EL CAMINO CRISTALINO
No toqué la tecla del piano de mi casa vacía y una gota del estanque patrio ganó una muerte blanca. La casa de los tejados amontonó autobuses al calor de un horno privado, donde todo lo conocido seguía siendo misterio tonificante. Sólo los caminos cortados te desnudaban un miedo por toneladas, macizo y brutal como una verdad. Viento frío, verduras asomadas, sudor helado, piernas recias y la carcajada enorme que avanzaba sobre el paseante de perros. Y, entonces, parado: ¿Para qué sirve pensar? Para evaluar el horizonte y plasmar el mapa que te teletransportará a una comida de amigos. Allá un árbol, acullá un otero, al fondo el río y el cielo apáticos a mis dados del destino. Adelgazado de recuerdos, maldecí mi gentilicio y, manso como un Cristo, puse de puntillas mis cejas y remé la sopa amada cual salida de emergencia. Desaparecida la senda recta, pequé la tierra sembrada y, cual insecto vago, rocé mis piernas como lápices en retrato campestre que apreciaba mi alma. Con mis botas estrenando el barro de milenios no temí las huellas que servirían de vajilla de gorriones comiendo granos. El contador del rey me identificará como un rayo o un cierzo, pero ya era antes de Dios. Pues los libros mienten, siempre han falseado la verdad, ni carecen de un palmo de sabiduría; solo contienen cuentos para dormir inculcando la posibilidad de lo perfecto en la forma y no en el contenido. Mientras, cual pavos canelados bermellones en bandera española y los terrones de barro prensados por mis pies, crearon el jugo de mi desplazamiento. Moverse como desde que saliste del vientre de la madre. Y la ruta incierta te hace calcular la distancia de lo familiar, la salvación del campo y su olvido. Y el viento ara tu cabello, y la lluvia riega tu ropa, y la tierra mancha tus botas, y tu alma nunca había conocido tanta paz. Paz de ser, no de hacer fundido a negro. Todo lo civilizado se va a la otra parte del Universo y, como un primitivo, danzas el mundo. La materia no es física, la unión es espiritual y el duende del instante hace correr placentero el tiempo. Momento insólito de la vida que el futuro tratar de olvidar cuando esta eternidad pida paso algún día en la memoria. Suerte claustral, tu solo la pergreñas y la pagas haciendo el amor a este invierno. Es la evasión hecha puré reconstituyente donde casi todos nunca irán ni volverán. Eremitorio a cielo abierto, elevarás palabras de acción de gracias por todo aquello y lo de más allá… Reencontrarás la vía y cesarán las hormonas del miedo. Volverás al paso de la oca pues ya es hora de ir recogiéndote en lo prosaico: el camino a mi olivo…
ALFREDO VELASCO