Historia de la polarización de EEUU(I)

 

HISTORIA DE LA POLARIZACIÓN DE EEUU

 

El conflicto en EEUU explica en parte lo que ha ocurrido en ese país en los últimos años y lo que puede venir en los próximos. Trataremos sobre la cara oculta de la primera democracia moderna. Sobre las desigualdades que construyeron el país desde la Revolución, sobre el poder de la supremacía blanca y la Resistencia que la combate desde el principio. Trataremos sobre la América de Trump y sobre la crispación que crepita bajo la piel de un país dividido y distorsionado. Un conflicto que ha contribuído decisivamente a la supremacía económica y cultural de EEUU en el mundo. Tanto el conflicto externo como el interno; las guerras remotas y el inherente pecado original.

 

Brutalidad policial y racismo.

 

La pandemia de coronavirus paró el tiempo, la sombra de la recesión económica global acechaba de nuevo y las protestas contra el racismo se extendían por todo Occidente, desde Minneapolis hasta Londres y París. La lenta agonía de George Floyd, un hombre negro estrangulado bajo la rodilla de un policía blanco, horrorizó al mundo e inflamó las calles. Sus últimas palabras-”¡No puedo respirar!”- se convirtieron en el grito de gran parte del país contra la brutalidad policial y el racismo. El conflicto, una vez más, dejaba a la vista las profundas grietas de la sociedad estadounidense, cada vez más profundas e insalvables.

 

El desastre de 2020 no tiene precedentes. Millones de personas infectadas por un virus desconocido y miles de muertos en unidades de cuidados intensivos desbordadas; camiones frigoríficos llenos de cadáveres abandonados en las calles de Nueva York, hospitales de campaña en Central Park y fosas comunes en la isla de Hart. Desde la Casa Blanca, mientras, el presidente repite una y otra vez que todo está bajo control, desoyendo a los expertos de su propio gobierno. La ansiedad cunde en todos los hogares, los nervios están a flor de piel. Miles de seguidores de Trump se manifiestan contra las medidas de confinamiento impuestas por los estados, contra el uso de mascarillas, contra la opresión y la falta de libertad. Milicias armadas de extrema derecha acuden a los llamamientos del presidente a la insurrección. La desinformación y las teorías de la conspiración impregnan las redes sociales. En ese momento, cuando la violencia entra en acción y todo el país ve morir a George Floyd en tiempo real, la tensión salta por los aires. Ha ocurrido otras veces: la violencia es parte esencial de la historia de EEUU.

 

El movimiento Black Lives Matter(las vidas negras importan) reprochan a Obama no haber hecho nada para acabar con la brutalidad policial contra las minorías ni haber creado oportunidades para los afroamericanos. “Trump, en realidad, ha sido lo mejor que nos ha podido pasar a los negros de este país: un racista que viene de cara”. Antes del estallido social de 2020 por la muerte de George Floyd, la guerra de Black Lives Matter contra la violencia policial y el racismo tomó impulso al final de la presidencia de Ob ama y durante las elecciones de 2016, pero después languideció durante los primeros años de Trump. No porque haya disminuído el número de ataques impunes contra las minorías, sino porque el foco mediático se ha desplazado junto al péndulo político y, consecuentemente, los frentes del activismo a favor de los derechos civiles se han multiplicado. La lucha feminista contra los abusos sexuales o la situación de los migrantes centroamericanos en la frontera con México han pasado a primer plano. El conflicto racial sigue siendo la constante, la gran rémora que sigue lastrando el progreso social en EEUU.

 

El país se fundó sobre la creencia de que la raza blanca es superior a todas las demás. Jefferson, autor de la frase constitucional “todos los hombres son creados iguales”, dejó también escrito lo siguiente: “Sospecho que los negros, ya sean originalmente una raza distinta o diferenciados por el tiempo y las circunstancias, son inferiores a los blancos tanto en sus características de cuerpo como de mente”. La visión de Jefferson, típica de los intelectuales de su época, excluía a todas las mujeres y a los no blancos de los derechos básicos como ciudadanos. Abraham Lincoln-el “emancipador”- era partidario de expulsar a toda la población negra de EEUU a Centroamérica. Después de la guerra, en 1868, se aprobó la enmienda de la constitución que otorgaba la condición de ciudadanos a todos los nacidos en EEUU, incluidos los antiguos esclavos. Y aún así la constitución seguía sin reconocer todos los derechos a la mitad de la población, porque el derecho a votar se restringía a los “hombres” mayores de edad. Tampoco se incluía a los indígenas. En 1920 se ratificó la enmienda que daba el derecho a voto a las mujeres. Cuatro años más tardarían en ser expresamente reconocidos como ciudadanos de EEUU los habitantes de los pueblos originarios de Norteamérica. Sin embargo, no todos los negros ni los indígenas pudieran ejercer el derecho a votar hasta los años sesenta del siglo pasado. La raza nunca ha dejado de importar. James Baldwin dijo: “el blanco es una metáfora del poder”.

 

EEUU es el único país en el mundo que mantiene una clasificación de su propia población basada en criterios raciales-y racistas- del siglo XVIII. El botánico y zoólogo sueco Carl Linnaeus, padre de la taxonomía, estableció cuatro subespecies humanas: Americanus, Asiaticus, Africanus y europeus. Esas cuatro categorías son la base del censo en EEUU. Blanco se define como persona con orígenes en cualquiera de los pueblos originales de Europa, Oriente Medio y norte de África. Negro o afroamericano es persona con origenes en los grupos raciales negros de África.Luego están los pueblos originales y los asiáticos. No hay ninguna raza latina o hispana. Es el único grupo al que se le aplica un criterio lingúístico: ¿es esta persona de origen latino, hispano o español?

 

Esa supremacía blanca está en las estructuras de poder. En las políticas públicas, en la empresa privada, en Wall Street, en Hollywood, en la policía, en la justicia, en el sistema penitenciario, en la industria inmobiliaria. Hay momentos en que el país cree haberse librado definitivamente del supremacismo. Como cuando Barack Obama fue elegido presidente, cuando Lyndon Johnson anunció la ley de derechos civiles, cuando Franklin Delano Roosevelt puso en marcha el New Deal o cuando Abraham _Lincoln proclamó la libertad de los esclavos. Sin embargo, cada vez que se ha conseguido destruir la supremacia blanca, ella ha despertado para reconstruir su entramado. Ocurrió con las leyes segregacionistas de Jim Crow tras el periodo de la Reconstrucción, volvió a ocurrir con la represión del macartismo tras la Segunda Guerra Mundial, después vinieron las políticas daltónicas de Richard Nixon tras la conquista de los derechos civiles y, más recientemente, la llegada del nacionalpopulismo trumpista como reacción al espejismo postracial del primer presidente negro de la historia.

 

Si un joven de color sale corriendo es probable que alguno de los cientos de policías armados le dispare. Es lo que puede ocurrir en West Baltimore cuando un joven negro se acerca a un policía peligrosamente. Porque los uniformados ven eso, peligro, en los jóvenes de piel oscura vestidos con camisetas de “Jesucristo era negro”, sudaderas con capucha o pantalones caídos. Los jóvenes negros deambulan por las calles de Sandtown, en West Baltimore, porque no tienen trabajo ni perspectivas de estudiar, ni nada. Un chaval de Gilmor Homes, un project de viviendas sociales en un vecindario donde uno de cada diez residentes es adicto a la heroína y donde la mitad de las casas, ciegas y vacías, de puertas y ventanas tapiadas, se fosilizaron hace tiempo. El tráfico de drogas es una salida fácil, al alcance de la mayoría, pero una vez arrestados esos jóvenes quedan marcados y se les cierran las puertas de cualquier otro trabajo. Es el círculo vicioso en el que se encuentran atrapados muchos jóvenes de Sandtown. La historia de muchos chicos del barrio son detenciones, interrogatorios y temporadas en la cárcel por posesión o tráfico de drogas. La tasa de encarcelación en Sandtown es la más alta del país. También la tasa de criminalidad. Y la de pobreza. Esa pobreza de la que es casi imposible salir si eres negro en West Baltimore, porque los barrios pobres de los centros urbanos (los llaman inner cities o “ciudades interiores” en contraposición a los suburbios de clase media y alta) son compartimentos estancos en EEUU.

 

Heroinómana y analfabeta, Gloria dió a luz. Superviviente de nacimiento, estaba condenado a una infancia penosa, en la que la figura de la madre se evaporaba durante las temporadas que tenía que pasar supuestamente en programas de rehabilitación por su adicción a la heroína. Del padre no se sabía nada, ni se le esperaba. Una infancia que transcurrió en Sandtown, a menudo en casas sin electricidad ni agua corriente, con escasez de comida y atención médica precaria. Los hijos de Gloria crecieron enfermos, envenenados por el plomo utilizado en la pintura de las paredes. El “dinero del plomo”, indemnizaciones, ayudas y subsidios, único sustento sde muchas famillias pobres. Y, luego, claro, estaba el dinero de los trapicheos.

 

El racismo es algo más sutil que todo eso. Va mucho más allá del color de la piel. Como en los miles de casos de brutalidad policial a lo largo y ancho de EEUU, en barrios deprimidos, un gueto donde casi al cien por cien la población es negra. Nada parecido habría pasado en los suburbios de clase media, donde los índices de pobreza y de criminalidad son los de cualquier país desarrollado.

 

La segregación siempre fue unilateral. Los clubes de negros no tenían problemas en aceptar a clientes blancos. Los locales para blancos de ciudades “liberales” como Nueva York tenían, en el mejor de los casos, una puerta trasera para los “coloreados” ilustres. No se servían consumiciones a negros, aunque todos los artistas sobre el

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