EL LÍBANO: EFEVERSCENCIA SOCIAL EN UN PARAÍSO FISCAL DECADENTE

Las protestas que estallaron el pasado 17 de octubre en el El Líbano se han reanudado. El pueblo libanés había parado ante el estado de prevención de contagio de la COVID-19 y, aunque el gobierno ha decretado medidas de bloqueo ante la pandemia antes del 10 de mayo, el pueblo ha vuelto a las calles. Y no es para menos porque, mientras se confina la protesta de la sociedad, la economía del país se hunde aún más si cabe.

El modelo de burbuja de créditos ilimitados y consumo sin producción no podía seguir hasta el infinito. Junto a este modelo económico, el país está dominado por un sistema político confesional, es decir, el poder está dividido entre los líderes de las dieciocho confesiones religiosas cristianas y musulmanas. Este sistema fue creado por la Francia laïque para mantener sus intereses colonialistas. Las protestas son el grito de rabia al borde del abismo.

Un país más pequeño que la provincia de Teruel con 18 religiones

En la creatividad colonialista francesa, junto a la británica que creó el El Líbano tras tomar el relevo del imperio otomano, el colonialismo occidental desfiguró la región. De hecho, no se puede entender el El Líbano sin tener en cuenta que el El Líbano de hoy en día es parte de la zona montañosa del Levante donde, históricamente, los fieles de las sectas y confesiones religiosas perseguidas se concentraron. Cuando Francia decidió hacer de esta zona un país, creó el sistema confesional según cual el Presidente debe ser cristiano maronita, el Presidente del gobierno musulmán suni y el jefe del Parlamento, musulmán chií. El resto de puestos son repartidos según la confesión, pero el poder se concentró en mano de los maronitas.

La chapuza francesa funcionó, pero con muchísimas averías

En los años 50, la clase dirigente en el Líbano quería actuar como si estuviese a la cabeza de un país que no tiene nada que ver con su entorno. Fue imposible. En 1958, el país fue arena de combate entre la clase dirigente, apoyada por los marines estadounidenses que desembarcaron en el Líbano para aplastar las fuerzas panarabistas y progresistas que se opusieron a la alienación de dicha clase con el bloque occidental. La misma clase reprimió en muchas ocasiones las protestas de la clase obrera y campesina.

En 1975, estalló la llamada guerra civil libanesa que fue, en realidad, una guerra entre las diferentes hegemonías de diferentes religiones, alienadas con fuerzas regionales e internacionales, esto es, Israel, Estados Unidos, Siria o Arabia Saudí. Entre los beligerantes estaban las milicias falangistas cristianas, aliadas con Israel y EEUU, las unidades cristianas del ejército libanés, lideradas por el General Michel Aoun –el Presidente actual del país-, la Organización de la Liberación de Palestina (OLP), basada en los campos de refugiados palestinos; el movimiento Amal, una milicia chií apoyada por Irán y Siria; Hizbolá, grupo disidente de Amal y El Frente de las Fuerzas Progresistas Libanesas dentro del cual se encontraba el Partido Comunista libanés.

La guerra terminó mal en 1991. Se corroboró el sistema confesional a través la repartición del poder entre los tres Presidentes: el de la República, el del gobierno y el de Parlamento. Los señores de la guerra se quitaron los trajes militares y se pusieron los trajes y corbatas. No hubo rendición de cuentas ni justicia transicional, tampoco reconciliación social. El final de la guerra marcó, entre muchas cosas, el comienzo de la escrúpula aplicación de la ortodoxia liberal; en otras palabras, el comienzo de la burbuja recién estallada y la monstruosidad del sector bancario libanés. A la cabeza de dicho sector fue designado en 1993 Riad Salamé quien fue vicepresidente la compañía Merrill Lynch, condecorado como Caballero de la legion de honor francesa en 1997 y oficial de la misma en 2009. Salamé sigue en su puesto hasta hoy, con un poder importante que ha llevado a imprimirse su foto en los sellos del Correos libanés.

Sello de correo libanes con la fotos de Riad Salame, el gobernador del banco central libanes. Foto: Mussa’ab Bashir Alazaiza.

El monstruo se comió todo

En todos países árabes aprendemos en las clases de Geografía –al menos hasta los años 90- que El Líbano es un país árabe famoso por su agricultura y su turismo. Vivir en El Líbano fue chocante para mí. El Líbano cultiva solamente cítricos, manzanas y plátano; sus patatas no están siempre en el mercado donde puedes encontrar patatas egipcias, jordanas y sirias. Alrededor del 30% de la verdura en El Líbano viene de Siria. El país tenía una poca industria agroalimentaria y fabricaba algunos muebles hasta los años 70, pero ahora eso no existe.

La corrupción del modelo de burbuja de servicio ha corroído la agricultura libanesa. El valle de la Bekaa, que era antaño la cesta verde del país y exportadora de muchos bienes, tiene ahora múltiples de zonas abandonadas. Los agricultores libaneses están abandonados, sin protección frente a la importación, y muchos de ellos optaron por la estrategia siguiente: plantar un huerto pequeño para la familia y el resto de la tierra dedicarlo a cannabis u opio. Para la clase dirigente es más rentable la importación porque facilita la malversación. Cada jefe de confesión tiene el monopolio de importación de una comodidad.

Un país tan hermoso como El Líbano está sufriendo unos altos niveles de contaminación. Las radios locales publicaron el año pasado que El Líbano es el quinto país más contaminado del mundo. Sus bellas montañas y sus bosques están siendo devorados por una urbanización desenfrenada y por canteras. Los cazadores están, literalmente, aniquilando la fauna y la flora. Los ríos están también contaminados, no hay sistema de reciclaje de basura y tampoco vertederos adecuados ya que todos alcanzaron su máxima capacidad en 2015. La educación y salud pública son rudimentarias.

A parte de las remesas que llega al país de sus personas expatriadas, el único sector que produce dinero en El Líbano es el sector bancario, pero es pura financiarización y especulación. Se estima que el tamaño de dicho sector es cinco veces más grande que el propio PIB. Los bancos de El Líbano acogieron el dinero de los palestinos ricos que llegaron al país después de la Nakba, la limpieza étnica cometida por Israel en 1948. La nacionalización en Egipto en los años 50 provocó la segunda oleada de efectivos y activos escapados hacia El Líbano; la tercera ola fue después de la nacionalización adoptada en Iraq y Siria en los años 60. El Líbano ha sido siempre uno de los destinos favoritos de lavado de dinero en el mundo árabe.

Represión con el beneplácito occidental

A pesar de que El Líbano está devorado por un sistema confesional, los países occidentales laicos y democráticos no intervinieron para “sentar bases de una democracia”; en cambio, organizaron una conferencia en 2018 bautizada como “CEDRE” (Conférence Économique pour le Développement, par les Réformes et avec les Entreprises) para “apoyar el desarrollo y las reformas” con una línea de créditos de 12.000 millones de dólares. El Presidente del gobierno entonces, Saad Hariri, se comprometió a implementar nuevas políticas fiscales en el país para recibir dichos créditos.

No hay misterio alguno, es el pueblo el que tendrá que asumir nuevos impuestos y la subida de precios. El año pasado, el Banco Mundial afirmó que el 50% del pueblo libanés estará por debajo del umbral de la pobreza antes del fin de este año. En esta difícil coyuntura se encuentra la juventud libanesa y la clase explotada que tomó las calles el pasado 17 de octubre y que sufrió (y sufre) la violencia y las detenciones por parte del ejército y los servicios de seguridad libaneses, sin que haya condenas de los países democráticos en occidente.

23 de abril, Beirut.

Hizbolá: ¿matonismo de la resistencia o resistencia del matonismo?

En 2006, el líder de Hizbolá, Hasan Nasrolá, firmó un pacto con el General Michel Aoun que acababa de volver a El Líbano tras años en exilio en Francia. Aoun no quería cambios en la repartición de poderes. Quería seguir con la guerra, pero fue derrotado por Siria.

Con el estallido de las manifestaciones en septiembre de 2019, cayó el gobierno libanés. Hizbolá formaba parte de dicho gobierno. Antes de la caída, Nasrolá había dejado claro en un discurso que no aceptaría el derrocamiento de Aoun y que, por falta de alternativas al sistema confesional, no aceptaría el caos en el país. Nasrolá hizo hincapié en que el caos es lo que Israel y EE.UU. quieren para acabar con “la resistencia”.

La figura de Nasrolá fue entonces atacada por los y las manifestantes que gritaban “que se marchen todos, y todos es decir todos”. Hizbolá no tardó en enviar sus miembros a las calles para reprimir las manifestaciones. En los barrios chiíes, la represión ejercida por los miembros de Hizbolá (y su aliado el movimiento Amal) fue chocante para la gente que lo apoyaba. Fue un acto contradictorio a la “resistencia” contra Israel y EE.UU.

Después de la represión de las fuerzas del orden libanesas y de Hizbolá, Nasrolá ofreció otro discurso conspiracionista en el cual demonizó las manifestaciones. Estuvo cargado de un fetichismo en pro de la resistencia, algo semejante al discurso de las dictaduras autodenominadas democráticas. Nadie puede negar el hecho de que Hizbolá liberó el sur de El Líbano de una ocupación israelí, pero nadie debe ignorar el hecho de que el proceso de liberación del sur de El Líbano empezó por la lucha del Partido Comunista libanés (PCL) que se vio obligado a dejar la lucha armada tras la caída de la URSS por falta de recursos, algo criticable, sin duda.

Cartel sovietico del año 1958 que habla del desembarcamento yanki en El Líbano para aplastar las fuerzas progresistas y pan arabistas. El cartel dice en ruso: «¡Que se detenga el agresor!». Foto: Mussa’ab Bashir Alazaiza.

Nadie puede negar que una de las razones de la disidencia de Hizbolá del movimiento Amal fue su posición de rechazo a la ingratitud y cambio oportunista de bando hecho por Amal. Amal en su comienzo tuvo mucho apoyo de la OLP, en enemistad con el régimen sirio durante la guerra civil libanesa. Después de que Israel derrotara militarmente a la OLP y de la salida de las tropas de la OLP del El Líbano, Amal contó con apoyo sirio. El precio fue machacar los campos de refugiados palestinos. Del rechazo a tal barbarie surgió la corriente de Hizbolá, entre otros factores.

Nadie debe ignorar que Hizbolá, al crecer en el sur del El Líbano, bastión del PCL, cometió barbaridades contra el PCL y el proletariado libanés. Nadie puede negar que Hizbolá, al intervenir en la guerra en Siria, protegió El Líbano de la plaga de Daesh, pero nadie debe ignorar tampoco el hecho de que la gente humilde y el pobre campesinado no recibe la atención que se merece de un partido que “resiste” por ellos.

Hizbolá ha participado en los gobiernos libaneses desde 2006. Lo ha hecho para proteger sus armas a cambio de dejar a los corruptos robar, y eso es una complicidad que mucha gente libanesa no le ha perdonado.

¡Abajo la banca!

Durante las protestas de 2019 y 2020, la represión estuvo “repartida”. En cada barrio cada partido confesional reprimía a “su gente”. El cristiano contra el cristiano, el musulmán contra musulmán, etc. La ausencia de un organismo de vanguardia con planes claros ha llevado a una dispersión de los esfuerzos y ha facilitado la tarea del Estado libanés que ha detenido a numerosas personas activistas.

Son los y las activistas de izquierda, considerados por Hizbolá como “agentes de Israel y EEUU” por protestar contra el Estado, quienes han mantenido la llama dirigiendo las protestas contra los bancos. El Estado libanés tomó el relevo de la represión a partir de ese momento y desplegó a sus agentes y soldados en las calles donde se encuentran las entidades bancarias. Irónicamente, la única calle beirutí que se salvó de la gran destrucción de la guerra civil libanesa fue la calle de los bancos. El lema que entonan los y las comunistas y anarquistas de Beirut es “¡Abajo el dominio de los bancos!”.

La llegada de la pandemia de la COVID-19 ha hecho disminuir considerablemente las protestas. El Estado se aprovechó e impuso un toque de queda nocturno bajo el pretexto de estado de alarma sanitario. El banco central libanés aprovechó para volver a los juegos sucios, como manipular los precios de cambio haciendo que la gente perdiese sus ahorros.

Beirut. Foto: Facebook.

¿Hacia dónde va El Líbano?

En 2018, el Estado libanés recibió el informe de la agencia McKenzy&Company a la que había contratado con recomendaciones para salir de la crisis económica. Mucho dinero perdido para no poner el dedo en la llaga. El informe recomienda tomar medidas para que haya pequeños negocios en la industria y servir a las grandes cadenas de valor. Lo más llamativo es que la agencia recomendaba al Estado (corrupto) tomar medidas contra la corrupción, y legalizar la plantación de cannabis para fines terapéuticos. Sobre esto último se acaba de aprobar una ley en el Parlamento.

Parece que el nuevo gobierno, supuestamente tecnócrata (cada confesión presentó a su tecnócrata), intentará sacrificar la cabeza de la pirámide para salvar la pirámide. El actual Presidente del gobierno, Hassan Diab, dijo en su último discurso que se han retirado de los bancos 5,7 mil millones de dólares. Diab critció severamente al gobernador del Banco Central. Esto puede ser la introducción de una maniobra para despedir a Salamé y acallar las personas manifestantes.

El país, sin embargo, está aún muy lejos de empezar una revolución que provoque un cambio profundo, porque el modelo socio-económico corrupto de financiarizacion-confesional ha afectado a las mentalidades, creó un consumismo exagerado, una inautencidad y la discriminación contra las personas refugiadas incluso entre las clases humildes. Pero lo positivo es que hay un grito explícito contra el anclado sistema político confesional y, sobre todo, contra el depredador sistema capitalista.

Fuente: Arainfo

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