LA HUÍDA AL AMOR

LA HUÍDA AL AMOR

Hoy, que es el último día del verano, los amigos, son un funeral desertado; la madre, un móvil frío y desterrado; mi mujer, besos racionados, y, mi alma, un mundo de pecado como un sándwich de melocotón y mahonesa. Mi vida transcurre por la carretera secundaria a la muerte y estoy a dieta de lecturas. Produzco un plan quinquenal de posos de café y ceniza deslenguada y quito las espinas a un amor en raspas. Pero la música me ofende ofreciéndome el guante de lo sublime armónico con un oído de tortuga. Exploradas las comarcas del pánico, del tedio y de la intoxicación, creo con mis manos frases solemnes de entretenimiento infantil. Niño serio y grande, oculto mis dedos al socaire de los despropósitos televisivos y miro mi bandera sin asta, necesitada como un sediento de humo de batalla. Pero me derribo y me recojo: no hubo criatura salvada más golpeada por el sadismo de la circunstancia. Me soplo el blanco de los ojos y las estrellitas subsiguientes maceran un universo ordinario de colada pura y vajilla radiante. Al descuido de mi vieja, un sujetador se sostiene en el respaldo de una silla y recuerdo obseso que hoy no cumplo años sino mi amor. El pintor de alcobas se afeita con navaja las patillas y me guiña ojeroso: “Macho”. Y rebusco por los rodapiés de mi juventud un deseo absoluto de suciedad, y solo encuentro la compañía de imágenes olvidadas entre flores de clandestinidad. Musito la decisión libre de mistificar el instante de la prueba y me juzgo calmado y viejo como la puerta de un armario de zapatos. Mi demencia del gozo busca un escaldado de dolor en llegar a la cima fulminando la escalada en empuje conejero pasable. Es otra cita sin pañuelo en la solapa y con el dance hall sin hacer. Demasiado se que no hay alternativas, sino el pacto de la chapuza sin las gafas puestas. Pero, consumados los misterios, no demoraré en sostenerme en el aire pivotando sobre mi palillo. El deseo comerá su bocado y, la próxima vez, tendrá sus cuidados sobre más arena movediza. Pero, agónico, presiento la noche y muelo su silencio por las calles del no me angustia ni a mí ni a mi médico. Y, perplejo como un reloj cangrejo, huyo a ella.

Share