común de hoy para un montón de corrientes reformistas y socialdemócratas, en sus distintas perspectivas, reconocer el desastre cada vez más fuerte que implican el capital y el Estado. Sin embargo, la revolución como alternativa, y como alternativa mundial, es completamente minoritaria. Incluso en espacios y medios anarquistas, por ejemplo, ni se plantea ni siquiera la posibilidad de la revolución. Entonces, entrando más en el debate, nosotros sí, creemos que es importante tratar de pensar qué es el reformismo, pero también qué es la revolución. Muchas veces se han pensado y se han teorizado ideas de revolución que, en realidad, no tienen nada que ver con lo que sería para nosotros el significado de una revolución emancipadora, realmente comunista, que para nosotros implica la destrucción del dinero, del Estado, de la mercancía y de las clases sociales. Muchas veces, pasa hoy en día también, se habla de revolución, por ejemplo, como la Revolución cubana, cuando al final Cuba no deja de ser sino un régimen de capitalismo de Estado, como el resto de los países estalinistas.

Lo que queremos plantear luego para el debate son tres grandes cuestiones que nos parecen importantes.

Una primera: el capitalismo es un sistema que no se puede reformar, es decir, que para poder conducir a un verdadero proceso de emancipación tenemos que destruirlo, como proletariado, como clase. Sin embargo, el reformismo, es decir, la idea de que el capitalismo no tiene que ser destruido, sino que hay que reformarlo de distintas maneras, es algo que prácticamente nace desde los mismos orígenes del capitalismo. Una perspectiva que ha cambiado históricamente, en parte, pero buena parte de la sustancia de lo que es ese reformismo, del que vamos a discutir hoy, aunque muchas veces se presenta como algo nuevo, como algo novedoso, con palabras mucho más modernas o postmodernas, en realidad viene a decir un montón de cosas del pasado, del siglo XIX.

Una segunda cuestión nos remite a la alternativa de emancipación radical, protagonizada por el proletariado, de aquello que nosotros llamamos comunismo. Sus premisas también se han afirmado desde, como mínimo, el siglo XIX. Ya desde entonces se ha planteado una alternativa radical a este mundo, una alternativa que significaba una negación de los fundamentos y las categorías del capitalismo, de un mundo dominado por el dinero, por la mercancía, por las clases sociales y por el Estado.

Otro aspecto sobre el que nos gustaría discutir tiene que ver con lo que es la definición del reformismo. A veces lo que se plantea desde medios más revolucionarios es como si el reformismo fuera simplemente una conspiración por parte de élites que pretenden engañar a la clase obrera, al proletariado. El reformismo sería eso, algo que tiene que ver con la conspiración de élites y de grupos minoritarios. Para nosotros, sin embargo, el reformismo surge muchas veces de algo que es complejo, como la lucha inmediata contra este mundo. El capitalismo niega permanentemente las condiciones de vida del proletariado y de la inmensa mayoría de la humanidad, lo que desarrolla e implica un montón de luchas inmediatas que surgen y están surgiendo actualmente en todos los lugares del mundo. Si vemos las noticias, desde Colombia a Irak, desde Irán —que está viendo algunas huelgas obreras salvajes en que participan cientos de miles de obreros— a Estados Unidos, simplemente por hablar de luchas en el último año. Y, sin embargo, estas luchas inmediatas tienen muchas veces una dificultad de conectar con lo que para nosotros sería la verdadera solución histórica, que sería ir a la raíz, a propósito del cartel, a la negación de los fundamentos de este mundo. Entonces de esa separación entre esas luchas inmediatas y esa perspectiva histórica nacieron distintas corrientes dentro del movimiento obrero que planteaban, en realidad, lo que nosotros llamamos reformismo: es decir, no una negación radical de este mundo, no una perspectiva de aplastar el capitalismo sino tratar de convivir en realidad con él. Esto implica diferentes visiones reformistas. Hablaremos, en este sentido, de dos perspectivas en que se puede dividir el reformismo. Una más política, de la que voy a hablar yo, y otra perspectiva, de lo que llamamos reformismo social, un reformismo de la vida cotidiana, de las que va a hablar la compañera.

Hablando más del reformismo político, para no alargarme mucho en esta parte, señalar algunos breves apuntes de lo que sería la socialdemocracia como corriente histórica. Partiendo de lo que yo comentaba antes: que hay una separación entre las formas de lucha inmediata y una perspectiva histórica que muchas veces aparece remota. Es decir, mucha gente puede estar de acuerdo con que nos gustaría vivir en un mundo radicalmente diferente a éste, pero el problema son los medios a través de los cuales llegar a este objetivo final. De esa separación entre lo inmediato y lo histórico van a nacer corrientes, como la socialdemocracia, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Estas organizaciones, históricamente, ya no van a ser simplemente organizaciones que viven en esa separación entre lo inmediato y lo histórico, entre lo que se hace en el día a día y lo que sería una perspectiva de negación de este mundo, sino que a partir de algunos momentos históricos, 1914 y el estallido de la Primera Guerra Mundial, se van a convertir en organizaciones que directamente son integradas dentro del aparato del Estado y del capital. Y todo ello va a tener un montón de efectos sobre sobre la vida de millones de personas. Si pensamos en la Primera Guerra Mundial, la socialdemocracia va a apoyar la guerra y esto va a suponer la muerte de millones de proletarios en los frentes de la guerra imperialista. La socialdemocracia, a partir de la idea de defensa de la nación, y de la separación entre lo inmediato y lo histórico, va a justificar esta posición. Es decir, la socialdemocracia seguía manteniendo que luchaba por desmantelar el capitalismo, pero ahora, en lo inmediato, lo progresivo era defender la propia nación.

Cada socialdemocracia utiliza los mismos argumentos contra los países rivales. Para los alemanes, los rusos están sometidos a un régimen anacrónico, el zarismo. Viven aún en el Antiguo Régimen. Los franceses utilizan el mismo argumento, pero dirigido esta vez contra los alemanes. El elemento en común es siempre la defensa de la nación y de la patria. Argumentos que llegan hasta hoy en realidad. Es decir, la socialdemocracia no solamente no niega los fundamentos de este mundo, sino que recoge y hace suyos los fundamentos del mundo que dice combatir.

Esta perspectiva se suma a otros análisis teóricos. Por ejemplo, una crítica al capitalismo se limita a decir que es anárquico y que no permite una verdadera distribución de la riqueza, pero en el fondo no está negando sus categoría. Está simplemente tratando de ordenarlo de modo más racional, de permitir su funcionamiento de una manera más adecuada al capital. Este tipo de perspectivas y de límites, a partir de 1914 con su apoyo a la guerra, la socialdemocracia se va a convertir directamente en un enemigo del proletariado, un elemento indispensable del funcionamiento del capital. Todo ello se puede ver muy bien al acabar la Primera Guerra Mundial en Alemania. Aquí hay libros, en la librería, muy interesantes que hablan de todo ello;e por ejemplo, Una juventud en Alemania de Ernst Töller. Töller es un escritor alemán que será un protagonista importante de la República de los Consejos de Baviera del año 1919 y nos cuenta, en su libro de memorias, el papel asesino y contrarrevolucionario que tendrá la socialdemocracia en el asesinato de cientos de compañeros, en ese episodio concreto de la Revolución alemana. Es decir, ese aparato reformista ya no es solamente un aparato que no es en el fondo un aparato revolucionario, sino que es un aparato contrarrevolucionario. Es algo meridianamente claro a partir de 1914, con el apoyo a la Primera Guerra Mundial, y a partir de 1918 la socialdemocracia va a ser el arma que el capitalismo alemán va a tener para evitar el triunfo de la Revolución alemana, para que esa oleada que había empezado en Rusia y estaba atravesando desde 1918 toda Europa y todo el mundo fuera detenida de raíz.

Al respecto es muy sintomático el rol de algunos dirigentes socialdemócratas alemanes como Noske, ministro del Interior de la República de Weimar, que va a decir, por ejemplo, que «Alemania necesitaba un perro sangriento para acabar con la revolución» y él iba a ser ese perro sangriento. Un poco para que veamos la realidad. Cuando nosotros hablamos del reformismo, de la socialdemocracia a nivel político, estamos hablando de todo esto. Estamos hablando, en el fondo, de una corriente que históricamente ya es un aparato pleno del capital —lo que nosotros llamamos la izquierda del capital—, un elemento integral del orden existente que se convierte en un instrumento fundamental para que el capitalismo siga existiendo en 1918, o para que después otras corrientes como el nazismo triunfen. La socialdemocracia, como un elemento central de la República de Weimar, iba a ser el protagonista central de la masacre de más de 100.000 comunistas y anarquistas en Alemania de 1918 a 1923.

Y podríamos hablar de otras corrientes, como el estalinismo, como esa Revolución rusa, que ya a partir de 1920-1921 se va a convertir en otra cosa y que va a generar toda una de aparatos contrarrevolucionarios a partir de los diferentes partidos comunistas. Hoy es 17 de julio, por lo que mañana es el 18 de julio, el aniversario del golpe de Estado de una parte del Ejército español que un día después, el 19 de julio, generó aquí mismo una respuesta obrera y proletaria frente al golpe de Estado. Es en este contexto donde el crecimiento del PCE y el PSUC en Cataluña será uno de los principales instrumentos que la contrarrevolución burguesa conocerá para desviar las posibilidades de la ofensiva de clase el 19 de julio de 1936. Y en ese sentido es un fenómeno parecido a la socialdemocracia alemana. El momento más emblemático será la represión tras los sucesos de Mayo de 1937 y el asesinato y tortura a manos de los sicarios estalinistas y republicanos de miles de compañeros y compañeras.

Esto expresa de un modo claro por qué nosotros no somos ni de izquierda ni de derecha: somos comunistas, y el comunismo es para nosotros es un movimiento real que significa la abolición de un mundo organizado a partir del dinero, de las mercancías, de las clases sociales. La izquierda y la derecha son distintas corrientes de la burguesía. Son distintas corrientes al servicio de este mundo. Y la historia es muy interesante para poder observar todo ello, desde Alemania a España en los ejemplos que hemos utilizado. También para poner en cuestión algunos de los lugares comunes más obvios de la izquierda, como el antifascismo. El antifascismo, en la Segunda Guerra Mundial, concretamente, para lo que va a servir es para evitar el tipo de respuesta proletaria que se dio al final de la Primera Guerra Mundial. En aquel momento se dio una comprensión proletaria masiva de que esa guerra no era nuestra guerra, que era una guerra al servicio de los generales y los burgueses y capitalistas de cada país, que nos están utilizando como carne de cañón y tenemos que buscar nuestra propia respuesta de clase, proletaria, que es autónoma e independiente con respecto a todos los Estados capitalistas alemanes, franceses, rusos… Es esta premisa lo que permite el desarrollo de esa enorme oleada revolucionaria que se extiende por el mundo desde 1918 a 1927, si hablamos de China, o incluso de 1937 si hablamos de España. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial ya es diferente, entre otras cuestiones, por este papel de la izquierda política y su ideología antifascista. Ya no hay Estados capitalistas que combaten entre sí en una perspectiva imperialista. Los proletarios no son ya carne de cañón para beneficio de los intereses capitalistas. Para la ideología antifascista hay algunos Estados que serían como el eje del mal, lo que serían los Estados fascistas frente a Estados que serían los buenos, los democráticos o la Unión Soviética, y hay que posicionarse con un lado frente al otro, el eje antifascista frente al eje del mal. Todo esto va a implicar una matanza de, por lo menos, 50 millones de proletarios. Pero no solamente eso, sino que en todo esto lo que vamos a perder es una perspectiva de clase, de independencia de clase.

Por todo ello, nos parece muy importante hablar de estos temas. Para nosotros hablar de la socialdemocracia a nivel político supone hablar de todo esto. Y para ir terminando esta parte, los años treinta y cuarenta suponen una socialización del capitalismo que le permitirá modernizar y desarrollar su dinámica durante algunas décadas a través de la estatalización del capital. En este sentido, este proceso es dirigido por el fascismo y el nazismo alemán, el New Deal de Estados Unidos o los planes quinquenales de la URSS. Esta modernización ulterior del capitalismo, a partir de los años 40 y 50, le va a dar una cierta vida al desarrollo del capitalismo, aunque siempre atravesado, de modo continuo, por medio de un montón de desastres y de barbaries que se van a seguir desarrollando después de la Segunda Guerra Mundial.

Hoy en día el capitalismo ha llegado a su límite interno. Es un sistema que está cada vez más en crisis y tiene cada vez más dificultades de poder desarrollarse a partir de sus propios fundamentos. Es lo que hace que vivamos en un mundo con cada vez más desastres, con cada vez más pandemias, con cada vez más crisis sociales y económicas. Todo esto es muy importante para entender el papel de la izquierda política. Creo que aquí tenemos un ejemplo muy claro para poder discutir de todo esto, que es el ejemplo de Podemos como partido político, por ejemplo, a partir de lo que fue el 15M en el 2011, y cuál ha sido el papel y la función de este tipo de organizaciones como aparatos para reconducir las luchas sociales dentro de los perímetros institucionales y también para poder entender la falsedad de todos sus discursos. Su famoso realismo y pragmatismo que iba a suponer la posibilidad de revertir situaciones de malestar y desigualdades sociales desde las instituciones. Pero, en realidad, no son y no pueden ser sino funcionarios del capital y lo podemos ver también aquí, en el País Valencià, con el ejemplo de Compromis y Podemos en el gobierno de la Comunidad Valenciana. La función de la izquierda política, en sus diferentes corrientes, no es sino la de ser simples gestores del capital, y es que no pueden ser otra cosa no. Y podrán decir lo que quieran, pero lo que hacen es gestionar el capital y el Estado, administrar las fronteras, por poner un ejemplo. Y así haces toda una campaña antifascista ridícula y asquerosa contra Vox, a propósito de los menas, y dos semanas después expulsas a 6.000 migrantes en Ceuta. Y es que todo Estado capitalista tiene que defender las fronteras del Estado porque tu función, como izquierda, es esa.

Por eso para nosotros es muy importante entender la socialdemocracia, en sus diferentes versiones, como izquierda del capital, como una izquierda orgánica al mundo de la burguesía. Da igual lo que digan o su retórica acerca de lo que van a hacer. De modo concreto e invariable, siempre son gestores de los desastres del capital y no pueden ser otra cosa. Y es que no puede haber ninguna gestión de este mundo, desde la política y desde los Estados del capital, que no sea en defensa de los fundamentos de este mundo y que no implique, entonces, el desarrollo de los desastres y catástrofes consustanciales al capitalismo.

También podemos hablar de otras formas de reformismo político más radicales, aparentemente menos institucionales, que hablan de la resistencia al capitalismo. Pensemos, por ejemplo, en la autonomía y en sus sectores más reformistas. Nosotros que vivimos en Madrid pensamos, por ejemplo, en espacios como la librería Traficantes de Sueños y la red de fundaciones y colectivos que se mueven a su alrededor y que tratan de combinar una participación política e institucional —participando en la primera candidatura municipalista de Manuel Carmena— con todo un desarrollo a un nivel más social que implique una supuesta resistencia al capitalismo a través de una red de cooperativas, fundaciones, bancos de alimentos, monedas sociales, formas de lo que llaman economía solidaria. Es decir, a partir siempre de las mismas categorías de este mundo, las mismas categorías del capitalismo. Creo que la misma experiencia municipalista en ciudades o a nivel del Estado, por ejemplo, sirve abundantemente como demostración del carácter reformista e impotente de estas experiencias. Experiencias que no han sido sino canales de alimentación y comunicación constante entre los representantes políticos de la “izquierda alternativa”, la parte del aparato del Estado que controlaban ellos, y la red de cooperativas que, de este modo, se garantizaban negocios y nichos de mercado a través de las financiaciones institucionales. Todo esto para poder ver, dando la palabra a la compañera, la relación y los nexos que vinculan al reformismo político y al reformismo social.

Compañera 2

Y, efectivamente, el reformismo político a través de la participación en las instituciones y en el Estado tiene como fin intentar desmantelar el sistema capitalista a través del propio Estado —esto en el mejor de los mejor de los casos, en aquellos proyectos que tenía la socialdemocracia clásica a finales del XIX y principios del XX— o ya a partir de determinado momento histórico, la propuesta de intentar, por lo menos, domesticar al capitalismo, darle un carácter humano, algo que solo se podía hacer con propósito de mayorías, es decir, a través de la administración de nuestra miseria por parte del Estado.

La contracara de esa forma de reformismo político es lo que nosotros llamamos reformismo de tipo social o de la vida cotidiana: un reformismo que se plantea ya no desmantelar este mundo o domesticar el capitalismo a través del Estado, sino en todo caso resistir o huir. Una resistencia que de todas formas no tiene que ver con quien resiste en plena batalla para intentar acabar con este mundo, sino una resistencia que en el fondo se sabe sin esperanzas, una resistencia propia de un mundo donde ya no hay un horizonte de emancipación posible. En todo caso, lo que hay que hacer es intentar construir una forma de sociedad que resiste, en la medida de lo posible, a través de redes de cooperativas, de economía social y de moneda social, para intentar por lo menos construir una estructura paralela dentro de este mundo y resistir a él de la mejor manera posible. Es eso o una huida, una fuga, desde un sentido más radical como la negación de este mundo: no queremos vivir en este mundo y vamos a intentar sustraernos, nos vamos a intentar escapar de él. Y vamos a intentar encontrar espacios de buen vivir dentro de este mundo, donde nos dejen en paz, donde no tengamos que mediar nuestras relaciones por la mercancía, por el dinero, por el Estado.

En cualquier caso, estos reformismos no son comparables y hay que tener sentido de las proporciones. No es comparable participar directamente de las instituciones estatales y del terrorismo estatal, directa o indirectamente, siendo responsables de ello, que intentar resistirse a la violencia de este mundo a través de la creación de redes de cooperativas e intentar sustraerse a él con proyectos de vida en común. No es lo mismo y, sin embargo, sí que tienen una determinada base común, que es lo que queremos también discutir en esta segunda parte y ofrecerlo también para para el debate.

En el fondo existen dos formas de reformismo social: la de intentar resistir construyendo una sociedad alternativa dentro de este mundo, y la intentar fugarse directamente, construyendo espacios donde el capitalismo no entre. Visiones, que, por otro lado, no son nuevas, no son actuales, sino que vienen atravesando la historia del capitalismo desde posiblemente sus orígenes, precisamente porque el reformismo no es un mero invento creado para intentar recuperar nuestra radicalidad y nuestra fuerza social para reforzar este mundo. Precisamente porque el reformismo no es un invento sino un fenómeno material, este tipo de formas se dan con distintos nombres, con palabras diferentes, en lenguas diversas, en momentos históricos y cosmovisiones heterogéneas, pero tienen una determinada base común. La idea de construir una sociedad alternativa, paralela a ésta, es algo que va a estar en los mismísimos orígenes del movimiento obrero. Podemos pensar en el cartismo o remitirnos a las propuestas de Proudhon. Podemos pensar también, de una manera diferente, en el anarcosindicalismo y en cómo intenta construir una sociedad alternativa que o bien conviva con la de este mundo, o bien se proponga simplemente ir creciendo en un sentido gradual para acabar deshaciéndose del capital.

Sin embargo, en este tipo de perspectivas, donde una sociedad alternativa va creciendo gradualmente hasta hacerse con los mandos de control de esta sociedad, se obvia una cuestión fundamental y es que, en este mundo, el capitalismo no se define por quién está en el control de mandos del sistema. El capitalismo se define por cómo nos relacionamos entre nosotros, entre las personas, a través del dinero, de la mercancía y de un Estado que necesariamente tiene que administrar eso. Y es que quienes se relacionan a través del dinero y de la mercancía son necesariamente individuos atomizados, que tienen que tener un árbitro permanente, es decir, el Estado, como un ente relativamente imparcial, imparcial pero siempre en defensa de este mundo y de los intereses del capital.

Estos serían los ejemplos históricos del reformismo de la resistencia, de construir una alternativa social. Por otro lado, los intentos de escaparse de este mundo, de intentar crear espacios de resistencia donde se den otro tipo de relaciones no capitalistas, también han sido extremadamente frecuentes. Podemos pensar, sin alargarnos mucho, en la idea de los falansterios de Fourier y en las propuestas de crear comunidades que efectivamente se llevaron a la práctica, comunidades donde se intentó romper con la existencia del dinero, con determinada manera de llevar a cabo un trabajo asalariado, mandado por un patrón. Es decir, trataron de construir otro tipo de relaciones radicalmente distintas, organizadas a través de asambleas. Al final esas comunidades se acababan agotando de un modo más o menos rápido, o bien directamente eran asumidas por este mismo mundo.

Pensamos que seguramente se tenía mucha más capacidad de intentar construir espacios diferentes dentro de este mundo, espacios como islas de emancipación, islas emancipadas dentro de este mundo tan opresivo, en el pasado o en los orígenes mismos del capitalismo que actualmente. En la medida en que el capitalismo se desarrolla, lo hace dando plenitud a su esencia, que es una esencia absolutamente totalitaria. A medida que el capitalismo se desarrolla, quedan cada vez menos bosques donde esconderse, quedan cada vez menos espacios en donde alguien pueda intentar escaparse del Estado, del dinero y de la mercancía. A medida que el capitalismo se desarrolla, la mercancía y el Estado alcanzan cada uno de los rincones del planeta.

El problema de estas formas de reformismo social es que al final vienen a presuponer que el capital es eterno. Parten de la premisa de que el capitalismo siempre va a existir y que no podemos acabar con él y que, por tanto, lo que hay que hacer es resistirse o escaparse de él. Parten de que no es posible acabar con él a nivel mundial, que no es posible acabar con él como una acción mayoritaria y colectiva que nos permita, al conjunto de la especie en el planeta, tener otro tipo de relaciones sociales. Pero el problema de negar la revolución es que no hay muchas más alternativas: si niegas la revolución es inevitable caer en la reforma. No hay terceras vías, no hay caminos alternativos. Y el problema de caer en la reforma, el problema de defender la reforma, es que el reformismo siempre parte de algo real para construir una ideología que es falsa. Parte de algo real porque parte de las necesidades reales que tenemos de intentar sobrevivir en las mejores condiciones posibles, de intentar satisfacer nuestras necesidades inmediatas en este mundo, y de buscar las maneras de alcanzarlo. Pero al desvincular esas necesidades inmediatas de la necesidad histórica que tenemos de la revolución, se genera una falsa ideología por la cual sería posible plantear, como proyecto político, la resistencia. Se trataría entonces o bien de una resistencia sin horizonte de emancipación, una resistencia por la resistencia, o bien plantear que sería posible realmente escaparse a este mundo, que sería posible realmente construir esas islas de emancipación en un mundo aberrante y cada vez más violento. Eso, sin embargo, no es cierto. El capitalismo tiene una naturaleza totalitaria y tiene una naturaleza que, además, a diferencia de otras sociedades de clase del pasado, tiene la capacidad de absorberlo todo y convertirlo todo en mercancía, transformando a las personas en un sujeto de administración estatal. Y no solo tiene la capacidad de hacerlo, sino que tiene la necesidad intrínseca de realizarlo. Es, por eso mismo, que el socialismo en un solo país nunca existió y desde luego el socialismo en una sola aldea o en una sola región no son posibles.

El capitalismo no permite la convivencia con otro tipo de relaciones sociales al interior de las relaciones sociales capitalistas. Por eso mismo, la única manera de acabar con el capitalismo es a través de esto que hacía gracia a esta persona que hizo los comentarios en Twitter, a través de una revolución mundial que para ser revolución, que para poder acabar realmente con las bases de este sistema, tiene que ser de la clase oprimida de esta sociedad, tiene que ser hecha por parte del proletariado que lo hace, no para afirmarse a sí mismo, sino para poder negar precisamente los fundamentos que le hacen ser clase dominada. Solo a través de una revolución mundial se puede acabar con el dinero, con el Estado y con la mercancía, no hay otra manera de hacerlo. No es posible acabar con el dinero y con la mercancía en un solo territorio y, sin embargo, hoy en día posiblemente nos encontramos ante una situación histórica terrible y, en realidad, el futuro es cada vez más negro el nivel de catástrofe, de hecatombe social y ecológica.

Esta realidad solo puede crecer, porque la relación del capitalismo con la naturaleza será cada vez más voraz y perversa. Solo puede abocarse a una mayor destrucción. Y además porque en la propia lógica del capitalismo, en la propia lógica de automatización y de robotización, se tiende a expulsar trabajo, lo que supone que, en una sociedad donde solo puedes acceder a los recursos si te vendes, si alquilas tu cuerpo y tu energía, sin embargo, cada vez hay menos oportunidades para hacerlo, cada vez hay menos opciones de hacerlo. Cada vez el capitalismo va dejando una población excedente, una población que sencillamente no sirve ya para los parámetros de este mundo. Nos enfrentamos, precisamente, ante una situación histórica —y cada vez va a ser más así— de dimensiones catastróficas. Por tanto, la revolución nunca ha sido tan necesaria y, al mismo tiempo, seguramente la revolución nunca haya sido tan negada. En el mejor de los casos, se plantea que la revolución no es posible. Sería deseable pero, en cualquier caso, no es posible. A la vista están los ejemplos históricos de las revoluciones que han fracasado permanentemente. En el peor de los casos, se dice que la revolución no solo no es posible, sino que además no es deseable, que la revolución necesariamente es un ejercicio de ingeniería social que solo va a conllevar una nueva situación de mayor explotación. A la vista está: ¿no era aquello el comunismo? Stalin, los campos de concentración, la masacre de millones de personas. La revolución —se dice— nunca ha sido ni posible ni deseable y, entonces, solo se nos deja —porque no hay terceras vías— de la mano de la reforma.

Este tipo de visiones, de todas formas, están muy datadas históricamente. Se deben al golpe de la contrarrevolución, que fue precisamente la que sucedió a este período revolucionario del que estaba hablando el compañero, y que fue una contrarrevolución plenamente capitalista. Hay que dar a las cosas su nombre. Ese peso de la contrarrevolución lo venimos cargando a nuestras espaldas y posiblemente es por eso que en el contexto de los años 80 y 90 empiezan a tomar mucha más fuerza determinados tipos de discurso que hacen de esta forma de reformismo social una propuesta política explícita. En ellos se explicita que el horizonte de emancipación no es posible, o no viene cifrado por la revolución. Esa perspectiva, posiblemente, viene de esa misma situación de derrota en los años 80 y 90. Claro, cuando estamos hablando de la crítica al reformismo social es muy importante distinguir que no estamos criticando las elecciones personales de aquellos o aquellas que intentan tener unas mejores condiciones de vida. Qué duda cabe que vivir en esas megalópolis, como es la propia Madrid, implica unas condiciones de vida que son terribles, que son paupérrimas, que dañan tu propia salud. No se trata de criticar las elecciones personales de quienes intentan tener otro tipo de lazo con la naturaleza, recuperar saberes tradicionales, vivir una vida más saludable, intentar tener relaciones más comunitarias con los otros. Ni tampoco es bueno criticar a aquellas o aquellos que intenten, en lugar de tener al jefe o la jefa que te esté dando por culo, tener una cooperativa e intentar, por lo menos, tener un cierto autogobierno de tu trabajo y de tu manera de ganarte la vida, aunque siempre en condiciones de mercancía, de dinero, de venta, por tanto, de tu fuerza de trabajo a un mercado que es el que dicta las condiciones. No se trata, por tanto, de criticar las elecciones personales, se trata de criticar que eso sea una propuesta política, que eso se plantee como una propuesta de emancipación y criticar todavía más que esa sea la única perspectiva de emancipación posible, porque la revolución no es posible o ni siquiera deseable.

Por fortuna, la revolución no depende de lo que es deseable o no, ni depende de las voluntades de un grupo de individuos, ni de aquellos que la quieren, ni de aquellos que no la quieren. La revolución no es un hecho de voluntades ni de ideas. La revolución es un fenómeno material. Es un fenómeno material que antes de ser el gran día, del gran proceso revolucionario, en realidad, viene precedido por un aumento de la polarización social, por el estallido previo de toda una serie de revueltas y de luchas sociales, por el aprendizaje también sobre qué podemos hacer en esas luchas y las lecciones que no solo podemos, sino que debemos sacar de ellas para las siguientes. Y eso es algo que ya estamos viviendo, entre otras cosas, porque ante ese mismo panorama de catástrofe social y ecológica, algunos plantean que sí, pero en realidad las personas no se pueden quedar de brazos cruzados, y no lo están haciendo. No lo están haciendo porque tenemos un instinto de supervivencia como especie que nos aboca a la lucha, nos aboca a la revolución y nos aboca a otro tipo de relaciones que intenten negar las clases sociales, el dinero y la mercancía. Por tanto, el esfuerzo que tenemos que hacer de cara a eso no es «volver al campo mientras el mundo se derrumba», ni entrar en las instituciones para gestionar la catástrofe desde el Estado, mandando a la policía cuando te protestan por esa misma catástrofe. La única posibilidad que tenemos realmente de enfrentarnos a este proceso de polarización social, que ya se está viviendo y que se va a vivir de una manera cada vez más acentuada, es precisamente prepararnos para dirigir esa fuerza social hacia los fines de una sociedad emancipada. Porque procesos de revuelta, de estallidos sociales, de confrontación con el Estado van a ocurrir cada vez más. Lo que no está asegurado, en realidad, es que en esos procesos podamos vencer, es que en esos procesos se tenga claro, concretamente, de qué hablamos cuando hablamos de una sociedad emancipada, y es por eso importante distinguir netamente lo que es el reformismo, de lo que es una perspectiva emancipadora revolucionaria. Así que podemos dar comienzo al debate.

Ni reformar este mundo ni escapar de él: por la revolución proletaria mundial

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