LA AMBIVALENCIA DEL CONSPIRACIONISMO POPULAR PARA LA EMANCIPACIÓN(II) Por un lado, la mentalidad conspiracionista forma parte de una toma de conciencia y de un despertar político de algunos ciudadanos; a veces incluso les acerca, aunque sea de forma confusa, a la raíz de los problemas. Por otro lado, la mayoría de las veces es incompatible con la construcción de luchas y alternativas capaces de socavar el orden existente, cuando no desemboca en verdaderas monstruosidades. Los responsables políticos e
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16 nov
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From your Reading History: VUELTA A LA AUTONOMÍA. Debates y experiencias para la emancipación social en América Latina Gaya Makaran 2019, VUELTA A LA AUTONOMÍA. Debates y experiencias para la emancipación social en América Latina 2,114 Views View PDF ▸ Download PDF ⬇ ABSTRACTVolver a la autonomía, volver a los senderos del caminar autónomo, más allá, y frecuentemente en contra, del Estado y del capital, donde la autonomía o, mejor dicho: las autonomías con sus múltiples facetas, se proponen
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LA AMBIVALENCIA EMANCIPADORA POPULAR DEL CONSPIRACIONISMO(I) La mentalidad del conspiracionismo se basa en la convicción de que se nos oculta la verdad y las verdaderas razones de los acontecimientos. Con el aumento del tiempo que la gente pasa delante de las pantallas, con el encierro mental que esto ocasiona entre muchas personas aisladas, con la creciente división de la sociedad en tribus político-culturales mas o menos estancas, han proliferado las teorías alucinadas. Se trata de un aspecto del modo
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yo
Para
alfredo velasco
16 nov
16 nov a las 14:55
LA AMBIVALENCIA DEL CONSPIRACIONISMO POPULAR PARA LA EMANCIPACIÓN(II)
Por un lado, la mentalidad conspiracionista forma parte de una toma de conciencia y de un despertar político de algunos ciudadanos; a veces incluso les acerca, aunque sea de forma confusa, a la raíz de los problemas. Por otro lado, la mayoría de las veces es incompatible con la construcción de luchas y alternativas capaces de socavar el orden existente, cuando no desemboca en verdaderas monstruosidades. Los responsables políticos e industriales que dirigen nuestras sociedades mienten extraordinariamente bien sobre lo que hacen y lo que intentan hacer. Emplean recurrentemente la mentira sobre los daños que causan al medioambiente y a la salud. La mentalidad conspiracionista consiste principalmente en atribuir ciertos acontecimientos, sino todos, a organizaciones ocultas, actores en la sombra capaces de operar de forma coordinada y secreta. Desde esta perspectiva, las cosas no serían lo que parecen porque ciertas personas poseen los medios parfa armar una apariencia engañosa, para ocultar la verdad al mayor número de personas posible. El problema es que esta paranoia no carece de fundamento en la realidad. Los Estados modernos se han dotado de medios para actuar en la sombra, con servicios de inteligencia y espionaje, policía secreta y fuerzas especiales. Otro factor que legitima la paranoia ciudadana es que, desde hace un siglo, al igual que las grandes empresas, se sirven de agencias de comunicación y relaciones públicas capaces de llevar a cabo auténticas campañas de manipulación mental, desinformación y propaganda. Vivimos en un mundo en que las posibilidades de sugestión y manipulación a través de imágenes cuidadosamente elaboradas, retocadas e inventadas se han multiplicado enormemente. No cabe duda de que las grandes organizaciones de nuestro tiempo se han convertido en verdaderos maestros en el arte de fabricar apariencias y de modelar nuestra percepción de la realidad política e histórica. Aunque esta capacidad de alterar radicalmente la consistencia de los hechos y de pulverizar la noción misma de verdad en arrebatos de demencia colectiva les parecía característica de los regímenes totalitarios nazi y estalinista, Orwell y Arendt no consideraban que las demás sociedades industriales, con sistemas parlamentarios más o menos liberales , fueran inmunes a estas distorsiones de la realidad. No se puede negar la capacidad de la maquinaria del Estado para ocultar sus acciones y propósitos es extraordinaria e insólita. Esto no significa, desde luego, que se recurra a ello constantemente, en todos los asuntos y en todas las direcciones, pero si significa que las operaciones de manipulación, de apariencia sumamente inverosímil, son de hecho posibles, incluso en asuntos decisivos. Los mecanismos de control de la “democracia parlamentaria” pueden ser perfectamente burlados y neutralizados. Esto no quiere decir que no existan y nunca sirvan para nada: quiere decir que los aparatos del Estado y el complejo militar-industrial son perfectamente capaces de burlarlos cuando les interesa hacerlo. La capacidad de falsificación y transformación de la realidad de que son capaces los poderes públicos y las industrias privadas para preservar o reforzar su poder es inmenso.
Es sabido que la industria censura la investigación científica; es capaz de utilizar a investigadores y médicos respetables para eludir un riesgo o amplificar otro, para alimentar la incertidumbre que le favorece y acallar la que le perjudica; que es capaz de oponerse a que se indemnice a las víctimas de sus actuaciones; que puede hacer todo esto en connivencia (mas o menos declarada y consciente) con los gobiernos y las instituciones científicas públicas. La idea de que los estudios académicos puedan estar sesgados, de que se pueda ocultar información seria a la prensa, de que la industria pueda comportarse de forma criminal, no es en absoluto ridícula en si misma. La cuestión es, evidentemente, saber cuándo ocurre, sobre qué cuestiones y en virtud de qué intereses. La estrategia de los “mercaderes de la duda” y sus estudios patrocinados para ocultar los peligros de sus productos químicos, alimentos o cigarrillos a quedado al descubierto, aunque no haya sido neutralizada, y la industria se ha adaptado en consecuencia para contrarrestar las revelaciones efectuadas por jueces, investigadores, ONG y periodistas entre las décadas de 1990 y 2010. La industria se esfuerza ahora por descalificar todas las críticas que se le hacen, en no0mbre de la ciencia, La única ciencia, la verdadera ciencia, la suya. Para ello, analizan los casos de una serie de intelectuales que afirman defender esta “buena ciencia” frente a lo que califican de histeria ecologista. Ataviados con el disfraz de fact-checkers frente a los “mercaderes del miedo”, los profesionales de la influencia pueden desempelñar el papel de promotores de la “Ciencia” ante la opinión pública. Hasta ahora, han defendido los productos peligrosos y las sustancias tóxicas de sus clientes oponiendo estudios patrocinados a estudios científicos independientes. Pero la manida estrategia de “fabricar dudas” ha llegado a su límite. Ahora se trata de presentar a la opinión pública los estudios de sus clientes como un corpus de conocimientos irrefutables, respaldado por toda la comunidad científica. Los argumentos de la industria se disfrazaban de ciencia, pero ahora se esconden tras una defensa de la ciencia como bien común. Todo el mundo ha oído estas afirmaciones en el debate público: estar en contra de los pesticidas en sus usos actuales, cuestionar ciertos usos de las biotecnologías, criticar la industria nuclear, es estar “en contra de la ciencia”, es caer en el “oscurantismo”. La estrategia de los industriales del petrtóleo, del plástico, de los pesticidas y del alcohol consiste ahora en decir en qué consiste la “buena” ciencia. Pero también necesitan difundir sus informaciones y reclutar adeptos, a veces sin su conocimiento. Los estrategas de la industria, que buscan constantemente el apoyo de los actores sobre el terreno, no tienen ningún escrúpulo, y en el proceso han dañado la reputación y el prestigio de pequeñas asociaciones que, durante décadas, han defendido la educación popular en la ciencia. La ciencia se parece más bien a un espacio directamente político, en el que se juega a diario la perpetuación del poder de las grandes industrias sobre la sociedad y donbde, en consecuencia, se permiten todas las artimañas, se autorizan todos los sofismas y se posibilitan todas las manipulaciones posibles.
Las mentiras de la Big Science en manos de la industgria no sólo sirven para estimular las tasas de beneficio; sirven para establecer la dominación de una determinada visión del mundo, de una determinada forma de actuar sobre él. Están ahí para impedir que se forme una conciencia clara del hecho de que, tras cuatro siglos de desarrollo científico y dos siglos y medio de desarrollo industrial “la tierra, enteramente ilustrada, resplandece bajo el signo de las calamidades que crecen por doquier”. En un tiempo en el que el debate sobre las ideas está dominado (aunque sea de forma hipócrita) por la exigencia de cientificidad, los partidarios de la libertad y de la igualdad tienen que defender la verdad de varias maneras. Tienen que corregir las distorsiones más groseras de los hechos basándose en un trabajo científico honesto; pero también tienen que criticar el imperialismo del enfoque científico, el culto a los hechos, la idea de que los grandes debates éticos y políticos pueden ser resueltos por la ciencia. Este es el desafío al que se enfrenta todo movimiento que se oponga a la irrupción de la tecnología, ya sea en forma de centrales nucleares, laboratorios p4, plantas o terapias biotecnológicas, robots que pulverizan pesticidas, etc: combinar la investigación crítica, que denuncia los efectos nocivos de una innovación concreta con datos que la respalden, junto con la demostración política y filosófica de que, aunque esa innovación no causara tantos daños inmediatos, sería preferible no adaptarla. Precisamente porque estos dos elementos no se han articulado con éxito en las luchas de las dos últimas décadas, nos estamos hundiendiebido al hecho de no haber desarrollado una critica al Progreso que sea a la vez sensible y racional por lo que el conspiracionismo está en pleno auge, ya que se trata de un fetichismo por los hechos y los datos llevado al extremo: un positivismo enloquecido.
Muchos ciudadanos ya no creen que “vivimos en una democracia”, por imperfecta que sea, ni que “la prensa constituye un contrapeso indispensable”. Sin embargo, parece que rara vez son estos escándalos la principal fuente de desconfianza generalizada hacia las elites económicas, políticas y mediáticas. Si bien el conocimiento preciso de un determinado caso o manipulación puede aumentar la desconfianza, es sobre todo la sensación general de un colapso del futuro lo que la alimenta, y acaba creando un estado de ánimo conspiracionista cuando se le añade la idea de que ese colapso estaría siendo preparado u organizado p