EL FASCISMO HA VUELTO PARA QUEDARSE

El fascismo ha vuelto para quedarse

Luis González Reyes

(Previamente publicado en El Salto.)

Fascismo es un término que se usa de forma relativamente polisémica, así que para sostener que “el fascismo ha vuelto para quedarse” es necesario explicar primero a qué nos referimos con dicho término. El fascismo de la primera mitad del siglo XX fue un movimiento de masas nacionalista, organizado contra los movimientos obreros y las personas extranjeras, pero también contra el liberalismo y la intelectualidad. Tuvo un fuerte carácter autoritario, articulándose alrededor de un liderazgo mesiánico. Se expresó a través de valores reaccionarios (tradicionalismo, nacionalismo, racismo, machismo), la práctica de la violencia y la identificación entre política y espectáculo. Fomentó una fuerte liberación emocional (victimismo, miedo, sentimiento de pertenencia).

Su estrategia consistió en hacerse con el Estado, lo que consiguieron especialmente en las zonas donde este estaba más desacreditado. El fascismo no era anticapitalista, como lo demostró donde tomó el poder, forjando alianzas con el gran capital, al que sirvió manteniendo a raya al movimiento obrero. Supuso más bien una reinvención del capitalismo mediante el abandono del liberalismo. Por eso, aunque se arropó de un ideario de adoración a la pureza ambiental en consonancia con la de la pureza étnica, resultó desarrollista en sus prácticas.

Funcionaron como motores del fascismo por un lado las clases medias, que intentaron así contener el ascenso de las más bajas, y por otro las capitalistas, que entendieron que era su única opción para garantizar la reproducción del capital. Pero también se adhirieron a él sectores excluidos socialmente. Nació y creció en un contexto de carestía material y zozobra existencial, con la idea extendida de que no había recursos para todo el mundo y que no era posible responder a los problemas de forma solidaria, por lo que era lógico que el grupo social superior pasase por encima del resto.

A este movimiento social es al que nos referimos al hablar de fascismo y no a cualquier otro tipo de autoritarismo o de política genocida. En la segunda mitad del siglo XX, el fascismo devino en una fuerza política minoritaria o incluso residual, pero esto ha cambiado irremisiblemente en el inicio del siglo XXI.

Las condiciones que alzan a los neofascismos en el siglo XXI

Emilio Santiago Muiño afirma de manera muy acertada que “la revuelta de los chalecos amarillos en Francia es solo el tráiler de la película de la crisis ecosocial que lo va a cambiar todo en las próximas décadas”. Podemos añadir que es un movimiento protofasciscta, aunque no tiene que devenir en movimiento fascista necesariamente. Lo es porque las bases que alimentan el movimiento son las mismas que sostienen los fascismos del siglo XXI.

Actualmente estamos viviendo el inicio del colapso de la civilización industrial. Esta es una afirmación provocadora pero justificada[1]. Algunos factores que están produciendo este colapso son la inevitable restricción en el acceso a materiales y a energía, y el cambio climático.

Algunas de sus consecuencias son una menor capacidad de satisfacer necesidades sociales por parte de un mercado que se irá descomponiendo (al menos en su faceta globalizada) y de un Estado que será incapaz de sostener los servicios públicos tal y como se construyeron durante el siglo XX. Todo ello permitirá que los fascismos en Europa se conviertan en una realidad política a la que mantener a raya, pero que va a existir inevitablemente.

En este contexto de colapso, los fascismos están siendo aupados por partes sustanciales de las clases medias que restan, que intentan así conservar sus privilegios. Estos sujetos se caracterizan por el individualismo, la sumisión a la autoridad, la agresividad, el pesimismo sobre la naturaleza humana, el simplismo en la solución de problemas complejos y el miedo. Por otro, son impulsados desde las élites, pues conforme avanza el colapso sistémico se va convirtiendo en su mejor opción para conservar su posición.

Pero esto es un trazo muy grueso, hace falta determinar qué factores concretos están alimentando esos fascismos para justificar su eclosión y articular maneras de frenarlos. Podemos identificar ocho.

  1. Insatisfacción

Donde la población esté más desesperada fruto de ser consciente de la infrasatisfacción de sus necesidades. Esto es algo que se extenderá conforme avance la descomposición de los servicios sociales y del mercado, y la población siga estando encadenada a un trabajo asalariado y al mercado para satisfacer sus necesidades. Así, la violencia y la disposición al sometimiento se combinan como respuestas a la frustración, la impotencia y el miedo.

No habría que pensar solo en la necesidad de supervivencia, sino también en otras como la de seguridad y la de identidad. De este modo, el fascismo dota de una identidad colectiva fuerte que da sentido a la vida de muchas personas en tiempos de desmoronamiento del orden pretérito, pero también de la vacuidad contemporánea.

En consecuencia, el fascismo sube por ser capaz de satisfacer, al menos en parte, las necesidades de su base social (en muchos casos a costa de los grupos que designará como chivos expiatorios). Por ello, en su ascenso desempeña un papel importante la creación de comedores populares, de bandas para garantizar la seguridad o de comunidades cohesionadas que sirvan de refugio emocional y satisfagan la necesidad de identidad.

En contraposición, una necesidad básica como la de la libertad podrá ser autosacrificada por partes importantes de la población para mantener al menos la ilusión de un aumento de la seguridad.

  1. Individualismo

Aunque el fascismo no es un movimiento individualista, sino que crea una poderosa identidad colectiva, sí parte del individualismo, de poblaciones que tienden a optar por el “yo primero”. Una esencia del fascismo es su incapacidad de empatizar con el conjunto de la humanidad, lo que lleva a soluciones del tipo “los españoles primero”.

  1. Desigualdad

Sociedades con una fuerte desigualdad. En un contexto en el que los medios de control social presentes serán cada vez más inviables (sociedad de la imagen, consumismo, escuela, fábrica, negociación con los agentes sociales), las élites recurrirán cada vez más a incitar al odio y al miedo, y a la represión para sostener el actual orden social.

Esta desigualdad es estructural, ya que resulta imprescindible para el funcionamiento del capitalismo y, a la vez, constituye una consecuencia de su desarrollo. También es consecuencia de los modos de vida y de las infraestructuras construidas. Por ejemplo, las poblaciones empobrecidas que viven en barrios periféricos dependen más del automóvil que las enriquecidas. Y el uso del automóvil va a ser cada vez más inviable conforme avance la menor disponibilidad de hidrocarburos. Aquí se aprecia el carácter premonitorio de los chalecos amarillos franceses.

  1. Miedo al otro

Esto resulta más fácil en espacios donde se haya sembrado ya el miedo a el/la otro/a, que justificará la represión, ayudará a cohesionar a las mayorías sociales y facilitará la persecución étnica propia de los fascismos. Es decir, que otro factor de auge del fascismo son las sociedades multiculturales y no interculturales. El Ejido puede ser un ejemplo paradigmático.

  1. Desorientación social

Las masas desorientadas que no comprenden lo que está sucediendo son más fácilmente manipulables con discursos demagógicos que orienten su rabia y frustración hacia la población más débil. En los espacios centrales, la generación más preparada de la historia no se encuentra en absoluto preparada para lo que está sucediendo.

Además, no existe casi concepción de los límites físicos y se conciben como incompatibles la supervivencia y la protección del entorno, lo que es un error dramático en tiempos del Capitaloceno (termino que considero más acertado que el de Antropoceno).

A la hora de pensar en las causas de la desorientación social, valoremos la responsabilidad de la mayoría de las izquierdas llamadas a parar el fascismo, que están obviando en sus discursos, pero sobre todo en sus prácticas, los límites ambientales, absolutamente indispensables en el mundo actual.

La desorientación se alimenta cuando, por ejemplo, se hacen llamadas al crecimiento o se promete una reconstrucción del Estado del Bienestar que, simplemente, son imposibles en el siglo XXI. En contraposición, dentro de la demagogia fascista hay mensajes que expresan muy bien lo que está sucediendo. Cuando dicen “aquí no cabemos todos”, tienen razón, ya que se refieren a que no se cabe manteniendo un tren de vida alto.

  1. Impronta colonial

Casdeiro

Estas opciones crecerán con más facilidad en los Estados con una mayor impronta colonial, aquellos en los que el grueso de la población lleva generaciones disfrutando de un alto nivel de consumo. De este modo, en la Europa rica (Reino Unido, Francia, Austria, Holanda) se fortalecen más los partidos fascistas que en la pobre (Portugal, España, Grecia), aunque con sonoras excepciones (Hungría).

  1. Democracias débiles y gobiernos autoritarios

También se desarrollarán preferiblemente en las democracias menos asentadas, Estados más desacreditados y por supuesto Estados ya autoritarios. Pero sin olvidar que la historia europea demuestra cómo la evolución desde democracias parlamentarias hacia dictaduras fascistas puede ser muy rápida.

  1. Control de las mujeres

Imagen de la serie de TV ‘The Handmaid’s Tale’.

Solo mediante un renovado dominio sobre el cuerpo femenino está siendo posible sostener las tareas de cuidados y, al tiempo, intentar mantener los beneficios empresariales. Se está reforzando la adjudicación a las mujeres de la realización gratuita de las labores de reproducción social y, a la vez, de los trabajos remunerados más precarios y mal pagados. De forma más profunda, las relaciones de poder en lo macro se tienen que reproducir también en lo micro y su expresión principal es el patriarcado.

Algunas ideas para enfrentar el fascismo

El fascismo en el siglo XX fue derrotado por la conjunción de tres factores: un movimiento obrero fuerte, su derrota militar (sobre todo en la II Guerra Mundial) y el inicio de un periodo de crecimiento sin parangón histórico que permitió la articulación de la sociedad del consumo y del Estado del Bienestar, lo que fue alimentado por el inicio del uso masivo del petróleo como fuente energética básica. En España, donde el fascismo ganó la Guerra Civil, su derrota como movimiento tardó más (lo que no quiere decir que sus élites dejasen el poder).

Sin embargo, esta sociedad del bienestar se ha marchado para no volver jamás, pues se está agotando la base material que la sostuvo: grandes cantidades de materia y energía, y grandes sumideros planetarios todavía relativamente inalterados. Además, no hay tiempo para transiciones justas. Esa ventana de oportunidad se cerró hace 30 o 40 años. Las transiciones están sucediendo ya en un entorno de fuertes desigualdades, sociedades individualistas y coloniales, y carentes de autonomía. Todo ello son condicionantes que ya no hay tiempo de detener.

Por lo tanto, el escenario social en el siglo XXI no es el del 1% contra el 99% (si es que esta ecuación ha sido alguna vez correcta), sino el del 1%+20% fascista (por poner una cifra) contra el 79% restante. Serán (van siendo ya) sociedades muy polarizadas en las que el diálogo con el estrato fascista resultará, como sucedió en el siglo XX, casi quimérico. Esto conlleva un par de implicaciones importantes.

Carlos Calvo Varela

La primera es que las masas sociales tendrán que defenderse no solo de las élites, sino de partes de sí mismas. Las guerras civiles abiertas o encubiertas están servidas. Enfrentar estos escenarios buscando la construcción de sociedades justas, solidarias, democráticas y sostenibles no puede darse a través de la violencia.

El paisaje que quedó en la Europa Oriental victoriosa de la II Guerra Mundial resultó desolador. El de Europa Occidental, además de irrepetible, no era mejor si entendemos cómo se sostuvo a través de la explotación de la mayoría del globo. La violencia nunca ha abierto el camino de la liberación humana pues, como dice Sabino Ormazabal: “No trae más que sufrimientos e insensibiliza ante el dolor ajeno, impone la dialéctica amigo-enemigo, deshumaniza al adversario político, termina militarizando la rebeldía, cierra puertas, destruye puentes que tienen que volver a construirse, desvía objetivos, condiciona la práctica del conjunto de la disidencia, facilita la violencia del Estado, obstaculiza la participación social y lleva a la inmovilidad de la mayoría”.

Pero, en realidad no existen dos culturas puras, la violenta y la noviolenta, sino toda una gradación en función de las personas, los contextos y los momentos. Por ello, en la transición hacia un mundo noviolento desde la situación actual una opción es ir rebajando el uso de la violencia, aunque se tenga que emplear por ser el lenguaje común. Se responderá a la violencia con grados decrecientes de violencia. No es lo mismo defenderse que atacar, por ejemplo.

La forma de actuar del EZLN encajaría mucho con este tipo de actuación y podría continuar sirviendo como modelo. Además, ante una agresión también se podrá huir, pedir ayuda o resistir pacíficamente. Otra opción será cambiar el marco de juego, por ejemplo moverse por otro lado del territorio o llevar el conflicto a otro plano.

Una segunda implicación de la ecuación 1%+20% fascista vs 79% es la importancia de crear frentes amplios en ese 79% para frenar al fascismo. La hegemonía del fascismo estará determinada en función de si ese 79% forma un bloque antifascista o una parte sustancial de él deja hacer al fascismo. Construir estos frentes es complicado porque, en realidad, ese 79% es muy heterogéneo. En concreto, dentro de él se encuentran algunos de los agentes que han puesto las bases del auge del fascismo. El ejemplo más significativo es la socialdemocracia representada por el PSOE (pero que es mucho más que el PSOE).

Ha sido un actor clave en el aumento de las desigualdades sociales, del individualismo, de la pérdida de autonomía social, de la desacreditación del sistema parlamentario o de la desorientación social. Pero, a la vez, la socialdemocracia se va a situar en el bloque del 79%. ¿Podemos tejer esas alianzas sin estar a la vez alimentando las bases del fascismo? Incluso aunque la respuesta a la pregunta fuese no, ¿merecería hacerlo por frenarlo? Creo que sí, pues una de las características del colapso es que las ocasiones en las que tendremos que optar por lo menos malo aumentarán. Otra cosa será qué forma tomen estas alianzas.

Campaña ‘Andalucía resiliente’

En la articulación del 79% resultará muy importante crear alternativas que permitan a la población satisfacer sus necesidades, sorteando así las emociones que pueden hacer crecer el fascismo (miedo, desesperación, frustración). Estas alternativas deberán dotar de autonomía a las personas frente al Estado y, sobre todo, frente al mercado y ser resilientes en los contextos de colapso. Por supuesto, para ser viables, es imprescindible frenar la degradación ambiental.

Aunque estas alternativas son un requisito imprescindible para frenar el fascismo y, al tiempo, construir sociedades justas, democráticas, solidarias y sostenibles, también será necesario un reparto profundo de la riqueza. En un contexto de fuertes desigualdades y de descenso de los recursos disponibles, solo un reparto radical permitirá esquivar altos grados de sufrimiento social que alienten salidas desesperadas como el fascismo para las poblaciones más empobrecidas. Este reparto solo se puede lograr con medidas duras y con una confrontación abierta con las élites. No hay otro camino. Un ejemplo podría ser la renta básica de las iguales con recursos obtenidos mediante impuestos muy gravosos a las clases altas y expropiaciones.

También cumplirá un papel importante articular discursos holísticos que nos permitan comprender elementos básicos de nuestro tiempo. Necesitamos entender y mostrar la interrelación entre las crisis económicas, sociales, políticas y ambientales. También la irreversible quiebra del metabolismo industrial y las oportunidades que esto brinda para articular sociedades emancipadas.

Sí, oportunidades, porque el colapso del capitalismo global puede producir órdenes sociales mucho más deseables. Proyectar esperanza en el futuro, fruto de nuestro trabajo colectivo, es imprescindible, para evitar una profecía autocumplida: esa que afirma que tras el capitalismo global solo está el fascismo. Ningún movimiento social ha sido capaz de triunfar sin proyectar la esperanza de que podía conseguirlo.

Fomentar una empatía amplia (con personas cercanas y lejanas, y con el resto de seres vivos) entre el sector fascista va ser muy complicado, pero sí se puede lograr dentro del 79%. Para ello, será necesario articular modelos educativos formales, no formales e informales que busquen la conexión con el dolor ajeno.

Una última idea para fortalecer el bloque antifascista es la necesidad de que encontremos sentido a nuestra vida. Un sentido que pase por la realización colectiva, que tenga una mirada ecocéntrica. A nivel histórico, las espiritualidades han desempeñado un papel determinante en esto y pueden volver a hacerlo.

Para terminar, pongámonos en la visión más oscura: el triunfo político y social del fascismo. No existe ningún ejemplo histórico en el que estos regímenes se hayan podido mantener más allá de unas décadas, que es muy poco tiempo a nivel histórico. La necesidad de libertad es una de las básicas de los seres humanos, tan movilizadora e importante como la de supervivencia, seguridad o identidad, como argumenta Mandred Max-Neef.

Además, el fascismo no será capaz de garantizar la seguridad, pues se asienta sobre la desigualdad y está por ver si consigue garantizar la supervivencia. Por eso, tarde o temprano surgirán movimientos sociales que acabarán con las articulaciones fascistas. Trabajemos porque sea pronto.

 

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