Las redes malditas (VI)

 

LAS REDES MALDITAS (VI)

 

En 2016 destacados miembros del Partido Demócrata traficaban en secreto con niños para hacerles rituales sexuales satánicos. Es el nacimiento de un movimiento generado en el mundo digital que, en cuatro años, se convertiría en un ala del partido Republicano, una secta conspiratoria de millones de adeptos y la vanguardia de una campaña para derribar la democracia estadounidense. Fue el Pizzagate.

 

La creencia en conspiraciones tiene una fuerte vinculación con la “anomia”, la sensación de estar desconectado de la sociedad. Los usuarios de 4chan se definían entorno a la anomia: el rechazo mutuo del mundo físico, una certeza resentida de que el sistema estaba manipulado para ir contra ellos. E idolatraban al máximo responsable de Wikileaks, Julian Assange, un hacker anarquista cuyas políticas, como las de 4chan, habían derivado hacia la derecha alternativa.

 

La preocupación real no eran los “bulos”, sino la radicalización, la distorsión de la realidad y la polarización de todo el sistema. Para ciertas comunidades afectadas eso se convierte en la mayor parte de lo que ven puesto que los algoritmos no dejan de recomendárselo todo el tiempo.

 

Realmente parecía que le había ayudado a ganar las elecciones..

 

Era innegable que Trump debía su ascenso también a factores no digitales: el desmoronamiento institucional del Partido Republicano, el incremento durante décadas de la polarización y la desconfianza social, la respuesta negativa de los blancos al cambio social y un electorado de derechas radicalizado. Las redes sociales no habían creado ninguna de esas cosas. Pero, las habían agravado todas, en algunos casos de forma drástica.

 

En todos los asuntos y en todas las facciones políticas, lo que los psicólogos llaman “palabras morales-emocionales» potenciaban de un modo sistemático el alcance de cualquier tuit.

 

Las palabras morales-emocionales transmiten sentimientos como el asco, la verguenza o la gratitud. Más que palabras, son expresiones de juicios comunitarios, positivos o negativos, y llamamientos a juzgar colectivamente. Eso diferencia esas palabras tanto de las expresiones estrictamente emocionales o las expresiones puramente morales. Los tuits con palabras emocionales-morales llegaban un 20 % más lejos por cada palabra moral-emocional. Cuantas más palabras de este tipo llevaba un tuit, más lejos se propagaba. Allí había pruebas de que las redes sociales no solo habían potenciado a Trump, que usaba más palabras morales-emocionales que los demás candidatos, sino toda su manera de hacer política.

 

Le daba al usuario una mayor atención y validación general, en otras palabras, a expensas de enemistarse con personas del bando opuesto. Prueba de que Twitter fomentaba la polarización. Los datos también hacían pensar que los usuarios, aunque fuera de manera inconsciente, obedecían esos incentivos y que cada vez más hablaban peor de las personas del otro bando. Las publicaciones negativas sobre exogrupos suelen generar una participación mucho mayor en Facebook y Twitter. Pero eso no era específico del partidismo: el efecto privilegia cualquier opinión y, por tanto, cualquier política, basada en el menosprecio a exogrupos sociales de cualquier tipo. El algoritmo de Twitter fomentaba de manera sistemática la ideología conservadora, que tiende a preocuparse, en todas las sociedades, por trazar unos límites claros entre un nosotros y un ellos.

 

A pesar del aumento de la división, lo que de verdad fue transformador fue la magnitud, pues actuó sobre el instinto innato de la gente de inferir las normas de conducta dominantes de su comunidad y amoldarse a ellas. Todos nos esforzamos, aunque no seamos conscientes, por seguir las costumbres sociales de nuestro grupo.

 

Twitter fue quizás la primera plataforma cuyos efectos corrosivos fueron, en ese momento, a principios de 2017, aceptados y comprendidos de manera generalizada.

 

El presidente había convertido su cuenta de Twitter en un discurso a la nación en directo desde el Despacho Oval que nunca acababa, lo que significaba que todo periodista, trabajador público o ciudadano preocupado de repente se veía enganchado a la plataforma. Y aprendieron que estar en Twitter suponía estar asediado por troles, zarandeado por polémicas virtuales interminables, arrastrado a campos polarizados con guerras eternas y abrumado con falsedades y rumores. Había un sentimiento de conciencia colectiva, compartido por muchos medios y guardianes políticos que antes podían haber descartado las redes sociales por considerarlas “solo” algo de internet. La estructura de Twitter implica que todo el mundo comparte más o menos la misma experiencia, lo que facilita que los usuarios alarmados vean que esos problemas son sistémicos.

 

Podía ser negativo que ahora la plataforma que ocupaba el centro del discurso político estadounidense estuviese infestada de neonazis y mentiras partidistas.

 

La preponderancia forzó a Facebook a considerar si (y donde) había que poner un límit6e entre los discursos políticos permisibles y la prohibición de la desinformación.

 

La teoría del contacto fue acuñada después de la Segunda Guerra Mundial para explicar porqué las tropas no segregadas eran menos propensas al racismo, la teoría sugería que el contacto social llevaba a que grupos que desconfiaban entre sí se humanizasen de forma mutua. Pero investigaciones posteriores han demostrado que ese proceso solo funciona bajo unas circunstancias concretas: una exposición controlada, igualdad de trato, un territorio neutral y una tarea compartida. Mezclar tribus hostiles sin más , como descubrieron en repetidas ocasiones los investifadores, agrava la hostilidad.

 

En lugar de volverse más tolerantes, los usuarios de ambos grupos se volvieron mas extremos en términos ideológicos. Los partidistas en las redes sociales a menudo no reparaban en publicaciones razonables o inofensivas de personas del otro bando.Pero se demostró que las publicaciones en las que un miembro del exogrupo decía algo objetable si captaban su atención. Con frecuencia, volvían a difundir esas publicaciones como demostración de la depravación del otro bando.

 

Por regla general, las personas perciben a los exogrupos como algo monolítico. Cuando vemos a un miembro de un clan opuesto comportarse mal, suponemos que aquello representa a todo el grupo. Es más probable que usuarios que piensan lo mismo y que lo ven reparen en transgresiones parecidas del exogrupo. A medida que difunden esas publicaciones, todo aquello parecen pruebas de un antagonismo generalizado: los politólogos lo llaman “falsa politización”. La falsa politización está empeorando, sobre todo entre los simpatizantes de los partidos, ya que la concepción que liberales y conservadores tienen unos de otros se ha ido alejando cada vez más de la realidad. Eso puede alimentar una política de suma cero.

 

Incluso en su forma más rudimentaria, la propia estructura de las redes sociales alimenta la polarización. Quienes leen noticias procesan la información de un modo distinto cuando están en un entorno social: los instintos sociales eclipsan la razón,, lo que los lleva a fundar la confirmación de que su bando hace lo correcto desde una perspectiva moral.

 

Los grupos de Facebook amplifican este efecto aún más. Metiendo a los usuarios en un espacio homogéneo, los grupos agudizan su sensibilidad a los codigos sociales y a amoldarse a lo que hace la mayoría. Eso deja sin efecto su capacidad de evaluar afirmaciones falsas e incrementa su atención por falsedades que afirman su identidad, lo cual los hace ser más propensos a compartir desinformación y conspiraciones. “El problema de Facebook es Facebook. No es una característica específica periférica que pueda arreglarse y reformarse”.

 

En las circunstancias adecuadas, ciertos estímulos sociales pueden alterar nuestra naturaleza subyacente. Las conclusiones eran estimulantes; las normas virtuales de un entorno en el que había una indignación y un conflicto en constante aumento podían “transformar las antiguas emociones sociales, y que estas dejasen de ser una fuerza a favor del bien colectivo y se convirtieran en una herramienta para la autodestrucción colectiva”. Esa tecnología, adiestrándonos a ser más hostiles, más tribales y más propensos a ver a los miembros de los exogrupos como seres no del todo humanos, podía estar originando lo mismo en la sociedad y la política en conjunto.

 

Los datos pusieron al descubierto, como cualquier complot extranjero, las formas en que los productos de Sili

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