MUNDOS OTROS Y PUEBLOS EN MOVIMIENTO (V)
La economía propia entre los nasa
El Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), agrupa alrededor de 200 mil personas de ocho grupos étnicos (nasa, totoró, guambiano,yanacona, kokonuco, epigara, inga y pubenense) que ocupan algo más de 500 mil hectáreas en 84 resguardos (territorios) que son gobernados por 115 cabildos (autoridades colectivas). Se han dotado además de once asociaciones de cabildos que coordinan y administran zonas territoriales. La organización fue creada en 1971 en el marco de la masiva recuperación de tierras vivida por entonces en Colombia para incorporarlas como propiedad colectiva, ampliar los resguardos y fortalecer los cabildos. Entre sus objetivos programáticos figura la formación de profesores propios, la creación de empresas económicas y comunitarias, un sistema de salud y de justicia anclado en las tradiciones y la cultura indígena. La Guardia Indígena es una de las creaciones más importantes del movimiento. Son miles de jóvenes, niños, mujeres y adultos, elegidos por sus comunidades para servir en tareas de “vigilancia, control, alarma, protección y defensa de nuestra tierra en coordinación con las autoridades tradicionales y la comunidad”. Se consideran “un instrumento de resistencia, unidad y autonomía en defensa del territorio”, no como un mecanismo policial sino como “un mandato de las propias asambleas, por lo que depende directamente de las autoridades indígenas”, para defenderse de todos los actores que agreden los pueblos, pero solamente se defienden con su “bastón de mando, lo cual le imprime un valor simbólico a la guardia. Los guardias no son remunerados, son voluntarios que se forman en talleres sobre resistencia pacífica, legislación indígena, derechos humanos, estrategia y emergencias. Ejercen el control territorial con retenes ubicados a la entrada y salida de los resguardos. La economía comunitaria o propia se organiza en torno a empresas y tiendas comunitarias, asociaciones, colegios agropecuarios y diversos proyectos de las comunidades y grupos de familias que se desempeñan en muy diversas actividades: agroindustrias lácteas, ganaderas y piscícolas, minería en pequeña escala, manejo de fuentes de agua y bosques, y ecoturismo. Todas ellas son propiedad de las comunidades y son administradas colectivamente. Debe destacarse que no existe la propiedad estatal ni la gran empresa con gran concentración de capital fijo y trabajadores, sino una combinación de unidades familiares, asociativas y comunitarias. Los excedentes suelen volcarse en las necesidades del resguardo, definidas por las autoridades del cabildo en acuerdo con las comunidades. El cabildo de Toribio, por ejemplo, definió a través del proyecto Nasa que la economía comunitaria debe beneficiar a las familias, apoyar a grupos que no tienen tierras, generar empleo y “construir un fondo común para apoyar otros proyectos que surjan en el proceso organizativo de la comunidad”. De ese modo, pudieron poner en pie tiendas comunitarias, pequeñas empresas con vocación lechera, minera, de jugos de fruta y cebollera en fincas comunitarias, y se compró el primer transporte propio. Entre las diversas prácticas económicas quisiera destacar las “ferias de trueque”, forma de intercambio de productos y saberes entre diversas comunidades y regiones. El trueque es una de las prácticas de la que denominan como “economía propia”. El Tejido Económico Ambiental define la economía comunitaria como “autonomía para la vida”, que consiste en mantener la armonía con la naturaleza con el objetivo “de viir en alegría, disfrutar de la armonía donde se conjuga lo material y lo espiritual, la energía y el cosmos, el tul(huerta) y los sitios sagrados, el ordenamiento natural y los mandatos comunitarios”. En ese proceso “la comunidad participa con su accionar en el territorio, con el encuentro cotidiano de lo ancestral y la convivencia permanente con la madre tierra y los demás seres”. Durante la pandemia de coronavirus, y como una iniciativa ante la crisis que esta sintetiza, el CRIC decidió una “Minga Hacia Dentro”, con el objetivo de fortalecer las comunidades a través de la armonización entre personas y con la naturaleza, profundizar la autonomía alimentaria, diversificar los cultivos y revitalizar las autoridades propias. Cerraron el territorio movilizando a 7.000 guardias indígenas que controlan 70 puntos de ingreso y salida de los resguardos. En ese marco, sostienen que el trueque es una alternativa política antineoliberal. “Se hace trueque entre productos de los diversos climas, se establecen puntos de encuentro y de intercambio, en los que prima la necesidad, no el valor porque se trata de intercambiar equivalencias sino lo que se necesita”. El trueque es una práctica ancestral, pero además es un modo de solidaridad y reciprocidad que permite fortalecer la economía propia. Como puede apreciarse, el no uso de dinero, el intercambio de productos de tierras frías y de tierras calientes, no por equivalencias (un kilo por un kilo) sino primando las necesidades, implica que están realizando prácticas no capitalistas. Además del trueque entre familias de comunidades, hay un trueque con indígenas que emigraron a ciudades. Los indígenas urbanos les retribuyen no con dinero, sino con productos de higiene y aseo que no producen las comunidades. “Somos ricos porque producimos comida. Pero lo más importante no es lo material, sino el hermanamiento, lo espiritual. El trueque nos ayuda a romper la dinámica del individualismo y fortalece lo comunitario”. Pero el trueque es mucho más que una práctica económica. Hay trueques de semillas y de saberes, encuentros donde se pone en juego “nuestro ejercicio de gobernabilidad territorial, espiritual, económico y social para la pervivencia como pueblos indígenas”. Por eso las ferias de trueque incluyen música andina, obras de teatro, danzas y bailes, rituales de armonización y “trueques educativos”, con el objetivo de fortalecer los usos y costumbres, entre ellos la economía propia, la justicia propia y la reflexión sobre las prácticas culturales de las comunidades. “El trueque es considerado ahora como una estrategia de resistencia ante el modelo económico que mercantiliza todo, es un paso hacia la soberanía alimentaria, la integración de los pueblos y la resistencia”, señalaban las autoridades nasa años antes de la pandemia. En cuanto a la elección de autoridades, el mundo nasa ha ido cambiando. Desde hace varios años, por lo menos en el norte del Cauca, se viene abandonando la práctica electoral tradicional de elegir por listas mediante una campaña de propaganda. En su lugar se eligen personas con criterios “espirituales”. Cada vereda propone a la persona que considera más idónea según los principios de cosmovisión nasa y en la asamblea del cabildo los mayores eligen a los seis o siete más adecuados para ocupar cargos.
La emancipación del trabajo y del mercado, bajo el capitalismo
En diversos procesos que están protagonizando los movimientos latinoamericanos (muy en particular pueblos originarios y negros, y campesinos sin tierra), observamos la recuperación de los medios de producción, en particular la tierra, que comienza a ser trabajada de las más diversas formas: familiar, cooperativa, mediante trabajos colectivos(minga, tequio, mutirao), más allá de que la propiedad formal sea comunitaria, familiar o colectiva. La tierra es apenas el primer paso de muchos movimientos para, a partir de su posesión, comenzar a tejer una amplia red de servicios, comunitarios, productivos y de distribución, con base en criterios no capitalistas. En las tres últimas décadas, millones de hectáreas han sido recuperadas por los trabajadores en Argentina, alrededor de doce mil acueductos comunitarios funcionaban en Colombia, así como decenas de miles de emprendimientos de economía popular y solidaria, a los que deben sumarse los territorios autoconstruidos en las periferias urbanas que están resistiendo las lógicas del sistema. Estamos ante una contratendencia popular nacida a bajo, que supone la recuperación de una parte de aquello que ha sido expropiado por el capitalismo. Los campesinos sin tierra están realizando una reforma agraria desde abajo, mientras otros campesinos se empeñan, con éxito, en permanecer en sus tierras desafiando la prepotencia de las multinacionales. En nuestro continente, las clases trabajadoras que habitan áreas rurales (pueblos originarios y negros, campesinos y pobres urbanos) son las que han lanzado los desafíos más potentes a la dominación del capital y al neoliberalismo. La recuperación de medios de producción crea las bases materiales para un ocnflicto social distinto al que realizan los obreros organizados, pero con mayor potencialidad estratégica. La recuperación de la tierra, rural o urbana, habilita niveles de autonomía con los que jamás pueden soñar los obreros. No sólo recuperan tierras, sino que las trabajan de otros modos, sin la rígida división del trabajo entre los que mandan y los que obedecen. En los miles de asentamientos del MST, las asambleas de los asentados deciden qué y cómo producir, de qué forma se distribuyen las tierras recuperadas 8pueden ser de propiedad familiar o privada, colectiva o con diversos modos de cooperación) y también los canales a través de los cuales se distribuye la producción. Los campesinos dominan sus tiempos de trabajo sin un capataz que los vigile, procuran no cultivar con agrotóxicos y han creado toda una red de cooperativas y asociaciones para producir, comercializar, prestar servicios y cooperativas de crédito o “bancos populares”. Cada asentamiento decide qué hace con los excedentes. Del mismo modo, las empresas comunitarias vinculadas al CRIC toman decisiones que van desde la organización del trabajo y las formas de comercialización, hasta la utilización de los excedentes. Entre las bases de apoyo zapatistas, quizá la experiencia donde menos dinero circula, se registra una fuerte tendencia al autoconsumo de su propia producción. Con las ventas de café fuera del circuito zapatista, pueden comprar buena parte de lo que necesitan, no sólo artículos de consumo sino bienes duraderos como vehículos de transporte, equipamientos colectivos e insumos para las áreas de salud, educación y las demandas culturales de los jóvenes. Los zapatistas crearon “bancos anticapitalistas”, como BANPAZ (Banco Popular Autónomo Zapatista) y BANAMAZ (Banco Autónomo de Mujeres Zapatistas). La decisión de crearlos fue tomada en las asambleas de las comunidades, que además impusieron intereses muy bajos, inicialmente para cubrir necesidades de salud de las familias. Luego definieron préstamos para proyectos colectivos, cooperativas y sociedades, con un interés mayor, aunque igualmente muy bajo. No hay préstamos para iniciativas individuales. Los pueblos son los que analizan cada paso por dar y van decidiendo lo que les conviene, a la hora de conceder un préstamo. “El aval de cada solicitante es la autoridad de la comunidad a la que pertenece y el pueblo queda como testigo. De esta manera, todo el pueblo está enterado de que uno de sus compañeros solicitó al banco un dinerito y que lo tiene que pagar”. De ese modo, muchas familias zapatistas ya no tienen que salir de sus comunidades a buscar trabLuego definieron préstamos para proyectos colectivos, cooperativas y sociedades, con un interés mayor, aunque igualmente muy bajo. No hay préstamos para iniciativas individuales. Los pueblos son los que analizan cada paso por dar y van decidiendo lo que les conviene, a la hora de conceder un préstamo. “El aval de cada solicitante es la autoridad de la comunidad a la que pertenece y el pueblo queda como testigo. De esta manera, todo el pueblo está enterado de que uno de sus compañeros solicitó al banco un dinerito y que lo tiene que pagar”. De ese modo, muchas familias zapatistas ya no tienen que salir de sus comunidades a buscar trabajo para sufragar los gastos de salud. El fondo inicial de estos bancos provino de varias fuentes: aportes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional; de las ganancias del transporte colectivo que administra la junta de buen gobierno; impuestos que los pueblos cobran a las empresas que construyen caminos que pasan por sus comunidades, y donaciones que les llegan. Las comunidades manejan el dinero como un servicio a las familias y a las bases de apoyo, no como negocio o medio de acumulación. El dinero que circula es propiedad colectiva, está controlado por las asambleas, de modo que no funciona como valor de cambio sino como valor de uso. Si el control de la circulación corresponde a las comunidades, ellas vigilan que no exista apropiación privada de los excedentes, sino que estos se vuelquen para mejorar la vida colectiva. Algo similar sucede con la organización del trabajo en multitud de emprendimientos comunitarios y populares. Las asambleas deciden los trabajos a realizar y los modos de hacerlo, controlan los tiempos sin vigilantes ni capataces, deciden qué se vende fuera y cómo se vende. El control colectivo/comunitario del trabajo no suprime la división del trabajo, pero la somete a la voluntad de la comunidad, rompiendo el esquema mando/obediencia y absorviendo la contradicción entre trabajo intelectual y trabajo manual, aspectos centrales en el capitalismo. La división entre trabajo intelectual y manual se superpone a menudo al binomio mando/obediencia, ya que quienes toman las decisiones quedan por fuera del trabajo manual que es ejecutado por quienes reciben órdenes. En la asamblea todos los aspectos del trabajo entran en juego, menos la división sexual del trabajo en la familia. Por eso, la lucha contra el patriarcado juega un papel decisivo en este desmonte de las relaciones de producción. Entre los campesinos sin tierra de Brasil, los técnicos (agrónomos, arquitectos y otros) se relacionan en plano de igualdad con los campesinos, debaten conjuntamente en las asambleas y reuniones de equipos de trabajo, intercambiando opiniones en un tipo de vínculo que, en modo alguno, supone algo parecido a la oposición mando/obediencia. Los médicos que trabajan los espacios de salud de Cecosesola, tienden a relacionarse de forma no jerárquica sino cooperativa con las enfermeras y ayudantes, con el personal administrativo, de mantenimiento y de servicios. Todos utilizan el mismo comedor diario, participan en una asamblea semanal, que se reúne en un gran círculo, que se encarga de gestionar el Centro Integral de Salud Comunitaria. Durante la pandemia todos viajan en camiones por la dificultades que presenta el transporte público. De este modo, el poder médico queda desarticulado por el empoderamiento de los colectivos sanitarios. Aunque apenas participan una parte de los médicos en estos procesos colectivos, se trata de un camino abierto que el tiempo puede profundizarse. Los movimientos realmente existentes en América Latina, que representan los mayores desafíos al sistema: quilombolas, sin tierra y sin techo en Brasil; periferias urbanas organizadas en Ciudad de México, Santiago de Chile, Buenos Aires y Río de Janeiro, entre muchas otras; pueblos originarios en todo el continente. No sólo están resistiendo el despojo, sino que en sus espacios y territorios están creando nuevas relaciones sociales: para educar a partir de la educación popular o la pedagogía de la tierra; para cuidar la salud amalgamando saberes ancestrales sobre parto, hierbas medicinales y huesos con la medicina alopática; cultivando sin agrotóxicos, y un largo etcétera. Los movimientos resisten y crean a la vez. La resistencia es la dinámica de todos los movimientos, de todos los tiempos. Pero ante nosotros está sucediendo algo muy particular: los sectores populares ya no tienen un lugar de dignidad en las sociedades neoliberales, donde domina el modelo extractivo, sino de subordinación. Por eso necesitan, aquí y ahora, crear espacios en los que puedan estar seguros, donde se sientan protegidos, espacios-refugios en los que puedan “respirar”, que puedan funcionar en territorios autocontrolados y defendidos por ellos y ellas. En esos espacios pueden crear relaciones que no reproducen el mundo hegemónico y sí transformar las relaciones jerárquicas y patriarcales, abrirse a vínculos de reciprocidad y complementariedad. Pueden también establecer otra relación con la naturaleza, la tierra y el agua, con los demás seres humanos y no humanos. Espacios donde la educación y la salud no funcionan con la lógica del mercado sino para potenciar a las personas y a los pueblos. La educación en las dos mil escuelas primarias en los asentamientos y campamentos del MST, así como en la alfabetización de adultos, se realiza con una pedagogía propia, diferente a la del Estado, en espacios construidos por el movimiento mediante trabajos colectivos, con maestras y maestros que nacieron y viven en los asentamientos de reforma agraria. La educación no se reduce al aula, sino que se imparte con especial interés en los espacios al aire libre del asentamiento y del movimiento. La educación en el MST es un proceso que pone la escuela en movimiento, de modo que el sujeto educativo no precisa ser una persona, ni estar en la escuela, ni ser una institución. En esta concepción de la educación, lo central son las relaciones sociales que la escuela despliega a través de su práctica cotidiana, mucho más que los contenidos o el currículum que propone. “El principio educativo por excelencia está “en el movimiento mismo, el transformar-ser transformando”, la tierra, las personas, la propia pedagogía, siendo esta la raíz y el formato principal de su vocación pedagógica”. Por eso decimos que el sujeto educativo es el propio movimiento (entendido como un mover-se de los lugares heredados), como transformarse permanentemente. La profundidad del cambio educativo es notable, al punto que defienden “la “intencionalidad pedagógica” de cada una de las actividades del Movimiento y no sólo aquellas consideradas como educación o formación”. Estamos ante una verdadera revolución en el terreno de la educación, que empieza a tejerse de modos diferentes a la educación logocéntrica centrada en el saber del docente en la escuela/institución, que actúan como “delegados” de un Estado al servicio del capital. En suma, no es una educación ni para el capital ni para el Estado, sino para el movimiento de transformación. En los territorios recuperados, resguardos indígenos, comunidades campesinas y a veces en periferias urbanas, los pueblos organizados crean poderes propios, justicia propia, y sobre todo formas propias de defensa o autodefensa. Contamos con un ocnjunto muy amplio de experiencias colectivas de autodefensa, tanto rural como urbana, en todo el continente. En algunos momentos esos modos de defensa se han convertido en sentido común de los pueblos y movimientos. Entre las más conocidas está el EZLN, la Guardia Indígena nasa.misak del Cauca colombiano, la Policía Comunitaria de Guerrero y las rondas campesinas del Perú. Todas ellas tienen décadas de haber sido formadas y han mostrado la capacidad de esos pueblos de defenderse por sí mismos, sin acudir al Estado ni permitir que se inmiscuya en sus territorios. En fgfeneral, son formas de autodefensa y de poder creadas por las comunidades, inicialmente indígenas pero también campesinas y urbanas. No se limitan a la defensa frente a las agresiones del afuera sino que imparten justicia y ordenan el territorio, juegan un papel educativo y de fortalecimiento de las comunidades y las estructuras y bases materiales de los pueblos que resisten. En muchos casos defienden a las comunidades de la minería, como sucede con las rondas campesinas de Cajamarca para proteger las nacientes de los ríos de la contaminación que dejan las multinacionales. Este “mundo otro” no existe como un todo contínuo sino como islotes que ha veces conforman archipiélagos de practicas sociales no capitalistas, como hilos sueltos de un enorme telar que los pueblos están esperando a tejer, mientras los estados y el capital los destejen de muchos otros modos, a través de políticas asistenciales, instalando empresas extractivas en sus territorios o por la represión estatal y paraestatal. El “mundo otro” no existe como institución o en la forma Estado, pero si en la forma de prácticas más o menos extensas y permanentes. Estas prácticas dan vida en ocasiones a sus propias “instituciones no estatales”, como las juntas de buen gobierno en Chiapas, los cabildos en el Cauca, las “fogatas” en Cherán o las barricadas en Oaxaca (durante seis meses de 2006), las asambleas en las fábricas recuperadas y las más diversas formas de tomar decisiones y hacerlas cumplir en muchos territorios. Lo común entre las experiencias citadas, es que tanto la producción como la reproducción de la vida, la salud y la educación, la autodefensa y la justicia propia, están tejidas como relaciones sociales emanadas de organizaciones de base que, al ser los sujetos de estos procesos y prácticas, las utilizan para fortalecer lo colectivo. Se trata de experiencias que para seguir adelante necesitan resistir y luchar, día a día , contra un sistema que busca eliminarlas porque son obstáculos para la acumulación. Las descripciones anteriores serían incompletas si no se contemplara que el MST y el CRIC reciben fondos importantes del Estado y que el EZLN está acordonado por un amplio despliegue militar del ejército y los paramilitares mexicanos. En general, todas las experiencias conocidas están siendo acosadas por las ultraderechas, los gobiernos y las grandes empresas multinacionales. Los territorios de los movimientos son cotidianamente atacados y sometidos a fuertes presiones económicas, mediáticas y militares. Por lo tanto, además de “mundos otros”, son mundos en resistencia por su supervivencia.
Una mirada de conjunto
La transición ha sido pensada como el proceso que se inicia después de la toma del poder estatal, del derrocamiento de las clases dominantes en el marco del Estado-nación. En ese proceso, necesariamente extenso en el tiempo, sobreviven rasgos del sistema capitalista y deberían aparecer rasgos de la nueva sociedad. En este punto, debe delimitarse qué se entiende por socialismo y, sobre todo, cómo serían las prácticas sociales capaces de impulsar a la sociedad hacia nuevos horizontes. En la experiencia histórica, las nuevas relaciones sociales aparecieron de forma esporádica y, a menudo, espontánea. Tuvieron desarrollos azarosos, algunas fueron institucionalizadas perdiendo su carácter renovador; otras fueron cooptadas y deformadas por el poder político; no pocas fueron visualizadas como peligrosas para el poder revolucionario, cuando no estaban bajo su control. No existió en estos procesos, ni en el conjunto del pensamiento crítico, una reflexión profunda sobre las relaciones sociales emergentes (desde los soviets y los “sábados comunistas” hasta las comunas populares y la inmensa variedad de las organizaciones populares), desde la perspectiva de estas experiencias y no desde la mirada del partido/estado. ¿cómo sería pensar el socialismo o el mundo nuevo desde las prácticas de autonomía y emancipación existentes en esas experiencias y no desde cómo contribuyen, o no, a la consolidación del poder? La experiencia rusa, ha sido referencia, en este punto, para todas las demás. Si el partido bolchevique coartó la autonomía de los soviets, sentida como peligrosa en medio de la guerra civil (algo comprensible, por cierto), cuando los peligros inmediatos desaparecen, la tentación de subordinar las organizaciones de base siguió su curso, sin marchas atrás ni reflexiones acerca de los costos que esa decisión implicaba para los rumbos de la transición. Lo mismo puede decirse sobre los movimientos de mujeres, de sexualidades diferentes, de campesinos y trabajadores en general. El ex vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, sostiene que el Estado no puede ni debe ser el impulsor de los cambios, sino el paraguas protector de la innovación popular. “El socialismo, como constructor de nuevas relaciones económicas, no puede ser una construcción estatal ni una decisión administrativa”. Más allá de su discutible concepción del socialismo como un sistema económico, critica la idea de que es sinónimo de la estatización de los medios de producción y de que con ese paso ya es suficiente para construir una sociedad de nuevo tipo. La permanencia del poder revolucionario permite crear formas “asociativas y comunitarias de producción que deben brotar de la experiencia voluntaria de los trabajadores”, entre las que incluye la democratización de la función pública y transformaciones culturales. El Estado no puede crear comunidad “porque es la antítesis perfecta de la comunidad”, que no puede inventar relaciones sociales comunistas “porque ellas solo surgen como i9niciativas sociales autónomas”; concluyendo que “si alguien ha de construir comunismo es la propia sociedad en auto movimiento. En su opinión el Estado debe ganar tiempo para que la sociedad pueda desplegar su creatividad emancipatoria que, necesariamente, nace y se desarrolla en conflictos, en luchas, fracasos y nuevas luchas. 1. el sociólogo Immanuel Wallerstein sostuvo que una transición “controlada y dirigida “ por alguna instancia como el partido o el Estado pueden reproducir los problemas que pretenden evitar. Una transición controlada y organizada tiende a implicar cierta continuidad de explotación. Debemos perder el miedo a una transición que toma el aspecto de derrumbamiento, de desintegración, la cual es desordenada, en cierto modo puede ser anárquica, pero no necesariamente desastrosa. Las “revoluciones” pueden ser incluso “revolucionarias” en la medida en que promuevan tal derrumbamiento. Las organizaciones pueden ser esenciales para abrir camino, pero es poco probable que puedan edificar la nueva sociedad. Quienes dirigen y controlan la transición desde las alturas, se convierten en un conjunto de personas que tienen más poder e influencia en la toma de decisiones que el resto de la sociedad. Las transiciones son procesos extensos en el tiempo, de siglos más que de años, con marchas y contramarchas, puntos de inflexión como las revoluciones, pero más aún por la crisis sistémica y civilizaciones en curso, aceleradas durante la pandemia. 2-Se da por sentado que la revolución se produce “en un Estado-nación”, algo lógico desde el momento en que gira en torno a la conquista del poder estatal. Por lo tanto, la escala de la transición es la del Estado-nación que, como un conjunto o totalidad, debe transitar hacia una nueva sociedad, nueva economía, nueva cultura. Las nuevas relaciones sociales se deben construir dentro de esa totalidad, sin considerar que puedan desarrollarse de manera desigual, en ciertos espacios acotados para luego, si existieran condiciones y voluntad social, ser replicadas. El capitalismo es hijo de la gran escala, sin la cual no hubiera podido prosperar, tanto como de la desigualdad en el mundo. La expansión del sistema-mundo del marco europeo inicial a todo el planeta, donde la “conquista” de América jugó un papel fundamental, fue lo que posibilitó que las prácticas capitalistas que existían desde mucho tiempo atrás, se desplegaran con toda su potencialidad. “Es hijo de la organización autoritaria de un espacio evidentemente desmesurado. No hubiera crecido con semejante fuerza en un espacio económico limitado”. La sociedad está conformada por tres pisos: la vida material, la economía de mercado y el capitalismo o contra-mercado. La primera es el espacio de la vida cotidiana, la rutina del autoconsumo familiar, donde predominan los valores de uso y que siempre fue, y sigue siendo, un espacio muy amplio en nuestras sociedades. La segunda, la vida económica o la economía de mercado, es el lugar de los intercambios, siempre regulados en la historia para evitar que unos pocos se aprovechen de los muchos. Pero el capitalismo es algo diferente: “Por encima de la enorme masa de la vida material diaria, la economía de mercado ha tendido sus redes y mantenido vivos sus diversos entramados. Y fue, de ordinario, por encima de la economía de mercado propiamente dicha por donde prosperó el capitalismo”. Autoconsumo e intercambio no son aún el capitalismo. Los mercados son “regulares, previsibles, rutinarios y abiertos, tanto a los pequeños como a los grandes comerciantes”, porque en ellos el comercio es “reglamentado, leal y transparente”, o sea está sujeto a control. Por eso define al capitalismo como el “contramercado”, el lugar de los intercambios desiguales donde no funciona la competencia sino los monopolios, “donde merodean los grandes depredadores y rige la ley de la selva”, porque se mueve a distancia del mercado verdadero y de la vida material, rompe las relaciones entre el productor y el destinatarios final delas mercancías, de ese modo escapa a las reglas y controles, se mueve a “larga distancia” y consigue “anormales beneficios”. Los monopolios consiguen anular la competencia e instalan la opacidad de los vínculos económicos. El capitalista no se especializa, es el “visitante nocturno”, el ave de rapiña que parasita la vida material y la economía de mercado y que para triunfar necesita aliarse con el príncipe. “El capitalismo solo triunfa cuando se identifica con el Estado, cuando es el Estado. El capitalismo es poder, no economía. Las relaciones sociales no capitalistas o de nuevo tipo, sólo pueden surgir en el vasto océano de la vida material y luego pueden extenderse al mundo de los intercambios o de la vida económica. Ahí es donde surgieron las prácticas no capitalistas de los movimientos sociales latinoamericanos, en espacios controlados por ellos, donde los monopolios no tienen acceso. En esos espacios resguardados, a distancia del capitalismo, es donde puede surgir lo nuevo, siempre en resistencia respecto a las aves de rapiña. La lucha antisistémica en nuestro mundo “está anclada en la vida material y en la economía de mercado”. Allí es donde se producen las resistencias y las innovaciones. Los cambios positivos que allí sucedan, pueden ser cuidados por el poder estatal, apoyados con suavidad, sin imponer, apenas tocando aquí y allá, para dejarlas crecer y que desplieguen su potencia. No es cuestión de espontaneidad sino de cuidados. 3- el socialismo, o la sociedad de transición, “es el poder de los trabajadores”. En las experiencias históricas, salvo períodos breves, el poder ha sido ejercido –en los países donde se produjeron revoluciones- en nombre de los trabajadores (campesinos, obreros, profesionales…), pero no por ellos de forma directa. Por eso creo que el aspecto central de la nueva sociedad es el autogobierno en todo nivel, de los sectores populares: en sus comunidades y ejidos, en municipios y territorios rurales y urbanos. El mundo nuevo puede asumir la forma de una amplia red de autogobiernos locales conectados entre sí a través de formas poco jerarquizadas, o mejor con jerarquías bajo control de los autogobiernos. La red de autogobiernos locales es probablemente la imagen más adecuada del tipo de sociedad que buscamos, de un Estado centralizado que posee en sus manos no sólo el monopolio de la violencia legítima sino del conjunto de los medios de producción y de cambio.