Las redes malditas (y XV)

 

LAS REDES MALDITAS(y XV)

 

Trump había ganado, los demócratas habían efectuado un fraude electoral masivo y los patriotas tenían que anular aquellos resultados erróneos. Eso terminó por conocerse como la Gran Mentira.

 

En noviembre un 10% de las visualizaciones de contenido político hechas desde EEUU en Facebook-o un 2% del total de visualizaciones- se correspondían con publicaciones que afirmaban que las elecciones habían sido un fraude.

 

Los videos de You tube que difundían la Gran Mentira fueron vistos 138 millones de veces la semana posterior a las elecciones.

 

En diciembre Trump tuiteó: “Gran protesta en la ciudad de WAshington el 6 de enero.¡Yo estaré, va a ser una pasada!”.

 

“¡Vamos a destrozar el congreso!”. Todo un universo de grupos de Facebook, alzándose con una sola voz, promovió la concentración de Trump como la gran batalla para la que se habían estado preparando. “the storm” (la tormenta o, tamb ién, el asalto) la purga sangrienta que Q había presagiado. Con el hastag “Occupy Congress”(Ocupar el congreso).

 

La insurrección que llevaron al mundo real fue una extensión de las identidades creadas en las redes sociales.

 

Durante la insurrección murieron 5 personas.

 

La decisión de bloquear a Trump estaba en manos de cinco ejecutivos de Silicon Valley.

 

Los peligros de las redes sociales no se resuelven solo moderando mejor o modificando las políticas. Están arraigadas en la naturaleza de las plataformas. Y son lo bastante graves como para amenazar la propia democracia estadounidense. Qanon desapareció casi por completo.

 

En las semanas posteriores al asalto al Capitolio se abrió una ventana.

 

Pero la ventana se cerró enseguida. Los gigantes de las redes sociales estaban demasiado comprometidos con el modelo financiero e ideológico vigente para acometer una transformación tan radical. Por encima de todo, se fundamentaban en los métodos que mejor conocían: una tecnología automatizada y la moderación de contenido a gran escala. Twitter incrementó los obstáculos añadiendo mensajes y cuadros de diálogo para impedir que los usuarios compartieran publicaciones de un modo compulsivo.

 

Zuckerberg anunció que el sistema de recomendaciones de Facebook dejaría de promover grupos políticos.

 

En gran medida las compañías volvieron a las andadas. En 2021 se permitió que las mentiras que socavaban la democracia permanecieran en Facebook y Twitteer hasta producir metástasis.

 

En 2022 más de uno de cada nueve diputados estatales de todo EEUU pertenecía al menos a un grupo de Facebook de extrema derecha.

 

Las plataformas permitían que la desinformación intoxicase nuestro entorno informativo y asumían poca responsabilidad ante sus usuarios y era una crisis apremiante.

 

“Están en peligro nuestra economía y nuestra democracia”.

 

En Australia hubo un apagón general de Faebook. Desaparecido el contenido informativo, el vacío lo llenaron los rumores y la desinformación. El apagón era una acción calculada para tener repercusiones y desmedida.

 

Los Gobiernos europeos siguieron imponiendo multas y regulaciones.

 

El expresidente Obama alertó de que las redes sociales estaban “propulsando algunos de los peores impulsos de la humanidad”. Calificó la “profunda transformación en la forma de comunicarnos y de consumir información” como uno de los principales factores de las adversidades, cada vez mayores, de la democracia, lo que anima a ciudadanos y gobiernos a poner lìmites a las compañías.

 

Las plataformas amplificaban los prejuicios; Facebook lo sabía; la compañía tenía la capacidad de frenarlo pero elegía no hacerlo; y la compañía mintió continuamente a los organismos reguladores y a la sociedad. Facebook se dio cuenta de que, si cambian el algoritmo para que sea más seguro, la gente pasará menos tiempo en la plataforma, clicará menos anuncios y ellos ganarán menos dinero.

 

Los errores de Facebook en países pobres, su historial, ponía de manifiesto la insensibilidad de la compañía ante el bienestar de sus clientes, así como la capacidad desestabilizadora de la dinámica de la plataforma que, a fin de cuentas, tenía lugar en todas partes.

 

Obligar a las compañías a regularse ellas mismas es también un camino incierto. Las fuerzas culturales, ideológicas y económicas que lllevaron a los ejecutivos a crear y sobrecargar esos sistemas siguen en pie.

 

Esta claro, que hay que desactivar el algoritmo.

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