ESPAÑA EN LA “DESGLOBALIZACIÓN”

España en la “desglobalización”

La economía mundial se fragmenta. La globalización capitalista parece enfrentar dificultades que no estaban previstas en los grandes textos neoliberales de las últimas décadas. Las cadenas internacionales de valor se recomponen aceleradamente, tras la pandemia de Covid-19. Se rediseñan en base a las nuevas exigencias de la seguridad geopolítica y de la diversificación. Dos grandes bloques geoeconómicos parecen empezar a apuntarse en el horizonte.

Los intercambios comerciales de los países miembros de Unión Europea con el exterior se resienten del proceso de “desglobalización” creciente. Si durante el período 2000-2019, el crecimiento medio anual de las exportaciones de los países europeos hacia el exterior de la UE fue del 5,5 %; en el período 2000-2022 ha menguado a un 1,2 %. Todo ello ha provocado una merma del superávit de la balanza comercial entre la UE y EEUU, en el período 2019-2022, de 136,5 miles de millones de euros, a 93,3. Es más, el superávit de 2019, de la balanza comercial entre la Unión Europea y China (93,3 miles de millones) se ha transformado en un abultado déficit de 258,6 miles de millones de euros.

El Fondo Monetario Internacional avisa de la fragmentación de la economía mundial y de la ralentización de los intercambios comerciales transfronterizos. La recomposición de las cadenas de valor pone nerviosos a los principales actores geopolíticos. Occidente habla de una simple diversificación de los proveedores de materias primas, acompañada de algunas sanciones “quirúrgicas” destinadas a limitar el acceso a tecnología de uso militar por los “países totalitarios”. Las nuevas potencias emergentes (principalmente China, pero también Rusia y otras) ven el proceso como una guerra comercial y tecnológica destinada a ralentizar o detener el avance de sus economías, precisamente cuando las mismas empezaban a alcanzar plena capacidad competitiva frente a las Occidentales.

En este escenario, la economía española muestra signos de una potencial vulnerabilidad futura. Ha logrado capear lo peor de la ola inflacionaria del año pasado, convirtiéndose en el principal “hub” de la energía de la Unión Europea. La abundancia de plantas regasificadoras y la situación estratégica del país como extremo continental hacia el Atlántico, en el momento en el que la industria del norte europeo ha renunciado al gas ruso, le ha permitido convertirse en el principal puerto franco para el GNL proveniente de Estados Unidos, Nigeria y los países del Golfo.

Además, se está desplegando una gran actividad inversora en el desarrollo de las energías renovables. Los principales fondos globales se han metido en una carrera que asemeja cada vez más una creciente burbuja, dados las fronteras al desarrollo efectivo del sector que impone el limitado sistema eléctrico del país y el proceso especulativo desatado con las licencias. Se multiplican las plantas fotovoltaicas y eólicas mientras se proyectan dos grandes “hubs” de exportación de “hidrógeno verde” en el País Vasco y Huelva. Las poblaciones rurales, por otra parte, empiezan a mostrar una creciente resistencia a la implementación de los proyectos de renovables, por sus efectos sociales y medioambientales en zonas ya muy castigadas por la despoblación y la falta de inversiones y equipamientos públicos.

El sector del automóvil, uno de los principales dinamizadores de la limitada industria española, pugna por atraer los proyectos del coche eléctrico. El problema del sector, que no sólo está formado por las plantas de montaje de las marcas, sino también por las múltiples empresas de componentes y los concesionarios, es que las decisiones no se toman en España. La industria automovilística española depende lo que se decida en las sedes centrales de las grandes marcas. Nuestras plantas compiten continuamente por la localización de los nuevos modelos de coches con el resto de plantas europeas, lo que impulsa una sostenida tendencia a la baja en las condiciones de trabajo, los salarios y el empleo en el sector.

Nos encontramos, además, ante el inicio de una transformación gigantesca del modelo de negocio de la industria automovilística, que vira hacia a la electrificación, empujado por la normativa europea, pero también hacia un modelo de movilidad distinto, menos basado en la propiedad del vehículo y más en formas flexibles de acceso a su uso. El proceso de electrificación es problemático. Necesita de un amplio acceso a materias primas concretas, como el cobalto o el níquel, entre otras, y de una amplia inversión en I+D+i que impulse la aparición de innovaciones tecnológicas que permitan el abaratamiento de los vehículos eléctricos y el aumento de su autonomía. También precisa de una amplia inversión pública que impulse la instalación de puntos de recarga y que, más importante aún, mantenga abiertas las fuentes africanas de materias primas de que se nutre la industria europea.

La histeria desatada en los medios de comunicación por el levantamiento de un grupo de militares nacionalistas en Níger tiene que ver con esto: si África desarrolla un proceso de desconexión de las cadenas de valor europeas, sus materias primas pueden ir en otra dirección o ser destinadas a un proceso de desarrollo endógeno. Un mal negocio para nuestro proceso de “Transición Ecológica”, que no es otra cosa que una adaptación limitada de las grandes transnacionales a la crisis climática, de manera que no dejen de ser los principales actores en sus mercados respectivos.

Mientras tanto, gran parte de la estructura económica española sigue sustentada por la recuperación del turismo. Recuperación en términos de visitantes (tanto españoles como extranjeros) y de facturación. Una recuperación basada, también, en un aumento decidido de los precios destinado a hacer frente al alza de los costes provocada por la inflación. Mientras el sector experimenta limitadamente con nuevos modelos, encaminados a su adaptación a la crisis climática, grandes actores globales tratan de hacerse con su control. Los fondos internacionales compran hoteles en propiedad y en gestión, mientras las nuevas start up tecnológicas (alimentadas con el dinero de esos mismos fondos) intentan apropiarse de espacios estratégicos del mercado que les permitan convertirlo en dependiente de sus modelos de negocio (la venta de reservas, la conformación del mercado de alojamientos turísticos, etc.)

La “desglobalización” es preocupante para la economía española. Las exportaciones aportaron más de la mitad del aumento del PIB del año pasado. El turismo sigue siendo la clave de bóveda del sistema productivo, que sigue basado, en gran parte, en el acceso a trabajo de baja productividad, pero muy barato y flexible. La estructura fundamental de la economía española no ha cambiado. El despliegue de una economía “basada en el conocimiento” y la reindustrialización verde y de alta tecnología, siguen siendo buenos deseos incumplidos. Y posiblemente nos enfrentemos a una nueva ronda de “medidas de austeridad” propiciada por la recuperación del Pacto de Estabilidad (los criterios de Maastricht) de la Unión Europea.

Las organizaciones de la clase trabajadora tenemos que estar preparadas para enfrentar un mundo más complejo, caótico y ambiguo. Y acrecentar nuestra capacidad de lucha y organización en un contexto nacional de polarización política y social y recurrentes tensiones económicas. Nuestro país precisa de nuevas formas de sindicalismo social y laboral. De nuevas tramas de autoorganización de la clase trabajadora. Y de una cultural de lucha y movilización animada por un espíritu de dignidad y de justicia.

José Luis Carretero Miramar para Kaosenlared
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