Las redes malditas (XIV)

 

LAS REDES MALDITAS(XIV)

 

Las plataformas serían una gran línea de combate en cualquier emergencia de salud pública.

 

En la emergencia mundial de 2020 Mark Zuckerberg y Sheryl Sandberg sugirieron que la OMS crearan páginas en WhatsApp y Facebook para publicar actualizaciones y responder preguntas de los usuarios.

 

Pero durante la infodemia las grandes plataformas de redes sociales, entre ellas Twitter y You Tube, estaban repletas de desinformación.

 

Las compañías se comprometieron a endurecer algunas normas. You Tube eliminaría los videos que contraviniesen las directrices de la OMS. Facebook enviaría notificaciones a los usuarios si intentaban compartir una publicación relacionada con el covid que los moderadores hubiesen marcado como falsa.

 

Durante esas primeras semanas, a medida que el virus se propagaba por países enteros, con él se extendían también el miedo y el aislamiento.

 

De la noche a la mañana tuvo lugar un avance de años en la adopción de las tecnologías digitales. Facebook informó de un incremento de un 70% en el uso de la plataforma en algunos países. El uso de Twitter aumentó un 23%. El porcentaje de You tube sobre el tráfico mundial subió de un 9 a un 16%. El consumo de internet en conjunto aumentó un 40% con lo que, en realidad, el uso de You Tube casi se triplicó.

 

A pesar de los esfuerzos por preparar a las compañías, unas cuantas etiquetas de verificación de la información no podían resolver el problema central. Las redes sociales seguían siendo una máquina diseñada para distorsionar la realidad a través de la óptica del conflicto tribal y para arrastrar a los usuarios hacia los extremos. Y la pandemia-el espectro de una amenaza invisible, omnipresente e incontrolable- activó las mismas sensaciones que alimentaban esa máquina, a una escala mayor que cualquier otro hecho desde la creación de las propias plataformas.

 

Las conspiraciones sobre el coronavirus, al prometer acceso a verdades prohibidas que otros no tenían, permitían a los creyentes sentir certeza y autonomía en medio de una crisis que les había arrebatado ambas cosas. Atribuyéndolo todo a un ser malvado o a un complot, daban a una tragedia sin sentido cierto grado de significado, aunque fuera algo misterioso. Y ofrecía a los usuarios una forma de emprender medidas, primero compartiendo su conocimiento secreto con los demás y luego contándose unos a otros que se unirían contra el culpable al que la conspiración señalase.

 

El relato global-que el coronavirus es un complot urdido por Ellos para controlarnos a Nosotros- estaba por todas partes ya en abril. A menudo, las conspiraciones se originaban a partir de unos usuarios diarios con muy pocos seguidores. Cada publicación llegaba a un público de millones de personas, todo ello gracias a los sistemas de promoción de las plataformas.

 

Y este tipo de publicaciones no eran casos aislados. Los videos de desinformación sobre las vacunas proliferaban en You Tube diciendo a decenas de millones de espectadores que no creyeran a la “mafia médica” que pretendía incrustar microchips a sus hijos. Facebook también experimentó un crecimiento explosivo de las visualizaciones de los videos antivacunas pues el sistema de recomendaciones de la plataforma parecía redirigir un número enorme de usuarios de páginas de salud convencionales a grupos antivacunas.

 

A lo largo de 2020, en las redes sociales crecieron tres fuerzas de forma paralela, de las cuales las conspiraciones sobre el coronavirus no eran sino la primera. Las otras dos se demostrarían igual de fatídicas: se trataba de cepas de extremismo virtual en aumento desde hacía mucho tiempo. Por otro lado, más en general entre los estadounidenses, una desinformación y una indignación ultrapartidista exageradas hasta el punto de que una rebelión armada fuera no solo algo aceptable, sino una acción, para muchos, necesaria. Estas tres fuerzas se fundamentaban en causas que existían más allá de las redes sociales: la pandemia, la reacción negativa de los blancos ante una ola de protestas por la justicia racial durante ese verano y, en especial, el presidente Trump. Pero las redes sociales impulsaron y moldearon esas causas hasta que, el 6 de enero de 2021, convergieron en un acto de violencia masiva, organizado en internet, que cambiaría la trayectoria de la democracia estadounidense, quizás para siempre.

 

Las comparticiones en serie-las publicaciones compartidas en forma reiterada de un usuario a otro- tenían mayor probabilidad de ser desinformación. El algoritmo, al ver esas publicaciones como un buen pienso viral, potenciaba su alcance de forma artificial. Sencillamente desactivando esa ayudita, descubrieron los investigadores de Facebook, reducirían la desinformación relacionada con el covid en hasta un 38%. Pero Zuckerberg se opuso.

 

Las páginas de viralidad fabricada, que republican contenido que ya es viral para atraer seguidores, era una de las herramientas favoritas de estafadores, pescadores con ciberanzuelo y traficantes de influencia rusos. Los charlatanes virales acaparaban el 64% de la desinformación y el 19% del tráfico de todas las páginas de Facebook: unas cifras desconcertantes, pero algo aparentemente fácil de eliminar. Zuckerberg despriorizó esto. Facebook mantuvo en secreto ambos descubrimientos.

 

El video Plandemic, un falso documental, fue subido el 4 de mayo en Facebook y You Tube.

 

La ruta del video hacia la viralidad reveló-y quizás diseñó-la trayectoria de las redes sociales a través de las cuales discurrirá la mayor parte del caos de 2020. Empezando por grupos antivacunas, conspiracionistas generales y QAnon, el relato del video afirmaba todas las visiones del mundo que tenían esos grupos. Hacía aumentar la sensación que tenían esas personas de estar luchando en un gran conflicto. Y los activaba alrededor de una causa: la oposición a las sombrías fuerzas que había detrás del covid. En una semana, Plandemic se extendió a comunidades de medicina alternativa, luego a influencers de bienestar, también a páginas genéricas de yoga y estilo de vida. En paralelo, circuló por páginas y grupos que se oponían a los confinamientos, luego a páginas pro-Trump, luego a páginas para cualquier causa social o cultural que tuviese figura de forma vaga siquiera a una causa conservadora. Cada grupo lo tomó como un llamamiento de la comunidad a las armas y lo entremezcló con su identidad colectiva. Muchos hicieron llegar el video a Twitter e Instagram, donde volvía a empezar el proceso. Aunque retiraron el video, las afirmaciones y llamamientos a actuar que en él se hacían habían entrado en el torrente sanguíneo digital y desde entonces han ido reapareciendo en conspiraciones de las redes sociales.

 

A medida que en primavera y verano de ese año países enteros caían en la desinformación sanitaria, en las redes sociales se abrió una segunda madriguera paralela que atraería hombres jóvenes blancos desilusionados que buscaban un sentimiento de comunidad y una razón de ser. La derecha alternativa digital, antes centrada en poco más que el Gamergate o los memes de la rana Pepe, fue reclutada para unirse a un mundo de autoproclamadas milicias que se preparaban para el colapso de la sociedad, que se convencieron que era inminente.

 

Los grupos de Facebook que se autodenominaban milicias eran grupos de chat dedicados a fantasear con una insurrección o una guerra civil. Proporcionaban a sus miembros una forma de encontrarle sentido al mundo reformulándolo a partir del relato de los extremistas, en el que a una crisis individual se le da respuesta con una solución colectiva. El grupo se había puesto el nombre de Boogaloo. Sus usuarios abogaban por que hubiera una insurrección nacional con el objetivo de derribar al Gobierno y hacer realidad una utopía de derechas.

 

Las publicaciones de Boogaloo se propagaron con tanta rapidez por Facebook, Twitter, Instagram y Reddit que un grupo de monitorización del extremismo alertó de que se estaban desarrollando insurgencias virales a la vista de todo el mundo. Los conspiracionistas del covid, entremezclados con causas milicianas gracias a los algortimos de las plataformas, atrajeron nuevos miembros a esas milicias y les ofrecieron una nueva causa urgente:, mientras que las millicias dieron a los conspiracionistas una nueva razón de ser: un conflicto inminente y definitivo con el Gobierno. Crisis y solución. Proliferaron las instrucciónes para fabricar explosivos y armas de fuego caseras. Un archivo con el nombre “Tácticas Boongaloo” compartido en Facebook e Instagram daba instrucciones de que los asesinatos de chupatintas debían esperar hasta que sus crimenes fueran demostrados ante el pueblo, pero que, de una forma más inmediata, algunas personas tienen que caer. Los miembros de Boongaloo empezaron a aparecer en protestas anticonfinamientos, fuertemente armados, esperando a que comenzasen los tiros.Unos activistas por las armas de extrema derecha crearon páginas de Facebook para cada estado animando a los ciudadanos locales a protestar por los decretos que obligaban a permanecer en casa. Aunque antes de eso los activistas tenían poco seguimiento, los grupos atrajeron a 900.000 usuarios, una clara señal de promoción algoritmica. Solo algunas decenas de personas asistieron a las protestas. Pero miles de personas permanecieron activas en las páginas, que con el tiempo se fusionaron con las comunidades

de crítica política y con

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