Plutocracia (IV)

 

PLUTOCRACIA (IV)

 

En roma las iniciativas que fueron especialmente desestabilizadoras para el statu quo fueron la confiscación de tierras para otorgarle pequeñas parcelas de cultivo a millones de ciudadanos romanos pobres que movilizaría al instante una base de poder leal y duradera para el plutócrata que defendiera las reformas. Aquellas reformas iban a restarle riqueza a los plutócratas gobernantes al tiempo que insuflaban un gran poder de movilización a sus enemigos, tanto como para hacer concebible un derrocamiento del sistema entero. La segunda amenaza recurrente –la oferta de la ciudadanía romana y el sufragio a todos los itálicos- hacía para el reformador que, por un lado obtendría una base de apoyo mucho mayor de la que podría derivarse de la reforma agraria y, una ampliación tan enorme de las concesiones de ciudadanía convertiría a otros millones de personas en candidatos adicionales a mas lotes de tierra. Pero esto desencadenó una alianza reaccionaria que incluia a los plutócratas del Senado, los caballeros y la subclase plebeya de ciudadanos.

 

Los cambios fundamentales en el reclutamiento de tropas y la lealtad en las legiones romanas, causadas por la desposesión de los pequeños campesinos, fueron los que permitieron el ascenso de caudillos poderosamente armados que transformaron la propia casta plutocrática romana. Mario ignoró el requisito de propiedad y comenzó a reclutar rápidamente entre el proletariado rural. El mayor efecto de este cambio fue que el control del aparato coercitivo de Roma pasó de manos de la plutocracia gobernante a manos de un plutocrata concreto y jefe militar. Incluso cuando luchaban por Roma la perspectiva de dinero y tierras pasaron a ser primordiales. Mario no solo ofreció un estipendio y una generosa parte del botín, sino que prometió una asignación de sus propias tierras privadas a sus veteranos cuando estos regresaran a Roma. En lugar de obtener tierras de Roma, las obtenían de Mario, su jefe militar y la persona hacia la que, evidentemente, sentían mayor lealtad. La lealtad personal a los generales contaba más. Los hombres armados se podían comprar fácilmente y el dictado de Craso que un político líder debía ser capaz de mantener un ejército con sus propios recursos, y el dictado de Julio César que el dinero y los soldados a sueldo son las dos cosas que crean, preservan y aumentan las dinastías hizo que los soldados pasaran a venderse al mejor postor como mercenarios.

 

El grado de estratificación de la riqueza resulta importante pero, al tiempo, lo improbable de que un solo plutócrata, usando su cargo oficial, sea capaz de derrocar un gobierno colectivo, especialmente cuando existen reglas y normas sobre rotación de los puestos y otras salvaguardias. Un cargo oficial sumado a una enorme concentración de riqueza puede permitir a un plutócrata concreto financiar ejércitos que eran del Estado y con ello generar una posición de poder que puede acabar con la plutocracia gobernante. Resulta de gran importancia el papel que ejerce la capacidad coercitiva. Es la potente fusión de poder económico, cargos oficiales e instrumentos de coerción en manos de plutócratas ambiciosos lo que supone la ruina para las plutocracias gobernantes. En una plutocracia guerrera, la defensa de la riqueza, el dominio y la autodefensa personal equivalen a lo mismo. En una plutocracia gobernante, los acuerdos colectivos de dominación plutocrática y los demás esfuerzos de cada plutocrata para lograr la defensa de la riqueza están relacionados, pero siguen lógicas diferentes y a veces enfrentadas.

 

Plutocracias sultanistas

 

La sultanista hace que sus integrantes estén completamente desarmados o limitados por la coerción existente. Por lo general, no gobiernan directamente, pero disfrutan de la protección de un único plutócrata más poderoso frente a las potenciales amenazas horizontales y verticales. El ámbito principal donde tiene lugar esa coacción defensiva se encuentra por encima de todos ellos, pero no en instituciones vinculadas por leyes a un EStado burocrático impersonal: el papel de la defensa sigue estando en manos de los plutócratas, en concreto en las de uno de ellos, cuyo gobierno es directo y personalista. En la sultanista no existen derechos de propiedad absolutos. Solo existen reivindicaciones de propiedad que este tipo de regímenes hacen cumplir de forma sistémica, aunque también con los avatares propios de un gobierno de tipo personal. La estabilidad de una plutocracia sultanista depende de lo bien que el plutócrata líder gestione la defensa de la riqueza de los plutócratas en general, aunque, irónicamente, para que esto resulte efectivo suele ser necesario que se produzcan rapiñas del líder sobre el resto de plutócratas. El sultanismo es laico en sus orígenes y funcionamiento. Sus dirigentes ejercen el poder de manera personalista y con absoluta discrecionalidad. Un poder y una discrecionalidad que en ocasiones se manifiestan más por el bloqueo de las instituciones que por su creación. Leyes e instituciones se encuentran subordinadas a las prerrogativas del gobernante. Los gobernantes sultanistas mantienen un control estratégico sobre el acceso a la riqueza y utilizan los recursos económicos como base de su poder. La relación entre unos y otros dentro de l a plutocracia es simbiótica, pero también plagada de tensiones. Los gobernantes sultanistas se esfuerzan por establecer y mantener el control sobre el poder coercitivo dentro del Estado o del régimen. Esto kincluye la autoridad sobre el Ejército, los servicios de inteligencia, la policía, el aparato judicial y, en ocasiones, la contratación de grupos paramilitares, ejecutores y matones. Incluso si un gobernante sultanista no puede desarmar por completo a los otros plutócratas del sistema, dispone de suficiente capacidad coercitiva para intimidar y someter a la mayoría de ellos. Un régimen sultanista es un régimen personalista en el que las instituciones y las leyes están debilitadas y el líder gobierna mediante el uso del poder coercitivo y material para controlar tanto el miedo como las recompensas. Los plutócratas consiguen adaptarse a los cambios con pactos que aseguren su riqueza frente a las amenazas pero, por razones existenciales, lo que no toleran es una completa incapacidad para defenderse.

 

Las plutocracias civiles

 

En las plutocracias civiles los plutócratas están totalmente desarmados; la coerción que protege sus fortunas la ejerce de manera exclusiva el Estado armado; es el único tipo de plutocracia en el que sus integrantes no gobiernan (si ocupan cargos, nunca es como plutócratas ni para los plutocratas) y el Estado coercitivo que defiende la propiedad de los plutócratas es gobernado de manera no personal a través de una Administración. En las plutocracias civiles hay sistemas jurídicos fuertes e imparciales que controlan a los plutócratas y no al revés. Esto, a su vez, cambia el carácter de la propiedad, que se transforma y pasa a ser no una reivindicación impuesta por los plutócratas, sino un derecho impuesto por el Estado. Estas dos transformaciones-la sumisión de los plutócratas a las leyes a cambio de que los Estados les garanticen sus derechos de propiedad- se dieron a la par durante siglos, y juntas constituyen la evolución más importante de la historia de la plutocracia. Aunque los plutócratas se ven liberados de la violencia y las cargas políticas que supone defender la propiedad por si mismos, la aparición de un aparato estatal que asume estas funciones les plantea nuevas amenazas en forma de impuestos y, posiblemente, de redistribución centralizada de las rentas. En las plutocracias civiles donde el patrimonio y la riqueza existentes están asegurados-independientemente del nivel de riqueza o del grado de estratificación social-, los plutócratas dedican por primera vez casi todos sus recursos materiales de poder a los retos políticos que les plantea la defensa de los ingresos. Una plutocracia civil no puede existir sin un sólido sistema legal. Sin embargo, la cuestión clave no es si las leyes funcionan o si se aplican a toda la sociedad con carácter general. En estas plutocracias civiles las controversias más destacadas en relación con la aplicación de la ley se plantean de forma muy concreta en relación con los plutócratas y las elites. La gente se somete a diario a los mismos mecanismos legales que los plutócratas distorsionan y condicionan igualmente a diario. La mayor parte de los problemas que experimentan esos Estados de derecho se originan en la impugnación de las leyes por parte de los poderosos. El Estado de derecho de gama baja, ese que afecta solamente al pueblo llano, es relativamente más fácil de conseguir porque el ciudadano de a pie carece por sí mismo de los recursos de poder para torcer un procedimiento legal o bloquear un proceso judicial. Puede que el ordenamiento jurídico esté plagado de imperfecciones en su organización, que sea ineficaz o tenga personal mal formado, o leyes en vigor que simplemente son de mala calidad. Un ordenamiento de este tipo producirá sin duda no pocas injusticias e incoherencias. Sin embargo, el origen del problema no lo podemos buscar en el poder de los acusados ordinarios para influir en la aplicación de la ley. La prueba definitiva de un sistema legal no es su rendimiento en el día a día, su funcionamiento sistémico, sino si es más fuerte que los actores más poderosos de la sociedad, lo que implica la consecución de un Estado de derecho de gama alta. Si la ley amansa a los plutócratas y a las elites, amansará por sistema a todos los demás. La contrapartida es que las fortunas plutocráticas puedan defenderse de manera genérica a cambio de que los propios plutócratas sean tan vulnerables ante la ley-por primera vez en la historia- como el resto de miembros de la comunidad cuyos recursos individuales son menos intimidatorios. Esas garantías sólidas implican que la propiedad no puede ser atacada ni arrebatada por el Estado sin causa justa o compensación, ni puede ser amenazada por otros plutócratas del mismo nivel o por las masas de ciudadanos no propietarios, disfruten o no del sufragio universal.

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