La cultura de la cancelación (II)

 

LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN(II)

 

 

 

Feminismo funcional, generismo queer y antirracismo

 

De la justicia social entendida como el respeto a la dignidad trascendente de la persona y la consecución de lo que le es debido según su naturaleza y su vocación, siempre en relación al bien común y al ejercicio de la autoridad, se ha pasado a una justicia social de miras mucho más reducidas, ideológica y de marcado carácter activista conformada por proclamas y reivindicaciones referidas a la igualdad, la diversidad y la inclusión de unas minorías históricamente discriminadas por la hegemonía cultural del cisheteropatriarcado. Las manifestaciones políticas más representativas de esta nueva justicia social se despliegan en torno a tres grandes configuradores de la identidad: la sexualidad, el género y la raza. Sus postulados ideológicos son esgrimidos por tres movimientos sociales, respectivamente: el feminismo funcional, el generismo queer y el antirracismo. Es un movimiento que ha sido capaz de expandir sus reivindicaciones por todo el mundo en el marco del progresismo transnacional. Esta cosmovisión presenta una serie de características, entre las fundamentales: el desplazamiento de la unidad política fundamental del individuo hacia el grupo, es decir, la significación política del individuo pasa a realizarse a través de la pertenencia a un colectivo – colectivo racial, étnico o de género que resta importancia o anula la capacidad de elección del individuo-; la adopción por defecto de la dicotomía opresores y oprimidos, privilegiados y marginados como modelo interpretativo de los problemas del mundo -declarados o insospechados-;la necesidad de dar una presencia numéricamente proporcional a las minorías en todos los ámbitos de la sociedad y a todos los niveles institucionales (empresas, organizaciones, lugares de culto, universidades, fuerzas armadas); que los diferentes modelos culturales representantes de estas minorías estén presentes a todos esos niveles en pie de igualdad con los modelos propios de la “cultura dominante”, sea cual sea la incidencia y recorrido real de estas minorías; la deconstrucción de las narrativas y símbolos nacionales, junto con la erosión del concepto de ciudadanía nacional para dar paso a una ciudadanía posnacional , trasnacional o global que anule sentimientos de lealtad y pertenencia fuertes. Nace una nueva terminología. La posición de poder estructural de los hombres sobre las mujeres recibe el nombre de “patriarcado”; toma impulso la “sororidad”, el desarrollo de la solidaridad colectiva entre mujeres para combatir la opresión a la que se encuentran sometidas y se multiplican las acusaciones acuñadas por neologismos como el “mansplaining” -un hombre explica a una mujer algo que ya entiende, desplegando así su condescendencia machista-, y otros “micromachismos”, con el problema de que como esto depende absolutamente de la interpretación subjetiva de la misma mujer, entonces todos los hombres que expliquen algo a una mujer son potenciales perpetradores de mansplaining. O la “cultura de la violación”, en la que se da a entender que forzar a las mujeres a tener relaciones sexuales en contra de su voluntad o en privación de su consciencia es una práctica social habitual y aceptada. Mientras, la educación sexual define el embarazo como una patología que se cura con el aborto. Empero, el drástico acontecimiento que lo cambió todo fue la revolución sexual, en la que el sexo pasó a ser considerado un acto fisiológico, un placer sin conexión alguna con la afectividad, el compromiso y la reproducción. En este período iniciado a partir de mayo del 68 el feminismo toma un rumbo distinto, en el que la ansiada y necesaria igualdad en derechos civiles y oportunidades –feminismo de equidad- deriva hacia la búsqueda de una igualdad entre hombres y mujeres en términos de personalidad e identidad-feminismo funcional-. Se abjura de todo lo masculino y se considera la maternidad un estorbo y una esclavitud. Con vocablos como “tiranía del patriarcado”, “mi cuerpo es mío”, “derechos reproductivos” o “salud reproductiva”. Por ejemplo, “apropiación cultural” es el uso y explotación de referencias culturales pertenecientes a una “comunidad oprimida” por parte de un “colectivo que oprime”. Po otro lado, el fundamento del generismo queer se sitúa en la negación del sexo como realidad biológica y natural. Judith Butler afirma que la forma y significado de la sexualidad son fruto de una “relación política de vinculación creada por las leyes culturales” de la “heterosexualidad obligatoria y naturalizada” o del “discurso médico legal”. Es decir, el sexo y su división bipartita, así como el género, son productos socioculturales, realidades sin base biológica o natural alguna y “construidos” por la sociedad, que se imponen a la persona desde su nacimiento por parte de médicos y progenitores por el hecho de poseer unos genitales y unos cromosomas determinados. Por tanto, el sexo es “asignado” en el nacimiento –que no “observado” o “atestiguado”- y puede 2reasignarse” en el momento en que se desee-o no debería constatarse en el momento del nacimiento-. Anne Fausto-Sterling, en los años noventa, reivindicó que existen más de dos sexos, estableciendo junto a otros autores la idea del sexo como espectro, es decir, como un continuo que puede variar entre los extremos ·varón” y “mujer” sin un conjunto específico de características- de ahí el término “intersexual”- Ver el sexo como un continuo ayudaría a eliminar la discriminación de las personas trans-aunque irónicamente muchas personas trans se adhieren a uno u otro sexo- y de las personas que se declaran no binarias. Otro término es el “misgendering” o una agresión verbal y personal que se comete cuando alguien rechaza la identificación de género escogida por una persona porque no se correlaciona con su sexo, Referirse a una persona con el pronombre o género gramatical correspondiente a su sexo biológico y no al género que esa persona ha escogido, ya sea por accidente o a propósito, se considera una práctica discriminatoria que habría de obtener repercusiones penales. El uso de palabras como “mujer”, “embarazada”, “padre” o “madre” son también objeto de critica, consideradas excluyentes, o en todo caso no suficientes para respetar los derechos de todas las personas. “Persona menstruante”, para acoger a los hombres transgénero-identidad de género masculina y aparato reproductor femenino, es decir, hombres que pueden menstruar; o “persona gestante”, “progenitor 1” y “progenitor 2”, dado que, existirían hombres -transgénero- con útero y mujeres -transgénero- con pene, y el sexo o género de los padres de una criatura podría ser cualquiera que se desee. Con todo, según esta “lógica”, un hombre transgénero, cuyo sexo biológico es el de una mujer, podría quedar “embarazado”; y no sería “madre” sino “padre”. Abundando, en el “Manifiesto contrasexual” de Paul B. Preciado los hombres y mujeres pasarían a ser “cuerpos hablantes”. Diversamente, para las mujeres que no comparten la visión del movimiento queer se ha acuñado el término despectivo TERF, siglas en inglés de “Trans-Exclusionary Radical Feminis», o Feminista Radical Trans Excluyente, una etiqueta dirigida a marcar de antemano cualquier declaración del feminismo contra el activismo transgénero. Otras manifestaciones de la justicia social posmoderna son el “carnofalologocentrismo”, la “antropolatría” o el “humanismo exclusivo”, todos en relación al especismo, como posiciones que consideran la actuación del ser humano hacia los animales como abusiva y denuncian los sentimientos y creencias de superioridad de los primeros hacia los segundos. También el “transespecismo”, en el que personas denominadas “otherkin” o “transanimals” se sienten y se comportan como animales y piden ser designados como tal. También han ganado innumerables adeptos, desde hace décadas, el “panecologismo”, “ecocentrismo” o ecologismo extremo, una visión totalizadora de la realidad en la que el medio ambiente se sitúa en el centro del modelo mismo de la existencia-por encima de la persona- y absolutiza y condiciona la comprensión y condiciones de la vida humana. Su solución pasa por defenestrar a la raza humana y someter la realidad a los dictados de un ente de concepción divina-como lo es cada día para más personas- como la naturaleza o el medio ambiente- Pachamama-.

 

Las injusticias de la justicia social

 

Hoy el escalafón y la dominación no vienen determinados por el capital, sino por la identidad. En las zonas altas de la pirámide encontramos a una “mayoría” conformada por varones blancos heterosexuales (no hace falta que sean ricos), mientras que en la base quedarían las “minorías” conformadas por las mujeres, las personas racializadas y el colectivo LGTBIQ+. El opresivo sistema de ideas que ampara esa situación ya no es económico, el capitalismo, sino diversos sistemas sociales caracter

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