HISTORIA DE LA POLARIZACIÓN EN EEUU (II)
El líder del Nuevo Partido Pantera Negra dice que el único camino para los negros es tomar las armas frente a la represión blanca. La violencia ha separado históricamente a las dos grandes ramas del movimiento negro en EEUU.
Los intelectuales cercanos a Black Lives Matter beben de las fuentes clásicas del progresismo afroamericano, de la tradición del esclavo abolicionista Frederick Douglass, la activista antisegregación Ida BB. Wells o el padre del panafricanismo W,E,B. Du Bois,, pasando por el pacifismo de Martin Luther King y el radicalismo de Malcolm X. Pero también incorporan nuevos principios presentes en el movimiento izquierdista contemporáneo. La diversidad, el globalismo, la lucha feminista o la defensa de los derechos de las personas transgénero son parte del ideario del grupo. Además, su radio de acción va más allá de las fronteras estadounidenses, con divisiones presentes en el Reino Unido o en Sudáfrica. El escritor Ta-Nehisi Coates es uno de esos intelectuales de BLM. Coates no es milenial. Pertenece a la Generación X, los nacidos en los años sesenta y setenta. Su libro en forma de carta a su hijo adolescente “Entre el mundo y yo” le han convertido en algo así como el James Baldwin del movimiento Black Lives Matter.
Por su lado, sin una reforma del sistema de justicia criminal no se combate el racismo en los tribunales. El sistema de justicia en EEUU está blindado. Es un búnker de hormigón armado construído por y para la supremacía blanca en el que no hay resquicios legales posibles. Protegidos dentro de ese búnker, los miembros de los cuerpos policiales son intocables.
También hay un racismo inmobiliario. Cuanto más pobre es un barrio, mayor es la escasez de comida real y mayor la presencia de productos industriales atiborrados de azúcares y aditivos. Son los llamados “desiertos alimentarios”. Donde escasea la comida real, los colegios públicos carecen de recursos y las bandas de gánsteres campan a sus anchas. Suben las rentas, llegan personas con mayor nivel adquisitivo dispuestas a pagar más, se establecen y el barrio “se regenera”. La regeneración consiste, se entiende, en acabar con la identidad cultural del barrio, ya sea jamaicana, puertorriqueña o judía hasídica, para plantar en su lugar sucursales de Starbucks, Whole Foods y Urban Outfitters. Desplazados a los projects –bloques de viviendas sociales-. Los nietos de aquellos inmigrantes venidos de Barbados o Haití perderán paulatinamente su patrimonio cultural para entrar en una crisis de identidad y disolverse en la categoría de “negros pobres”. La vieja supremaçía blanca haciendo su trabajo una vez más. En consecuencia, el sentimiento de pertenencia de muchos jóvenes afroamericanos en esas zonas desfavorecidas está ahora más ligado a pandillas como los Bloods o los Crips que a la cultura de sus padres o abuelos. Las asociaciones vecinales llevan años oponiéndose a estos proyectos porque “pasan por encima de la comunidad como un bulldozer, las destruyen sin remedio y hay corrupción. No hay democracia real porque la agenda de los políticos no es la del pueblo sino la de los constructores inmobiliarios como Trump. Y eso que rige una Ley de Vivienda Justa de 1968 que prohibía expresamente la segregación en el sector inmobiliario.
2. La antiglobalización populista y la Antiamérica.
La extrema derecha populista aplica la fórmula mágica que hizo triunfar a Trump-sus habilidades: el escapismo, la hipnosis y la estridencia-. Para el nacionalpopulismo Trump es el líder que dice sintonizar con un mismo malestar: la angustia de la clase trabajadora engullida por el abismo de la globalización, deglutida por el liberalismo políticamente correcto y regurgitada con desprecio por las élites económicas e intelectuales. Pero la sociedad estadounidense estaba dividida mucho antes de la llegada de Trump al poder. Durante la reelección de Bush en 2004, empezaban a verse las grietas. Con Obama el Neww York Times proclamó en su primera edición “Caen las barreras raciales”. La elección del primer presidente negro de la historia de EEUU estuvo muy lejos de ser la culminación de la conquista de los derechos civiles de las minorías. Obama fue un espejismo que cortocicuitó a gran parte de la población. La mayoría blanca conservadora se vió alienada por políticas que llevaban el sello de un presidente negro al que muchos veían como la Antiamérica-la reforma sanitaria “impuesta por el Gobierno- es un ejemplo paradigmático-. Las zanjas comenzaron a hacerse más profundas; la división, más pronunciada; la crispación, más evidente.
La Antiamérica tenía el precedentela de la etapa de persecución política conocida como el Segundo Peligro Rojo (el primero ocurrió durante el período de entreguerras, tras la victoria de la revolución bolchevique en Rusia). Por todos los medios, había que combatir la amenaza del comunismo dentro y fuera de casa. El Comité de la Cámara de Representantes para Actividades Antiamericanas extendió la persecución rápidamente a todos los aspectos de la sociedad norteamericana, también al mundo del espectáculo, el cine y la música,, que eran a los ojos de los nuevos inquisidores, auténticos “nidos de rojos”. El senador republicano de Wisconsin Joseph MacArthy se encargo de la caza de brujas. Fue una purga de homosexuales, subversivos, vagos y propagandistas de causas internacionales.
America First! El americanismo y no el globalismo es el credo de Trump. Con este lema Trump hizo su feudo en las zonas mineras e industriales de los Apalaches.
3. Efecto Trump.
Casi 60 millones de brasileños votaron a Jair Bolsonaro en 2018. En consecuencia, la mayor parte de la población del continente americano ha sido gobernada por presidentes nacionalpopulistas (solo EEUU y Brasil suman más de la mitad de la población de Amércia). Las posturas racistas, homófobas y machistas se han normalizado en la vida pública. Sus dirigentes saben que destripar el lenguaje políticamente correcto da votos. Trump en Twitter y Bolsonaro en YouTube. Culpar a las minorías y a los inmigrantes de todos los males es la estrategia electoral con mejor relación calidad-precio del mercado. La pesca es abundante en el caladero del miedo y la inseguridad.
El “saludo a los periodistas deshonestos” era uno de los momentos favoritos del público en los mítines de Trump. Y las masas se incendiaban con la frase “Build the Wall!”(Construye el muro) y los coros enfurecidos dedicados a Hillary Clinton “Lock her up!”(Que la encierren). Los designados por el partido Republicano para elegir su líder eran todos blancos. El partido Republicano en 2016 es el partido de la “ira blanca”. “Tíos blancos cabreados” es lo que necesitaba Trump para vencer a Hillary Clinton. Los blancos, cristianos y conservadores siguen siendo mayoría en EEUU, aunque la balanza demográfica podría inclinarse del lado de las minorías étnicas en dos generaciones, según los expertos. Ese año, por primera vez, nacieron mas niños de minorías étnicas que bebés blancos. El vuelco demográfico es cuestión de tiempo, aunque en las elecciones de 2016 los votantes blancos representan todavía más del 73% del censo. Casi tres cuartas partes de la población, aunque cada vez más envejecida y con una capacidad de influencia menguante. Este hecho preocupa mucho a los sectores más conservadores, que ven como se avecina un cambio que podría dejarlos fuera de juego en un futuro no tan lejano. El “gerrymandering”-la manipulación de las circunscripciones electorales para influir en los resultados- ha sido una práctica habitual de demócratas y republicanos por igual. Se trata de agrupar(“packing”) o dispersar (“cracking”) grupos de votantes para reducir o ampliar su representación electoral. El gerrymandering benefició principalmente a los conservadores. El resultado estaba en gran medida cocinado previamente por la forma en que los distritos electorales estaban diseñados. La man