DE BACILOS Y TECNOCRACIA

DE BACILOS Y TECNOCRACIA
Escrito por  COMUNALES D’ASTURIES – VIVIR SELE
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Ya sabemos lo que va a pasar. Nos esperan semanas, quizá meses de miedo y paranoia alentada por los medios. Tras unos buenos zarandeos a la población “manu militari”, arguyendo motivos de salud pública, tocará recomponer los restos del naufragio, quien sabe si abrochándose aún más el cinturón o teniendo que tragarse nuevos recortes y medidas impopulares.
No es que no exista la enfermedad que llaman coronavirus. No es que no existan los muertos y afectados. No es que, como aprovechan a vendernos algunos avispadillos, la medicina moderna sea una puta mierda y debamos volver todos a una especie de arcadia feliz rural donde todo se podía curar con ungüentos e infusiones de plantas.
Sin embargo, lo que tampoco se puede aceptar es la versión tecnócrata de los hechos que nos acabarán vendiendo aquellos que ocupan sillones en las altas esferas. Digan lo que digan ante las cámaras, los poderosos no hacen más que frotarse las manos con la miseria ajena, y no para lavárselas precisamente. Es lo que han hecho siempre.
Cuando la cosa se acabe, o por lo menos se mantenga bajo control habiéndosele puesto fin al desfile de despropósitos surrealistas al que estamos asistiendo, no cabe duda de lo que sucederá y de quien va a colgarse las medallas. El ejército, en primer lugar, reforzará aún más si cabe su inmerecidísima imagen de “chico bueno y patriota” al servicio de la ciudadanía. El resto de fuerzas armadas y uniformadas del estado, con particular mención de la ínclita guardia civil, ídem de ídem. Políticos, empresarios “solidarios”, el capitalismo entero en tanto que epítome del progreso técnico y el estado en tanto que muro de contención frente al espantajo de la “guerra del todos contra todos”, no dudarán de darse un baño de multitudes, chuparse las pollas unos a otros, dejarse las marcas de las manos en la espalda de tanta palmada mutua y presentarse como imprescindibles, ineludibles, inevitables, salvadores…. ¿qué haríais sin nosotros?
Sin embargo, de lo que no se va a hablar, lo que no se va a plantear ni por asomo, serán las condiciones inherentes al propio funcionar diario del capitalismo y el estado que han favorecido la propagación de esta pandemia.
Ningún “representante” del pueblo, de izquierdas o de derechas se atreverá a romper una lanza contra el discurso suicida del progreso tecnocrático y quien lo haga será tachado de alucinado nostálgico de la Edad de Piedra.
Nadie tendrá las pelotas de referirse a la tendencia demográfica mundial a concentrar la población en ciudades como lo que realmente es: UNA AUTÉNTICA LOCURA. Pero eso sí, las lagrimitas progres por el drama de la “España vaciada” seguirán rezumando por las mejillas de auténticos crápulas haciendo alarde de un oportunismo vomitivo.
Nadie, en fin, hará referencia a la responsabilidad del daño medioambiental causado por el estado y el capitalismo a la hora de provocar la espiral virulenta de microorganismos que antes no atacaban a los humanos, o de causar el que algunos virus o bacterias lleguen a traspasar la barrera de las especies. A lo sumo se hablará de parchear errores aquí y allá, pero nadie apuntará directamente al capitalismo, al estado y a la técnica sometida a sus designios como culpables y beneficiarios, al menos en parte, de situaciones como esta.
La enfermedad ha acompañado desde siempre a la humanidad y lo seguirá haciendo. No es posible desembarazarse de ella para siempre jamás, probablemente ni tan siquiera sea deseable que esto suceda. Por mucho que la medicina se desarrolle, por mucho que la sociedad haga lo propio, ni siquiera el mejor mundo posible se verá libre de epidemias o ataques a la salud de un tipo u otro. No es posible construir una sociedad humana sin causar al menos un mínimo de impacto sobre el entorno natural, y eso siempre puede traer resultados inesperados. Sin embargo, lo que sí sería hacedero es construir una sociedad más justa, equilibrada y sana, capaz de defenderse por sí misma de las amenazas que sea necesario sin el concurso de poderes y jerarquías externas y contrarias a ella.
Obviamente, la farmacopea de la medicina natural campesina no será nunca suficiente para hacerle frente a una crisis pandémica, y de buen seguro que es una suerte poder contar con la existencia de la investigación (y la profesión) médica; al menos de la que no se ha vendido aún a las multinacionales farmacéuticas y a los gobiernos. No obstante, lo que sí se podría hacer si se quisiese, sería mitigar el impacto de un brote epidémico o de una pandemia mediante una buena racionalización territorial y una mínima profilaxis comunitaria. El ejemplo más evidente de esto último traído a colación por la crisis del coronavirus sería el de una descentralización territorial que no contemple una diferencia tan abismal entre megaciudades de millones de habitantes y aldeas prácticamente deshabitadas, pues no en vano los núcleos poblacionales más afectados por dicha infección son las mayores urbes del país. Y es que, muy probablemente, las mejores medidas para defenderse de cualquier epidemia serían aquellas que redujesen el tamaño general de las poblaciones, eliminasen las megalópolis, retornasen el poder a órganos locales de democracia directa asamblearia confederados entre sí, sometiesen a debate popular la implementación de cualquier innovación técnica, enlenteciesen los ritmos de vida, impusiesen por doquier un modo de ser y estar en el mundo más tranquilo, más campechano, en donde primasen la sabiduría, la reflexión, la sociabilidad, el saber hacer etc.… relegando la velocidad y la prisa al papel más secundario posible.
Sin embargo, en esta sociedad tan eficiente, que tanto se las da de tecnificada, veloz y dinámica, lo que se observa es como todo el mundo, absolutamente T-O-D-O E-L M-UN-D-O pierde los papeles en cuanto algo absolutamente imprevisto asoma el morro por la puerta. De repente el espectro del caos aparece como de la nada. Miles de borregos 3 individualistas en el peor sentido del término, corren a abastecerse de papel higiénico en los supermercados al grito de “¡tonto el último!”. Las autoridades hacen lo que buenamente pueden para tratar de disimular lo evidente; que se hallan absolutamente desbordadas ante una situación que les supera. Mientras tanto, entre bastidores, los chicos del uniforme sacan brillo a la pipa ansiosos por hacer uso de una oportunidad más para justificar lo injustificable de su mera existencia. Las compañías de seguros, por su parte, se ponen las botas a hacer llamadas tratando de vender pólizas a una ciudadanía aterrorizada, las instituciones financieras preparan un más que posible corralito y las sanguijuelas de siempre salen de sus guaridas para hacer el agosto a costa del temor generalizado.
A continuación, observamos como los especímenes más gilipollas de Madrid, haciendo caso omiso de la única conclusión sensata que se diere hasta la fecha, rechazan el quedarse en casa para ir a llevarles la peste a gente de provincias que, claramente, estaba mucho mejor sin ellos. Ciudadanos modelo con segunda residencia (otra peste aculturadora y repugnante de la que bien poco se habla), capacidad de hacer “teletrabajo” y poca voluntad de aprender de los aborígenes a quienes incordian, se convierten en virus ellos mismos. Pero esto no es ninguna novedad, dado que ya les precede una larga reputación de plaga estacional típica de la época veraniega… contra la que no existe vacuna, ni intención de inventar una.
¿Qué es lo que busca el virus urbanita allende los horizontes hacia los que se moviliza? (siempre en coche, por supuesto) … Pues lugares alejados de la peste, aire puro, calles que no estén masificadas ni congestionadas de humo, ruido y automóviles, en donde la gente aún se salude por la calle aunque no se conozca o se conozca poco.
En definitiva, pueblos o pequeñas villas donde se pueda vivir en paz, despacio, a cámara lenta si fuese preciso. Pueblos de esos en los que, antiguamente, cuando había una epidemia nadie entraba “en modo pánico”, porque los propios vecinos lo tenían previamente consensuado. Quedarse en casa, aguantar, hacerle la compra o llevarle productos de la huerta o los animales propios al vecino o vecina enfermos, formar una cadena solidaria para lo que fuese menester, tener al médico sobre aviso para que acudiese cuando hiciese falta…
Precisamente lo que muchos cenutrios de ciudad han demostrado, una vez más, ser absolutamente incapaces de hacer.
Nunca es tarde para despabilarse, y a veces, a hostias se aprende.

Marzo de 2020: año 36 de la ERA ORWELL. En plena pandemia de coronavirus.
VIVIR SELE

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