LA ERA DE LOS RESIDUOS

LA ERA DE LOS RESIDUOS

La nueva era de los residuos, no es una simple descripción de  la progresiva y dramática acumulación de desechos de nuestra civilización postindustrial y de la gestión de nuestras basuras globales, sino una categoría analítica de enorme potencialidad que nos permite desenmascarar la normalización de relaciones socioecológicas injustas, que justifican todo tipo de violencias. No podemos separar la acumulación de la basura de  cuestines profundamente políticas relacionadas con las estructuras de poder, la explotación y las desigualdades. Todos vivimos en el mismo planeta, pero en posiciones distintas que otorgan al accidente,  a la catástrofe o a la acumulación obscena e imparable de residuos una naturaleza profundamente política. Hay que ir más allá de las relaciones humanas basadas en el consumo y en la “otredad”, en la constante necesidad de construir fronteras mentales y sobre todo físicas entre ricos y pobres, limpieza y suciedad, objetos de consumo y desechos, productores y recicladores. Se trata de un reto mayúsculo que sólo será realizable si progresivamente vamos implantando nuevas prácticas contrahegemónicas de comunalización, nuevas redes de solidaridad, de cuidado, de compartición de bienes y recursos, que actúen de contrapeso a las relaciones asimétricas y violentas del Basuraceno.

El residuo no se considera Aquí una cosa sino un conjunto de relaciones socioecológicas  destinadas a (re)producir exclusión y desigualdades. EL Basuraceno supone que los residuos pueden considerarse como la marca planetaria de nuestra nueva era. Lo que caracteriza al Basuraceno son las relaciones basadas en el residuo, el desperdicio, las de alcance realmente planetario, que producen las personas y lugares deteriorados. La proximidad o superposición entre una determinada comunidad y una instalación contaminante es algo más que una cuestión de kilómetros y códigos postales. Los residuos como relación construyen la comunidad en sí misma en lugar de seleccionarla únicamente  como el lugar ideal para una instalación no deseada. “Tanto si hablamos de los residuos radiactivos de los países industrializados como de los residuos de un hogar o de un pueblo de la India, la “suciedad2 solo puede ir a un lugar que se designa como el “exterior”. La práctica de la “otredad”, inherente al proyecto colonial, se encuentra en el centro de  cualquier relación de desperdicio. La producción de residuos está conectada con la producción del otro, o del exterior, y del “nosotros”. El desperdicio no sólo define quiénes son los “otros”, sino también “quiénes somos nosotros”. La “otredad”, es decir, la producción colonial del otro, y la “mismedad”, o la invención retórica del “nosotros”, son las dos caras de la moneda. La otredad producida a través el desperdicio está más extendida que la creación de determinadas zonas de sacrificio. La otredad significa cambiar la “naturaleza” del otro y, al mismo tiempo, utilizarla para preservar un privilegio. Las prácticas comunalistas- es decir, las prácticas  colectivas que generan bienes comunes- son las estrategias antidesperdicio más beneficiosas porque, mientras que las relaciones basadas en los residuos producen ganancias  a partir de la explotación y la alteración, las relaciones compartidas, en cambio, producen bienestar a través del cuidado y la inclusión. La lógica del Basuraceno reproduce personas y ecosistemas desperdiciados,  con  lo que cualquier proyecto alternativo no puede ser menos  que una alianza de liberación multiespecie.

En el centro de cada historia del Antropoceno se encuentra algún tipo de residuo. El residuo puede considerare la esencia del Antropoceno, pues encarna la capacidad del ser humano para afectar al medio ambiente hasta transformarlo en un gigantesco vertedero. Pensar el Basuraceno significa enmarcar los residuos como desperdicio, es decir,  como relaciones socioecológicas que crean personas y lugares desperdiciados. En esencia, el residuo implica  clasificar lo que tiene valor y lo que no lo tiene. El régimen de residuos, es decir, la organización social que determina qué es un residuo y a dónde debe ir, hace , por ejemplo, del vertedero una pieza clave del barrio seguro y verde. Es el muro el que hace el paraíso, es decir, la alteridad de alguien o algo que crea un “nosotros” seguro. El vertido es un proceso social a través del cual las injusticias de clase, raza y género se incrustan en el metabolismo socioecológico que produce tanto jardines como vertederos, cuerpos sanos y enfermos, lugares puros y contaminados. El Basuraceno   solo puede entenderse dentro del concepto más amplio de Capitaloceno; es una de las múltiples manifestaciones de las ecologías capitalistas que producen la crisis contemporánea. El Basuraceno subraya la naturaleza contaminada del capitalismo y su resistencia dentro de la textura de la vida. Mientras que las huellas del Antropoceno  se contemplan en la geosfera, el Basuraceno requiere una exploración de la organosfera, es decir, la textura de la vida. Los estratos de toxicidad se han depositado en los cuerpos de los humanos y los no humanos, dando testimonio de la opresión y la explotación que el capitalismo ha impuesto a los subalternos. El Basuraceno es inherentemente histórico porque implica la persistencia de los residuos; está sincronizado con la “violencia lenta”, es decir, los efectos retardados de los daños ambientales en los humanos, los no humanos y los ecosistemas. Así como el Capitaloceno habla de los orígenes de , o mejor aún, de las causas de la crisis socioecológica,  el Basuraceno descubre los efectos del capitalismo en la vida. Por otro lado, al situar  las relaciones socioecológicas en su centro, el Basuraceno desenmascara y rechaza cualquier forma d cosificación. Esto implica que no sonlas emisiones de CO2 las que han creado la crisis ecológica, sino las relaciones socioecológicas que producen las emisiones. No podemos ni debemos pasar por alto el complicado y siempre conflictivo espacio de la política. Porque, si el problema es la “cosa”-ya sean las emisiones de CO2 o cualquier otro tipo de residuo-, la geoingeniería, la energía atómica o las incineradoras  pueden ser las soluciones; pero si queremos abordar las relaciones socioecológicas que alimentan a unos pocos con  beneficios y poder en detrimento de los muchos, puede que tengamos que cambiar estas relaciones. Empero, el discurso del Antropoceno con los desechos es muy común culpar a los más afectados por haber creado el problema en primer lugar. Pero el Basuraceno repolitiza la crisis socioecológica; el residuo es una relación, no una cosa o un error  que hay que resolver. El Basuraceno tiene el poder de decir la verdad, tomando las injusticias no como efectos secundarios casi invisibles, sino como la pieza central de un sistema que produce riqueza y seguridad a través de la otredad de los que deben ser excluidos. Un corolario importante del paso del Antropoceno al Basuraceno reside en la centralidad del cuerpo, que es un espacio tanto de opresión como de liberación. El Basuraceno es inmanente, siempre tan cercano que uno puede olerlo o sentirlo. El cuerpo es una poderosa herramienta,  un espacio poroso que absorbe y hace visible la sopa tóxica que lo esponja todo en la Tierra. El Basurceno es interno, está corporeizado, está hecho de carne, hueso y suciedad. El basuraceno debería poner en primer plano los límites corporales que diseñan es espacio operativo seguro para la supervivencia de la vida. El capitalismo  bombea continuamente toxinas en el sistema de vida del planeta, siguiendo su propia lógica de límites: los que separan el privilegio y lo desechable, la pureza y la contaminación, la vida y la muerte. La tendencia del capitalismo conducirá, tarde o temprano, a la ruptura de esos límites y al desperdicio de todo. Cuanto más nos adentramos en el Basuraceno, más fuerte se hace la obsesión por la seguridad y la exclusión. El espacio habitable dentro de los límites corporales del Basuraceno se está estrechando, por lo que se requieren vallas más altas y controles de acceso más estrictos. Hoy en día el mar Mediterráneo es  la frontera contra la que se estrellan  miles de seres humanos en su intento por forzar los límites que dividen a los que valen y a los que son desechables. Pero la centralidad del cuerpo en el Basuraceno no sólo habla de opresión y victimización. La experiencia corporal del Basuraceno también ha creado sujetos resistentes. Como el residuo es una relación social que reproduce las desigualdades de poder, es inherentemente un hecho político y no técnico. Al entrar en los cuerpos y las ecologías de los humanos y no humanos, el desecho politiza los cuerpos y las ecologías. El cuerpo desechable se convierte en  un cuerpo político y su lucha por sobrevivir una insurrección o, más miméticamente, un sabotaje de las relaciones sociales que hacen cumplir los límites corporales del Basuraceno. La némesis del desperdicio no es el reciclaje, sino la comunalización. El reciclaje puede contener algunos pilares de la comunalización, incluyendo una actitud para pensar en la reproducción(frente al consumo). El reciclaje puede tener un efecto positivo más amplio al llevarnos a “repensar nuestra relación con la materia que nos rodea”. Pero centrados más en el acto de desechar que en los residuos en sí mismos, la comunalización es el antídoto. Comunalización significa el conjunto de prácticas socioecológicas que (re)producen bienes comunes, transformandoolos de una “cosa” a una práctica colectiva, a una relación. Los bienes comunes son tanto lo que compartimos como la infraestructura social para compartirlo. Dado que los bienes comunes y la comunalización tienen la propiedad de autoregenerarse mediante una red de relaciones socioecológicas la comunalización es (re)producir a través del compartir como desechar es extraer a través de la otredad. Mientras que las relaciones del desecho se basan en el consumo y la “otredad”, es decir, en la clasificación de  qué y quién es un residuo, las prácticas de comunalización se basan en la reproducción de recursos y comunidades.

El Basuraceno en la ciencia ficción es la modernidad convertida en residuos. La ruina de la modernidad no solo se  manifiesta en el paisaje dilapidado sino que entra en los cuerpos, cambiando radicalmente la naturaleza del ser humano. Los retazos de la modernidad se reutilizan y resignifican en un bricolaje que parece ser  la esencia del Basuraceno imaginado. Lo que importa en el Basuraceno es la relación entre el vertedero global para la mayoría y el paraíso para unos pocos. Ser capaz de reutilizar/reciclar lo que se desperdicia es una habilidad crucial para aquellos que se ven obligados a vivir en un vertedero social y material. La represión violenta es un medio  crucial en el Basuraceno; la gente no acepta fácilmente ser tratada  como desecho ni ser obligada  a vivir en vertederos socioecológicos. Sin embargo, la represión epistémica y cultural es también una herramienta importante para mantener el sistema en funcionamiento. El discurso de los méritos  supone que quienes viven en el basurero socioecológico global no son víctimas de la injusticia, sino de su propia capacidad para construirse una vida mejor. El Basuraceno no trata sobre las ruinas sino sobre como son el subproducto de unas relaciones socioecológicas injustas normalizadas  a través de una celebración casi religiosa.

“el conocimiento es una forma de poder”. “En los tiempos modernos-continúa Howard Zinn- cundo el control social descansa en “el consentimiento de los gobernados”, la fuerza se mantiene en suspenso para las emergencias, y el control cotidiano de la sociedad se ejerce mediante un conjunto de reglas, un tejido de valores transmitido de una generación a otra por los sacerdotes y maestros. Lo que llamamos el auge de la democracia en el mundo significa que la fuerza es sustituída por el engaño(una forma brusca de decir “educación”) como el principal método para mantener la sociedad tal como es”. La forma en que contamos  las historias de nuestro pasado es primordial para la construcción de las identidades colectivas y da un sentido a la dirección del presente y al futuro. Desde la perspectiva del Basuraceno, los historiadores también han contribuido a la creación de la infraestructura narrativa que asegura la reproducción de las relaciones de desperdicio. Algunas historias, recuerdos e incluso hechos deben ser desechados, no se considera que merezcan ser recordados. La otra cara de esta clasificación sistemática de historias descartadas ha sido la producción de una narrativa hegemónica del Antropoceno, es decir, una que oculta la intersección sistémica del racismo/colonialismo, del heteropatriarcado, de la desigualdad de clases y de la supremacía humana con la producción de la crisis planetaria. Al identificar a la humanidad como dominadora de la naturaleza, afirma que esta narrativa hegemónica oculta a otros sujetos subalternos, que se consideran irrelevantes para la historia. Esta narrativa hegemónica, entonces, no tiene que ver simplemente con qué memorias y subjetividades son desechadas fuera de la narración d la historia, sino con cómo esa narrativa hegemónica funciona para  justificar esa misma exclusión. Las historias del Basuraceno reproducen las relaciones basadas en los residuos que hacen que algunos lugares y personas sean desechables. Los historiadores sociales han trabajado para cambiar la narrativa histórica dominante. Los grupos subalternos han entrado en los discursos históricos gracias a la investigación sobre los trabajadores, las mujeres, los esclavos, los indígenas, los pobres, los campesinos y muchos más sujetos-u objetos-marginales. El auge de la historia ambiental ha expandido aún más el alcance de la historia, introduciendo temas que antes eran desatendidos. La (re)producción de la memoria histórica colectiva-en otras palabras, la construcción de una historia oficial y su transmisión mediante la educación y los discursos públicos-sigue siendo en gran medida inmune a estas nuevas líneas de investigación. Borrar lo que no encaja en  la narrativa dominante es el primer y más común mecanismo para producir historias del Basuraceno. “Las narrativas no matan por si mismas, por supuesto. Pero pueden ocultar los asesinatos y a los asesinados, y convencernos de que no son parte de la historia de la modernidad”. Invisibilizar la violencia, normalizar la injusticia, borrar cualquier narrativa alternativa: estos son los pilares  de las narrativas del Basuraceno. La lógica del Basuraceno dice que en nombre del progreso y de un “bien común” superior se sacrificaron algunas vidas y algunos lugares, puestos literalmente a trabajar por el bienestar de otros. Mientras que la invisibilización borra  incluso las huellas de lo que/quien ha sido desperdiciado, la domesticación de la memoria es quizás una estrategia más sofisticada para seguir reproduciendo las  relaciones de desperdicio. La domesticación de la memoria significa ordenar una determinada versión de la historia que no desvela las injusticias ni da cabida a la rabia social. “Las instituciones han hecho y siguen haciendo todo lo que esté en su mano para dividir a los buenos supervivientes de los malos. Los buenos son los que cuentan la historia del sufrimiento, los que conmueven a los oyentes hasta las lágrimas, pero se detienen ahí. Esos son los que callan y dejan a las instituciones la tarea de contar los hechos y, por lo tanto, hacen que la memoria sea inofensiva. Así, la memoria no molesta a los poderosos intereses económicos que siguen priorizando el beneficio sobre las vidas humanas”. El duelo tiene que ser contenido, la lógica del Basuraceno no puede ser cuestionada. Si un episodio trágico hace que el desperdicio de vidas humanas sea demasiado evidente como para ser ocultado, esto debe entenderse como un accidente y no como la manifestación del Basuraceno, la prueba de que el sistema se basa en el desperdicio de humanos y no humanos, sus vidas, sus conocimientos, incluso sus historias. La domesticación de los recuerdos va de la mano de la fabricación de narrativas tóxicas, otra marca del sistema del Basuraceno. “una historia que se cuenta siempre desde el mismo punto de vista, de la misma manera, incluso con las mismas palabras, omitiendo siempre los mismos detalles y eliminando los mismos elementos que podrían ofrecer un sentido del contexto y su complejidad. Las narrativas tóxicas son parientes cercanos de  los “relatos mayoritarios”, es decir, historias que naturalizan el privilegio racial mientras  descartan o borran la experiencia de las personas que no se ajustan al paradigma blanco. Vincular las narrativas y  la toxicidad es tremendamente atractivo dentro del pensamiento del Basuraceno porque la contaminación ha sido siempre un brebaje donde las sustancias químicas nocivas se mezclan con los discursos nocivos. Las historias tóxicas construyen la infraestructura  narrativa que dificulta la posibilidad  de ver la injusticia al mismo tiempo que se culpa a las comunidades afectadas por los problemas causados no por ellos, por supuesto, sino por la lógica del Basuraceno de la discriminación de personas y lugares. Para elaborar la narrativa tóxica perfecta, el primer ingrediente es la ocultación: el desbordamiento de la lógica del Basuraceno tiene que desaparecer de la memoria colectiva. El segundo ingrediente es naturalizar /normalizar  la injusticia: si ocurre algo malo, no es culpa de nadie; el dolor, no la indignación, es el sentimiento adecuado. En tercer lugar, es vital descartar cualquier tipo de conocimiento y experiencia que pueda demostrar  que existían otros puntos de vista; esto es lo que siempre les ocurre a  quienes intentan denunciar la toxicidad mientras se resisten a las relaciones de desperdicio que los convierte en desechables. Por último, el resultado final de una narrativa tóxica es culpar a las víctimas: si alguien está en el lado equivocado de la línea del Basuraceno, debe ser su culpa. Los residuos son una cualidad ontológica y no el producto de relaciones socioecológicas injustas-este es el mensaje principal de  cualquier narrativa tóxica-, y cualquier contranarrativa debe levantarse contra este.

El hecho de que las narrativas tóxicas sean tan poderosas y que la domesticación de la memoria no permita ninguna forma antagónica de recordar, solo implica que las historias del Basuraceno son más difíciles de percibir. No obstante, esas historias, están ahí resistiendo el silenciamiento y la invisibilización. Quizás el cementerio sea el depósito extrremo de esas contranarrativas del otro lado del Basuraceno. Literalmente, se trata de voces del inframundo. Allí, los cuerpos desechados emplean un relato en el que los recuerdos de los supervivientes y la violencia estructural del BAsuraceno se plasman en un paisaje afectivo y material. De hecho, un cementerio puede ser  un archivo revelador del Basuraceno, especialmente cuando es lo suficientemente marginal como para estar protegido de la domesticación de los recuerdos. Aunque en la literatura de justicia ambiental, los cementerios se incluyen a menudo como uno de los lugares comunitarios amenazados por las corporaciones, también deben ser considerados como archivos materiales de historias contrahegemónicas. Los cementerios son, por supuesto, privilegios que no todos los desechados pueden tener. Lo que pasa cuando perdemos nuestras narrativas, cuando perdemos nuestra historia, cuando nos desorientamos,  es que no nos mantenemos alerta, y fuera del shock. Si las historias importan, las luchas en y contra el Basuraceno también son luchas narrativas. Deberíamos tomar el control de los medios de producción-y reproducción- de los relatos porque las formas en que narramos historias sobre el mundo afectan a las formas en que imaginamos y construimos uno nuevo, o caemos en la trampa de reconstruir el mismo mundo nuevamente. La imposición de narrativas tóxicas  y memorias domesticadas sirve al propósito de  naturalizar y normalizar el Basuraceno; una narrativa de guerrilla, entonces, sirve para revelar el Basuraceno y desmantelar su lógica de beneficio. La narrativa de guerrilla  es un collage de prácticas subalternas de rescate de las historias y memorias  desechadas por el régimen del  Basuraceno. La idea que subyace a la narrativa de guerrilla es que la narración tóxica no solo descubre las huellas de la toxicidad, exponiendo la injusticia incrustada  en el Basuraceno, sino que también libera una narrativa antagonista que puede transformar potencialmente a las comunidades contaminadas en comunidades resistentes. “El contrarrelato como método para contar las historias de aquellas personas cuyas experiencias no se suelen contar (es decir, las que están marginadas de la sociedad). En contrarrelato es también una herramienta para exponer, analizar y desafiar los relatos mayoritarios de privilegio racial… Sin embargo, los metarrelatos no tienen por qué crearse solo como respuesta directa a los relatos mayoritarios. De hecho, dentro de la<s historias y las vidas de las personas de color hay numerosos contrarrelatos que no se conocen. Contar y contracontar estas experiencias  puede ayudar a fortalecer las tradiciones de supervivencia y resistencia social, política y cultural”. La narrativa de guerrilla es tanto una rebelión contra la narrativa mayoritaria como una búsqueda de autonomía/alternativas. Enmarcar la propia narrativa solo en oposición al relato mayoritario reforzaría el poder de ésta última y la subordinación de la primera. La narración contrahegemónica siempre cobra fuerza en la medida en que está arraigada en la raza y el género. Las historias del Basuraceno ,están entrelazadas con la textura de la toxicidad, que constituye la infraestructura invisible que sostiene/reproduce las relaciones de desperdicio a través de los cuerpos, el aire, el agua, el suelo, las especies y las generaciones. El cuerpo es siempre un elemento clave. Por mucho que el Basuraceno pretenda construir narrativas impersonales, casi incorpóreas, la narrativa de guerrilla habla desde un punto de vista específico, encarnado y basado en el lugar. Como la lógica del Basuraceno se alimenta de la gente y los lugares que se desechan, la narrativa de guerrilla no puede escapar de esta materialidad desechada  en su búsqueda de la libertad y la redención. Uno debe reconocer haber sido desechado, vivir en el Basuraceno, para poder luchar contra él. El cuerpo puede ser un poderoso sensor, una especie de ventana al Basuraceno. El mal olor-el hedor- es probablemente el tópico más recurrente. “La nariz, como la vanguardia del sentido del gusto, nos advierte de las sustancias venenosas. Aún más importante, el sentido del olfato localiza los peligros ocultos en la atmósfera. Su capacidad para comprobar las propiedades del aire es inigualable”. La nariz puede actuar como un tercer ojo, haciendo visible el mapa oculto del Basuraceno, mientras que el hedor revela en que lado de la línea del desecho se vive. Colocar la nariz en el centro de la política nos recuerda que las personas inferiores experimentan el Basuraceno a través e sus propios cuerpos. La lógica del Basuraceno está, después de todo, encarnada en la propia textura de la vida humana y no humana. La nariz también cuestiona la estricta separación entre experiencia y conocimiento, proponiendo así múltiples formas de conocer el  Basuraceno. En las comunidades desperdiciadas solo cuentan las formas oficiales de recoger datos y producir conocimiento,; cualquier otro modo de saber no se tiene en cuenta. Se desperdicia, precisamente, como las personas que lo producen.

En todas partes, las comunidades residuales participan en algunas formas  de narrativa de guerrilla, resistiendo la imposición de narrativas tóxicas y la manipulación de los recuerdos. Es gracias a estas prácticas que muchas historias desechadas han sido rescatadas, saboteando lentamente las narrativas dominantes que ocultan la violencia del Basuraceno. Cuanto más se enriquezca un país, más crecerá su producción de residuos. Los pobres pueden vivir entre los residuos, pero no son los principales productores de estos. Alguien los vierte sobre ellos. Los diferentes sistemas económicos producen diferentes tipos de residuos: más residuos alimentarios y orgánicos en los países de ingresos bajos y medios (alrededor del 50%) en comparación con los producidos en las sociedades prósperas(30%). La lógica del Basuraceno afirmó que el bienestar de los pocos a ha de basarse en el desperdicio de los otros. La actitud imperial del Norte global en términos de residuos tóxicos del infame informe  Cerrell de 1984, que aconsejaba al gobierno de California situar las instalaciones de residuos en las comunidades pobres y no blancas, demostró brutalmente el punto central de que el Basuraceno no es principalmente  una cuestión de desechos, sino de relaciones de desperdicio destinadas a producir otros desechables. Aunque todos los tipos de residuos son molestos para quienes viven cerca de ellos, los residuos tóxicos elevan el nivel del daño hasta un punto crítico. Según la “evaluación mundial de la carga de morbilidad derivada de los riesgos ambientales” de la OMS de 2012, más de 12 millones de muertes (el 23% del total de muertes) fueron causadas por problemas ambientales. “de las 133 enfermedades o grupos de enfermedades que figuran en el observatorio Mundial de la Salud 101 tenían vínculos significativos con el medio ambiente”, confirmando que el deterioro del medio ambiente va de la mano del deterioro de las personas. Más de 200 millones de personas en el mundo estaban en riesgo de exposición a la contaminación tóxica. La centralidad de las narrativas colectivas, que son alternativas a los discursos corporativos o científicos, son formas de conocer  y  dar sentido al entorno. La lógica del Basuraceno une a humanos y a no humanos en su producción de vidas y lugares residuales. Todo un ecosistema fue sometido a la industria minera bajo el régimen extractivista habitual que produce lugares y personas desechables para ser explotados hasta su agotamiento. Las múltiples manifestaciones del extractivismo occidental en América Latina, una maquinaria bien engrasada en el arsenal del Basuraceno que genera personas y lugares desperdiciados, es un buen ejemplo. También la lógica del Basuraceno se deshace tanto de los objetos no deseados como de las personas sin valor. Otro de los pilares del Basuraceno: la (re)producción de personas y lugares residuales sirve al propósito de crear un “nosotros” seguro y digno. Pero este es sólo un truco de las élites: el BAsuraceno está en todas partes y el “nosotros” seguro y digno siempre está estrechando sus límites. El Basuraceno no está allí, está aquí.

El Basuraceno es corpóreo, material, carnal. Por mucho que el Antropoceno parez<ca abstracto y global, el Basuraceno siempre nos reorienta hacia las especificidades de los lugares, las historias y las personas. El Basuraceno es un fenómeno profundamente planetario tanto en su alcance como en su contenido. No obstante, sirve mejor que otras narrativas para revelar hasta qué punto esas cuestiones globales están entrelazadas con cuerpos, ecologías e historias particulares. Las epidemias fueron siempre una clara ruptura en el Basuraceno, dejando claro que los cuerpos, el poder y los residuos estaban conectados a través de relaciones socioecológicas. Las rupturas como las epidemias en el Basuraceno pueden descubrir la verdad sobre las relaciones de desperdicio. La naturaleza de las relaciones que producen personas y lugares residuales; son relaciones socioecológicas que (re)producen injusticias sociales y no solo aberraciones urbanas. “El cólera es un indicador infablible de la indigencia y de la miseria, de las viviendas superpobladas y de la negligencia sanitaria, de las alcantarillas defectuosas  y de las manos sin lavar”.Sin embargo, esas condiciones ambientales se amplificaban debido a la pobreza o, usando nuestro lenguaje, debido a las relaciones socioecológicas que hacían desechables algunas zonas de la ciudad y sus habitantes. La pobreza, los residuos y la contaminación eran los pilares de esa ecología política de las epidemias, de hecho, la materialización histórica del Basuraceno. Las epidemias, como cualquier otra emergencia de tipo espectacular, ofrecen una visión especial del Basuraceno, porque mientras el desperdicio habitual de personas y lugares se normaliza e invisibiliza, esas situaciones excepcionales imponen buscar “soluciones”. Pero esas soluciones solo pretenden restaurar la norma del Basuraceno en vez de cambiarla por completo. Esto no es tan diferente del discurso del Antropoceno y la cosificación de las emisiones de CO2: buscar la solución a “la cosa” no implica desmantelar las soluciones socioecológicas que han creado “la cosa” en primer lugar. Como siempre pasa con el Basuraceno, situar la culpa en las víctimas es un dispositivo crucial para controlar la emergencia mientras se mantienen intactas las normas subyacentes. Los pobres  formaban parte de las ecologías contaminadas que producían la epidemia. La sociedad que les rodeaba impregnaba tanto sus cuerpos como sus almas, produciendo comunidades degradadas, enfermas más allá del propio contagio biológico. El problema no era revertir las relaciones e desperdicio, sino controlarlas, asegurarse de que el orden de alteridad que debían imponer no explotara, desdibujando las fronteras entre los vertederos  sociales diseñados y el resto. La reacción a la epidemia fue la puesta en práctica de una política urbana diseñada para reinstalar las fronteras entre lo desechado y lo limpio, lo puro y lo impuro. Las infraestructuras de la “otredad” aseguraban la inmunización de los ricos y el carácter desechable de los pobres. La epidemia impulsó la invisibilización y normalización de las relaciones basuracenas, revelando estructuras más sistemáticas y persistentes. La crisis de salud pública conectada con las relaciones de desperdicio revela que produjeron cuerpos subalternos destinados a ser desechables desde su nacimiento.

La propia idea de una emergencia implicó la aplicación de medidas especiales, no sujetas a las normas y procedimientos habituales. Esta es una característica clave del Basuraceno como sistema que produce ajustes injustos de las relaciones socioecológicas. El capitalismo se reproduce continuamente a través de la creación de estados de excepción que aceleran los procesos de “otredad” como medio de acumulación capitalista. El régimen de emergencia de los residuos pretendía resolver “el problema”, en lugar de abordar sus causas y consecuencias sociales. Si el problema era la basura en las calles-especialmente en las zonas elegantes de la ciudad-, la solución tenía que ser encontrar lugares donde los residuos podrían eliminarse. La aplicación de un estado de emergencia nunca fomenta un proyecto revolucionario, no está destinado a implantar cambios progresivos pero radicales, sino que más bien está diseñado para reproducir el statu quo. En otras palabras, el estado de emergencia sirve para reproducir el orden  de otredad del Basuraceno, no para desmantelarlo. Lo que el Basuraceno hace a este estado de cosas es normalizarlo a través de una narrativa tóxica que culpa a las víctimas, mientras que naturaliza las relaciones socioecológicas que producen personas y lugares desechables. Con demasiada frecuencia, señalar los residuos en las calles implica obviar las múltiples conexiones invisibles que generan esos residuos, en primer lugar, y reforzar las fronteras entre lo sucio y lo limpio, lo antiséptico y lo contaminado. Retirar las bolsas de basura de las calles puede ser un mecanismo perfecto del Basuraceno: si los residuos están fuera de lugar, restaurar el orden confinándolo Al espacio al que pertenecen es nada menos que reproducir el Basuraceno. En la emergencia de los residuos, esto significó transformar las comunidades subalternas en vertederos socioecológicos donde las infraestructuras de residuos se añadieron a las contaminaciones preexistentes; residuos añadidos sobre residuos. Como el principio ordenador del Basuraceno es reproducir el privilegio a través del desperdicio de las comunidades subalternas, tiene sentido reforzar las desigualdades socioecológicas existentes. Las zonas afectadas por vertidos ilegales o por vertederos casi legales se convirtieron en los lugares ideales para las nuevas instalaciones de residuos. El manual de instrucciones del Basuraceno indica: 1)nunca abandones la parte del mundo a que perteneces; 2)no te preguntes a dónde van a parar los restos no deseados de tu riqueza; 3) en el caso de que te encuentres con la realidad del Basuraceno, simplemente huye, no intentes cambiarla. Por otro lado, mientras el discurso oficial sobre la crisis de los residuos pretendía hablar simplemente de la basura doméstica, la realidad el Basuraceno era mucho más tóxica y omnipresente. Varias fuentes se refieren a una extraordinaria propagación del cáncer y otras enfermedades en la zona. La lógica del Basuraceno: la creación de un vertedero socioecológico y l aimposición de un régimen de violencia lenta sobre las vidas y los cuerpos de las personas confinadas allí fueron acompañadas por el ejercicio de la violencia más visible del aparato represivo del Estado. Al fin y al cabo, mantener la violencia estructural durante tanto tiempo implica dosis significativas de represión violenta directa, ya que, por lo general, la gente no acepta ser contaminada pasivamente. El Estadopidió a las víctimas que olvidaran la violencia perpetuada contra ellas por la policía simplemente porque “el tiempo había pasado”. Por otro lado, un testigo, que soportó la represión, afirmó su derecho a recordar. Sin el aparato represivo sería imposible  imponer una distribución desigual de los riesgos en comunidades marginales. Pedirle a la gente que se olvide de la violencia sufrida y, al mismo tiempo, juzgar la violencia del lado de los manifestantes es bastante emblemático de la lógica del Basuraceno: normalizar las relaciones socioecológicas injustas, justificar la violencia represiva y ocultar la violencia lenta. La crisis puede ser una oportunidad para reinstalar las relaciones e poder preexistentes o para deshacerse de ellas por completo. Las crisis contribuyen a la politización de temas y actores como nunca antes había ocurrido. La experiencia plasmada del Basuraceno tiene el potencial de crear nuevos sujetos políticos que fomenten imaginarios colectivos para cambiar radicalmente el presente.

El COVID-19 es, en efecto, una poderosa manifestación del Basuraceno que, aunque ha golpeado duramente a los países del Norte global, varios estudiosos han argumentado que las minorías étnicas, las personas de clase trabajadora y los pobres urbanos han pagado un precio más alto por la pandemia, tanto dentro de sus cuerpos como de sus propios bolsillos. A veces las epidemias pueden derribar los muros aparentemente inexpugnables del Basuraceno entre el “desechable” ellos y el valioso “nosotros”. Sin embargo, la lógica del Basuraceno reparará inmediatamente las grietas en las paredes, restaurando la división de la otredad. También es un ejemplo revelador de la eclosión de las iniciativas de base que desafían al régimen del Basuraceno prefigurando otro mundo, uno más allá de las relaciones de desperdicio y proyectos de otredad. Volviendo a las narrativas de ciencia ficción el retorno de la barbarie y el fin de la civilización son tópicos siempre clave en esas historias. En el caso de las catástrofes globales, los humanos empezarán a matarse entre sí, luchando por conseguir el control de los recursos más preciados, ya sean alimentos, agua, petróleo o incluso libros. “Homo homini  lupus”-el hombre es un lobo para el hombre-. Pero las comunidades existen y en los momentos más difíciles se  movilizan. Comolas relaciones basadas en los residuos se basan en el consumo y la otredad, las prácticas de comunalización buscan (re)producir los recursos y las comunidades y, al hacerlo, desmantelan el proyecto de otredad, crean comunidades y tienen el potencial de socavar el régimen del Basuraceno. Durante la pandemia de COVID-19 ha habido muchas pruebas que demuestran que la comunalización ocurre y produce comunidades inesperadas que están preparadas para responder a la pérdida de vidas y medios de subsistencia. Esta parte dela pandemia ha sido menos descrita y estudiada, pero en varios países la gente ha empezado a autoorganizarse, construyendo una estructura de solidaridad y apoyo, centrada específicamente en ayudar a los más vulnerables de la comunidad. En varios países se han creado Brigadas Solidarias populares precisamente con este objetivo. Son una “red de grupos de ayuda mutua por iniciativa propia que actúan en defensa del pueblo y para el pueblo”. En tiempos de crisis, la solidaridad no es extraña; en la pandemia las organizaciones benéficas  también se han moviizado  para apoyar a los más afectados por las consecuencias económicas del virus. Nos centraremos, sin embargo, en los grupos más politizados, ya que su enfoque de la pandemia presenta más abiertamente un desafío al régimen del Basuraceno. La caridad podría reproducir las divisiones de clase, mientras que la ayuda mutua pretende “cambiar las relaciones entre las personas… como un acto de solidartidad y de compromiso con la interdependencia”. Las Brigadas Solidarias atacan el actual sistema económico al que consideran como responsable de la crisis: “Somos conscientes de que los gobiernosno son la solución para esta crisis sanitaria. Los gobiernos actuales sirven a un sistema basado en ganancias monetarias e interés privado, el cual está en el origen del desastre actual y de la situación catastrófica en la que se encuentran los servicios de salud pública… Esta red solidaria también debe concentrarse4 en denunciar la política neoliberal, cuyos actores han demostrado una vez más su naturaleza criminal. Debemos ded e3sarrollar nuevas formas de organización colectiva”. Naomi Klein(2008) ha teorizado sobre lalógica del desastre del capitalismo como unmecanismo que produce ganancias a partir de crisis extemas mientras experimenta con formas avanzadas de represión y securitización. Habla del comunismo del desastre como la otra cara de lo que los acontecimientos extremos pueden desencadenar en la sociedad. “La historia de las catástrofes demuestra que la mayoría somos animales sociales, sedientos de conexión, así como de propósito y de significado. También sugiere que, si esto es lo que somos, entonces la vida cotidiana es en la mayoría de los lugres un desastre que las perturbaciones nos dan a veces la oportunidad de cambiar”. Las respuestas de base autoorganizadas a las grandes catástrofes deben entenderse como experimentos de comunismo de catástrofes. En la perturbación momentánea del orden del Basuraceno, se hacen viables nuevas posibilidades. Las prácticas de comunalización chocan con las relaciones habituales de desperdicio, subvirtiendo la lógica habitual de lo valioso frente a lo desechable. Escribe Ashley Dawson: “el capitalismo ya no parece el único futuro posible. Puede que incluso empecemos a promulgar una sociedad diferente basada en la empatía humana y la ayuda mutua. Las solidaridades comunales forjadas en los engranajes de la calamidad pueden verse como una forma de comunismo del desastre bajo el cual la gente empieza a organizarse para satisfacer las necesidades básicas de los demás y para sobrevivir colectivmente”. El lema “la normalidad era el problema” es la mejor manera de sintetizar la visión del grupo. Una ciudad profundamente segregada entre ricos y pobres, conectando los efectos de la pandemia con esta estructura injusta incrustada en el tejido urbano. La pandemia ha agudizado las desigualdades existentes, pero no las ha creado. Esta línea de razonamiento va de la mano del Basuraceno como un régimen de normalidad y no de excepción. Sin embargo, al subrayar la continuidad de las desigualdades estructurales, las Brigadas Solidarias también establecen otro punto crucial: como la injusticia es estructural y no contingente, también lo es la lucha en su contra. Dentro de las fracturas del régimen del Basuraceno, la gente subalterna se ha organizado, a veces chocando abiertamente con las fuerzas de la reproducción del desperdicio, más a menudo luchando por sustituir las relaciones de desecho por las de comunalización. Históricamente, los centros sociales suelen ser edificios abandonados, de propiedad privada o pública, que los activistas han recuperado para actividades políticas, sociales y culturales. En el tejido urbano, esos centros suelen estar ubicados en zonas marginales-donde el valor inmobiliario es menor-, encarnando así el conflicto de la comunalización frente al desperdicio. Los bienes comunes no son solo bienes poseídos y utilizados siguiendo una lógica alternativa al régimen de propiedad privada; más bien, los bienes comunes son un conjunto de relaciones que son generadas y generadoras de bienes comunes. Uno de los pilares del régimen del Basuraceno es que cada persona es responsable de si misma, un mensaje que se hace aún más fuerte en tiempos de crisis. Las narrativas tóxicas culpan a los individuos por ser pobres, inferiores o enfermos. Aunque se aplicaron algunas medidas de apoyo a los más vulnerables, el mensaje básico de las autoridades-y de una pléyade de personajes famosos- fue precisaemnte ese: quedarse en casa, dando por sentado que todo el mundo tiene un lugar cómodo y seguro, y suficientes recursos para sobrevivir. Las prácticas de comunalización sabotean la lógica del Basuraceno porque reproducen los valores sociales a través de la inclusión y la construcción de la comunidad, mientras que éste último reproduce las desigualdades a través de la otredad y el desperdicio. Las Brigadas Solidarias han contribuido a prefigurar políticas que pretenden construir comunidades autónomas, autoorganizadas y a cargo de las decisiones relativas a sus territorios(toma de decisiones de la comunidad). Las relaciones de desperdicio son poderosas especialmente cuando convencen a las personas subalternas de que alguien más es el otro, mientras que ellos pueden considerarse en el lado seguro de la línea del Basuraceno. Ciertamente, las relaciones de desperdicio frente a la comunalización están presentes en todas partes.

La premisa general es que el capitalismo saca provecho de los residuos. Aquí no se tratará del reciclaje de residuos ni de la posibilidad de sacar un beneficio de ellos. Ganarse la vida de extrayendo recursos de las venas abiertas de los residuos no es un acto de resistencia o sabotaje contra el Basuraceno en sí mismo. Pero podría llegar a ser-o ser narrado- como tal, al fomentar la creación de comunidades de resistencia que luchan contra la lógica del Basuraceno.

En todas partes, el capitalismo global actúa como un parásito, invadiendo los tejidos productivos de las comunidades, exprimiéndolas lo más posible y huyendo tan pronto como los márgenes de beneficio se hacen demasiado pequeños, pero no sin dejar un legado duradero de toxicidad. Personas sin valor, comunidades sin valor. Estados sin valor: así es como la historia y la geografía del Basuraceno se incrustan en los países. En los Balcanes, los “plenos” fueron la “democracia directa, abierta y transparente en la práctica. El pleno, como forma de autoorganización y método de trabajo, en el que los ciudadanos se reúnen para articular demandas, se sustenta en la acción de las protestas”. Esas asambleas deben ser vistas como una experimentación de las “instituciones independientes” mediante las cuales se abren nuevas posibilidades políticas democráticas. Mientras luchaban por sus puestos de trabajo y por la limpieza de las antiguas zonas industriales, los activistas reclamaban en realidad los bienes comunes en el sentido más amplio posible, es decir, como una organización alternativa de la vida social, una defensa de la salud de las personas y los lugares, y una narración contrahegemónica de su pasado colectivo. Recuperar lo que se ha desperdiciado, es decir, ponerlo de nuevo en funcionamiento, es un resultado posible de la lógica del Basuraceno. Pero esto no cuestiona en absoluto las relaciones e desperdicio que han contaminado a los trabajadores y a su comunidad. Lo que desafía radicalmente la lógica del Basuraceno es la comunalización como práctica, porque crea un conjunto diferente de relaciones basadas en la reproducción y el reconocimiento en lugar de la explotación y la destrucción. A veces La gente puede encontrar las razones y fuerza para imaginar y practicar nuevas comunidades sobre la base de sus vivencias de desperdicio. La reivindicación de las memorias de las luchas del pasado es tan crucial como movilizarse en el presente. “Nos une,nos transforma, nos permite generar o construir relaciones diferentes. A través el factor cultural se pueden construir alternativas al statu quo existente”.

Las amnifestaciones del Basuraceno son aquellos momentos reveladores que abren una fractura en la estructura normalizadora del Basuraceno., exponiendo el otro lado de la estructura del desperdicio. La pandemia ha sido una puerta, un portal, entre un mundo y el siguiente, y varias comunidades sobre el terreno están tratando de mantener ese portal hacia un futuro más justo y progresista. Las grietas en el muro no deben ser reparadas, sino que de ben convertirse en palanca para derribar todo el muro. Las luchas contra el Basuraceno son siempre luchas por las memorias disputadas, recuperando narrativas contrahegemónicas que construyen identidades alternativas. Dado que el régimen del Basuraceno pretenden producir personas y lugares desechables, su desmantelamiento requiere algo más que soluciones técnicas para la gestación de los residuos y la toxicidad. Las relaciones de desperdicio deben ser sustituidas por nuevas relaciones socioecológicas, que no están diseñadas en un laboratorio o prescritas en volúmenes académicos, sino que están vivas y se experimentan en todas partes dentro de las propias fracturas del Basuraceno. En su núcleo siempre han estado arraigados en las prácticas de comunalización. Al igual que las relaciones e desperdicio se basan en la apropiación y la exclusión, las prácticas de comunalización se basan en compartir y cuidar. Para un proyecto de emancipación decisivo no basta con tomar el control de los medios de producción si no cambiamos las relaciones socioecológicas del desperdicio a la comunalización.

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