EL ESTADO DE EXCEPCIÓN PERMANENTE

El estado de excepción permanente

revista ETCETERA

16/09/2019

Fuente:

revista ETCETERA

“La tradición de los oprimidos nos enseña que el estado de excepción en el que vivimos es la regla.” Walter Benjamin: “Sobre el concepto de la historia”, Tesis VIII.

El Estado y el derecho como su sistema normativo, han sido fundados por la violencia y se conservan, es decir, preservan y mantienen su poder mediante la violencia. Los protagonistas principales de esta doble función de fundar y conservar el Estado y el derecho son las fuerzas armadas, los militares, esta es la razón del militarismo. La ley no se obedece porque sea justa sino porque tiene autoridad, la fuerza de la ley se impone con la ley de la fuerza. El Estado se otorga el monopolio de la violencia y crea y organiza estas estructuras, dispositivos y aparatos necesarios para ejercer dicho monopolio. “El militarismo es la obligación del uso universal de la violencia como medio para los fines del Estado”. (W. Benjamin “Para una crítica de la violencia”).

La teoría política alemana incorporó, a partir de la Primera Guerra Mundial, el concepto de estado de excepción para denominar los períodos de anomalía en el ejercicio del gobierno en los Estados modernos. Períodos, por tanto, temporales y excepcionales que responden a una situación asimismo extraordinaria (guerra contra enemigos externos o internos).

Pero Walter Benjamin ya rebatió en aquel momento la idea de temporalidad pues, además de considerar la violencia ejercida por el Estado en su fundación y su defensa, está claro que la gran mayoría de la población, por su vulnerabilidad e indefensión frente a la opresión del poderoso, padece un estado de excepción permanente. Para él, la violencia de clase hace que la excepción sea la regla.

La ilusión democrática que envuelve y esconde la realidad de los Estados modernos nos hace creer que el cuerpo normativo (legal) y la práctica de la política que un Estado de derecho desarrolla tiene como objeto la preservación del bien común, o sea las reglas del juego que garantizan las libertades individuales, la igualdad ante la ley y la defensa frente a los abusos de poder. Pero esta ilusión esconde que esta garantía ni es para todos ni es para siempre. Todo depende de la posición que uno ocupe y del rol que juegue en el gran mercado capitalista. También de que al Estado le interese, por exigencias del Capital, en un momento dado suspender o modificar las supuestas garantías democráticas.

De hecho es lo que ha venido sucediendo ininterrumpidamente en todos los países “democráticos” de una forma u otra, principalmente en los denominados de la “periferia” donde la interpretación de las leyes suele ser ambigua y arbitraria.

Actualmente además, entre los efectos de la crisis del Capital que estamos padeciendo, vemos como van desapareciendo las pocas garantías que quedaban y como, bajo la excusa de la seguridad, se nos somete a múltiples y sofisticados sistemas de control de los que difícilmente podemos librarnos: una vigilancia y poder coercitivo a la altura del sueño de los grandes dictadores; por consiguiente, “un estado de excepción permanente”.

Si la cultura dominante es la cultura de la clase dominante, el derecho dominante, las leyes, la justicia, son parte de esta cultura y de la clase dominante. La misma violencia fundadora del derecho del Estado impone –una minoría sobre la mayoría de la población– un conjunto de preceptos y normas (leyes) a las que está sometida una sociedad y cuya observancia es exigida por la fuerza, creando un estado de excepción sobre los oprimidos que se vuelve permanente, hasta que estos puedan lograr su supresión. La paradoja hipócrita que señala al gobernante moderno es que cuando sin nombrarlo, ahonda y refuerza el estado de excepción, proclama que lo hace para defender a sus súbditos-ciudadanos y al Estado de derecho que acaba de alterar de los peligros, externos o internos, que acechan y amenazan. Nos controlan, reprimen e imponen leyes de emergencia por y para nuestra seguridad. Se nos pide cambiar control por seguridad, lo cual se hace a partir del miedo.

El miedo es el mensaje

El miedo es el mensaje, mensaje que el aparato ideológico de nuestras sociedades democráticas llamadas “avanzadas”, articula. Miedo necesario para justificar y para llevar a cabo, por parte del Estado, el control –cada vez más técnico– en aras de la seguridad de sus súbditos/ciudadanos. Miedo a la crisis, miedo a no llegar a fin de mes, miedo al terrorista, miedo al otro, miedo al migrante, miedo a los bárbaros, miedos que se acumulan hasta llegar al miedo al miedo. Miedo que vertebra nuestras sociedades militarizadas.

El militarismo es la ideología de esta sociedad militarizada; consiste en un sistema de valores que se nos impone fundamentado en el miedo al enemigo, y por tanto tiene necesidad de inventar y de alimentar, desde la violencia mantenedora del derecho, nuevos enemigos que nunca acaban de llegar y siempre están llegando, como en el poema de Kavafis Esperando a los bárbaros (Etcétera nº 33), bárbaros que si no existieran, el Estado tendría que inventarlos. El militarismo es la ideología que justifica y promueve la violencia como medio para los fines del Estado.

A partir del miedo creado y en aras de la seguridad se nos pide abdicar de nuestra libertad. Transitar de la libertad a la seguridad, recorrido magistralmente narrado por Dostoiewski en La Leyenda del Gran Inquisidor, poema oral que Iván Karamazov cuenta a su hermano Aliocha y en el que el cardenal inquisidor va hilvanando el porqué de su poder: “Les persuadiremos que no serán libres más que abdicando de su libertad a nuestro favor”, “Cómo solo sometiéndose a nuestro poder serán libres”, “Nosotros cargaremos con el peso de su libertad”.

En nuestras sociedades militarizadas, a cambio de nuestra libertad se crea pues un estado de vigilancia que ejerce un control ilimitado que nos venden como un beneficio: la seguridad, (“Para su seguridad esta estación está dotada de cámaras de video vigilancia”, se nos anuncia repetidamente, por ejemplo, en las estaciones de metro).

Ante el miedo pues, dos caminos: abdicar de la libertad en aras de la seguridad, o enfrentar al miedo la osadía de una vida libre, propia y común, hacia la construcción de otra sociedad, de otra relación social no mercantil. En la actual relación social capitalista, libertad y seguridad se excluyen, no se pueden dar juntas (no se puede nadar y guardar la ropa), solo en otra relación social no mercantil, no capitalista podrán ir juntas, haciendo posible una sociedad de iguales.

Es evidente que en lo que se lleva transcurrido del siglo XXI, en la actual etapa de dominación capitalista (del llamado neoliberalismo), este estado de excepción se ha hecho más visible y patente. Numerosas leyes de fuerte carácter represivo han sido aprobadas por los Estados, el ejército patrulla por las calles de las ciudades del llamado mundo libre, se levantan elevados muros altamente tecnificados que dividen territorios y aíslan a las personas, innumerables dispositivos de control nos vigilan y rastrean día y noche, enormes guetos concentracionarios: territorios vallados y militarmente ocupados se levantan por todos los continentes. Para imponer y persistir en este estado de excepción los gobernantes del Estado se apoyan en el ejército y toman como excusa cualquier crisis, inventada o real. La amenaza puede ser económica, militar o social: bonos basura, desplome de la bolsa, terrorismo, estado de guerra, refugiados, epidemias sanitarias, hambrunas y otros cataclismos, todo apoyado por el discurso del miedo. Aprovechando el estado de consternación de un pueblo en estado de shock ante una situación catastrófica que no entiende y que no sabe de dónde y porque surge y cuya amenaza siempre puede ir a más, es decir, a peor, los gobernantes legislan e imponen las leyes represivas y restrictivas que consideran necesarias para blindar la fortaleza del Estado del Capital y del sistema capitalista que representan.

Pacificar con las armas

Asimismo, tras desestabilizar a los países, se crea un reguero de guerras en nombre de la paz y los militares que matan, torturan o violan, forman ejércitos pacificadores. La guerra se presenta como una contingencia necesaria e inevitable, la mayoría de ellas son justificadas por este enemigo ideal e inidentificable que es el terrorismo o las armas químicas de destrucción masiva que jamás aparecen; entonces se bombardean e invaden países que curiosamente son depositarios de grandes riquezas y bienes estratégicos o que tienen una posición geoestratégica determinada. Se impone la situación de estar siempre en pie de guerra, preparados para la intervención inmediata, exterior o interior, lo que genera una militarización social.

Los súbditos-ciudadanos deben estar en constante movilización propagandística para mantenerse permanentemente inmóviles: la movilización total para la acedia perpetua, ocupados en cualquier cosa o futilidad que no sean sus cosas, interesados en cualquier interés que no tenga nada que ver con sus propios intereses. Y como la guerra considerada más importante por el Estado es siempre la interior, le asignan los máximos recursos, y como en todas, se trata de destruir al enemigo y administrar el territorio, es decir, derrotar al trabajador y a los oprimidos en general y obligarles a aceptar la ley impuesta, la sumisión y precarización constante y permanente. No se permite más, y cada vez leyes más duras se encargan represivamente de ello, que ejercer la gestión política de lo que hay desde dentro del aparato e instituciones del Estado por políticos profesionales, partidos, sindicatos y asociaciones subvencionadas e institucionales. Todo lo que sea la intervención de los oprimidos con nuestros propios medios, creados desde nuestro campo, organizándonos según las circunstancias, sin intermediarios, ni representantes, queda bajo la amenaza de la policía y del juez, la ley no deja márgenes. Excluidos pero controlados e integrados, nos quieren reducidos al papel de espectadores públicamente callados que solo nos movilicemos cuando y para lo que nos indiquen (generalmente desde las pantallas, principalmente de la televisión), esta es la función que se espera de la mayoría que ha de ser siempre silenciosa y disciplinada; la ley y las fuerzas armadas se encargan manifiestamente de recordarnos este papel.

Sin embargo, la militarización social que se impone en el mundo no es una cosa que surja en el siglo XXI tras los atentados de Nueva York y las guerras de Irak y Afganistán y todas las demás que les han seguido. A lo largo del siglo XX, se dieron las guerras más brutales que jamás pudiera haber imaginado la humanidad. La técnica lo permite y por ello el progreso técnico evoluciona a la par que la barbarie. De hecho la Segunda Guerra Mundial terminó con el lanzamiento de las bombas atómicas, cuyo poder mortal y de destrucción consternó al mundo entero. En un mundo dividido en dos mundos, aparentemente antagónicos, con dos formas de entender el Estado del Capital, la del capitalismo de Estado frente a la del capitalismo liberal, la amenaza nuclear y la guerra fría, por sí mismas ya creaban un estado de excepción permanente de carácter mundial, con sus respectivas diferencias a ambos lados del Telón de Acero. El complejo industrial-militar, término aplicado por primera vez en 1936 por Daniel Guérin en su libro Fascismo y grandes negocios, se reveló como la fuerza determinante en las decisiones de dominio político-militar de los EEUU y de los demás Estados aliados o enfrentados y define exactamente la actuación de la élite de poder que los dominan.

Control y sociedad de consumo

Por otra parte, con esta nueva militarización total de una gran parte del mundo y la dinámica destrucción-reconstrucción producida por la Segunda Guerra Mundial, tan desmedida como devastadora (aún más de lo que había sido la Primera y ya era difícil imaginar mayor barbarie), el capitalismo superó la larga crisis iniciada con el crack de la Bolsa de Nueva York del 29. Una vez superado el estado de choque en el que había quedado la humanidad al finalizar esta guerra, empezó la etapa que los economistas occidentales han llamado “los treinta años gloriosos” que van de 1945 hasta 1973/75, conducidos fundamentalmente por el estado keynesiano, dando lugar a la conocida sociedad de consumo que finalmente se ha impuesto en el mundo entero. Esta provocó una serie de cambios en la vida social y cultural en aquellos países donde se había desarrollado originariamente, para después, y de manera paulatina, ir imponiéndose en el resto, aunque la sociedad de consumo y la ley del mercado no estén establecidas en el mismo grado en todos los países. Los Estados del mundo occidental se vieron obligados a conceder un aumento formal de las libertades. En esta época de casi pleno empleo, con un economía que generaba inmensos beneficios a las empresas y una estructura productiva que aparentemente no parecía enfrentarse a ningún obstáculo, el Estado se hizo cargo del “bienestar” –salud, educación, vacaciones, estabilidad económica– de sus “ciudadanos”. El poder biopolítico prefiere llamar “ciudadanos” a sus súbditos1 y como tal los considera, por ejemplo, al haber aprovechado estas medidas “sociales” para convertirlas en dispositivos y mecanismos de control. La función política de estos ciudadanos solo ha de consistir en su movilización total en el momento electoral determinado y en la posibilidad de elección entre dos o tres variantes de lo mismo. La sociedad del consumo se presenta, a partir de entonces, como “la sociedad de la libertad, la mejor de las sociedades posibles” y el Estado pasó a denominarse: “Estado del bienestar”, cuando en realidad sigue siendo un Estado de Control.

Guerra preventiva permanente

Ya sabemos que las guerras y el aparato militar que las sustenta han sido siempre fuente de innovaciones técnicas que el Capital y la industria civil mercantiliza para el consumo de los ciudadanos o los utiliza para el control y la represión siempre necesaria para el sistema.

Asimismo, en el terreno de los conceptos también existe la creación de nuevos paradigmas que avalen las estrategias militares, desde las normas relacionadas con el honor militar y las buenas artes de la guerra como principios inspiradores de los ejércitos modernos tras la Revolución Francesa hasta que se hicieron saltar por los aires en la Segunda Guerra Mundial con el bombardeo masivo de pueblos y ciudades, imponiendo las estrategias militares su lógica del todo vale. En los últimos tiempos, con motivo de la Segunda Guerra de Irak, se ha incorporado otro concepto estratégico: la guerra preventiva. Es, según la define Rafael Sánchez Ferlosio, como: “La prefiguración de otro concepto de guerra que desborda incluso los términos de ‘guerra preventiva’ y sería más apropiado designar como ‘guerra por-si-acaso’” 2.

Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial tuvieron lugar una verdadera sucesión de luchas coloniales contra los ejércitos de ocupación europeos en los territorios de África y Asia que derivaron en enfrentamientos de carácter militar. Cuando la situación social se dilucida entre ejércitos (el ocupante una máquina firmemente establecida, regular y potente y el libertador un proyecto en ciernes pero también militarizado) el proceso y sus experiencias de cambio social siempre salen perdiendo.

En África y Asia, los países surgidos de las luchas y procesos anticolonialistas pronto vieron como, por medio de los servicios secretos de las potencias coloniales y de sus aliados se imponían las dictaduras de sus más corruptos militares, creando guerras y asesinando a todos aquellos que fueran sospechosos de no colaborar adecuadamente con los intereses económicos y políticos de los EEUU y las potencias europeas.

En un buen número de países de América Latina, impulsados, diseñados, planificados y directamente ejecutados por los EEUU, como potencia militar dominante, se dieron numerosos golpes de estado imponiendo crueles y corruptas dictaduras militares que asesinaron a miles y miles de personas, que torturaron y ejercieron el terrorismo sobre poblaciones enteras. También el ejército de EEUU intervino contra otros países, en la guerra de Corea, en Guatemala, en Panamá, en la República Dominicana, en la larga guerra de Vietnam donde saldría derrotado.

En las últimas décadas del pasado siglo y más desde los atentados de Nueva York de 2001, en el que el terrorismo islamista fue espectacularmente proclamado enemigo público mundial, el estado de guerra se ha impuesto extendiéndose por amplias zonas de África y Asia. Una multitud de guerras asola y destruye numerosos países: Afganistán, Irak, Yemen, Siria, Libia, Somalia, Sudan… Generar un caos organizado mediante un permanente estado de guerras. Desestabilizar, condenar y caotizar interesada y sistemáticamente amplias zonas y regiones mediante un archipiélago de guerras focalizadas y prolongadas.

También en el terreno de las estrategias, al igual que ocurre en el de la innovación técnica, los nuevos conceptos de guerra son aplicados por el Estado policial y de control. La represión preventiva o por-si-acaso se está introduciendo como técnica para abortar movilizaciones sociales de distinta índole. Un ejemplo muy próximo ha sido la desproporcionada represión desatada por el Estado francés contra los ocupantes del ZAD en la región de Las Landas, 2.500 gendarmes, apoyados por helicópteros y drones, granadas de todo tipo, de humo hasta paralizantes, contra 250 campesinos. La justificación dada por Macron fue: “esta gente está fuera de la ley y hay que actuar antes de que la ilegalidad se perpetúe”. Ilegalidad consistente en cultivar terrenos abandonados destinados a la construcción de un aeropuerto que nunca se va a construir.

Un estado de excepción económico permanente

Actualmente, en una situación de crisis sistémica como la que vivimos, la crisis económica se vuelve una amenaza permanente. El ciclo de las crisis se acorta tanto que unas se suceden a otras, en un mundo del Capital interconectado y, por tanto, globalizado, en el que se ha impuesto como única ley la del mercado. A partir de la retirada del patrón oro y de la crisis del petróleo (1973), las amenazas críticas son continuas: crisis de la libra, de la bolsa de Nueva York en 1987, la del peso mexicano, la del rublo, la crisis del Sudeste asiático, el corralito en Argentina, la del puntocom… etc., hasta llegar a la gran recesión del 2007 en la que aún nos hallamos inmersos. A ellas debemos añadir las guerras constantes, también en Europa (Balcanes). Pero cuando hablamos de crisis, siempre lo hacemos a partir de nuestro punto de vista y situación occidental. En África y muchas partes de Asia el drama de guerra, como ya hemos señalado, de refugiados, hambrunas, saqueo y explotación sin límites es una tragedia constante.

En este estado de amenaza permanente y gracias a las innovaciones técnicas, automatización, robotización y aplicación de las tecnologías de información y comunicación, el sistema productivo capitalista ha realizado una importante reestructuración y ha encontrado en el sistema financiero una fuente de beneficios, sin importarle más consecuencias que los rendimientos inmediatos obtenidos. En la guerra de clases, el Capital ha tomado ventaja. Para los trabajadores y oprimidos en general se ha profundizado la crisis en la que permanentemente nos mantiene el sistema capitalista: paro, peores condiciones laborales, reducción de salarios, carestía de la vida… etc., mientras los Estados están legislando continuamente un sin fin de leyes civiles y laborales de gran efecto represivo, como la ley mordaza o la modificación del Código Penal. En el mundo del Capital, el sistema financiero, a caballo del crédito y de las innovaciones técnicas, ha tomado un desmesurado protagonismo; la deuda afecta sobre todo a los Estados, a todos los niveles de su jerarquizada estructura y para poder pagarla se pide más deuda, una deuda que genera más deuda, como un engranaje sin fin.

Los políticos del Estado nos venden todas estas leyes y decisiones económicas que nos imponen y que tanto nos afectan en nuestro cotidiano sobrevivir, generando tantos temores e incertidumbres como efectos de una lógica financiera y del mercado, como algo inevitable, de carácter “neutral”. El mercado y su ley se convierten en una cuestión de fe y se sitúan más allá del bien y del mal. Cuando la mentira política y su corrupción es una evidencia manifiesta, solo queda la economía –la gran corrompedora– y su lógica del máximo beneficio como única ideología a salvar. La fe en la ley del mercado y la creencia que vivimos en el mejor y único mundo posible, se imponen como primer principio ideológico a respetar. Que no hay otros posibles mundos ni modos de vivir y que este en el que sobrevivimos es el mejor que hay y no hay otro, se ha vuelto una cuestión de fe. La economía es la única ideología a salvaguardar y defender.

Es posible que a partir de ahora la amenaza de una crisis económica esté siempre presente pues el funcionamiento del sistema capitalista así lo exige, el miedo continuará siendo el mensaje. Frases como “una nueva recuperación” se pronuncian rápido y como de pasada, pues es importante que no se pierda la esperanza, nuestra necesidad de consuelo es insaciable, para mencionar siempre a continuación uno o más peligros, como por ejemplo la deuda o la restricción del crédito. A la gran mayoría, a los oprimidos, se nos exigen sacrificios, disciplina, una obediencia ilimitada que es en sí misma sumisión. Parece ser que nos quedaremos en este estado de excepción permanente, en este limbo perfecto para el Capital, entre una promesa de recuperación y una amenaza permanente de colapso.

La militarización de la sociedad: una estrategia para…

La tentación del uso y la aplicación de lo militar es grande cuando un país mantiene un inmenso aparato con una fuerza destructiva terrible, sustentada con ingentes cantidades de dinero y movida por millares de personas, muchas de ellas hoy en día dotadas de un alto nivel tecnológico como ingenieros, físicos, médicos, sicólogos, informáticos, topógrafos, etc. El cuerpo militar en España está integrado por 130.000 efectivos, del que un 12,5% son mujeres. Nada más absurdo que este gigantesco esfuerzo, siempre en crecimiento, en proceso de modernización y en pie de guerra.

La caída en la tentación de lo militar se ha dado incluso en personajes como Kropotkin –aunque duela– en los inicios y durante la Primera Guerra. Creyó que la destrucción del Imperio alemán por los aliados permitiría la expansión del anarquismo en Centroeuropa e incluso en Rusia; fue contrario a las grandes manifestaciones que se oponían a la contienda; también Grave apoyó a Kropotkin; en cambio Emma Goldman, Rudolph Rocker, Malatesta, Liebknecht, condenaron el inmenso fratricidio.

La defensa de la patria es el argumento que sustenta la existencia de tamaño organismo, sin embargo la patria no es más que una creación jurídica sustentada por una secular propaganda; ella no existe en si misma; se crea la afección a un territorio y a unos símbolos que dejan en segundo lugar a las personas con sus problemas básicos; la abstracción del concepto ‘patria’ es total e ideológica. No sentirse patriota puede llevarle a uno a la cárcel, ser tildado de antisistema o de terrorista –calificativos cada vez más cercanos entre sí por los instrumentos mediáticos. Nada tan bien condensado como el Manifiesto de 1848: Los obreros no tienen patria. Se manda a luchar hasta morir por aquella entelequia creada por unos pocos. La guerra la declara un reducido grupo de personas y para ello se inventan razones y se miente hasta la saciedad para justificarla: Viet-Nam, Irak, Libia, Agfanistán o Palestina. Para llevar a cabo la guerra se implanta la excepcionalidad absoluta en la nación: negarse a ella se castiga con la ejecución inmediata bajo la acusación de alta traición a la patria; no caben apelaciones, todo se dirime en la justicia militar. Todas las comunicaciones civiles son intervenidas; la prioridad en sanidad, alimentación, presupuestos, economía, todo va al frente. Es la militarización de todos los ámbitos: sociedades, prensa, publicaciones, enseñanza, requisa de todo aquello que pueda ser útil a los ejércitos. La irracionalidad reviste formas dramáticas, aún dentro del esperpento de la sinrazón; la victoria compensará y amortizará todas las muertes. Y sin embargo, toda guerra es el más terrible de los fracasos de la humanidad.

Es preciso justificar la necesidad del ejército humano con su maquinaria; de ahí las constantes maniobras y la participación en las misiones en el extranjero, muchas de ellas llamadas hoy humanitarias o también preventivas, en otro tiempo santas o de reconquista.

Es apabullante la cinematografía dedicada a las guerras, pero casi lo es más la influencia de la industria de los videojuegos que exigen una actitud activa que puede llegar a anular la distancia entre la ficción y la realidad, por lo que el ejecutor de un ataque real (por ejemplo con drones) que causa miles de muertos desde la distancia, puede sentirse tan alejado de sus consecuencias como el jugador en la ficción delante de la pantalla de su casa. Aparte del beneficio comercial, ayuda a crear tanta simpatía y proximidad con los buenos como condena y rechazo de los malos. Lo más importante es la justificación del belicismo; también las bandas de música militar, los desfiles o paradas, las banderas cuanto más grandes mejor, las ferias con su presencia, las visitas de escuelas a instalaciones, todo ello constituye una dinámica hacia la asimilación e interiorización del hecho militar en la sociedad.

España está bien dotada de fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado: Guardia Civil, Policía Nacional y Policía local. Además están las policías autonómicas de Canarias, Catalunya, Navarra y Euzkadi, con un total de 250.000 empleados armados a los que hay que añadir 100.000 auxiliares de las empresas privadas de seguridad. En conjunto forman una masa de medio millón de personas3.

Este medio millón de empleos dedicados en términos económicos a la no producción de bienes y sí a la destrucción y/o al control y a la represión social, alivia la tasa de desempleo de manera muy significativa y a la misma población activa. Los costes, ya los conocemos.

Los agentes de la autoridad operan en el control y la sumisión de la ciudadanía, son auxiliares del ejército, muy cercanos a él; cuando los diversos cuerpos de policía son insuficientes, entonces se acude al estamento militar, es el caso actual de Francia, Bélgica o EEUU cuando se decreta el estado de emergencia en un Estado y se moviliza la Guardia Nacional (motines tras asesinatos raciales, saqueos tras el paso de huracanes, insurrecciones, etc. (La Guardia Nacional USA es una fuerza de reserva integrada por voluntarios; actualmente cuenta con más de medio millón de militares).

Nada tan excluyente como el militarismo: con él se asiste siempre a la vigilia de la muerte, y ésta llega si se alcanza la guerra que justifica la existencia de lo militar.

La Península Ibérica, excepción permanente

En la Península Ibérica para detener el movimiento revolucionario de los oprimidos en el primer tercio del siglo XX, los dos Estados que la componen (Portugal y España), implantaron dos cruentas dictaduras militares que duraron 50 y 40 años respectivamente. Las dictaduras militares representan una vuelta de tuerca más sobre los oprimidos: un estado de excepción sobre el estado de excepción.

La intervención militar y las dictaduras de los generales han sido una constante en la historia política del Estado español. Cuando una dictadura militar dura cuarenta años y se impone asesinando y se mantiene matando, fusilando, torturando y encarcelando y el dictador muere en la cama mandando asesinar y fusilar hasta el último momento, el estado de excepción se vuelve permanente.

Tras la muerte del dictador vino su continuación monárquica, el rey Borbón fue nombrado por Franco, con los gobiernos de sus epígonos que continuaron con el estado de excepción por otros medios, el disfraz democrático, el bipartidismo corrupto, permitió continuar con la violencia institucional. Entre 1975 y 1982 el número de asesinados como consecuencia de la violencia del Estado se eleva a 2484. “Quienes dominan en cada caso son los herederos de los que vencieron alguna vez. Por consiguiente la empatía con el vencedor resulta en cada caso favorable para el dominador del momento”, (Walter Benjamin, Tesis VII).

Después de 40 años de dictadura militar que hizo del miedo y el terror el medio para someter, silenciar y paralizar a la población, no es extraño que muchos temores calaran en el fondo de la porosidad social. Asimismo el franquismo institucionalizó la corrupción como una manera de controlar las contradicciones internas del régimen, por lo tanto no puede sorprender que sus epígonos continuaran con el mismo método de corrupción institucional, solo que al circular un mayor flujo dinerario esta ha alcanzado mayores dimensiones.

Cuarenta años es tiempo más que suficiente para que en todas las estructuras del Estado, principalmente en las represivas, una generación enseñe a la siguiente y se transmitan unas maneras de hacer y de pensar que quedan establecidas. Como Franco ya había impuesto la continuación en la monarquía, todas las estructuras represivas continuaron ocupadas por los mismos individuos que se formaron y ejercieron en la dictadura, por lo tanto enseñaron y adiestraron a los siguientes que han entrado en estos organismos estatales durante estos 43 años “democráticos”, continuando con métodos similares a cubierto de un discurso ligeramente diferente, por lo tanto, sin temor a equivocarse, se puede emplear la expresión: los mismos perros con distintos collares. Así por ejemplo, el Tribunal de Orden Público que reprimía conductas (el siniestro TOP) cambió de nombre por Audiencia Nacional pero siguieron los mismos burócratas instruyendo, juzgando y condenando causas “políticas”; por eso no puede extrañarnos que igual que condenaban con penas de cárcel por decir “me cago en Franco” (1963), ahora se condene por escribir en twitter que “Kissinger le regaló a Carrero un trozo de la luna, ETA le pagó el viaje a ella”, o por cantar en un rap “Puta policía, puta monarquía”. La policía, la guardia civil siguió en manos de los mismos torturadores. En el ejército, en los servicios secretos, continuaron los mismos nombres y familias franquistas al mando. En un ámbito tan cerrado y hermético, tan corporativista, como son las burocracias represivas es muy difícil cambiar inercias y comportamientos y más cuando esto ni se busca ni se pretende.

Sería interesante seguir la línea que se alarga desde la ley de orden público de 1959, pasando por la formación del TOP en 1963 y continuando por la Audiencia Nacional (1977), con puntos referenciales como la ley Corcuera de la patada a la puerta del PSOE –ley sobre la protección de la seguridad ciudadana de 1992–, o la ley mordaza o de seguridad ciudadana del PP del 2015. Mediante el mantenimiento de un sistema represivo duro y severamente restrictivo, el Estado pretende de manera obsesiva un control totalitario de la población, una defensa a ultranza del orden constituido. Por ello el Código Penal pretende reprimir cualquier disidencia y refuerza y blinda la actuación, cualesquiera que sea, de los cuerpos y fuerzas armadas del Estado.

No podemos, entonces extrañarnos que la ministra de Defensa y el ministro de Educación aprueben por ley e impongan el “Plan General de Cultura y concienciación de Defensa” a partir del cual se impartirán asignaturas que ensalcen los valores militares en los colegios de Educación Primaria; según un periódico o medio de propaganda institucional: “Los estudiantes de 6 a 12 años aprenderán marchas militares, harán pins de la bandera y desfiles de plastilina”. En esta sociedad del espectáculo se impone el esperpento y lo hace gritando histéricamente: ¡Viva la muerte!

En contra de este militarismo en que nos pretenden adoctrinar surgió en España el movimiento antimilitarista y la lucha por la abolición del servicio militar obligatorio que adquirió elevadas cotas de movilización y enfrentamiento con el Estado. Cuando el gobierno pepero de Aznar promulgó el fin del servicio militar obligatorio, la gente lo interiorizó como una victoria del movimiento insumiso y una derrota del militarismo rampante en un ejército pretoriano con estructuras guerracivilistas que se desmoronaban entre ruidos de sables. El paso a un ejército de mercenarios integrado en la estructura de la OTAN ofrecía a los altos mandos mejores posibilidades de progreso profesional, cursos en centros de formación militar en EEUU, incremento cuantitativo y cualitativo del material de guerra, salarios más altos… Estos estímulos neutralizaron el detritus de militares con ensoñaciones golpistas y dieron paso a un ejército llamado profesional.

Lo que hoy el Estado de las democracias dice a los ciudadanos es lo siguiente: “No os preocupéis, quedaos tranquilamente en vuestras casas, relevados de tener que servir bajo las armas; el ejército contratará a particulares que lo hagan por vosotros, y, al ser profesionales, más eficazmente. En cualquier forma, ya que tenéis el voto en vuestras manos, las armas de la nación nunca acometerán otras empresas que las que vosotros mismos implícita y medianamente aprobadas por medio de vuestros representantes elegidos”.5

Este viejo nuevo ejército se presenta ante los votantes como un ejército pacifista que colabora en misiones internacionales de “paz” para proteger la seguridad de la ciudadanía, derrotar a los terroristas e implantar la democracia en los países en conflicto. Nada se dice de la imbricación del ejército patrio en operaciones de desestabilización de regiones enteras por intereses geoestratégicos del Capital, bajo la batuta de los EEUU.

Otra forma de maquillaje del ejército franquista español ha sido la de poner al frente del Ministerio de Defensa a mujeres. Los mandos y soldados que entonan “El novio de la muerte” como himno de exaltación machista-guerrera, obedecen a la voz de mando de una mujer. No hay que ser muy perspicaz para adivinar las aviesas intenciones de los planificadores de la propaganda militarista, con un mensaje de confianza de género hacia las mujeres votantes y una imagen de modernidad para el vulgo en general.

Telón de fondo

Un buen número de revueltas sacudieron el mundo central del Capital. Sin distinciones saltaron el “inexpugnable” Telón de Acero e hicieron que se levantaran los adoquines de Hungría a París y toda Francia, de Praga a México. En Washington y otras ciudades de EE.UU. la Guardia Nacional disparó contra los manifestantes, en Italia las luchas sociales se alargaron durante la década de los 70, otras les han seguido, como la revuelta zapatista o las primaveras árabes. En noviembre y diciembre de 1999 con los cinco días de revuelta en Seattle contra la cumbre de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que hizo fracasar la llamada Ronda del Milenio, se inició un movimiento contra el dominio económico, globalizado y militarizado, que tendría su continuación en Praga, en los tres días de insurrección contra la cumbre del G 8 en Génova (julio 2001) después, hasta llegar a las grandes manifestaciones de Hamburgo contra la cumbre del G 20, en una ciudad tomada militarmente, con la zona donde se reunían los representantes del Capital acordonada con barreras de alambre de espino, perros y policías, los manifestantes les gritaban mientras levantaban barricadas: ¡Bienvenidos al infierno! En todas estas situaciones, así como en las otras que les seguirán, momentáneamente se interrumpió “el cortejo triunfal de los dominadores”.

Los militares han gobernado y gobiernan o tutelan directamente sin mucho disimulo la mayoría de gobiernos del mundo, por lo tanto llevaba razón Walter Benjamin cuando señalaba que para “los oprimidos el estado de excepción en que vivimos es la regla”. Pero también deberíamos terminar con el párrafo que escribió: “El concepto de la historia al que lleguemos ha de ser coherente con ello. Promover el verdadero estado de excepción se nos presenta entonces como nuestra tarea…” (“Sobre el concepto de la historia”; Tesis VIII), es decir, crear un verdadero estado de excepción para el Capital que abolirá su dominio y la sociedad de clases.

Etcétera, junio 2018

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– Notas:

  1. “Tener esclavos no es lo más horrendo, lo horrendo es tener esclavos llamándoles ciudadanos” (Diderot).
  2. Rafael Sánchez Ferlosio, “Babel contra Babel”.
  3. Ejército, 130.000; Guardia Civil, Policia Nal., P. Local, P Auton.: 250.000; guardias de seguridad, 110.000. Total: 490.000
  4. Baby, Sophie: Estado y violencia en la Transición española. Según el historiador J. Andrade: “el miedo fue el éter de la Transición”.
  5. Rafael Sánchez Ferlosio: Babel contra Babel.
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