ALGUNAS CLAVES DE ESTOS TIEMPOS ANTIHUMANOS

ALGUNAS CLAVES DE ESTOS TIEMPOS ANTIHUMANOS 

Las tradiciones sobre la naturaleza humana griegas clásicas y cristiana retaban a sus iniciados, en primer lugar, a conocerse a sí mismos antes de empezar a conocer la sabiduría o la verdad. En comparación con los seres inanimados y los animales, se situaban en lo íntimo del hombre tres facultades: La voluntad, el entendimiento y la memoria. En la actualidad, los poderes seductores o brutales, según sea su poder blando o duro, han llevado a estas capacidades del común de los mortales a su mínima expresión, convirtiéndonos en seres sin querer, sin rememoranza y profundamente ininteligentes. 

La industria capitalista de la publicidad junto a la propaganda de las instituciones se han convertido en un monstruo que fomenta la demanda de consumo derrochador y la obediencia política. En el Capitalismo, la oferta de bienes y servicios determina la demanda, y no al contrario, como sería lo lógico. Por su parte, en nuestras vidas de esclavos modernos, los deleznables rifirafes de nuestros representantes legales se cuelan por los medios de comunicación, mientras siguen regulando todo aspecto de nuestras vidas en una visión leguleya estándar muy lejos de la casuística de la vida real humana. La moda, los regalos, el voto de castigo, donde va Vicente es donde va la gente, Benidorm, las telenovelas, tardear, etc., se han alejado íntegramente de la propia voluntad y son opciones con los dados cargados. ¿Cuánto presupuesto dinerario tenemos para pasar las vacaciones o incorporar carne a nuestra dieta? Es el último grito de la mercantilización y la prohibición de todo. Ya carecemos de esa voluntad enfermiza llamada envidia que nos hacía aspirar a tener la misma lavadora que el vecino o el pelo de los niños más impecable de su escuela. Sólo lo que alcanzaa nuestra realidad por los medios o lo buscado en google cobran existencia. Así que si sacan botijos por las pantallas como lo más “in” para refrescar el verano, lo tomaremos como el último invento de la Ciencia para bien de nuestra indiferencia. Ya no tenemos voluntad, ni propósito en la vida, ni misión trascendente a realizar, pues, para ello, te haces seguidor de un gurú de las redes sociales y, si no te gusta, hay más. La misma voluntad de vivir se convierte en un sinsentido por falta de ejercicio. La salud es la ética expropiada por la medicina y, la felicidad, el objetivo, leída en numerosos métodos de autoayuda y terapias alternativas, y, sin embargo, el ser humano también valora el ponerse en riesgo o en peligro, para no achantarse en un mal lance real. El misterio (no el bodrio de “La nave del misterio”) que nos rodea, no nos impulsa a experimentar, conocer y asumir nuevas facetas de lo desconocido y sólo padecer una operación médica nos cambia tanto la perspectiva vital que hasta respirar es pura vida. La involuntariedad de nuestras vidas nos ha hecho una vida sin sabor, de cantos rodados que no dejan huella, mediocre, pusilánime, inermes como la veleta indica el viento… Y la propaganda política también es contraria a la verdadera voluntad política definida por tomar parte de todo aquello que nos afecta-nuestra vida- sin delegar la decisión-la autodeterminación- en lo importante para nosotros. 

La otra facultad en trance de desaparición del hombre común es la memoria. Y la culpable es la tecnología. Solo sabemos nuestro número del impuesto DNI y dos o tres teléfonos. Lo de recitar poemas o chistes parece cosa del pasado. La inmensa variedad de la realidad la reducimos a muletillas o consignas de moda en que la ingeniosidad se reduce a zascas breves en vez de narraciones con antecedentes, analogías históricas, mitologías, en fin, saberes periclitados, pero que nos conducen a la situación actual, etc. No se trata de saber las listas de latín o de los reyes godos sino de saber quiénes somos. Hasta cantar a capella y sin karaoke está mal visto. La memoria lo es de nuestra identidad y lo que ha conformado nuestra vida-la intrahistoria que llamó el filósofo bilbaíno Miguel de Unamuno-, los amores y desamores de personas y cosas en el propio pasado. Sacar lo fructuoso del balde roto de los traumas y el imperativo de luchar por todo lo que se consigue y, aun así, sólo rendirse cuando llega tu hora y apurando el amargo cáliz hasta las heces. Hoy, la identidad, está en el smartphone, en el Google, en lo que dicen que es uno sin la propia rememoración. Y es una memoria mercantilizada, de gasto eléctrico. El “sabio delito que es recordar”, que cantaba Silvio Rodríguez, no perdona pero tampoco olvida, humillaciones y primeros besos, que una máquina no cosca, en sus emociones. En la memoria que la tecnología nos niega está la respuesta a quiénes somos y de dónde venimos, el breve chispazo de luz entre dos misterios oscuros. 

Y, por último, la facultad del entendimiento ha sido minusvalorizada por el poder mediante la manipulación, que es el uso de los atributos de la inteligencia para invisibilizarse y confundir al vulgo. La especialización a que nos conduce esta sociedad tan compleja no nos permite inteligir y asumir las narrativas del poder, y nos confrontamos con la confusión que crea no obedecer simplemente (como ocurrió en Plandemia). El poder usa de ingeniería social y no de la fuerza pues, si no, no podría someter a todos por sus propios medios. Y, si sólo precisa la obediencia, la comprensión de la cuestión es secundaria. De ahí radicalismos chuscos, polarizaciones de fanáticos, fans de productos de la industria, argumentos ilógicos e ininteligentes, etc. Delegamos el hecho de entender al zapatero y al médico y, ahora, también, nuestra vida política, lo que aumenta el absurdo de nuestra vida, como en el caso de la carencia de las otras dos facultades. El poder emplea equipos coordinados para hacer campañas esenciales, operaciones psicológicas de inteligencia, y nos la cuelan de rondón superando nuestro entendimiento de piélago por los especialistas de un archipiélago de materias. Esto, a escala megaindustrial y maquinal, lo pretenden dar la puntilla con la famosa “inteligencia artificial” que, como todo fruto del progreso, es mejor que el obsoleto cerebro de un primate, nos dicen. 

La plena posmodernidad, es así un sustituto de las facultades superiores humanas y ha venido acompañada y metida con vaselina, por otros tres factores: la posverdad, la polarización y la mercantilización totales. La posverdad, al no usar un conocimiento fijo y seguro al que aspirar, crea una caótica situación en la que la subjetividad define el mundo a su antojo, según convenga, y dentro de los marcos discursivos impuestos por las universidades anglosajonas. Las tradiciones políticas se polarizan en un bipartidismo que poco tiene ya que ver son el siglo XX, aunque ambas opciones caen en los ismos delitos y políticas. Y que esté todo mercantilizado, no deja un mínimo para la dignidad humana ni limita la acumulación de riqueza de los sumamente acaudalados que produce el Sistema Capitalista. 

Con estos cimientos, hemos caído en la trampa tecnológica. Es decir, el uso instrumental de las tecnologías y saberes no solo nos domina, sino que se aprovecha de ello para perpetuarse y progresar, mientras el medio ambiente del que dependemos cada vez es más nocivo y trastornado. La tecnología, el instrumento, pasa de servir al hombre a enseñorearse de él en una relación objetiva de dominio fetichista inverso. Y el apego a tecnologías excesivamente complejas y caras olvida su pésima incidencia ecológica envenenando el medio ambiente natural en el que vivimos los seres humanos. Fascinados por nuestra imagen en el espejo del apantalla olvidamos lo esencial, lo natural lo terráqueo que nos determina. Con nuestras pantallas de colores hacemos el mundo más maquinal y menospreciamos los ritmos naturales, los ciclos, las condiciones de lo orgánico, etc.  Fascinados por nuestra criatura, la tecnología nos devuelve nocividades sin cuento: desde el cambio climático a los isótopos radioactivos. 

Para salir de esta trampa tecnológica, o lograr una relación con la tecnología menos gravosa que permita al ser humano realizar sus facultades, hay que recuperar el concepto de verdad, el apoliticismo (somos todos de abajo, contra los de arriba y sus esbirros), y los conceptos cualitativos e incalculables que no se someten al mundo de los datos y sus anteojeras. 

Basta ya de compararnos con los algoritmos en su campo de juego. Hay que recuperar un antifetichismo instrumental sobre en qué se usa la tecnología y no, ésta, nos usa a nosotros. Hay que recuperar los fines vitales cuales son la vida buena. No adaptarse a los datos y seguir pensando con narraciones morales y emotivas. El mal es banal y el dominio tecnológico totalitario masivo, pero, o luchamos por una normalidad humana o crearemos el fin de la vida de nuestra especie sobre el planeta. Si valemos más que cualquier otro ser, tenemos que demostrarlo, porque podemos saber lo bueno, y escogerlo, de la malo y rechazarlo. 

Alfredo Velasco Nuñez 

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