La mente esperanzada

 

LA MENTE ESPERANZADA

 

Uno se convierte en la persona que piensa. La esperanza es asunto de la teología y el marxismo. Puede ser trascendental o histórica. Para los griegos fue un consuelo; para los cristianos, una confianza que nos pone en marcha hacia lo divino. Spinoza creía que era mejor vivir sin esperanza y ceñirse a la razón. Gabriel Marcel la concibe como un apretura al misterio; Ernst Bloch, como un resto del hambre originaria, de ese tiempo en el que sujeto y objeto todavía no se habían disociado. La esperanza alienta la reconciliación, que Bloch asocia al materialismo dialéctico (un futuro ideal y utópico) y los místicos a la capacidad de hacer presente el origen.

 

Hay una serie de lugares comunes que hay que recordar. La mente tétrica produce catástrofes. La mente en paz produce dicha. Una antigua idea budista. Uno se convierte en aquello que piensa. Ese es el misterioso mecanismo del mundo. La mente, como la literatura y el arte, diseña los escenarios históricos. El miedo convoca el apocalipsis: pandemias, guerras, desastres climáticos. La obsesión por el control deriva en catástrofe. El miedo no sólo es una amenaza para la democracia, es una amenaza para la vida misma. El miedo hace organismos enfermos, multiplica las fobias, el racismo y el resentimiento. El miedo es además una vieja estrategia de dominio, vuelve a las personas manipulables. Lo hemos visto recientemente en el ámbito global. Los atemorizados lo defienden: es una estrategia de supervivencia, de cautela, que permite evitar peligros. Donde hay miedo es imposible la libertad. Al menos así lo v en los místicos de corazón enamorado. “No haya ningún cobarde. Aventuremos la vida. Pues no hay quien mejor la guarde, que el que la da por perdida”. Esa es la actitud que propone Santa Teresa de Ávila. Una actitud confiada, esperanzada, que decanta el convencimiento de que el mundo tiene sentido.

 

Goethe decía que sólo se puede conocer lo que se ama. Cuanto más profundo sea ese amor, más profundo será ese conocimiento. De ahí que un artilugio mecánico, incapaz de amar; no pueda conocer nada. La atención ha de ser guiada por Eros. El amor no nos hace ciegos, sino videntes. El amor no distorsiona la realidad, sino que la revela. Lo escribió Max Scheler, un filósofo erotizado. Rememoraba el gran Platón: “El conocimiento es un acto amoroso”, y a su discípulo San Agustín, “sólo conocemos lo que amamos”. Hoy hemos dejado el conocimiento en manos de especialistas y máquinas. El saber de las máquinas es frígido, el del especialista estrecho, falto de perspectiva, angosto. Angosto es hermana de angustia. Vivimos tiempos de congoja, aflicción y ansiedad. No se confundan estas emociones con la desesperación. No vivimos desesperados, vivimos ansiosos. Kierkegaard pensaba que la desesperación (y no la razón) era el sello de lo humano. Una inclinación que favorecía la aparición de su contraparte, la esperanza. La angustia es un temor opresivo sin causa precisa. La desesperación es más teatral y colérica, más creativa. Abre el campo, no lo cierra como la angustia.

 

El culto al optimismo aísla a las personas, las vuelve egoístas y suprime la empatía. El sufrimiento ajeno deja de interesar. Cada uno se ocupa solo de sí mismo, de su propia felicidad y bienestar. No importa que esa felicidad sea una mascarada erigida en redes. Se trata de algo muy neoliberal. El culto al optimismo hace a la sociedad insolidaria. Pero, además, se trata de un error estratégico. El monje budista Santideva lo advirtió: “todos los atormentados de este mundo lo son por el deseo de er felices. Todos los dichosos lo son por el deseo de que otros lo sean”.

 

Una última reflexión. La esperanza no habita en el futuro. La esperanza es condición de la vida misma. Un asunto del presente. Se mueve hacia adelante y hacia atrás, se proyecta en el futuro y busca el origen. La esperanza promete y recuerda. Se parece a la libertad en que ambas se crean a sí mismas. La esperanza es ese relato que infunde temple y fortaleza para afrontar riesgos y dificultades. Se desdobla y guía la acción, mientras presenta el mundo bajo una luz diferente: la

luz del origen.

 

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