VIERNES DE KARAOKE

Los pasos a tientas de la oscuridad atraviesan la medianoche el arco de la calle Mayor. Sólo el bar ilumina la esperanza de olvidar a berridos una pizca de la belleza de la música con el error de la propia vida al borde del desagüe. Ya domina la barra Jorge, el camarero propietario que los borrachos llaman Jordi y, que con una breve conversación, arde al solitario con las noticias nunca nuevas del pueblo. Algún solitario, parejas como estatuas de sal, cuadrillas de amigas con nombres acabados en “i”, camareros refugiados de otros bares, músicos en paro de orquestas de pueblo, ancianas marchosas, amantes en llamas quitándose la nata a besos de sus labios o recuperando la complicidad… Suenan las primeras peticiones musicales: latinas cachondas, caracolas que babosean ternura, mojabragas, apologetas del alcohol, sexoexplícitos, cantautores, horteras queridísimos, gays dictando bailoteos, pop español una vez más, canciones en inglés de la infancia, manifiestos del dolor de amar, obras viejunísimas, folklóricas exultantes, rancheras, tangos, baladas heavys, punk desoxidado, rock sin humos, ritmos latinos, canciones irrepetibles, tonadas de taberna, tristeza canturreada, exultación patriótica, trovadoras de pensión, travestís con calor, y revolución. Los enfermos del insomnio quieren no pensar una noche más. El humor se hace colectivo a deposiciones de voces y música enlatada que recuerdan otras noches a carcajadas y amigos como navajazos pasionales. La juventud pasó, pero dejó la luz de postergar los problemas en amnesia alcohólica. Asi todos somos lo más soñado, lo mas reales, la voz de la vida agónica. La ilusión sale del bote salvavidas de la ruta laboral y se pagan los cubatas y se estrenan los vestidos que el pudor del frío autoriza. Y las conversaciones, sin empezar, entre los cercanos, sin wifi, acaban en gestos de insania y risas afónicas. Se producen escapadas a la calle blandiendo cigarros y la puerta del baño esquina micciones. Como en el partido de los sexos se enconan los gustos bandera ensalzando botellas o sentimientos, estridencias o armonías, ternura o violencia…. Y, a veces, suena la eterna música del espectáculo pues no hay quien se atreva a desnudar su voz a la feroz crítica de los de siempre y todavía. Lo mismo en el bastión del sofá que al relente del escenario la simpatía se ensalza y el silencio responde hostil a los francotiradores. Todos los términos sucios de realidad y vida mindundi recobran el brillo de himno de las emociones, pero no todo el monte es orégano. Risas, tragos, caladas, gritos, besos, tintinear de monedas, deseo, resignación, y otro viernes volverá a ser karaoke.

 

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