SIMONE WEIL UNA VIDA, UNA OBRA…

Simone Weil una vida, una obra…

 

«La historia humana es la historia de la esclavitud que hace de los hombres, tanto de los opresores como de los oprimidos, el simple juguete de los instrumentos de dominación que ellos mismos han fabricado ; rebaja así a la humanidad viva a ser un objeto de la materia inerte»

«Estar enraizado en ausencia de lugar»

Si hay una figura en la que se dé una absoluta correspondencia entre las palabras y los hechos, ésta es la de la pensadora francesa Simone Weil (París, 1909 – Londres, 1943), que amó a sus semejantes hasta los bordes de la locura y que puso en riesgo su vida hasta el extremo: su militancia sindicalista revolucionaria en el departamento del Loira, su entrada en una fábrica, filial de la empresa automovilística Renault, como trabajadora («fue allí donde recibí la marca del esclavo, semejante a la marca de hierro candente que los romanos aplicaban en la frente de sus esclavos más despreciados. Desde entonces me he considerado a mí misma una esclava»), su participación en la guerra de España, en las filas de la CNT, su colaboración con la France Libre comandada por De Gaulle, que precisamente la llamaba la loca; todo ello es muestra de que no podía soportar las injusticias, y su conciencia le empujaba a posicionarse con los de abajo (« los intimidados, ofendidos, humillados, reducidos a la miseria»), experimentando en propia carne los padecimientos de los otros, con un desprecio absoluto de la vida material. De santa laica la calificaba Michel Serres; aunque la verdad lo de laica, lo que se dice laica, no sé («el amor de Dios es puro cuando la alegría y el sufrimiento inspirar una gratitud igual», se lee en su La gravedad y la gracia). No sería justo dejar de indicar, no obstante, que también tuvo sus detractores y rechazos radicales, debido a sus ambigüedades; no pertenecía a los seres que necesitan ir en las acogedoras filas del rebaño, ni plegarse a las órdenes de mando, también su supuesto antisemitismo, ella que procedía de una familia judía, le supuso ataques furibundos con la excepción del Emmanuel Lévinas quien en su Difícil libertad: Ensayos sobre el judaísmo, aun criticando la lectura apresurada de la Biblia y la indiferencia e ignorancia acerca de la Torá, decía: «la inteligencia de Simone Weil de la que dan testimonio no sólo su escritos, todos póstumos, no tenía nada más destacable que su grandeza de alma. Ella vivió como una santa todos los sufrimientos del mundo; a pesar de los […] abismos que nos separan de ella, cómo hablar de ella, y sobre todo cómo hablar contra ella». Críticas también se dieron con respecto a sus desbarres místico-religiosos; «la maravilla, en el caso de los místicos y de los santos, no es que tengan más vida, una vida más intensa que los demás, sino que en ellos la verdad es resultado de la vida» .

Tengo en las manos una obra que no debe pasar desapercibida para cualquiera que quiera conocer la vida y la obra de esta mujer, la firma José Luis Monereo Pérez, y está editada por El Viejo Topo: «Simone Weil. Filosofía del trabajo y teoría crítica social». No me corto ni un pelo a la hora de afirmar sin ambages que el libro es un seguimiento pormenorizado de la vida, los posicionamientos y el pensamiento de esta mujer que se zambulló au milieu de la mêlèe en aquellos años treinta que tan agitados eran, suponiendo su compromiso y las lecciones que de su participación directa extraía, una certera toma de pulso de la época. No le falta razón al autor a la hora de unir su nombre al de Hannah Arendt, considerándolas como las dos grandes pensadoras del pasado siglo.

En la medida que se avanza en la lectura se va viendo cómo Simone Weil analizaba al tiempo que se implicaba en cuestiones relacionadas con su experiencia, lo que le llevaba más allá de la denuncia pura y dura de las injusticias que padecían los trabajadores, a señalar que los problemas residían en el funcionamiento de la sociedad y sus tendencias centralizadoras, burocratizadoras, que no contaban para nada con quienes era asignados al papel de meros subordinados, su mirada apuntaba hacia la «soberanía económica de los trabajadores y no la de la máquina burocrática y militar del Estado». Así pues, su visión no se limitaba a reducir los aspectos más descarados de la explotación sino que se ampliaba a la propuesta de una nueva manera de organizar el mundo del trabajo, y a buscar otras formas de convivencia que tuviera en cuenta los intereses y necesidades de los seres humanos, combinando lo individual con lo colectivo, en crítica permanente de los cantos de sirena, tayloristas y pre-fordistas, acerca de las bondades del progreso y de las exigencias que éste suponía en lo referente a la organización social y política; así, su apuesta estaba encaminada hacia la consecución de una democracia auténtica, de la que desde luego distaba tanto la democracia burguesa como el pretendido socialismo dicho soviético, ya que en ambos modelos el ser humano era reducido a un ser sometido a la opresión, ya fuese con el fin de extraer la correspondiente plusvalía y la domesticación de los sujetos, o como pretendido paso necesario para alcanzar un futuro luminoso. Cayendo ambos en la sustitución de los fines por los medios; ciertos aires de familia asoman, a mi modo de ver, en aquella afirmación de Albert Camus: son los medios los que justifican el fin. En su Opresión y libertad se lee: «la fuerza de las masas es utilizada para intereses que le son exteriores, exactamente como la fuerza de un buey es utilizada en interés del labrador, o la de un caballo en interés del caballero».

José Luis Monereo Pérez presenta la trayectoria de Simone Weil convirtiéndola en nuestra contemporánea, ofreciendo para ello numerosas referencias, sociológicas, relacionadas con el derecho y la política, sin obviar las filosóficas y las literarias, que hacen que tomando a la comprometida pensadora francesa como el centro de gravedad, o el eje, en torno al que, se ofrece un acercamiento a nuestro hoy resaltando su actualidad y sus propuestas, avant la lettre, que no han perdido, de ninguna de las maneras, reitero, su pertinencia actual. Una mujer de la que alguien dijo que representaba el coraje de lo imposible, y que decía: «en un barco que naufraga, el pánico hace que toda la gente, en especial los marineros, no hable más que el lenguaje de las navegaciones; y nadie habla la lengua de los náufragos», ella lo hizo hasta los bordes de la profecía, con una mirada potente y libre.

Por cierto, falleció el 24 de agosto de 1943, se cumplen pues ochenta años; negándose a alimentarse, en solidaridad con los habitantes de la Francia ocupada, cuya alimentación era francamente escasa… genio y figura. En sus Memorias de una joven formal, Simone de Beauvoir recuerda haberse cruzado con ella en junio de 1926 en el patio de la Sorbona, acompañada de una banda de alumnos de Alain, llevando en sus chaqueta un número de Libres propos y L´Humanité: «ella me intrigaba, a causa de su gran reputación de inteligencia y de su modo de vestir raro…Una hambruna acababa de asolar China, y se me había contado que al enterarse de aquella noticia había sollozado: estas lágrimas reforzaron mi respeto con respecto a ella en mayor medida que sus dones filosóficos».

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Adjunto algunos artículos publicados, con anterioridad, sobre esta mujer

Tribuna Abierta Simone Weil, la lengua de los náufragos, por Iñaki Urdanibia 24 de agosto 2013

Simone la proletaria | Cultura | GARA Euskal Herriko egunkaria 16 de marzo de 2014

La Página de Omar Montilla: Simone Weil, siempre con los de abajo

SIMONE WEIL | Cartel de las Artes y las Letras 21 de diciembre de 2022

1936: Simone Weil y Georges Bernanos • 9 de diciembre de 2022

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