Bill GATES (III)

 

BILL GATES (III)

 

Impuestos

 

La familia gates gasta en sí misma sumas de dinero escandalosas y lleva una vida categóricamente distinta: a la del resto de nosotros. Poseen mansiones-en plural- repletas de cosas caras como cuadros auténticos de Leonardo da Vinci o Winslow Homer, o bien carísimos coches deportivos de colección. Los Gates viajan en jet privado, a pesar de que esta actividad tan contaminante contradice el supuesto liderazgo de bill Gates en materia de cambio climático. En lugar de poseer un yate, prefieren alquilarlo: el precio habitual es de varios millones de dólares por semana. La familia posee una isla privada en Belice mientras que Bill Gates alquila por semanas la isla de Fregate, en las Seychelles.

 

La familia dispone asimismo de todo un ejército de empleados a su servicio, desde seguridad privada hasta secretarios personales. Tampoco reparan en gastos con sus hijos, a los que envían a los colegios privados más selectos.

 

El fondo de la entidad de Gates, que asciende a 543.000 millones de dólares, tiene repartidas inversiones en prisiones privadas, fabricantes de armas, tabaco, combustibles fósiles e incluso en empresas de chocolate y cacao vinculadas a la explotación infantil.

 

Utilizan decididamente su fortuna para hacer oir su voz por encima de la de los demás, al tiempo que aceptan sin pestañear premios de alto nivel y la interminable adulación de los medios por sus actos de caridad. Y nunca han sido especialmente sinceros sobre los beneficios que obtienen en lo personal como consecuencia de sus donaciones: no sólo la influencia política, los contactos y la buena predisposición hacia ellos, sino también los miles de millones de dólares que se ahorran en impuestos.

 

En Estados Unidos, la legislación recompensa las donaciones humanitarias con exenciones fiscales, con la idea de que la caridad libera a los gobiernos (y a los contribuyentes) del trabajo que de otro modo tendrían que pagar-ayudar a los pobres, limpiar el medio ambiente, combatir las adicciones, etc-. Aunque la mayoría de los ciudadanos hacen donativos benéficos cada año, las desgravaciones fiscales derivadas de la beneficiencia suelen reservarse a los donantes ricos.

 

Los megapotentados pueden obtener beneficios fiscales de hasta el 74% a través de la filantropía, al evitar el impuesto sobre la renta, el impuesto sobre plusvalías y el impuesto de sucesiones que, de otro modo, tendrían que pagar. En esencia, cada dólar que dona un multimillonario puede generar hasta 74 centavos en beneficios privados en forma de ahorro de impuestos. Es una subvención fiscal: es decir, que nosotros, los contribuyentes, estamos subvencionando a lo grande a la Fundación Gates. Pero cuando esos ricos obtienen importantes desgravaciones fiscales, también es nuestro dinero. Y, por eso, necesitamos normas sobre cómo gastan el dinero que es nuestro.

 

El problema estriba en que las normas vigentes son demasiado escasas y permisivas y, además, que se aplican muy poco.

 

Así, de los 75.000 millones de dólares que Gates y Buffet han donado en conjunto a la Fundación Gates hasta mediados de 2022, el Tesoro de EEUU ha perdido algo así como 37.000 millones de dólares en impuestos. Pero esto es solo una parte de los ingresos fiscales dejados de percibir y que se ahn quedado en el imperio caritativo de Gates.

 

Las fundaciones filantrópicas pueden funcionar esencialmente como almacenes de riqueza para multimillonarios, que pueden seguir ejerciendo el control sobre su dinero mientras se benefician de enormes desgravaciones fiscales.

 

Casi de todas las instituciones sin ánimo de lucro y exentas de impuestos, son las fundaciones privadas las que menos rinden cuentas ante los contribuyentes. Las fundaciones privadas las tratamos como si su razón de ser fuera el bien de la colectividad, pero en realidad solo son la concepción que una persona adinerada tiene de cómo han de ser las cosas. Es, básicamente, ponerse a tomar decisiones democráticas en nuestro nombre a través de un medio no democrático.

 

La filantropía en manos de un hombre como Bill Gates es una herramienta de influencia política, que repercute en todo tipo de políticas públicas.

 

En la actualidad, de las 100.000 fundaciones existentes-las cuales atesoran cerca de un billón de dólares-, Hacienda solo realiza unas 200 inspecciones al año. Se confía en que las fundaciones se autorregulan.

 

Hacienda tiene interiorizado un análisis costo-beneficio en torno a los “riesgos de litigio”. Los investigadores del servicio se esfuerzan al máximo con las empresas para llegar a acuerdos que puedan evitar pleitos eternos. Por medio de los procedimientos legales de apelación, las grandes empresas casi siempre son capaces de reducir o evitar las multas.

 

La razón por la que Hacienda investigó por primera vez a Microsoft fue su largo historial de evasión de impuestos. Hay miles de millones de dólares en impuestos que ha evadido usando diferentes lagunas jurídicas.

 

En una democracia que funcione, se supone que todo el mundo debe pagar los impuestos que le corresponden y disfrutar de ciertos derechos básicos e iguales, de ciertas oportunidades y privilegios. Si viviéramos en ese tipo de mundo, no existirían personas asquerosamente ricas como Bill Gates y no habría necesidad de organizaciones filantrópicas como la Fundación Gates.

 

Bill Gates, que nunca se ha presentado a ningún cargo político, es sin duda una de las personas más influyentes del planeta. Su poder proviene por completo de su enorme riqueza personal, que a su vez procede de un monopolio en su momento tachado de nocivo para la economía y de una firma famosa por sus maniobras de evasión fiscal. Los detalles respecto a la riqueza personal de Gates, que se ha diversificado más allá de Microsoft, se guardan con extremo secreto.

 

Los superricos, a diferencia del resto de nosotros, pueden decidir si pueden pagar todos sus impuestos o convertirse en filántropos.

 

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