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La corrección política del siglo XXI pone un especial cuidado solo hacia temas y colectivos concretos; cambia el respeto por la cautela, y activa el autocontrol y la aurtocensura solo en ciertos contextos, y solo ante ciertas manifestaciones pues su motivación es el miedo. Los sujetos protagonistas de la cancelación son de diversa naturaleza –personas, obras artísticas, organizaciones, empresas, naciones-, pero comparten el mismo principio de intervención en la supresión de la presencia pública y manifestaciones de las personas, la eliminación de obras artísticas o la censura previa a expresiones institucionales y creencias, cuando no el chantaje político. Es una práctica recurrente, un hábito colectivo, una costumbre social que puede dar o ha dado lugar a una cultura: la cultura de la cancelación. La cultura de la cancelación es una supraideología, un marco de prohibiciones que puede servirse tanto de una ideología como de la otra para ejercerse en una u otra dirección, sobre unas u otras formas de actuar, decir o pensar. Los postulados de lo correcto que son la corrección política no son, a priori, o no están asociados de forma exclusiva ni permanente en el tiempo a los de una filosofía o doctrina política concreta. Si bien lo correcto ha dado pie a la costumbre cancelatoria en Occidente se encuentran dominados por el posmarxismo, el neoliberalismo, el progresismo, la denominada “justicia social”, o las políticas de identidad, no lo es menos de otros postulados, de signo contrario o de diferente signo, pueden ejercer, de manera circunstancial –como respuesta puntual- o de forma continua –derivado de un mas o menos improbable cambio en el pensamiento político actual mayoritario-, el mismo grado o tipo de censura. La polarización de la sociedad es otro aspecto fácilmente evidenciable y caracterizador de nuestros días; se manifiesta en torno a la cultura de la cancelación de forma tan íntima que es complicado distinguirla como causa o como consecuencia de la misma. La cancelación, como fenómeno y práctica de naturaleza cultural, opera a todos los niveles, es totalizante; nada ni nadie es ajeno a la misma, y las políticas que explicitan su existencia son tan solo el fruto visible de un complejo entramado que hunde sus raíces en el sustrato de una sociedad.
La cancelación elevada a cultura
La cancelación elevada a cultura, es la práctica de prohibir, condenar e invisibilizar comportamientos, afectos, pensamientos y creencias que no siguen el sistema de valores de la sociedad, erigiéndose esta práctica en costumbre, en la forma actual de actuar de una colectividad o de la sociedad en su conjunto, en un modo de proceder que se propaga y es compartido de unos agentes sociales a otros, e incluso se perpetúa de unas generaciones a otras. Cuando la cancelación escala hacia el grado de cultura y adopta esta dimensión, sus motivaciones y consecuencias son asumidas de manera progresiva como parte sustancial de la condición de una sociedad. Sus miembros perciben estas causas y efectos como elementos cada vez menos ajenos a sus vidas, adquieren familiaridad y cotidianidad, y acaban siendo interiorizados como normales. En este punto, la cancelación deja de aparecer asociada a acontecimientos concretos y aislados para convertirse en un artefacto cultural más dispuesto a limitar de manera continuada, con total naturalidad e impunidad pensamientos, afectos y conductas. Y cuando este proceso de culturización que potencia a la cancelación llega a su máxima expresión, la autocensura se instala en la mente como un mecanismo rápido y automático, capaz de operar con independencia del control voluntario de la persona. La cancelación no opera con un sistema de valores fijo, sino con aquel que domina en cada momento la sociedad, reforzando así la concepción de la cancelación como una supraideología.
Negación de la realidad y liberalización de la verdad
Desde 2016 la posverdad ha servido de esquema mental para situarnos y comprender el pensamiento dominante y las condiciones relacionales del mundo en el que vivimos: la posverdad se refiere o denota las circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las emociones y las creencias personales. La posverdad tuvo ese año su punto de anclaje en la historia con dos acontecimientos c lave: el ascenso de Donald Trump a l a presidencia de Estados Unidos y el proceso del Brexit. Si Trump llevó una campaña en la que entre un 50% y un 70% estimado de las afirmaciones resultaron falsas, el Brexit inflamó a los británicos con proclamas cargadas de emotividad y eslóganes inciertos para el sentido común. Estas mentiras no importaron pues Trump ganó las elecciones y el Brexit salió adelante. Es esta apatía, esta impasibilidad del ánimo y actitud de indiferencia frente a la mentira, incluso su aceptación como “verdad alternativa”, lo definitorio de una posverdad que da continuidad al relativismo de la posmodernidad. Mauricio Ferraris dijo que “lo que se conoce como “posverdad” no es sino la popularización del principio fundamental de lo posmoderno, según el cual “no existen los hechos, solo las interpretaciones”. El relativismo niega el carácter absoluto del conocimiento para hacerlo depender de cada sujeto que conoce. La validez de un juicio depende de la persona que lo formula y de las condiciones en que se ha formulado, no de condiciones objetivas y externas a los mismos. No es que solo existan tantas respuestas –opiniones- como puntos de vista- es lógico y respetable que pueda darse esta casuística-, sino que todas y cada una de esas respuestas son válidas por igual. El relativismo preconiza que no hay una verdad única o absoluta, por lo que tampoco debería haber un interés en buscarla, ni tratar de averiguar qué opiniones de entre las emitidas sobre una determinada cuestión ser acercan más a la verdad, puesto que todas ellas son verdaderas. Si el relativismo pone en jaque a la verdad en consideración a los juicios emitidos sobre la realidad, la posverdad la sentencia al negar la propia realidad. La posverdad niega los hechos mismos para crear y avalar la posibilidad de unos “hechos alternativos”, normalmente sobre asuntos de interés públicos y gracias a la gran cantidad viralizadora de Internet, en concreto, de las redes sociales. En la posverdad se crean nuevas “verdades” sobre la base de invenciones, hechos de creación propia, y una mentira se presenta y se convierte en verdad al mismo nivel que la verdad misma. ·El postruista, a diferencia del posmoderno, no es irónico ni relativista, y está convencido de que sus verdades alternativas son verdades absolutas mientras que las de los adversarios son meras mentiras. No ha muerto la verdad. Mas bien nos enfrentamos a un alibertalización de la verdad. Para que la mentira se propague y sea aceptada es necesario inflamar las emociones de los receptores, distraer su atención de cualquier evidencia de los acontecimientos reales y nublar su juicio todo lo posible. Una campaña de propaganda bien diseñada, o un discurso incendiario pronunciado en el momento apropiado, junto con la predisposición ideológica, pero sobre todo emocional, de los receptores logran reafirmar a colectivos enteros en una realidad paralela y fraudulenta. La posverdad crea el marco perfecto para la resignificación definitiva de la realidad y de al verdad. Si que hay unos hechos objetivos; los que yo crea que han sucedido. Si que hay una verdad; lo que yo creo que es verdad. Con todo, la posverdad legitima la negación obstinada e impune de cualquier acontecimiento o afirmación cuya naturaleza no se comparta. Este es el punto que entronca de manera más directa y con más fuerza con la cultura de la cancelación: la negación de los acontecimientos y afirmaciones no compartidos por el individuo o colectivo que posee la capacidad de imponerse, por supuesto que sin mediar discusión o comprobación alguna acerca de su verdad y validez objetiva –dado que la objetividad es ahora la objetividad del que se impone-, a cambio de la obligación de adoptar los acontecimientos y afirmaciones que quienes imponen han considerado y decidido que tienen que ser verdad. Ni siquiera la ciencia está a salvo. La verdad, centro y guía exclusiva de la actividad científica, se considera dogmática y antihistórica. La posverdad permite que toda proposición o argumento de debate, por muy lícito que sea o bien fundamentado que se presente, quede desacreditado de inmediato y pierda la consideración de ser considerado y discutido. Basta con contraponer una mentira de nuevo cuño, alejada todo lo posible de la razón con la dosis de emotividad suficiente para nublar el juicio de quienes asisten a su fabricación; o recuperar viejas mentiras que, a base de ser repetidas, quedan enquistadas como verdades en amplios colectivos, instalados en la creencia de la mentira como nueva normalidad.

La cultura de la cancelación (I)
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